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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Vicuña Mackenna juzgado en el siglo XIX.

Hace algunos años el joven monarca don Alfonso XII se dirigió a un escritor americano, rogándole le remitiera sus obras ala rústica, pues debían ser encuadernadas del mismo modo que todos los libros de su real biblioteca.

El escritor americano que recibió tal muestra de admiración del rey de España se llamaba Benjamín Vicuña Mackenna, ese famoso que hoy es llorado por todo Chile, por toda América.

¿Qué fué Vicuña Mackenna? Enmiendo: ¿qué no fué Vicuña Mackenna?

Fué gran político, gran historiador, tribuno, viajero, poeta en prosa, crítico, literato, diarista incomparable, monstruo de la naturaleza.

Escribía en francés como un parisiense y peroraba en inglés como un norteamericano.

Tan sabiamente analizaba los detritus y las plantas como los poemas y las oberturas. Su cabeza era una enciclopedia.

Viajó mucho; por donde pasaba recogía datos, adquiría conocimientos nuevos y acaparaba materiales para sus libros. Como dice el poeta Cañas, estos libros no caben en un catálogo.

Escritor, más fecundo, difícil es encontrarlo.

Escribió más que el Tostado. Tómese la frase al pie de la letra.

Fué, sin exageración, el carácter más admirable y la inteligencia más clara de toda la América latina.

Escribía un libro en menos tiempo que el que se puede emplear en leerlo. ¿No es esto milagro?

Su famoso libro sobre la guerra francoprusiana es una maravilla... El Libro de la plata es una recopilación de notas y de variados conocimientos de minería que dudamos haya habido quien pudiera publicar publicación de igual mérito.

¡Oh, cerebro prodigioso donde las ideas no hacían distinción de conocimientos para prodigarse siempre fecundas, siempre amenas y regeneradoras!

Así narraba con exquisito gusto y sabroso estilo sus viajes y aventuras el grande hombre, como trataba arduos problemas sociales de alta trascendencia política.

Los diarios ingleses se disputaban sus artículos sobre economía, las revistas de todos lugares sus profundos estudios científicos y literarios, y los periódicos de Chile (de los cuales redactó tres a un mismo tiempo en más de una ocasión, publicando además un libro semanal), los periódicos de Chile, díganlo El Mercurio y El Ferrocarril, y la multitud de diarios que se imprimen en la noble patria de O'Higgins y de Bilbao.

En 1855, estando en Milán el personaje que nos ocupa, el rico librero Banca le presentó a César Cantú, quien más tarde fué su admirador apasionado.

Su fama se acrecentaba cada día más. Las academias de todos lugares le honraban con diplomas y homenajes, y su nombre es el más conocido de todos los americanos.

¡Y ha muerto Vicuña Mackenna! ¡Y todo Chile siente la desaparición de tan grande hombre! Sabio, derramó a torrentes sus principios, y la generación que se levanta aprendió de sus labios preceptos y enseñanzas.

Patriota, sirvió a la noble nación en donde tuviera cuna como el mejor de sus hijos.

Escritor, deja para deleite y utilidad tanto y tanto libro como produjo. Justo es, pues, que su patria llore su muerte; que la América toda lamente su partida; que no es Chile. no es la América la que ha perdido aquel fecundo cerebro: es la juventud, es el progreso, es la humanidad trabajadora que va para adelante!. .

RUBEN DARIO.

 

La vida de Vicuña Mackenna está escrita en sus libros, que casi llegan a cien, y cada uno de ellos es una página histórica destinada a vivir. Es, como lo decíamos ayer, cuando aún vivía, el escritor más fecundo, más brillante y ameno, a la par que más original que haya producido la América del Sur, y en muerte como en vida, es el Hércules de la literatura chilena, que en cada año realizaba tres trabajos útiles en otros tantos libros.

Sus libros sobre agricultura es lo más completa que se haya publicado en Sud América.

