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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LXXIV.

Añadamos algunas palabras y noticias sobre doña Victoria Subercaseaux.

En la última etapa de la vida de Vicuña Mackenna, su mujer fué, más que nunca, la compañera de labores, de sueños e inquietudes, la confidenta, la amiga insuperada, la enfermera que sabe poner gotas de dulzumbre en el acíbar de cada desencanto. Recordemos los días de Santa Rosa de Colmo, y como se desenvolvía para él la vida diaria, con porción dedicada al trabajo intelectual, a hurtadillas y a base de continuas estratagemas que burlasen la vigilancia familiar y las prescripciones médicas.

Doña Victoria, junto a su marido enfermo ya, era animadora y sostén, fuente fresca en donde labios cansados abrevaban las postreras alegrías del camino.

Los amigos y los fieles de aquellos años han evocado su silueta.

Alta, esbelta, plena de supremo encanto espiritual y de elegancia física, sus ojos esplendían de gracia, interiormente iluminados por aquel sprit latino que en sus labios cobrara aspectos geniales. Coronada por cabellos en que la plata venía a deslustrar brillos de la juventud, esos ojos guardaban el secreto de una fuerza particular de expresión. Animados, acogedores, chispeantes, sabían de las ternezas que restañan sangre en las heridas y de las severidades que corrigen y dignifican, de la alegría que premia y de la indignación que fustiga como un latigazo. Hablaban a tiempo el lenguaje de las diplomacias, el de las grandes paradas proletarias y el de las íntimas ternuras. En ella había benevolencias de esposa y de madre y ardores intelectuales de mujer para quien las luchas de ideas nunca fueron extrañas. Y sus dedos largos, finos, que sabían arrancar al teclado aires de los años moceriles, con Haydin y Mozart y Straus, subrayaban el lenguaje de sus ojos, la elocuencia de sus ojos, el irresistible mensaje de sus ojos. Era, si vale la expresión, una reina que ha descendido por siempre de sus tronos anacrónicos para ir a ocupar, entre los humildes y los desheredados, el papel que corresponde a las compañeras de los conductores, a todas las grandes mujeres que sintieron y comprendieron la importancia social de su misión.

La compañera de Vicuña Mackenna era de aquellas mujeres que imponen y conducen. Tenía condiciones especiales de luchadora, tamizadas por la educación severa de su casa y por las costumbres de su época. Había nacido para mandar. No la escucharon, no la supieron escuchar como era menester hacerlo, pero dijo su mensaje y realizó integralmente su vida. Tenía el temple de las grandes y fuertes mujeres de la antigüedad, y fué, en la historia de la República burguesa de Chile, una de las pocas figuras femeninas que tienen derecho y sitio de permanencia. Había nacido en cuna principesca pero como todos los altos espíritus tenía tendencias y direcciones éticas de carácter socialista.

Muerto su marido, a lo largo de cuarenta y cinco años realizó ella su rol histórico. Vivió consagrada al culto de una gran memoria y a la defensa de derechos e intereses proletarios. Su labor, silenciosa pero profundamente eficaz, era vasta. Procuraba seguir los caminos de Vicuña, mantener alertas los espíritus de sus compatriotas en el sentido eminentemente americanista que alentara a su marido. Defendía pluma en mano y a voz entera, a gritos cuando era menester, los intereses morales y económicos de los obreros, de los campesinos, de los soldados en armas que hicieron la campaña del Pacífico, luchando contra el imperialismo militar de dos naciones, a cuyos pueblos siempre consagrara Vicuña Mackenna fervorosa simpatía. Los Veteranos del 79 comprendieron todo eso, penetraron su actitud con intuición maravillosa, la rodearon toda su vida y la siguieron aún en campañas eleccionarias, pues cuando ella lo creía indispensable descendía a las arenas políticas en resguardo, de los que conceptuaba legítimos intereses de la colectividad. Recuerdo, por ejemplo, cierta elección presidencial en que considerándolos amagados por un candidato, fue a golpear personalmente las puertas de diversas instituciones societarias, y leyó proclamas y convenció a quienes era preciso, porque para llegar al corazón de las masas de corazón y de sinceridad es menester.

Enlutada, hermosa aún, envuelta en manto de austera y sencilla grandeza, cruzó su viudedad. Fue su hogar centro de política avanzada, en donde germinaron principios y actos de democracia. Fue sede de intenso intelectualismo y por sus salones del palacio de la Avenida Vicuña Mackenna, del que un día la despojaran, como por su residencia modesta y patriarcal de la calle de Villavicencio, más tarde, pasaron las más puras personalidades de Chile. Diversos movimientos en favor del obrerismo y todos los que se relacionaban con la suerte de los soldados de las guerras externas nacieron en su casa. Allí los que se consideraban enemigos apaciguaban diferencias al abrigo de su paz y las manos se estrechaban en designios generosos que después la realidad burguesa solía, a menudo, esterilizar.

Yo no puedo mirar a través de mi infancia ni ascender en el camino de los recuerdos sin encontrarla a ella caracterizada en una alta idea o en un bello gesto. A una tradición democrática está perpetuamente unida. Año a año, el día 25 de Enero, aniversario de la muerte de Vicuña Mackenna, los Veteranos del Pacífico, sus mujeres y sus descendientes, iban en romería a la tumba del prócer y pasaban, en seguida, a saludarla. En la vieja casa de Villavicencio, a la sombra de árboles plantados por su mano o en los salones que ilustres memorias prestigiaban, doña Victoria, rodeada de sus hijos y de sus nietos, recibía a los héroes proletarios y estrechaba contra el suyo el corazón de su pueblo. En muchas mañanas de mi vida, que permanecerán entre las más hermosas, la acompañé en recepciones verdaderamente augustas, en que la majestad de los obreros se evidenciaba, y subrayo el término porque pone de relieve toda la nobleza y generosidad que palpita en los trabajadores no contaminados de retardatarios fanatismos. Llegaban en corporación, trayéndole flores, y ella apretaba una a una las manos encallecidas y su sonrisa era estimula para las almas cansadas de esperar.

