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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LXII.

«la causa de la paz americana
y del entendimiento condial
entre Chile y la Argentina
reconoce en Vicuña Mackenna
el más esforzado de los
paladines y el más eficaz de
los servidores».

RICARDO DONOSO: DON BENJAMIN VICUÑA MACKENNA. SU VIDA, SUS ESCRITOS Y SU TIEMPO.

Tócanos ahondar en otras actividades americanistas de Vicuña Mackenna, y no las de menos tracendencia en su vida: aquellas que dicen relación con el conflicto chileno-argentino que hizo crisis en 1878,

¿Sería aventurado afirmar que Vicuña evitó la guerra entre los antiguos aliados de la Independencia? Por lo menos parece razonable decir que nadie intervino y actuó de modo más eficaz para cimentar la paz con la confederación del Plata (288).

Examinemos a grandes razgos los orígenes de un conflicto que a no mediar la intervención del Senador de Santiago en Chile y de Mitre en Argentina habría provocado tremenda y acaso fatal guerra en casi toda América. Más aún, con la no dudosa intervención de Bolivia y Perú -unidos por el tratado secreto de 1873- hubiera degenerado en catástrofe continental de incalculables y pavorosas consecuencias.

En 1843 el gobierno chileno fundó la colonia de Magallanes en tierras bañadas por el Estrecho. Cuatro años más tarde protestó Argentina por estimar que Punta Arenas -la hermosa ciudad de hoy, entonces modesto caserío- se hallaba en territorio de aquel país. Las dificultades derivadas se zanjaron en convenio internacional de 1856, aceptándose como deslinde el uti-possidetis de 1810 y aplazando la fijación de la línea provisoria hasta que fueran examinados los títulos de dominio, labor que se inició en 1872. Hubo peligro de crisis seria en 1877. Un año más tarde el conflicto alcanzó su punto álgido, solucionándose-de modo consagrado más tarde por acuerdos de paz definitiva-con la firma del pacto Fierro-Sarratea de Diciembre de 1878, base este último del tratado de 1881. En 1896 fue sometida la controversia al arbitraje de la Reina de Inglaterra, cuyo laudo le puso término honroso. No obstante ello, en dos oportunidades-1898 y 1903-existió situación delicada en las relaciones de los países trasandinos. Pero las normas impresas por Vicuña Mackenna acabaron por imponerse.

En 1877 el ingeniero don Mateo Clark, que se encontraba en Buenos Aires gestionando el proyecto de ferrocarril chileno-argentino, se dirigió a Vicuña en telegrama dé fecha 8 de Octubre: «Convencido que Ud. conoce mejor que nadie la situación, pienso que puede-, hacer algo para que termine, como corresponde. Encontraría aquí seguramente apoyo».

Vicuña Mackenna contestó: «Es imposible que esta cuestión dolorosa tenga otro resultado que el de un avenimiento fraternal y honroso para los dos pueblos». Y aludiendo a la noticia de haberse modificado el gabinete argentino con ministros afectos a Mitre, añadía: «Me congratulo formalmente de la unión de los partidos en ese noble pueblo y ruego a Ud., si tiene para ello ocasión, lo manifieste a mi querido amigo el General Mitre, y al presidente Avellaneda».

En 11 de Octubre Clark telegrafiaba a Vicuña: «General Mitre agradece sus felicitaciones y dice que Ud. es tan argentino como él chileno. Propónele arregle cuestión Patagonia y espera conteste Chile para decidirse».

El día 15 le expresaba Vicuña: «He sometido su último telegrama a quienes corresponde y confirmo a Ud. con mayor confianza todavía, mi primera respuesta. Espero que estas revelaciones sinceras, cordiales y casi espontáneas del alambre eléctrico, contribuirán en algo al pronto y feliz resultado que, como americanos, perseguimos».

Y en carta de 3 de Noviembre decía aún, a Clark: «por los diarios que le incluyo verá Ud. que cuanto hemos hecho ha producido aquí muy buen efecto y si la diplomacia, con sus torpes habilidades, no nos enreda, yo creo que ambos pueblos saldrán airosos de su empeño».

A mediados del año siguiente los actos de dominio en la región del Estrecho realizados por el gobierno de Pinto, reagravaron la cuestión. Don Mateo Clark, alarmado, telegrafiaba a Vicuña Mackenna (Julio 13): «Presidente publica manifiesto. Reunióse Asamblea de notables. Háblase de retirar Legación en Santiago, cortando relaciones» (289).