Como diplomático mostró en Estados Unidos de lo que era capaz como hombre de Estado y como tribuno internacional, perorando en inglés ante millares de yankees sobre la declaración de Monroe y propiciándose en el gabinete la buena voluntad del Gobierno de la Unión, a la vez que reforzaba a su país con elementos bélicos en la guerra que a la sazón sostenía con España

Como administrador, es conocida en el mundo la transformación que, como intendente municipal, hizo experimentar a Santiago de Chile: él convirtió una ciudad colonial en una de las capitales más suntuosas, dotándola de parques, paseos, avenidas, monumentos, estatuas, teatros, museos, jardines, invenciones de su prodigiosa imaginación que, como por encanto, se convertían en realidades; y todo esto, sin gravar el tesoro, haciendo contribuir voluntariamente a los vecinos del municipio al adelanto de la metrópoli chilena.

Como publicista y en el orden internacional, fué siempre un decidido amigo y un admirador sincero de la República Argentina, que trabajó sin descanso por la paz entre ella y su patria, comprometiendo a veces su propia popularidad, y a sus esfuerzos débese en mucha parte la solución pacífica y amistosa que han tenido sus cuestiones de límites.

La América ha perdido en Benjamín Vicuña Mackenna uno de sus hombres ilustres; la República Argentina, el más noble y generoso de sus amigos de ultracordillera, y Chile un gran corazón y una gran cabeza.

BARTOLOME MITRE

 

Hay en el señor Vicuña Mackenna mucho de extraordinario. Es una fisonomía llena de luz y de estrépito. Su talento activo, fecundo, variado, flexible, se aboca a toda cuestión.

Los viajes del señor Vicuña Mackenna fueron un acontecimiento.. .

Escritor infatigable, fecundo, variado, no admite las funciones de secretario del acontecimiento. Es el secretario de su pensamiento.

Misión en Estados Unidos: Si no armó al mundo entero en nuestra defensa, hizo llegar a su noticia nuestra guerra, nuestra justicia, nuestra energía, nuestros propósitos.

Historias de Santiago y Valparaíso, memorias sobre agricultura, etc.: Todos estos trabajos revelan en el señor Vicuña Mackenna asombrosa variedad de conocimientos, asombrosa flexibilidad de inteligencia y una no menos asombrosa actividad de espíritu.

Intendencia de Santiago: Apenas entra en funciones el señor Vicuña Mackenna, se siente que acaba de llegar a la Intendencia de Santiago una impulsión poderosa. Todo es vida y movimiento en sus oficinas. El nuevo intendente, con la actividad febril de un general que se apercibe a la batalla, recorre el campo de sus operaciones, cuenta sus hombres, cuenta sus escudos -¡cuenta triste!- ve qué se ha hecho, proyecta qué debe hacerse.

¿Hay ignorancia? Pues a crear escuelas. ¿Hay mal pavimento? Pues a transformar el pavimento. ¿El pueblo vive muriendo en hogares sin luz, sin aseo, sin aires de salud, pero azotados por el aire de la muerte? Pues a dar hogares a la pobreza. ¿La peste visita a Santiago? Pues a establecer lazaretos. ¿Los alquileres suben? Pues a canalizar el Mapocho, que permitirá crear nuevos barrios. ¿Las avenidas a la ciudad son difíciles? Pues a abrir anchas avenidas. ¿Las aguas para la irrigación de nuestra campiña disminuyen? Pues a explorar fuentes que las alimenten. ¿Hay en uno de los costados de Santiago una aglomeración de rocas que dan albergue a la pereza y al crimen y son un huésped importuno para un barrio populoso? Pues a convertir las rocas en paseo. Pues a hacer de las rocas salubridad, embellecimiento, hermosos panoramas.

Nunca se había presenciado una actividad más febril.

El señor Vicuña Mackenna es una de las naturalezas más ricas y más originales de Chile. Su actividad no conoce la fatiga. Su fecundidad parece inagotable. Es un hombre que duerme de pie y que puede decir sin jactancia: Mi descanso es el pelear.

JUSTO ARTEAGA ALEMPARTE.

 

Asistimos a un duelo público, nacional, porque la patria ha perdido una parte de su existencia moral e intelectual. No pierden las familias o los pueblos a hombres dotados de un gran corazón y de un espíritu superior, sin que nuestro ser se conmueva íntimamente, y sin que experimentemos el dolor intenso de los vacíos irreparables.

Cesó aquella vida prodigiosamente activa, se eclipsó su alma resuelta y benévola, y se apagó aquel ingenio delicado y puro. El destino le arrebató al amor de sus conciudadanos y a la justa admiración del continente.

