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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LXXI.

La ímproba labor, la continua vigilia y los sufrimientos morales, infaltables en vida tan trabajada como la suya (385), fueron minándolo.

Y el mal comenzó a avanzar velozmente.

Desde fines de 1885 lo acompañaba en Colmo, en calidad de médico de cabecera, el doctor Eduardo Lira Errázuriz, a cuyos ojos el panorama clínico no podía menos de aparecer serió. Fatiga, sueño, la tristeza de saber que todo se derrumba en infinito abismo y que la primavera tiene también su término.

A mediados de Enero Vicuña se trasladó con doña Victoria a Viña del Mar, para asistir a un banquete de fraternidad y paz ofrecido por el ministro de Bolivia don Aniceto Arce. En esa fiesta pronunció «el más noble de todos» los brindis, el último que había de oírsele al «más elocuente de los tribunos (386). Al otro día fue a visitar al doctor Cannon (387). Este lo examinó prolijamente y deteniéndose en el corazón, le dijo:

-«Tiene usted un ruido de galope».

-«Ah, contestó Vicuña, es porque he estado escribiendo

¡Al galope!»

«Le demostré -cuenta Cannon (387)- lo grave de su estado y arreglamos una junta para el día siguiente con los doctores Fonck y Schröder. Cuando se reunió la junta, nos dijo:«¿Me va a sentenciar el jurado?».

Y el jurado dictó sentencia: degeneración de los riñones y ateroma o degeneración grasosa del corazón y arterias. Examen: gran cantidad de azúcar. Albuminuria...

Se pensó en un viaje a Valdivia, pero luego Cannon hubo de aconsejar el regreso a Colmo. Y allí volvió el «gran moribundo».

La decoración había cambiado. Por los jardines que su mano plantara, por los árboles criollos que aromaban el parque, por el paisaje que prestigian el río y las montañas, el mar próximo y el cielo dé azul hondo, pasaba una sombra oscura, la sombra, según él. digera un día, del dolor «que se envuelve en el negro manto de la negra desesperación».

Los pies en el estribo.

Antes de partir de Viña, había dicho a doña Magdalena Vicuña: «Necesito recomendarte especialmente a mi Victoria, porque creo que ya no viviré mucho tiempo» (388).

Y una alegre mañana de domingo, sacando su reloj lo entregó a Blanca. «Guárdalo, hijita, le dijo, como un recuerdo del tiempo de tu padre.

Y otro día, el 24 de Enero -cuentan las crónicas periodísticas que recogen los datos pueriles, los íntimos detalles en el final de los grandes hombres- tuvo el antojo «de tomar leche en un cantarito de barro», como cuando era niño, en los días de la infancia.

El lunes 25, fecha postrera de su calendario, último montón de arena en el reloj, despertóse alegre, sereno. Por primera vez, en las últimas semanas, había dormido bien. Y dijo a doña Victoria: «¡Qué sueño tan dulce he tenido anoche! ¡Ha sido para mí un sueño reparador!».

Después de almuerzo hubo grata charla de sobremesa, en el salón íntimo. El pasado volvía. Viejos cuentos, anécdotas de los hermanos idos, del padre lejano, nostalgias de los tiempos en que todo es primavera, de las visiones de la niñez en que ríen hasta los colores de los cuadros familiares y el paisaje habla, y en el corazón hay un pájaro que canta y una fuente -ebria de luz.

Luego el Dr. Lira salió de paseo, a caballo, con otro invitado, el señor Juan Francisco Sánchez. Y Vicuña continuó con su mujer y Blanca; pues los hijos menores habían partido ya a Santiago, donde ellos debían juntárseles en breve.

Quedaron solos. Doña Victoria contemplaba el paisaje, Blanca miraba a su padre. Y Vicuña Mackenna, un poco pálido quizá, ojeaba manuscritos. ¿No era ese su sino? Con ellos en la mano; con la pluma empuñada, con Chile y América clavados en sus entrañas y en su cerebro como una inmensa obsesionante pasión había de rendirse, sin doblar el penacho romántico que ninguna derrota abatió.