Cierro los ojos y la evoco en momentos de emoción indecible. Siento su voz amada pronunciando palabras de paz y de aliento, palabras plenas de esperanza, palabras que ninguna otra mujer de Chile había pronunciado nunca.

Los años corrieron y en la jornada caían los hombres sin que los animase ya la ilusión de la pública justicia que nunca llegó para ella ni para ellos. No importaba. Un alto ideal había alentado, como una fuerza en marcha incontenible, tras de sus esperanzas incumplidas, un ideal que el socialismo habrá de llevar a realización.

Las filas iban raleando, más nuevos obreros reemplazaban a los caídos y seguían los hijos el camino de los padres en la bella tradición democrática. Se aproximaba la celebración del primer centenario del nacimiento de Vicuña Mackenna y el 25 de Enero de 1931, cumpliendo su acostumbrado programa, los Veteranos y obreros llegaron hasta su casa. Agotados los más por el tiempo y las privaciones, luciendo todos las medallas que evocaban los días de triunfo nunca compensados por quienes debieron y pudieron-con las manos en las raídas viseras de sus kepices o en los sombreros harapientos, iban desfilando ante su lecho de moribunda. Era el desfile del amor, de la miseria y de la gloria. Una banda militar tocaba aires marciales de otro tiempo. Y la viuda de Vicuña Mackenna, apoyándose en las almohadas, movía sus manos y sonreía en suprema despedida (398).

¿Cabía satisfacción mayor, para tan gran mujer, que ese homenaje final de los gloriosos, de los desheredados y hambrientos de justicia y de pan, caídas ya sobre su noble cabeza las sombras eternas?

 

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Nota

398

Doña Victoria murió en la mañana del 4 de Marzo de 1931, víctima de un cáncer que durara cerca de tres años. Su fallecimiento dió ocasión a enorme homenaje público al que se asoció todo el país. La prensa le tributó los honores debidos a su vida y a su compañero.
El 5 de Marzo fueron llevados los restos al Cerro Santa Lucía, en imponente cortejo,
siendo escoltado el carro fúnebre por los veteranos y obreros inválidos del Pacífico. En la terraza Caupolicán tuvo lugar la ceremonia funeraria, hablando en ella el brillante escritor don Angel Custodio Espejo en representación de intelectuales y de antiguos vicuñistas, y el coronel don Enrique Phillips en nombre de los veteranos. La oración del señor Phillips destacó en emocionado relieve la figura de la viuda del transformador de Santiago.
Dijo don Angel Custodio Espejo, en una parte de su discurso: «Era una de las más grandes figuras femeninas que ha producido Chile y de seguro jamás la sociedad chilena volverá a tener un producto de tan rara y exquisita selección. Los moldes en que puede forjarse una mujer semejante ya se han roto para siempre entre nosotros».
Doña Victoria fué enterrada en la Ermita, junto a las cenizas de Vicuña Mackenna y de su hijo Benjamín.
Más tarde el coronel Phillips -que tan noblemente secundara a la viuda de Vicuña en sus trabajos en pro de los veteranos y cuyo espíritu público ha visto coronado muchos de sus esfuerzos por el mejor éxito-preparó un volumen, inédito hasta hoy, destinado a exteriorizar el homenaje de aquellos a la memoria de Vicuña Mackenna y de su compañera, con ocasión del Centenario. En él han colaborado escritores, políticos y personalidades destacadas. De sus páginas vamos a extractar algunas líneas firmadas por don Armando Quezada Acharán (carta a don Enrique Phillips; Viña del Mar, 27 de Mayo de 1931):
«Chile -y es esta una de las más claras pruebas de la bondad de su raza-ha tenido en su historia muchas mujeres ilustres, que han dado ejemplo de patriotismo, de grandeza de alma, de fortaleza de carácter. La señora Victoria ocupa, entre esas mujeres, uno de los primeros lugares por la nobleza constante de su carácter, por la distinción soberana de su espíritu. El culto que consagró, durante los largos años de su viudez, al recuerdo de su esposo, el afán con que se consagró a continuar, en cuanto le fué posible, la obra vastísima de éste o a hacerla conocida, constituyen una conmovedora demostración de lo que es y lo que vale una mujer superior».
El libro de los Veteranos-Homenaje del Centro de Veteranos del 79 y de las Viudas y Huérfanos de la Guerra del Pacífico en el Centenario de Vicuña Mackenna e Inmemorian de doña Victoria Subercaseaux de Vicuña Mackenna-está encabezado por una ofrenda en la que se contienen estas hermosas palabras: «En nuestro querido Chile tienen sitio preferente, en el recuerdo de sus conciudadanos, un centenar de hombres y mujeres privilegiados cuyos nombres geniosos los guarda con orgullo y veneración la nación entera; pero los nombres del señor don Benjamin Vicuña Mackenna y de la incomparable compañera de su vida, doña Victoria Subercaseaux de Vicuña Mackenna, se recordarán mientras aliente el Alma Nacional».
Durante las fiestas del Centenario de Vicuña Mackenna-por acuerdo de la Municipalidad de Santiago-se puso el nombre de Avenida Victoria Subercaseaux a la calle del Cerro. La ceremonia oficial del cambio de placas tuvo lugar el 25 de Agosto de 1931.
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