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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LXVI.

«No son las mayores lástimas de la guerra sus ensangrentados campos de batalla, se lee en el Album de la Gloria. Eso pasa. Los muertos descansan, los triunfadores cantan, los vencidos duermen en torno del fogón que los vivaques velan. Pero las angustias, los infortunios, los martirios que se prolongan y cubren de eterno luto los hogares, los huérfanos sin guía, las esposas viudas, las madres sin sostén, los inválidos que se arrastran mutilados, ese es el verdadero y fatal inventario de esa cosa atroz que se llama la guerra».

Doña Victoria fue durante el período bélico la más decidida colaboradora de Vicuña Mackenna. En todo anduvo, secretaria a menudo, mujer de ideas, espíritu inquieto y activo, abierto siempre a las inspiraciones del bien. Sin duda se debe a ella participación muy importante en la fundación de La Protectora, sociedad cuyo objetivo primordial era el de dar asistencia a las mujeres, viudas y huérfanos de los soldados en campaña.

La Protectora prestó utilísimos servicios, pudiéndose decir que en ella se concentraron los esfuerzos de solidaridad social y de ayuda a las víctimas de la guerra. Vicuña no tuvo sólo el auxilio eficaz de su compañera, justo es recordarlo, sino también el de doña Dolores Vicuña de Morandé, mujer excepcional cuyas raras dotes y servicios la hacen digna de ocupar sitio honroso en la historia de aquellos días. Esas dos mujeres, que tan noble y altamente representaban a las de su tierra, fueron junto al «jefe moral de la nación», como se le llamaba entonces, los sostenes de la humanitaria sociedad y lo fueron con tan abnegado espíritu que él mismo se vió en la fuerza de pasar casi en silencio aquella participación que otros se encargarían, más tarde, de poner en evidencia.

En el Album de la Gloria hay una página en que Vicuña Mackenna recuerda las actividades de La Protectora. Pudiera titularse la página del Dolor.

«Pero en el patio de asfalto de La Protectora, donde cada día sentábanse en 1879, entre la matanza de Tarapacá y la matanza de Tacna, trescientas, cuatrocientas, quinientas (hubo días de seiscientas) mujeres exautas, casi desnudas las más, con luto prestado las otras, con niños enfermos de hambre, pendientes al escuálido seno, con mugrientos papeles de empeño en las casas de prendas, pidiendo unas su rescate, otras la herencia del hijo, del padre, otras la sangre o la mortaja del esposo duerto en el hospital o en el desierto, me he maravillado de las mil formas que tiene el dolor humano en el rostro, en la palabra, en el acento, en la mirada de sus víctimas» (324).

Su pluma describe en esa página a una mujer que después de la diaria visita «se volvía lentamente, como la estatua del silencio, vestida con la túnica y el manto negro de la negra desesperación». Y desde el fondo de su alma contristada, dice a los felices, a los satisfechos, a los triunfadores: «¡Ah! ¡Sí pudiérais ver lo que es la guerra dentro de los corazones, os asombrariais de saber cuán horrible cosa es!».

Las actividades de Vicuña en aquel orden no se limitaron a la institución central que él creara, y así procuró darse tiempo para organizar bibliotecas destinadas a los soldados y estableció una oficina privada, en su propia casa, con el exclusivo fin de atender todas las peticiones personales que le llegaban del frente o del interior del país (324a). Y doña Victoria, en estrecho contacto con esa oficina, ejercía un verdadero apostolado. En su carruaje, acompañado de alguno de sus hijos pequeños o de sus asistentas, recorría la ciudad, visitando en los barrios apartados, en los tugurios en que vivían amontonados, a los proletarios que la guerra hacía víctima, y era para ellos madre, amiga, consejera, intermediaria con su marido, para que éste lo fuera con los poderes públicos. Hacía todo lo que humanamente era posible. Y más aún (325). ¿No constituye esa tarea, llenada en profundo silencio, roto hoy acaso por vez primera, uno de los más conmovedores rasgos en la vida de esa ilustre mujer?

Concluída la guerra, o mejor dicho. consumada la victoria definitiva en Chorrillos y Miraflores, la labor de La Protectora y de sus dirigentes prosiguió sin fatiga.

A esa labor hubo de unirse otra menos ardua. Y vino el Album de la Gloria que en verdad no hacía sino dar expresión más reposada a lo que centenares de discursos y páginas incontables habían manifestado ya.