En verdad la situación se tornó extremadamente tensa. Hubo movimiento de barcos de guerra y acopio de armas en ambas partes. Discutíase agriamente la cuestión de la Patagonia y del Estrecho de Magallanes. En Argentina una fuerte corriente, encabezada por don Félix Frías, ex-ministro de su país ante la Moneda, quería la guerra, oponiéndose a ella don Bartolomé Mitre con sincero ardor pacifista. Pero la clave del problema estaba en Santiago. Por medio de personeros oficiales había que tentar medios de conciliación y para ello ¿a quién podían dirigirse con más esperanza de éxito que a Vicuña Mackenna Comprendiéndolo así, Mitre telegrafió a don Mariano E. de Sarratea, distinguido ciudadano argentino que tenía la representación de su país en Valparaíso.

Sarratea, vinculado por lazos de amistad con Vicuña, había ya, espontáneamente, pensado en solicitar la intervención del gran chileno y con fecha 28 de Octubre de 1878 le escribía desde el puerto: «Pero prescindiendo de la justicia o política de esos y otros actos de una u otra parte, yo me dirijo a Ud. y pregunto: ¿será posible que no haya medio decoroso de cortar el escándalo que nos amenaza? ¿Será posible que el patriotismo sereno y elevado y los bien entendidos intereses de dos países amigos, vecinos y aliados por recuerdos gloriosos, no encuentren medio de evitar el rompimiento que parece inminente? Inútil me parece asegurar a Ud. que yo con gusto emplearía mis fuerzas, el valimiento de mis relaciones de amistad, y en una palabra, que no omitiría sacrificio personal de ningún género, por alcanzar ese resultado; y conociendo como conozco sus ideas y sentimientos, no trepido en dirigirme al amigo y pedir se esfuerce y trabaje para librar a su patria y la mía de los males que las amenazan».

En carta del mismo día, solicitaba su consejo (290).

Vicuña, sin vacilar, envió las comunicaciones de Sarratea al Ministro de guerra, coronel Saavedra, diciéndole: «Yo no me atrevo siquiera a insinuar, en una situación tan espinosa y desde mi profundo retiro, un consejo. Pero ¿no cree Ud. que debería aceptarse el ofrecimiento de Sarratea y hacerlo venir por un comedido telegrama a Santiago hoy mismo?

Y a Sarratea, al día siguiente: «Mi querido amigo: Inmediatamente de recibir sus dos interesantes y nobles cartas, las he enviado al coronel Saavedra, Ministro de la Guerra, con la que le incluyo en copia y que revela todo mi pensamiento. De cualquier resultado le avisaré en el acto; y por cierto que no necesito decirle que participo en todo y por todo de sus sentimientos».

Púsose en campaña,- habló uno a uno a sus amigos del Senado, preparó ambiente, tocando las campanas de la cordura y de la serenidad con el mismo ardor con que antes de mucho se vería obligado a tocar los clarines de guerra en el conflicto provocado por los aliados del Pacífico.

Sarratea escribió a Vicuña el 30 otra carta plena de alarma, acusando recibo a la noticia de sus gestiones, y el 31 le añadía: «Mis temores acrecen, y lo que dicen la prensa de ésta y Santiago y declaraciones oficiales que entiendo se han hecho, me dan el triste convencimiento, que el conflicto es inevitable y que dos pueblos hasta hoy amigos, vecinos y aliados, están en víspera de arruinarse y despedazarse».

Por esos mismos días y mientras Sarratea, siguiendo los consejos de Vicuña se trasladaba a Santiago, el internacionalista argentino doctor Estanislao Zevallos escribía al prócer chileno (Buenos Aires, 7 de Noviembre): «Sé que Ud. no es partidario de la guerra. ¿No habría el medio de tentar un esfuerzo supremo para evitarla, dando al asunto una solución de amistad y decoro recíproco?».

Ese medio lo buscaban Vicuña y Sarratea. Este último, aconsejado secretamente por su amigo,-quien procuró actuar en forma absolutamente privada, en razón de sus interrumpidas relaciones políticas con Pinto-pudo entenderse con el gobierno de la Moneda, llegando a la aceptación y firma de los llamados pactos de Diciembre que sometían la disputa territorial al arbitraje, reconociéndose el dominio temporal de las zonas litigiosas por sus respectivos ocupantes.

Es curioso seguir, a través de la correspondencia de Sarratea, la marcha de las gestiones y el padrinazgo completo, si bien profundamente reservado, que éstas encontraron en Vicuña Mackenna. «Quisiera ir a ver a Ud.--le escribía el diplomático argentino el 4 de Noviembre- y leerle el telegrama que ayer tarde recibí del Ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina, contestando al que yo le hice transmitiéndole bases para alejar todo motivo de conflicto y asegurar la pronta y amigable terminación de las enojosas cuestiones pendientes».

