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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LXV.

Al comenzar la guerra, Vicuña Mackenna comprendió que era menester dar a Chile un impulso espiritual gigantesco, de naturaleza bastante a crear alientos y vigor durante el primer período, que sería decisivo. Las circunstancias no se mostraban favorables. La superioridad militar de los adversarios parecía grande. Era menester, pues, ganar las primeras batallas y embriagar de entusiasmo a la nación, infiltrando, aún en los más apocados, una imperiosa fuerza energética.

La oportunidad no tardó en presentarse. El 21 de Mayo de 1879 se libró en la rada de Iquique el más memorable combate naval de la guerra. Y no fue porque se desplegaran calidades de heroísmo superior a las que después se mostraron en numerosas acciones. Pero siendo empuje inicial cabía reconocerle no escasa importancia. En Iquique las fuerzas eran desiguales en extremo. Un barco viejo y una nave de guerra poderosa. El capitán de la Esmeralda chilena arengó a sus marinos y fue a morir noblemente, con desafío de todo, en la propia nave enemiga. Uribe Orrego toma el mando de la Esmeralda y en un gesto conmovedoramente humano requiere, para continuar la resistencia hasta el fin, el consentimiento de sus oficiales, condenados a muerte casi cierta. La mayoría perece y la nave se hunde en el mar sin haberse rendido. Es una victoria en que los vencedores físicos están vencidos.

Examinemos el caso de más cerca. ¿Hay en los marinos chilenos un heroísmo de que estén desiertos los vencedores-vencidos ? En modo alguno. Prat fue un héroe. Pero en grado tan eminente mereció consagrarse al jefe peruano, comandante Grau, quien más tarde moriría con notable arrojo al mando de su barco. En el lado chileno el comandante Ramírez y millares de obreros-soldados, con él, emularon el gesto de Prat y sus compañeros. El anonimato no disminuye el valor moral y material de su aporte. Cada muerte llegó a ser un poema, cada caso pudo parecer único. ¿Y en el sector boliviano? El soldado de la altiplanicie demostró resistencia, estoicismo, desprecio al peligro y a la muerte. Las calidades del soldado peruano no eran inferiores en modo alguno. Sus jefes y los bolivianos, fueron incompetentes, pero tampoco los chilenos, en general, revelaron capacidad técnica. Faltó en los aliados la dirección política y civil que en Chile contó a hombres de primer orden, a cuya cabeza descolló Vicuña Mackenna. El heroísmo fue, empero, genérico en todos, como se comprueba en las obras que aquél consagró a la historia de la guerra. Bolognesi, por ejemplo, cayó en el Morro de Arica, temerariamente atacado por las fuerzas chilenas, y al morir pudo exclamar, con más razón que Francisco I: «Todo se ha perdido menos el honor». No lo perdieron jamás peruanos ni bolivianos. La leyenda de la inferioridad de bolivianos y peruanos debe, pues, ser rechazada.

¿Cuál fue la actitud de Vicuña Mackenna ante el combate de Iquique? Las circunstancias brindaban a sus designios una ocasión extraordinaria, pues los chilenos habían llevado allí su sacrificio más allá de lo que circunstancias racionales pudieran exigir. Era oportuno presentar el caso como único en los fastos de la historia, cantarlo en tono mayor, tremolarlo a todos los vientos del entusiasmo y de la embriaguez épica, hacer de los héroes super-hombres y super-héroes. Así lo concibió Vicuña y así lo hizo. El día en que se recibieron las primeras nuevas levantó tribuna en un banco de la Alameda de las Delicias, batiendo en sus manos la bandera de Maipo, y desde ese instante su pluma y su voz no se dieron tregua un punto. El artículo, el discurso, el libro, el grito homérico sirvieron de medios. Y el propósito quedó logrado casi de inmediato. Un soplo mesiánico circuló por el alma de las masas y de sus directores, se infiltró fe ciega, confianza incontrastable en el triunfo, y en tal espíritu salían los soldados bizoños a campaña, en tal ánimo sé formaban los batallones de reserva y los voluntarios. Los recursos comenzaron a afluir al tesoro público y los hombres, contagiados de heroísmo, a las filas. La guerra estaba ganada ya.

Vicuña Mackenna, dilatando los ecos y él símbolo que él advertía en la jornada de Iquique, había en verdad organizado la victoria. Un mes después del 21 de Mayo de 1879 toda derrota nacional era imposible.