Felices aquellos que como Vicuña Mackenna cumplieron el deber, que hicieron el bien, que amaron a la humanidad, que la sirvieron, que la ilustraron y la ennoblecieron con la virtud y el trabajo. Esos labraron la verdadera escala de Jacob para subir a la inmortalidad.

No he venido, señores, a diseñar la vida de este hombre singular, porque es una vida que llena un tercio de siglo en las letras, en la política, en la administración pública, en la guerra y en la paz, en la enseñanza y en el aprendizaje de un mortal que no descansó jamás.

La memoria de Benjamín Vicuña Mackenna vivirá al través de las generaciones venideras, conservada en Chile por una tradición de amistad y de cariño, y por las obras de todo género con que honró su nombre y su siglo (1).

JOSE MANUEL BALMACEDA.

 

Una vida tan intensa y prolongada, como la de ese hombre múltiple, no se puede historiar sino después de mucha investigación y de serio estudio. Hacía treinta y cinco años, desde 1850, que Vicuña Mackenna vivía la vida de su pueblo, de su patria, figurando como agente activo en multitud de las fases de la gran cooperación espontánea social, de ese fenómeno complejo que constituye la existencia de un pueblo.

La política o el arte de gobernar, el hombre y sus derechos, la condición de los partidos, la educación y perfección de las masas sociales, sus situaciones prósperas o adversas, el progreso moral y material, las industrias, las glorias nacionales y los hombres que las abrillantan, la vida social en el presente y el pasado, la vida intima y la doméstica ¿qué faz de nuestra existencia social no ha arrancado chispas de la inteligencia de Vicuña Mackenna, y no le debe algún libro, alguna monografía, algún panfleto, algún escrito luminoso, en que la idea campea siempre aquilatada por el sentimiento?

Su obra es inmensa, porque es la de un escritor verdaderamente nacional, que por primera vez aparece entre nosotros; y no se puede apreciar ni juzgar sino apreciando y juzgando la época en que se ha realizado. ¿Cómo encerrar su biografía en pocas páginas?

No comprendo la labor de Vicuña Mackenna sino imaginándome que ha llegado a ser un escritor nacional, representando a la sociedad en que ha vivido, porque ha prescindido de partidos y sistemas y ha acatado todos los ideales, desde que dejó de luchar como adepto de un partido político. Así ha podido mantener, en medio de la anarquía moral, la unidad de su acción como escritor, huyendo de ideas exclusivas en sus obras sociológicas, y consagrándose en sus últimos años a ser el intérprete y aún el cantor en prosa de las glorias nacionales, ante las cuales han desaparecido las sectas y las pequeñas verdades, todas las esferas en que se habían situado para luchar los sistemas opuestos, todas las reglas de convención, todas las banderías de intereses diversos.

En sus últimos años, su nombradía llegó hasta la gloria.

JOSE VICTORINO LASTARRIA.

 

Las tinieblas eternas que han descendido sobre los restos mortales de don Benjamín Vicuña Mackenna no podrán sepultar nunca la vigorosa inteligencia que sobrevirá en sus libros, ni apagar el recuerdo de sus merecimientos en las generaciones venideras.

Sus numerosas obras brillarán siempre como fúlgidas estrellas sobre el negro sudario que cubre su cuerpo.

El sepulcro donde reposa el ilustre finado será en todo tiempo una capilla ardiente alumbrada por una muchedumbre de cirios de luz inestinguible.

La producción inmensa elaborada por su privilegiado cerebro raya en lo prodigioso.

La fecundidad inaudita del egregio literato estaba auxiliada por una laboriosidad sin ejemplo.

Don Benjamín Vicuña Mackenna trabajaba constantemente casi todo el día y una parte de la noche.

Su compañera de amor y de gloria, su esposa doña Victoria Subercaseaux, notaba a veces que Vicuña Mackenna trabajaba en su bufete al rayar el alba.

Don Benjamín Vicuña Mackenna componía con tal rapidez que, en el último tercio de su vida, escribía con lápiz para economizar el tiempo de mojar la pluma en el tintero.

Don Benjamín Vicuña Mackenna ha sido un escritor inagotable, cuyo espíritu inquieto ha tratado toda especie de materias: historia, derecho público, economía política, industria, minería, agricultura, viajes, etc., etc.

Si el país desea hacer una manifestación digna del personaje eminente cuya muerte se deplora, debería costear una edición completa de todas sus producciones.

