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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LXX.

En Santa Rosa de Colmo Vicuña Mackenna pasó largas temporadas durante los años postreros. El campo, pleno de rica savia primitiva, debía acoger los períodos de comienzo y acabo en esa vida que no conoció treguas. Tabolango y el Melón fueron el escenario de los días de adolescencia y la hermosa estancia de su mujer, entre la cordillera y el mar, le brindó sus paisajes de paz, como un pórtico al gran reposo.

Colmo había pertenecido en otro tiempo a la Compañía de Jesús. Afines del siglo XVI fué donada al célebre piloto Juan Fernández, ya octogenario, por el presidente de Chile don Alonso de Sotomayor. En poder de doña Victoria, que la hubo por herencia de su padre, estuvo arrendada largo tiempo, hasta que decidido Vicuña a pasar allí parte del año, nombró administrador en 1884 a don Ismael Moyano (379). Después de una primera visita decidió formar un ambiente grato en esas tierras plenas de paz. Acomodó las casas, rehizo el parque, plantó árboles y de- todo hizo un jardín que hoy, en completo abandono, recuerda aún la mano creadora. Cuando en peregrinación fuimos alguna vez a evocar las grandes sombras que allí habitaran, todo decía de huellas amadas, más perdurables que esta carne nuestra, tan atormentada en su efímero paso. Lo inmóvil hablaba al alma. Había piedras con inscripciones familiares, trozos de mármol cubiertos dé pátina y a lo lejos la maravillosa visión del río, corriendo entre vergeles.

En el parque advertíanse los peumos, los quillayes, los boldos, las pataguas, los lilenes, los molles, los espinos. Un sentido íntimo de chilenidad, todo el agreste sabor de la tierruca estaba ahí cuando Vicuña vivía.

Desde Junio de 1883 se comenzó a reparar y transformar Colmo. «Excusado será -escribe Moyano (379)- que apuntemos aquí los infinitos y variados proyectos elaborados por la asombrosa imaginación del propietario de Colmo. Bástenos decir que en cada viaje nos dejaba tal abundancia de trabajos distribuídos que costábanos grandes esfuerzos tenerlos terminados para su señalado regreso». «Las casas sé refaccionaban a gran prisa, se acomodaban los cierros, se construían cómodas y modestas habitaciones para empleados, sirvientes, etc.».

Cuando todo estuvo pronto la familia se trasladó. Las viejas casas parecían remozadas. En uno de los: salones -salones de campo, con sabor a simplicidad patriarcal- instaló la biblioteca, primer punto de todo programa, seleccionando el material que le fuera útil - para sus trabajos. En el centro de la estancia había una gran mesa de mármol blanco y varios libreros de caoba la rodeaban. Al extremo del primer patio se encontraba una sala pequeña, con modestia y simplicidad de celda, en que el historiador solía laborar. Seguía su dormitorio y los de sus hijos, y más allá, en otro cuerpo, las habitaciones destinadas a los huéspedes que nunca habían de faltarle. Un jardín chileno, una fuente cantarina; al fondo el parque con el rumor de los árboles nativos y enmarcándolo todo un panorama de río y de montaña.

Cerca, alzaba sus dos pisos de madera El Castillo de Colmo y en sus salas funcionaba una escuela primaria, cuyos alumnos recibían a menudo la visita del «maestro». La infancia era el oriente de las simpatías de Vicuña Mackenna, pues contenía la esperanza de días mejores para Chile. La de esa época creció y pasó, sin dejar la huella que los días ahondan. ¿Dirán otro tanto de nosotros y de nuestro tiempo los hombres que habrán de sucedernos? Las generaciones vibran ante el temblor de las juventudes que se atropellan en el horizonte límite, la ola pasa, el. temblor continúa y en sus ondas rueda la eterna esperanza.