Iquique no sólo inspiró muchas de las páginas más encendidas de El Album de la Gloria sino dió origen y argumento de fondo a Las dos Esmeraldas (314), magno poema histórico en que vibraron todas las cuerdas de su lira patriótica. Amén de estudios como el publicado sobre Ignacio Serrano y Ernesto Riquelme en la «Revista Chilena» y de numerosos artículos de prensa. Si consultamos sólo los publicados en El Nuevo Ferrocarril, encontraremos una docena de títulos, entre los cuales: La significación nacional del combate de Iquique (Junio 30), La sombra del héroe (Julio 21), 1879. El año de Arturo Prat (Enero 1.° de 1880), La jornada del 21 de Mayo contada d la posteridad por los telegrafistas de Iquique (Mayo 6) (315).

Idéntico propósito de estímulo guió su pluma al través de la guerra, haciéndole levantar altares a la memoria de los que morían. Su Olimpo, según o bserva Martín Palma (316), se fue poblando de semi-dioses. Allí se daban la mano Prat y Ramírez, el padre Madariaga y el cabo Labra, Santa Cruz y San Martín el héroe de Arica, Ramón Dardignac y los «huasos Alamos», Araneda el de Sangra, el capitán Serrano, Manuel Thompson, Rafael Torreblanca héroe-poeta, Camilo Ovalle y Juan Jullien adolescentes que tuvieron final de dioses jóvenes en la nueva mitología. No hay que decir que los soldados y los marineros anónimos encontraron en Vicuña apasionado biógrafo, pues no hubo heroísmo ni grandeza alguna que escapara a su mirada. Para estos últimos, los desconocidos de siempre, los desterrados del cielo y de la tierra, guardó el cantor nacional muchos de sus más altos elogios y de sus páginas más conmovedoras. No en balde era reconocido por ellos como el padre de un pueblo en movimiento, de una nación en campaña.

Con pluma encendida canta a los anónimos. La frase de aquel muchacho que en un asalto a posiciones enemigas y con la bandera en sus manos cae gritando «¡Adelante rotos del Coquimbo»! le parece digna de Esparta. De San Martín escribe: «¡Fué soldado raso! Y sea dicho en su cabal gloria!». A propósito del sargento Juan de Dios Aldea, que perece con Serrano sobre la cubierta del Huáscay, manifiesta que al morir «probó que en el alma del chileno, bajo la burda túnica del soldado u oculta bajo el rudo poncho del telar indígena, suele latir el heroísmo sublime de los héroes de la antigüedad». Y enaltece las clases del ejército, los sargentos de la batería Salvo en San Francisco, las hazañas del cabo Galleguillos y el sargento Martínez, las del sargento Simón González en Chorrillos y de la escolta de la bandera del 2.° de Línea en Tarapacá. Pasan con soplo inmortal las cantineras del 2.°, el capataz Guajardo y el arriero Olguín, las masas de soldados y los marineros. Es una cabalgata ebria de gloria que va dejando surco de infinita grandeza. Vientos homéricos agitan las páginas que Vicuña Mackenna consagra al hombre-pueblo (317).

Fue, en suma, apologista ardoroso «de la estirpe chilena, esta indómita cruza de potros castellanos en vientres dé Arauco» (317a) e hizo del pililo un símbolo. El pililo era para él como una esencia del héroe-pueblo.

Vicuña creaba la leyenda sin herir al enemigo, antes bien ensalzándolo. La creaba respetando la verdad y con levantado propósito de justicia. Iba más lejos aún, pues estaba haciendo historia, vivificándola, forjando a su tierra un alma nueva y grande cuya influencia se reflejaría después sobre América íntegra. En este sentido, su gesto de dar vida a los héroes de todos los campos-el propio y los ajenos-importaba una nueva forma de hacer americanismo. Más tarde diría con razón el boliviano René-Moreno que Vicuña Mackenna escribía para una raza de titanes.

Examinemos sus libros sobre la guerra.

De Las dos Esmeraldas dice Donoso (318) que «rebasan los aledaños de una simple historia, para encuadrar más bien dentro de los lindes de un exaltado, entusiasta poema, compuesto en llano y desenvuelto estilo». « El combate naval de Iquique -añade el biógrafo- encontró en Vicuña Mackenna su más señalado, vigoroso y genial cronista» (318).