¡Qué mausoleo más espléndido y grandioso!

Don Benjamín Vicuña Mackenna ha compuesto una verdadera biblioteca.

Quien la examine encuentra en ella la autobiografía de Vicuña Mackenna: su educación en el colegio, su intervención en la política, sus trabajos en la intendencia de Santiago, sus viajes por Europa, su misión a los Estados Unidos de Norte América, etc.

¿Qué estatua de bronce o mármol puede compararse a ésta?

MIGUEL LUIS AMUNATEGUI.

 

Y, pues que tal dicha me cabe, justo será que consagre un recuerdo a los que, dentro de mi disciplina predilecta –digo en el campo histórico- pudieron aspirar al lauro que no lograron (2), y seguro estoy que al formularlo, viene en el acto a vuestra mente, como a la mía, el nombre del más genial de nuestros escritores, de aquel que como ninguno supo penetrar en el ambiente del pasado y en el de sus días, el más chileno de todos, puedo afirmar, don Benjamín Vicuña Mackenna. Naturaleza vigorosa, activa por extremo, hubo de rendirse, sin embargo, en edad temprana, cuando aún no contaba cincuenta y cinco años, a las múltiples tareas del periodismo, del Parlamento, a las preocupaciones y desencantos de las luchas políticas, a su intensa producción histórica.(2a)

JOSE TORIBIO MEDINA.

 

Acaba de pisar el dintel de la muerte, y con él el de la inmortalidad el gran chileno cuyas vestiduras terrenales de frágil arcilla están contenidas dentro de los cuatro leños de este ataúd, pero cuya memoria perdurable no cabe dentro de los linderos de Chile, sino que se desborda por sobre la gran montaña que nos estrecha por el oriente, y por sobre el océano inmenso que nos limita por el occidente.

Y ahora mientras la amistad graba en el pecho con caracteres indelebles la dulce memoria del amigo, mientras la gran ciudad que bulle a nuestras plantas graba el nombre de Benjamín Vicuña Mackenna en sus avenidas y en sus plazas, mientras la patria recoge su nombre en la historia, mientras las secciones de nuestro continente rinden homenaje al americano esclarecido, y mientras todos los hombres de bien, de cualquiera nacionalidad que sean, le atestiguan su respeto, depositemos sus nobles cenizas en el seno de piedra del legendario Huelén.

Esta pirámide faraónica labrada por las convulsiones de los Andes y arrebatada a la esterilidad y a- la destrucción por el potente genio que acaba de desaparecer, es el mejor sarcófago que Santiago puede ofrecer a la memoria de quien naciera y viviera para amarla y para servirla.(3)

AUGUSTO MATTE.

 

Seguramente que don Benjamín Vicuña Mackenna debe su fama universal, a las múltiples y superiores cualidades de escritor que poseía.

En esta faz de su existencia es en la que se ha de detener más el historiador futuro, al estudiar su genio y sus obras.

¿Quién no lo conoce por su reputación literaria?

No hay un solo chileno que no conozca alguna de sus obras.

Chile ha sido muy fecundo en escritores, pero no ha producido aún otro de la talla de Vicuña Mackenna.

Historiador, periodista, viajero, orador, abogado, hombre de letras y de acción, su talento y su saber se reflejaban en sus libros, en sus artículos, en sus páginas de viaje, en los apuntes de su cartera, con novedad, pureza y elegancia.

¿Quién ha escrito más que él y cómo él escribía?

Superó a Dumas y a Voltaire con el número de obras que ha dejado publicadas.

Ellas bastarían para formar por sí solas una valiosísima biblioteca digna del más célebre museo -de artes y bellas letras.

Podemos decir que escribía con el corazón.

Lamartine decía que cuando el corazón dicta, la pluma corre ligera por el papel; este escritor escribía con la rapidez del pensamiento; su pluma era eléctrica, vertiginosa, infatigable y su genio tan vasto como el cielo que a pesar de sus astros aún tiene lugar para otros!

Si Vicuña Mackenna hubiera escrito en Francia habría empuñado el cetro de la fama, de las letras y de la fortuna.

Emilio Corvalán le ha llamado el sacerdote de la historia.

Manuel Blanco Cuartín ha dicho que era el jefe de nuestros literatos.

En Europa se han traducido al inglés y al francés varias de sus obras.