Los Vicuña Subercaseaux, compartiendo el tiempo entre la Quinta de Santiago, Viña (380) y Colmo, pasaban en ésta largas temporadas que abarcaban por lo general de Noviembre a Mayo. Y se hacía vida de campo y de trabajo. En pie casi de madrugada a las cuatro en verano, a las siete en invierno Vicuña iba a pasear por el parque, entreteniéndose en ver cómo el agua se deslizaba en hilos por entre los árboles, reflejando con brillar mañanero las sombras y la luz. Venía la hora de la pluma y luego las lecturas y la charla. Algunas noches de fiesta, cuando había amigos hospedados, doña Victoria improvisaba conciertos de piano y sus dedos atraían un mundo evocador sobre las teclas. Por las abiertas ventanas se adentraba el jardín en ondas plenas de efluvios y en veces la luna extendía sobre los seres y las cosas su blanco velo impalpable. En la vida de Vicuña era siempre primavera.

«Por la tarde, -dice Moyano (379), describiendo la jornada habitual- montaba su Intendente -caballo dorado con manchas blancas- y en unión de su inseparable Benjamín 2.° que subía, ya el Cáceres -caballo traído del Perú y que perteneció al general del mismo nombre- ya El Farol -robusto animal que condujo al señor Vicuña Mackenna en su larga excursión por la provincia de Santiago, siendo intendente de ella- emprendían la marcha visitando las principales faenas de la hacienda. Estos paseos tan agradables para el padre y el hijo, hacíanlos ordinariamente después de las 3 de la tarde. Y cuando ocurría que nuevos paseantes aparecían por Colmo, la caravana formábase alegre y festiva, mediante el buen humor de los recién llegados». En las noches, a pesar de tales ejercicios «que eran de rigurosa obligación, hasta las 12 y en ocasiones «más allá de la 1 de la madrugada, ocupábase de la correspondencia privada que recibía en gran abundancia diariamente. «A este respecto, agrega el memorialista citado, es público y notorio que el señor Vicuña jamás dejó una carta sin contestar».

El traje -¿por qué olvidar estos detalles que muestran un aspecto del tono íntimo de cada época y acusan rasgos que pueden ser de interés en el estudio de algunas vidas?- era cuidado y sencillo. En invierno «se componía de grueso poncho, sombrero de paño fino y botas granaderas». «En el verano manta blanca, sombrero de Guayaquil y traje ligero de paño obscuro» (379).

Vicuña Mackenna, gran proyectista, no perdía el don realizador y juzgaba -caso inverosímil en un pueblo sin imaginación- que hay menor distancia de la idea a la realización cuando se pone en cada acto voluntad de triunfar. Es la fuerza de los creadores, es el signo de toda superioridad. Mas los hombres vegetan pegados al suelo, arañando en la vida dura sin prisa ni deseo de superar, y contra su indiferencia se estrellan los sueños y en la masa blanda y fofa de su inercia se ahogan las posibilidades. ¿Añoranza del látigo, necesidad de la voluntad que no consulta; Vicuña piensa y traduce en hechos y en actos su pesar. El mar está próximo, el porvenir avanza hacia el mar. ¿No sería conveniente fundar una población que comenzase en caleta de pescadores para terminar en gran playa? Y surge el Puerto Victoria. El impulsó inicial crece, el telégrafo y la pluma vibran, la idea se abre paso. Cierto día, acompañado de alegre comitiva en la que forma su hijo Benjamín, inaugura el canal Ricardo Serrano, obra previa. Unos años más y hubiera surgido junto al Pacífico un nuevo Santa Lucía.

Al galope iba la vida y en el libro Al galope habita aún el proyecto. Era el sueño de un hermoso libro.

Ese y otros centenares de proyectos, que a menudo se convertían en páginas de libros y columnas de periódicos, brotaban en los días de excursión, a las que era Vicuña muy aficionado, pues, no había semana en que no hiciese alguna salida, llevando por escudero a Benjamín, niño de ocho o nueve años entonces. De las cabalgatas solía formar, parte su primo Januario Ovalle y alguna vez se contó el insigne don José Toribio Medina, sin duda el más ilustre de todos sus discípulos.