Efectuada ésa y otras reuniones privadas con Vicuña, le decía el 13 de aquel mes: «Hoy tengo la satisfacción de anunciarle que nos acercamos al fin, y cuando llegue ese deseado momento, será a Ud. el primero a quien buscaré para darle un abrazo».

Y el 4 de Diciembre estas palabras que sonaban a gloria: «Querido amigo: La gran obra iniciada por su noble inspiración, toca a su término, y espero que el pacto será firmado pasado mañana».

Tres días más tarde Vicuña telegrafiaba a Mitre: «Ud. ve, mi amigo, que nuestra fe de cinco años en la paz no nos ha engañado. Nuestro amigo Sarratea ha trabajado con una constancia admirable, prestando un gran servicio a su patria, a la vez que a Chile, donde es justamente estimado. Lo felicito y felicito a todos los buenos argentinos».

Después de firmarse el pacto Fierro-Sarratea el 6 de Diciembre, el 7 el ministro de Guerra, don Cornelio Saavedra y el de Relaciones, señor Alejandro Fierro lo invitaron a la Moneda para informarle oficialmente de la negociación. Vicuña contestó a Saavedra excusándose, porque, conforme a su costumbre, deseaba reservarse entera libertad de acción dentro del parlamento, con lo que estimaba poder servir mejor al país. «Una conferencia oficial me debilitaría, ligándome; mientras que mi absoluta y vieja independencia me deja ancho y libre camino. Ante todo, la lealtad en este país en qué ésta es tan escasa como el Huemul de nuestro escudo».

El Senado consideró el pacto en las sesiones de 11, 12 y 13 de Diciembre. En la segunda de ellas Vicuña hizo la defensa del histórico acuerdo en que le cabía participación tan considerable, pronunciando elocuente discurso. En dicha oración, cálida como todas las suyas, apoyándose en las opiniones del ilustre sabio británico Carlos Darwin (291) juzgaba la Patagonia como un territorio estéril y maldito.

Ese error, tan altamente compartido, de haber sido apreciado a tiempo no hubiera modificado en modo alguno su criterio pacifista, siendo aún de creer que aparte de su extraordinario americanismo una profunda visión política da mayor fuerza a sus opiniones. Vicuña Mackenna, amigo apasionado de Argentina y de los argentinos-como del Períl antes y después de la guerra-pensaba que entre Chile y la República del Plata no cabían sino relaciones profundamente fraternales, pues todo la historia, los sacrificios comunes, las afinidades espirituales y los intereses económicos-tendían a vincularnos.

El asunto quedaba sometido al fallo de árbitros. «Los árbitros de los pueblos-decía-son jueces supremos que se inspiran en la ley y en el interés común de las naciones y del mundo; su código es el derecho universal; su pauta de justicia es la conveniencia distributiva de todas las naciones a quienes ha tocado en suerte el reparto de la tierra».

Los árbitros sabrían hacer justicia. «Y bien, por la última vez lo decimos, en nombre de ese sentimiento y de ese interés cosmopolita que es el derecho de la humanidad puesto en acción, los futuros negociadores, cualesquiera que sean los árbitros, de donde quiera que vengan y en último término, el tercero que como juez supremo los últimos hubieren de nombrar, declararían en toda equidad, justicia, derecho y conveniencia recíproca, que el Estrecho de Magallanes no puede pertenecer en definitiva y eternamente sino a los que con justo título y nunca disputada buena fe fueron sus primeros ocupantes, a los que alumbraron sus aguas con los primeros faros; a los que señalaron sus derroteros a las naves de todo el universo con marcas flotantes; a los que han explotado en sus colonias el elemento más esencial de la navegación moderna; a los que han establecido los primeros salvamentos contra los naufragios y los caníbales; a los que han arrostrado en dos ocasiones los mismos desastres y las mismas ruinas que iniciaran el descubrimiento y la primera ocupación de esos parajes; a los que abrieron siempre de hecho y de derecho sus puertas a la comunidad de todas las naciones».

Con los resultados obtenidos, Vicuña mantenía una actitud espiritual que fue la de su vida toda. Ya en su histórica carta a don justo Arteaga Alemparte (292) exclamaba en 1874: «Y contemplada la cuestión bajo ese punto de vista, que es la ley, el derecho internacional, el código americano, en una palabra: ¿pueden las pasiones, el orgullo o una insensata ambición arrancar de la discusión tranquila, amistosa y bien intencionada de los representantes de la familia común, otra solución que la del avenimiento, la distribución justa de los retazos de la heredad yacente dejados de común acuerdo para una adjudicación posterior?»