En América no ha habido diario o periódido ilustrado que no haya transcrito los artículos que publicaba en los diarios y periódicos de Chile. Hasta sus cartas, han sido motivo de polémicas ardientes nada más que por las ideas que emitían y los principios que discutían.

Las cartas publicadas en EL Progreso de Buenos Aires dirigidas a Mitre y las que desde París y Berlín escribió al editor de El Mercurio bajo el seudónimo de San Val, hicieron época en la historia del periodismo americano.

La nomenclatura de sus obras sería interminable.

En el gabinete de estudio del rey Alfonso XII de España, que recientemente ha fallecido, ocupaban una biblioteca.

Los honores que sus libros le conquistaron, no los ha alcanzado hombre alguno del universo.

Vicuña Mackenna era socio honorario de todas las sociedades de ciencias y letras de las naciones más cultas del globo.

No encontraremos en la historia patria una existencia mejor consagrada al bien del país, ni una voluntad más decidida de un hombre para buscar por todos los medios legales el engrandecimiento de sus conciudadanos.

Es imposible reunir en un solo hombre, mayor suma de cualidades sobresalientes que las que reunía en su persona el eminente historiador cuya existencia azarosa bosquejamos.

Durante el período luctuoso de la guerra del Pacífico, el señor Vicuña Mackenna fué el hombre más activo que tuvo el país.

En 1875 fue proclamado candidato a la presidencia de la República.

El pueblo chileno había comprendido que el señor Vicuña Mackenna era el hombre que convenía a sus altos destinos y trabajó por elevarlo al poder.

Jamás candidato alguno tuvo mayores simpatías ni contó con más entusiastas y espontáneos partidarios.

Baquedano cuando volvió del Perú y O'Higgins después que libertó a Chile en Chacabuco y en Maipú, no tuvieron tantas almas cariñosas que los trataran de elevar a la cúspide de la gloria como a Vicuña Mackenna en ese período memorable de nuestra historia.

Desgraciadamente para el país, el derecho, la lealtad, el patriotismo y la política no pudieron vencer a las bayonetas del gobierno y a los agentes electorales de las autoridades y de los ministerios.

La mordaza de los tiranos, los calabozos, las intrigas, las sentencias de muerte, los ostracismos y las calumnias

no han sido bastante poderosas para ahogar su elocuente voz ni para contener los desbordes de su genio. A él se debe quizás en su mayor parte, ese desarrollo de las letras nacionales, después del brillante impulso que recibieron de Bello, Mora, Lastarria, Sarmiento, Vallejos, Egaña, Francisco de P. Matta, Bilbao y López, en la aurora de nuestra regeneración social.

Podemos decir de Vicuña Mackenna lo que Mme. Stael decía de Beranger: --que cultivaba y embellecía el espíritu del pueblo.

Los hombres como Vicuña Mackenna vienen al mundo a cumplir misiones cuya importancia sólo sabe apreciar el pueblo que recibe sus beneficios.

PEDRO PABLO FIGUEROA.

 

Las letras hispano-americanas están de duelo. Vicuña Mackenna no es una gloria chilena meramente. Sus obras y su fama de escritor desde largos años atrás han traspasado las fronteras de Chile, para propagarse de un extremo a otro del mundo de Colón.

¿En cuál pueblo de primera, de segunda y de tercera importancia de esta América Española no es admirado Benjamín Vicuña Mackenna?

Chile llora en estos momentos al que fué el más preclaro de sus hijos delante de las naciones.

No sólo es el escritor chileno más universalmente conocido fuera de su país, sino que también es el único en estos momentos que haya obtenido tan insigne gloria en todos los pueblos americanos de habla castellana. Es, sin disputa, el escritor más fecundo, más ameno y más brillante entre los pueblos latinos del nuevo continente.

Vicuña Mackenna ha sido siempre el apóstol más elocuente de la unión y confraternidad americana, desde que en 1861 resurgió esta idea con motivo de la invasión de Méjico y anexión de Santo Domingo, y poco después con la doctrina sobre la reivindicación de las Chinchas.