Después de Tarapacá compuso una serie de artículos sobre las relaciones de Chile con Perú y Bolivia, que compondrían un libro bajo el título de La guerra de Chile y sus propósitos americanos. Ese libro «cuyas conclusiones eran desconsoladoras, pero encuadradas en una lógica inflexible» (318) aguarda aún las prensas.

En el mes de Noviembre de 1880, publicadas ya las últimas entregas, y en dos volúmenes con más de dos mil páginas plenas de riquísima cuanto fresca documentación, apareció su Historia de la Campaña de Tarapacá (319). Vicuña analiza en esta obra los orígenes próximos y remotos de la guerra y narra las incidencias de aquella memorable campaña que terminara en el desastre de Tarapacá, en cuya encerrona rindiera la vida el valeroso Eleuterio Ramírez con casi todos sus tenientes y algunas mujeres chilenas que le ayudaban a matar y a morir.

Hay en dicha historia páginas de relieve magnífico, observaciones notables. En ellas, como dice Donoso (318) «Vicuña Mackenna demostraba estar bien informado de todos los antecedentes y circunstancias que rodearon el desarrollo del conflicto, con una prolijidad que las más de las veces escapa a la atención de los contemporáneos». En sus estudios tomaba en cuenta las opiniones y los deseos de los combatientes, vale decir de los testigos presenciales. Escribe Donoso: «Desde los primeros días de la campaña se había convertido en el verdadero confidente del ejército, en el intermediario de sus anhelos, en el depositario de sus tribulaciones: jefes, oficiales y soldados acuden a él en busca de consuelo, en grado de queja o en demanda de justicia para sus acciones».

En Septiembre de 1881 apareció la Historia de la Campaña de Taca y Arica (320), obra en la que segura el paso de los soldados vencedores, en combates, acciones, desencantos y esperanzas hasta la toma de Arica, después de la batalla del Campo de la Alianza en que Baquedano y sus tropas derrotaron las divisiones que mandaba en jefe el general Narciso Campero, presidente provisional de Bolivia a la sazón. Las jornadas de Tacna y Arica están descritas con notable colorido y sus consecuencias y antecedentes encuentran en su autor un cronista alerta y minucioso. No escapa el gobierno de Pinto de la crítica que merecía a todo el país la lentitud con que se realizaban las operaciones militares. Y no era culpa de Baquedano, ni acaso de Sotomayor, ministro de la Guerra en campaña. El verdadero freno, que más tarde logró aflojar la mano enérgica de Santa María bajo la sugestión de Vicuña, estaba en la Moneda. Vicuña pensaba no sin razón que apresurar el desenlace de la guerra, en las condiciones bélicas existentes severamente estudiadas-era evitar a chilenos y adversarios la pérdida de vidas preciosas. Era una noble manera de defender las juventudes que el huracán iba segando.

Siguió en el orden cronológico la Historia de la Campaña de Lima (321) en cuyos capítulos, profusamente documentados, estudia la etapa final de la guerra, coronada en las batallas de Chorrillos y Miraflores que abrieran al ejército chileno las puertas de Lima. La figura de Piérola aparece en singular relieve, analizándose la gangrena política y administrativa de aquella dictadura con bisturí no contaminado de odio alguno, porque es menester anotar que el ardiente chilenismo evidenciado por Vicuña Mackenna en la guerra del Pacífico jamás se basó en animosidad contra los países enemigos. En esta obra se encuentran muchos detalles interesantes acerca de la acción personal del senador de Coquimbo. Puede advertirse, desde luego, cómo su política se impuso tras de rudas batallas parlamentarias y periodísticas en que fue secundado por hombres de primer orden; entre los cuales el propio Santa María, que era tal vez el político de mayor valimiento en la Moneda. Vicuña Mackenna ganaba con su voz y su pluma en Santiago las batallas que en el frente consagraban con su sangre los soldados de Chile, pues la verdad era que el avance victorioso e irresistible de éstos sólo se veía entrabado por errores administrativos y políticos cometidos por los gobernantes. Y ello sea dicho sin desconocer el buen espíritu, inclinado a la paz y a las soluciones de armonía, de que en muchas ocasiones dio pruebas el señor Pinto.

Cabe mencionar, también, un breve e interesante opúsculo que sobre Ramón Dardignac (322) publicó por esos meses, honrando una hermosa figura de soldado.