Excursiones de otoño en primavera, excursiones de primavera en el otoño fugaz de la vida. ¿Cuántas paginas encantadoras, frescas de gracia y de riente humor no se encuentran en la última de sus obras? Es un canto de cisne en que alienta el signo matinal de su vida toda (381).

A lomo del Intendente van rodando los caminos, las aldeas, los cerros que ponen nota ondeante en el paisaje. Un día es la quebrada del cacique Malcara, con sus leyendas; otro es Catapilco; un tercero, San Isidro. El valle de Quillota llena muchas horas, y las comarcas de Aliamapa y Ullo no parecen menos atractivas.

En San Isidro los hermanos Paulsen le llevan ante una jaula poblada de loros y le hacen ver como estos, con un desconcierto de ahullidos extrahumanos, se defienden de un toro que es conducido hasta allí expresamente. El animal huye empavorecido. Vicuña Mackenna, sonriendo, dice a su guía: «¿No se. defiende el chingue de los perros y aún del hombre con el olor?» Y agrega esta frase, en que se advierte el don de adivinar, la visión exclusiva de los genios: «¿Y por qué no hallarían entonces los inventores modernos una sustancia que obrando por las narices pusiera fuera de combate un regimiento aún antes de entrar en línea de batalla?» Los gases afixiantes y toda la moderna ciencia de ofensiva química que comenzó en vísperas de 1914, están anunciados, en esas palabras, con antelación de muchos lustros. Sólo que Vicuña, pacifista, pensaba principalmente en sustancias que no tuvieren resultado mortal, adelantándose a los recursos de consecuencia inofensiva pero eficaz que la ciencia pondrá un día al servicio del hombre (382).

En otra excursión memorable explora con Medina la fortaleza: incarial que corona el cerro de Mauco. Y cierta vez, el pincel de Lemoine retiene su efigie junto a la Laguna Negra -tazón de plata custodiado por montes altísimos- en Colmo.

Y llega un día a las tierras paternas, en demanda de los paisajes y de los recuerdos de su infancia. «¡Ah! -exclama(381)- ¡cuántos recuerdos, dulces los unos, melancólicos los otros, tiernos algunos hasta las lágrimas, agolpábanse a mi corazón y a mi memoria, al atravesar delante de aquellos muros blanqueados como los sepulcros antiguos, y cuyo silencio profundo les asemejarían a un cementerio en medio dé los campos! Ya la robusta, rechinadora rueda del paterno ingenio no se mueve, y probablemente no volverá a girar sobre su inmóvil eje; el agua, desdeñada por el canal derruido, escápase por la ladera, remedando en su murmullo algo que parecería fúnebre plegaria, mientras los buhos de la noche se placen en formar sus nidos, no turbados por el ruido del trabajo, en los viejos aleros».

De toda tristeza procuran aliviarlo los suyos. La compañera siempre animosa y decidora, con humor de buena cepa de Francia, y los hijos que ponen nota de dulzura en cada jornada. Todos están juntos y la existencia aún parece bella. ¿No la realzan dulces y sedantes impresiones de amor? La noche viene pero ha de caer sobre la serenidad de un paisaje incomparable.

El roble se inclina a tierra. El titán siente ya el temblor que presagia el supremo vencimiento. Mas no se inquieta, pues sabe que la vejez no ha de golpear a las puertas (le su espíritu. Los hombres del temple de Vicuña Mackenna son fulminados por el esfuerzo y como el Moisés de Alfredo de Vigni sólo experimentan la tremenda necesidad de reposar. Su físico decae, sorda enfermedad lo mina implacable, pero el ánimo continúa, alerta y los ojos brillan con fuego juvenil. Ha nevado en sus cabellos y el albo bigote es un paréntesis romántico sobre la fuerte boca; la mano sigue firme y en el corazón hay todavía un palpitar inmenso.

Es todo bondad. Los trabajadores de su tierra se estrechan a él y le gritan su afecto humilde, que reconforta como medicina alguna podría hacerlo (382). Ningún signo intelectual acusa descenso. La plenitud habita en su espíritu.