Nadie ha sentido con más fuerza entre los escritores del Pacífico, nadie, la grandeza democrática de la combinación política, la fraternidad etnológica que le sirve de estrechísimo vínculo, el vértice piramidal de la empinada confluencia de intereses comunes, los raudales de armonía. que de allí descienden al campo autonómico de las nacionalidades congregadas. Examínense las compilaciones impresas sobre la materia y otros escritos congruentes que corren por separado. La gran unión y confraternidad hispanoamericana vive cuerpo y alma en la mente de Vicuña Mackenna, habla por su boca, y encuentra en esta voz el eco más potente de sus ensueños generosos y de sus aspiraciones más razonables.

En el fondo de su naturaleza moral se advertía un doble movimiento de gravitación hacia los profundos afectos y de ascensión a la altura para ampliarlos en la esfera de la inteligencia. Sus propensiones eran sintéticas, por decirlo así, de las emociones e impresiones recibidas. Había en su ser algo como una fuerza centrífuga, que le lanzaba de su órbita a las otras órbitas y al pensamiento colectivo de todas las órbitas.

G. RENÉ-MORENO.

 

Como la tierra, en su excelencia, Mieses, metales, árboles y flores, Nos prodigó tesoros y primores Su pasmosa y fecunda inteligencia.

Su pluma se inspiraba en su conciencia; Y fué por eso,-al combatir errores, Enjugar llanto y repartir honores, Bandera, espada, bálsamo, sentencia.

Todo lo noble se abrigó en su seno, Do siempre viva la celeste llama Conservó de lo bello y de lo bueno.

Grande su nombre nuestra edad aclama; Y mientras en el mundo haya un chileno, ¡Habrá en la tierra un corazón que le ama!

GUILLERMO BLEST GANA.

 

Yo me contento con echar unas cuantas miradas al fondo de su corazón, el más noble, el mas expansivo y el mas generoso que jamás ha latido en pecho de chileno.

Es el escritor nacional por excelencia.

Como Víctor Hugo, cantó las glorias de su país; como Berenger, vivió en las entrañas mismas del pueblo; como Gambetta, tuvo la fe ciega de la patria.

Tenía algo de los romanos del tiempo de la República y mucho de apóstol.

Era modesto como hombre y más altivo que Escipión, el vencedor de Aníbal, como ciudadano y como chileno.

Don Benjamín Vicuña Mackenna, como escritor, reflejó siempre de un modo admirable el carácter y las tendencias de nuestro pueblo.

Su peregrino talento narró sin cesar en sus obras cuanto escuchaba en el corazón del país, todo lo que allí latía, todo lo que allí bullía, todo lo que allí había en pasiones, en deseos, en arrebatos, en sueños, en superticiones, y hasta en delirios.

Su alma irradiaba sin cesar intenso amor a Chile; así como el sol sin cesar arroja luz y calor.

Se puede decir de él lo que Bossuet dijo de los ciudadanos romanos: el fondo de un romano es el amor a la patria.

En verdad, el amor que a Chile profesaba don Benjamín Vicuña Mackenna se ve en cada uno de sus discursos, en cada una de sus obras, en su trato particular, en sus cartas, en los diarios que redactó, en cada una de las ideas que, como chispas de una hoguera, brotaron de su cerebro inagotable.

He aquí el secreto de su grandeza, he aquí el secreto del cariño que el país entero le profesa, he aquí por qué su nombre está y estará vinculado a las glorias de Chile, he aquí por qué será un ejemplo y una lección y he aquí por qué la posteridad lo hará inmortal y bendecirá eternamente su memoria.

JULIO BANADOS ESPINOZA.

 

Sus trabajos históricos son indudablemente los que descuellan sobre todos los demás a que se dedicó, manifestando en ellos aptitudes que le colocan por sobre sus otros colegas de América y a la par de los más reputados del viejo mundo.

En el terreno de la historia, particularmente la chilena, Vicuña Mackenna no tiene rival, y ha sido no sólo el verdadero historiador de su patria, sino también el que más ha hecho por la glorificación de sus mártires, de sus héroes y de sus más preclaros servidores.

Podría decirse que al mismo tiempo que daba a luz un libro de historia, se levantaba en Chile el monumento de bronce o de mármol que debía inmortalizar al personaje o al acontecimiento historiado por Vicuña.

En seguida de llenar con patriotismo, idoneidad y brillo sus deberes legislativos, fue nombrado Intendente de Santiago. El mundo entero conoce la administración de Vicuña Mackenna, comparable solamente con la de Hausmann a orillas del Sena, reconstruyendo y transformando una antigua ciudad colonial de América conforme a las exigencias de la edilidad, de la arquitectura y de la civilización modernas. .