La bandera quemada de soles y el alba de oro eran suyas. ¡Hasta el fin, hasta más allá del fin!

Vicuña Mackenna agitó la cabeza, agitó los manuscritos y su cuerpo se deslizó sobre una piel negra y la cabeza sobre el regazo de la compañera angustiada.

Y vino, cuando era ya de noche (389), librada la última batalla, la hora del gran silencio.

 

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Notas

385

(385) El día 25 de Enero de 1886, que fué el de su muerte, Mitre le escribió desde Buenos Aires una carta que no alcanzaría a leer.
Por el interés que tiene esa pieza, hasta hoy inédita, vamos a copiar algunos fragmentos.
«Buenos Aires, Enero 25 de 1886.
«Mi muy querido amigo.
«Por el Sor Calvo y Capdevila recibí su último retrato, y por él supe la misteriosa dolencia que le aquejaba, de la cual me habla Ud. en su estimable de 30 de Octubre que llegó a mis manos con algún retardo.
«Esa enfermedad no tiene nada de misteriosa para mí: es simplemente la vida que Ud. ha gastado, incorporándola a su labor como la madre que de su propia sustancia alimenta a sus hijos, aún cuando agote sus fuerzas vitales en la tarea.
«Sus obras viven sanas y robustas, y vivirán, porque son productos vitales cuyos elementos ha encontrado en sí mismo, gastando en su elaboración el aceite de la lámpara de la vida, que ilumina a los demás cuando la sombra viene a proyectarse en torno suyo, porque Ud. pertenece a esos escritores originales de raza, que sólo trabajan en el campo de lo desconocido, dando un contingente propio, pensando, al tomar la pluma, que el que escribe un libro y no incorpora en él algo suyo, no da absolutamente nadaa.
«Comprendo que la peor receta que podía inventarse para Ud. era prescribirle el más absoluto reposo intelectual y que para conveniencia no la haya observado, produciendo por el contrario su obra de mayor aliento y de más sentido moral, como lo es su Album de Gloria, que es una doble gloria del autor y de su patria, escrito con el doble buril del arte y de la historia.
«Mis afectuosos recuerdos a su amable Victoria, a Blanca y a mi ahijada, así como a mi antiguo joven ayudante.
«Quedo esperando su nuevo libro Al galope, con el cual tal vez llegaré a poseer cerca de cien volúmenes suyos. Así le decía a Montt, mostrándoselos alineados en mi biblioteca, que era Ud. el Hércules de la literatura chilena,
«Siempre lo recuerda con profundo cariño y le da un estrecho abrazo su más affmo. amigo -Bartolomé Mitre. F
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386

«La Unión», Enero de 1886.
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387

Informe oficial sobre la enfermedad de Vicuña Mackenna, redactado por el Dr. Cannon. (Véase Corona Fúnebre y prensa de la época).
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388

El presentimiento de la muerte próxima era aguda certeza. Ya hemos visto la frase transcrita por René-Moreno (Vicuña-Mackenna, en Bolivia y Argentina). Un día, en Colmo, de regreso de algún paseo en coche que hiciera acompañado por doña Victoria y sus hijas María, Eugenia y Gabriela, el administrador le aconsejó ciertos arreglos. «Vale más, mi amigo,-respondió Vicuña-no iniciar trabajos que no se han de concluir».
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389

Falleció a las nueve de la noche del lunes 25 de Enero de 1886. El ataque cerebral, accidente de la enfermedad que le aquejaba, tuvo lugar poco antes de las cuatro de la tarde.
Cuenta «La Unión» que sus últimas palabras habrían sido: .Mucho dolor, mucho dolor..
En la Corona Fúnebre se encuentran informaciones detalladas sobre la muerte de Vicuña Mackenna.
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