Los pactos de Diciembre fueron acogidos con frialdad en los dos países, pues los ánimos estaban fuertemente caldeados. Así no faltó quien calificase a Vicuña Mackenna de argentino y aún de argentinísimo. Sus amigos políticos del Partido Liberal Democrático de Valparaíso le pidieron explicase lo concerniente al acuerdo internacional. « El país y la prensa -le decían en comunicación de 17 de Enero de 1879- lo han considerado a Ud. como el iniciador y defensor más entusiasta, en el Senado, de esos convenios».

Vicuña respondió en extensa carta. Comenzaba recordando en ella los sacrificios que sus amigos de Valparaíso hicieran por su causa y su nombre en 1876 y ratificaba enseguida su posición ideológica, inalterable siempre: «Esa declaración, decía, es la de mi más completa independencia política respecto del gobierno y de los partidos en el país. Soy el mismo hombre del 6 de Mayo de 1875. El mismo luchador de 1858. El mismo combatiente de 1851». Y añadía con justificado orgullo: «Hablo al pueblo desde la tribuna del pueblo, como desde el tablado de nuestras viejas y gloriosas asambleas». Y aún, de su carta: «Es una exposición de verdad, de amistad y de franqueza a un pueblo que amo y que admiro, por medio de sus más nobles hijos, los hijos del pueblo».

Exhibiendo las razones que valoraban el éxito obtenido, argüía, considerando el pacto bueno, justo, materialmente ventajoso y recíprocamente salvador: «nos concede todo lo que pedíamos y todo lo que necesitábamos, sin despojar por esto a la otra alta parte contratante, de sus propios derechos». Se obtenía la posesión íntegra del Estrecho, la neutralidad y libertad universal de navegación en él y en todos sus canales, el arbitraje para las cuestiones de detalle, la reciprocidad internacional respecto a los derechos en conflicto, y -bien precioso, por encima de toda estimación- la paz (293).

En esa carta se registran observaciones de valor político admirable, algunas de las cuales parecen adentrarse en el tiempo futuro. Dice, por ejemplo: «La justicia es la ley distributiva. Un pacto con garras de león acaba por carnicería, y si tal resultado hubiéramos obtenido habríamos dado tarde o temprano, como en la Alsacia, la última palabra a los cañones. Estaríamos ahora en pleno reino de lo que se llama por la ciencia moderna «paz armada», es decir, comprando toda la pólvora y todos los fusiles que viniesen ,a nuestros puertos, y pidiendo empréstitos al 50% en Inglaterra para invertirlos en blindados y en torpedos submarinos».

De una guerra, esta aserción: «Y entiéndase aquí por los bravíos de papel, que una guerra entre Chile y la República Argentina no sería una guerra como las demás, sino una inmensa montonera repartida en muchas montoneras pequeñas en nuestros valles y en la pampa opuesta, desde Catamarca a Chiloé y, desde Copiapó al Río Negro»

Sólo una cosa echaba de menos en los pactos y era «el avenimiento de obreros, de caudales y de dinamita que rompería los Andes en lo más duro y en lo más alto de sus entrañas».

Era el ferrocarril trasandino por cuya construcción venía luchando desde antiguo (294).

Un año más tarde, en curso pleno la guerra del Pacífico que su americanismo no pudo evitar, porque a él se había opuesto la confabulación secreta de imperialismos extranjeros, Vicuña Mackenna reunió todos sus estudios acerca del conflicto con Argentina en un libro de considerable interés histórico: La Patagonia (295). Sus páginas subrayan de modo evidente las afirmaciones del ilustre René-Moreno acerca del hombre que tan formidable esfuerzo cumpliera a lo largo de su vida en favor de la paz y de la vinculación continental.

 

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Notas

288

Dice don Ricardo Donoso en un interesante estudio: «La paz americana debe a sus esfuerzos los más legítimos triunfos y los dos grandes hombres (Vicuña y Mitre) aparecen a través del tiempo como el mejor símbolo de lo que deben ser las relaciones chileno-argentinas, para la prosperidad de ambas naciones y para la felicidad de toda América. Y en otra parte: «Mitre lo secundó en ellas (las gestiones del pacto Fierro-Sarratea) con la más patriótica discresión y con una lealtad a toda prueba».
Véase: Ricardo Donoso: Una amistad de toda la vida: Vicuña Mackenna y Mitre. Santiago, 1926.
Y en otra parte: «Mitre lo secundó en ellas (las gestiones del pacto Fierro-Sarratea) con la más patriótica discresión y con una lealtad a toda prueba».
Véase: Ricardo Donoso: Una amistad de toda la vida: Vicuña Mackenna y Mitre. Santiago, 1926.
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289