Antes de que corriese mucho tiempo y no consagrada aún la paz, el cantor nacional dio a la estampa una de sus obras más populares: El Album de la Gloria de Chile, colección de biografías y semblanzas de guerreros cuyo primer volumen comenzó a imprimirse en 1883 y cuyo segundo y último vio la luz en 1885 (323), cuando su autor comenzaba a reclinar la cabeza bajo las sombras de la muerte.

En sus páginas, impregnadas de poesía, de heroísmo, de grandeza y de dolor, habita y vibra el alma de ese Chile que en los años de 1879 a 81 impresionó al mundo con las austeras virtudes varoniles de su raza. Ningún escritor americano, en hojas escritas con pasión en el alma y prisa en la pluma, pudo interpretar mejor a un pueblo y a una época.

En el Album viven todos los héroes. Los grandes y los anónimos. Y, entre todos domina el héroe-soldado, el héroe-pueblo, que encuentra en Vicuña Mackenna el más ardiente y justiciero de sus apologistas.

 

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Notas

314

Véase: Chile. Episodios marítimos. Las dos Esmeraldas. (Rafael Jover, editor). Santiago, 1874.
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315

Varios artículos sobre Prat y Uribe, en serie, fueron dedicados a «mis tiernos hijos Benjamín y Arturo».
Don Ricardo Donoso ha insertado en su Vida de Vicuña Mackenna una prolija biblio-grafía de la labor desarrollada por el historiador de Chile en El Nuevo Ferrocarril (págs. 578 a 599), en La Nación de Valparaíso (págs. 600 a 601), en El Veintiuno de Mayo de Iquique (págs. 602 a 604) y en El Mercurio (págs..605 a 648). Puede encontrarse otra muy completa en el libro de Guillermo Feliú: Las obras de Vicuña Mackenna.
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316

Los tres presidentes sin serlo.
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317

«El atributo más grande y más potente del ejército de Chile, eternamente vencedor durante la última guerra-escribe en el Album de la Gloria-ha sido, en conse-cuencia, su colectividad, es decir, el pueblo hecho soldado, el pueblo dócil, entusiasta, abnegado, que nada pide, que todo lo da, y para cuyo rudo pecho y para cuya alma es-toica. no hay sino un programa, una divisa, una ambición única y culminante contenida en esta sola frase: ¡Viva Chile!»
Y este retrato de un héroe modesto, salido de las filas del pueblo y a quien consagra larga biografía: .Hombres de corazón como el humilde ayudante de artillería Argomedo, de ese temple y de esa altura, son los que con su valor y con su sangre han defendido la honra de Chile, glorificando a su patria y haciéndola grande y respetada a los ojos de la América.
«¡Honor a ellos al pie de la bandera sacudida por el viento!
«¡Honor a ellos en la urna del sufragio libre que desafía el castigo y el hambre!
«¡Honor a ellos a la orilla de la fosa que el resplandor de esa doble gloria, la gloria cívica y la gloria de las armas, ilumina con sus inmortales lampos5
(El ciudadano Diego Aurelio Argomedo, héroe del Pacifico, fue ardiente vicuñista en 1875-76 y a ello se refiere la alusión a la turna del sufragio libre»).
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317a

El Album de la Gloria de Chile.
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318

Donoso, obra citada.
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319

Historia de la. Campaña de Tarapacá. Desde la ocupación de Antofagasta hasta la proclamación de la dictadura en el Perú. Santiago, Imprenta y Litografía de Pedro Cadot, 1880. Dos volúmenes.
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320

Historia de la Campaña de Tacna y Arica. 1879-1880. Santiago, Rafael Jover, editor, 1881.
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321

Guerra del Pacífico. Historia de la Campaña de Lima. 1880-81. Santiago, Jover, editor, 1881
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322

Los héroes. Ramón Dardignac. El bravo entre los bravos. Santiago, Imprenta de La Estrella de Chile».
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323

El Album de la Gloria de Chile. Homenaje al Ejército y Armada de Chile en la memoria de sus más ilustres marinos y soldados muertos por la patria en la guerra del Pacífico. 1879-1884. Santiago, Imprenta Cervantes. (Rafael Jover).
Es una hermosa edición, hecha a gran costo y adornada con dibujos, retratos y alegorías debidos al lápiz correcto de Luis F. Rojas.
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