Para Vicuña Mackenna no cabía placer mayor que glorificar a su pueblo. Después de la dirección y la defensa, era grato hacer caer sobre los obreros que regresaban al terruño toda la fuerza pasional de un amor que no conoció límites. Y echó a montones sobre la tez curtida y el espíritu en ebullición de los heroicos rotos el homenaje de una comprensión, de un justiprecio que sólo él en Chile -solo él- supo y pudo realizar.

La vida comenzaba a deslizarse de su cuerpo y la muerte venía con prisa a interrumpir la tarea nacional. ¿Habría alguien capaz de continuarla? Con Vicuña Mackenna, en verdad, desaparecería para los rotos el padre, el amigo, el conductor que sabía señalar rumbos y reñir batalla contra la oligarquía explotadora, contra la codicia de los usufructuantes de siempre (capitalistas, politiqueros y gestores)(326).

Vicuña no paró en sus propósitos mientras tuvo vida, Fue, pues, para él, de particular regocijo el día de la llegada a Santiago de los soldados victoriosos. En compañía de doña Victoria y de los suyos situóse en la entrada de la Alameda, junto a una montaña de flores y coronas de laurel tejidas en su propio hogar, que iba distribuyendo por su mano. Y al pasar junto a esa tribuna de la justicia los jefes saludaban con la espada y los soldados gritaban, batiendo sus manos al viento de una tarde de gloria: «¡Viva Vicuña Mackenna!».

Y por la Alameda, desbordada de gentes que vivían horas de intenso entusiasmo nacional, las voces proletarias repetían enronquecidas: ¡Viva Vicuña Mackenna!

Esas voces de los hombres de 1876 y de 1879 eran en verdad una glorificación.

 

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Notas

324

Vicuña Mackenna se sintió siempre solidario dejos dolores, de las inquietudes y de la miseria de su pueblo. Dice, por ejemplo, haciendo la descripción de un. hogar proletario durante la guerra: «Mientras el soldado moría de sed en el desierto, su joven compañera se moría de hambre en Santiago. En su tiempo visitamos por deber el hogar de la viuda, y ¡oh Dios! todo su ajuar era un grueso paquete de boletas de prendas, que con mano trémula iba la desdichada recorriendo sobre los desnudos ladrillos...» «En cuanto a su hijo, ¡oh! ¿cómo habría sido dable a su hambre conservarlo? Habíalo enviado, recién nacido, al campo, donde la leche de las hembras, huasa o vaca, se da gratis ¿Sabían, por ventura, las jóvenes madres de Santiago que en esta gran ciudad es un lujo de la miseria amamantar sus propios hijos?»
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324a

«Raro hombre ha visto, compadecido ni consolado más dolores que él, escribe Briseño. A don Benjamín, como al valle de lágrimas, iban a destilar todos los llantos de todas las desgracias. Después de la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia, sobre todo, cuanta creatura quedaba desamparada, iba a buscar en él protección, amparo y limosna. El les daba cuanto tenia, y aun lo que sólo tenía para él».
Añade Briseño: .Durante mucho tiempo fué el protector, el abogado, el panegirista, el padre, el proveedor, el hospital y la Providencia de los inválidos de la guerra. A su quinta del Camino de Cintura acudían diariamente en muchedumbre los inválidos, los licenciados, las viudas, los huérfanos, todos los que sufrían y necesitaban. Iban allí en busca de pan, de vestidos, de limosna, de empeños, de expedientes, de solicitudes, de escritos y de empleos. Don Benjamín los atendía a todos con una paciencia inmensa y una bondad sin término».
(Ramón Briseño: Bibliografía chilena por un chileno. Anales de la Universidad de Chile.-Tomo LXX; año 1886, 2.8 sección).
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325

Es justo señalar que doña Dolores Vicuña, por su parte, hacia otro tanto.
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326

El coronel don Enrique Phillips, presidente de los Veteranos de la Guerra del Pacifico, que con noble espíritu ha batallado sin tregua junto a doña Victoria Subercaseaux, pudo ante la tumba de Vicuña Mackenna y de su compañera, recordando la dura faena, evidenciar el criminal olvido de que son culpables todos los gobiernos que se han sucedido en la Moneda desde la guerra, destacando así los esfuerzos verdaderamente extraordinarios realizados por la viuda de Vicuña casi hasta en su lecho de muerte, durante largo periodo (1886-1931), en favor de los proletarios-veteranos.
La oración pronunciada por el coronel Phillips en el Cerro Santa Lucía, durante los funerales de doña Victoria, el 5 de Marzo de 1931, puso en plena luz muchos aspectos que no se conocían bien.
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