Véase el interesante y bien documentado libro del ingeniero Santiago Marín:
Los hermanos Cark. Santiago, 1929.
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290

En ella, (28 de Octubre), Sarratea le transcribía un telegrama de Mitre, recibido en Valparaíso. Decía el prócer argentino: «Opinión excitada y esperan. Todos deseamos paz, pero aceptamos situación que se nos haga. Comunique esto a Vicuña Mackenna; dígale que sus anteriores telegramas produjeron buen efecto, que me dirija algunas palabras autorizadas en bien y en honor de los dos países».
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291

La monotonía de la Patagonia-dice Darwin, citado en el discurso de Vicuña -es su carácter predominante. En todas partes los mismos raquíticos arbustos y los mismos insectos. La maldición de la esterilidad de la tierra parece transmitirse al agua. No hay nada que pueda vivir aún a orillas del estéril Santa Cruz, y baste decir que allí no se divisan siquiera aves acuáticas. En su mencionado discurso, Vícuña Mackenna insistía en que ni siquiera tocaba «por incidencia la cuestión de derecho, que queda completamente intacta para nuestro país».
En su mencionado discurso, Vícuña Mackenna insistía en que ni siquiera tocaba «por incidencia la cuestión de derecho, que queda completamente intacta para nuestro país».
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292

Reproducida en La Patagonia, Cap. III.
En esa carta, que lleva fecha 25 de Marzo de 1874, expresa Vicuña: «Por más que se cansen y por más que griten, en efecto, los batalladores, ni Chile, ni la República Argentina harán jamás la locura incomprensible de declararse la guerra por papeles; ni uno ni otro cometerán el crimen, más incomprensible todavía, de asaltarse a cuchilladas por palabras. Chile es un país esencialmente concentrado por su topografía, su carácter y sus hábitos, para ser invasor. La República Argentina es a su vez un país demasiado vasto para que necesite invadir.
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293

Los únicos derrotados de esta jornada -manifiesta- no son, por tanto, los pueblos siempre desinteresados de la tinta, son los diplomáticos que han hecho vivir este negociado inverosímil, a fuerza de tinta, cerca de medio siglo.
Entre los diplomáticos figuraba su amigo el distinguido hombre público don Adolfo Ibáñez, Senador de Valdivia a la sazón, quien objetaba los pactos de Diciembre. Ibáñez publicó una carta sobre el particular el 31 de Enero del 79 en «El Mercurio», contestando Vicuña, con fecha 1.° de Febrero, en otra dirigida al Editor del mismo diario.
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294

Dice Vicuña Mackenna en La Patagonia: Nosotros, que miramos esta empresa con cierto vanidoso amor por cuanto hicimos los primeros estudios teóricos y los primeros llamamientos a la opinión y al brazo de los dos países en 1864, (serie de artículos publicados en El Mercurio de ese año, siendo nosotros redactores de ese diario) seguimos con profundo interés el desarrollo de esos trabajos.
Y en carta a Mitre, anterior de casi tres lustros (Santiago, Abril 8 de 1864) expresaba sobre el mismo asunto: «El gran pensamiento que hoy nos ocupa mi querido general, es la empresa de un ferrocarril que yo he llamado «de los Andes, como San Martín llamó a su gran ejército, y que pondría a Santiago en directa comunicación de tres o cuatro días con Buenos Aires. Por una serie de artículos que le incluyo y que he publicado en El Mercurio, verá Ud. todo lo que se ha hecho hasta aquí a ese respecto; pero aún me falta por publicar otro artículo que completa los anteriores y se refiere a la actual practivabilidad del camino, tomando en consideración el clima, la topografía, las producciones, la baratura y abundancia de los materiales de construcción, la afluencia de trabajadores, el comercio, etc. Cuando todo esto esté publicado se hará un folleto del que tendré cuidado de enviar algunos ejemplares a Ud. por conducto de nuestro excelente intermediario el Sr. Beechea.
Ya por esos mismos años el problema chileno-argentino, que dañaba la vinculación espiritual y material de ambos pueblos, le preocupaba de modo intenso «¿Cuándo daremos solución, escribía en 1865 a su amigo Mitre, a la eterna y enojosa cuestión de límites? Es una espina que llevo siempre clavada en el corazón».
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295

La Patagonia (Estudios geográficos y políticos dirigidos a esclarecer la «Cuestión Patagonia», con motivo de las amenazas recíprocas de guerra entre Chile y la República Argentina). Santiago, Imprenta del Centro Editorial, 1880.
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