Así lo ven amigos y admiradores cuando llegan a Colmo en las tardes de los sábados estivales o en las mañanas domingueras, mientras la antigua campana de los jesuitas repica en honor de cada huésped. Vicuña los aguarda en mitad del jardín y si alguno llega por primera vez, le muestra en algún rincón de la biblioteca dos planchas de bronce que llevan su nombre. La historia es muy chilena. Fueron mandadas hacer a Estados Unidos para colocarlas en máquinas de ferrocarril, de nuevo tipo cuando se creyó que subiría a la presidencia de la República en cumplimiento de la voluntad nacional (383).

Y los últimos meses corren. La vida parece normal, los honores y los homenajes llegan en tropel, pues la obra enorme lo ha puesto ya en el más alto sitial de Chile. Es la plenitud, la conciencia de la plenitud. Mas la hora se acerca. El rostro de Vicuña Mackenna parece velado de tristeza.

Manos invisibles le ofrecen la estribera y voces que ha tiempo no resuenan en su oído comienzan a hacerse perceptibles: ¿Tan pronto? Los anaqueles están llenos de manuscritos y documentos que aguardan su oportunidad, en el cerebro se atropellan los proyectos y sobre la mesa de mármol de la biblioteca están las pruebas del prólogo escrito para la tercera edición del Ostracismo de los Carrera. ¿Tan pronto?

El tiempo galopa, galopa. Una tarde, paseando por el jardín de Colmo con su amigo René Moreno; le dice estas palabras melancólicas (384) «¡Quién piensa ya en letras, ni en política, ni en nada! Todo acabó. Sin duda ninguna la vida es algo contenido en un tiesto; y el tiesto se ha rajado de las asas al asiento, y la vida no se evapora por los bordes superiores que daban paso a su vuelo, sino que se escapa como un gas sutil por la menguada y vilísima rajadura. Este grandioso aparato del universo se apañuzca como un terrón encima de mí. ¡Qué ideas, amigo mío! Esta amplia bóveda de luz y colores se tiñe de negro, y desciende como un cendal para envolver a esta criatura miserable. Es en vano ya disimulármelo. La verdad es qué mi naturaleza está minada, desquiciada y que se desploma: y sintiendo estoy el crugir de mi existencia próxima a desmoronarse y hundirse en la eternidad».

 

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Notas

379

Véase: Ismael Moyano V.-Historia de Santa. Rosa de Colmo. Ultima morada del ilustre escritor B. Vicuña Mackenna. Santiago, 1887.
En este interesante y muy documentado libro del señor Moyano, administrador de Colmo en tiempos de Vicuña, pueden encontrarse detalles curiosos acerca de la vida íntima del prócer. Entre los documentos figuran diversas escrituras y títulos de aquella hacienda y una detallada crónica de los acontecimientos ocurridos durante los años 1884 a 1886.
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380

Vicuña poseía en Viña del Mar un modesto chalet.
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381

Véase: Al Galope. Santiago, 1885.
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382

En las fiestas campesinas, a que solía asistir, los huasos le cantaban estas conocidas versainas, muy populares durante su campaña presidencial y en el período de la guerra del Pacífico:

«En el fondo de la mar suspiraba una ballena y en el suspiro decía ¡Viva Vicuña Mackenna!

«Saben querer a su jefe
el roto y la rota chilena
y por eso es que le gritan
¡Viva Vicuña Mackenna!».
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383

Fueron susbtituídas por otras con el nombre del señor Pinto. Un admirador, que las encontrara arrinconadas en alguna repartición pública, se las envió durante la guerra.
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384

Gabriel René-Moreno en uno de los ensayos que consagra a Vicuña Mackenna -en el libro Bolivia y Argentina-apunta: «Uno (un mes) solamente harta que en el seno de la intimidad decía al que esto escribe estas palabras, que, sin duda ninguna, son las de un gran moribundos. Y transcribe las que se relacionan con esta nota.
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