Los moradores de Santiago de Chile no se dan cuenta todavía del rápido embellecimiento de su capital, obra del genio administrativo de su célebre intendente.

Muy extensa es la bibliografía de las obras de Vicuña, y no creemos haber incurrido en error, aseverando que su número excede de cien.

Escritas en diversos tiempos, climas y países, ellas reflejan las mil facetas del ingenio de su autor, y abarcan muy distintos temas, formando una verdadera enciclopedia americano-europea.

Aunque parezca paradoja, podríamos decir que así como Grecia fue más conocida por la lira de Homero, Chile ha dilatado su nombre por el mundo, debido a dos hombres que personifican dos distintas épocas, dos distintas tendencias y dos distintas civilizaciones: Ercilla y Vicuña Mackenna. A aquél lo llamó Voltaire el primer poeta épico del mundo, y a éste lo llamará en Chile, la edad presente, una de las más altas lumbreras nacionales.

TOMAS MONCAYO.

 

El galano y fecundo escritor de esta nuestra Sud América, a quien cupo tener por cuna a la República de Chile, ha dejado de existir, causando honda sensación en su patria y sincero dolor en los demás países que vieron en el pensador y lujoso hablista al talento que por su propia alta naturaleza se cosmopolizó, extendiéndose lejos de los limites fronterizos fijados para encerrar a su nación.

Desde que la sin par guerra del Pacífico hizo, puede decirse, popular en Bolivia a Benjamín Vicuña Mackenna, se le rendía homenaje de franca simpatía, de acuerdo con muchos de los esfuerzos de su pluma por la libertad y el progreso y de general preferencia por sus abundantes obras y artículos de prensa.

Como la fácil memoria de Vicuña sabia retener los últimos pormenores geográficos de nuestro territorio, los más recónditos rasgos de nuestra fisonomía moral como nación, los episodios funestos o encomiables de la marcha del país y de su historia, pronunciando, jovial su juicio, o descubriendo sin hiel su impresión, aún al fragor de las armas que resonaba en sus oídos, así también esta juventud boliviana, reducida por los recientemente últimos sucesos y por causas preparadas de antemano en nuestro un tanto desconcertado modo de ser social, reducida más al marasmo, al silencioso devoramiento de sus generosas espontaneidades y de sus formadoras aspiraciones, supo acoger en el corazón a Vicuña Mackenna, al preferido en la lectura de sus producciones y tomar de sus hojas, ya en libros de que era autor, ya de diarios en que escribía, la amenidad serena, chispeante, insinuadora de aquel decir inagotable que ha distinguido corno prenda o virtud a Vicuña Mackenna.

E. MOSCOSO.

 

Para los espíritus rencorosos y persistentes no dejará de ser muy extraño el que sintiéramos pena, y pena sincera, por la muerte de quien, en concepto de aquellos, fue el más terrible enemigo de Bolivia y el Perú, en cuyo servicio nuestra pluma, movida por el más puro patriotismo, se manejó con energía y hasta con acritud en respuesta a los previsores y siempre acertados, para Chile, escritos de don Benjamín Vicuña.

No cabía el rencor en esa alma forjada para los nobles sentimientos, ni en esa vastísima memoria, emporio de grandes recuerdos, cabía ninguno que no fuese destinado a las acciones gene- la sinceridad, sus discursos la viveza de rosas. la llama. Donde quiera que puso la mano.

Ese espíritu justiciero se ha revelado dejó la huella de su originalidad en muchas partes de sus obras sobre la guerra del Pacífico.

Hay que reconocer en aquel hombre, además de las intachables virtudes domésticas, las grandes virtudes del escritor trascendental, del patriota sincero y del americano ardiente.

JULIO L. JAIMES.

 

Cualquiera de los libros de Vicuña Mackenna basta para despertar interés y admiración, pero después que se conoce siquiera en parte su labor asombrosa, se siente el estupor. Y todavía, cuando uno se le acercaba, había que ver si se sentía más atraído por la grandeza de su ingenio o la de su alma.

JACOBO EDEN.

 

La literatura chilena viste a estas horas de luto. Acaba de quedarse dormido para siempre sobre su armadura de combate, el hombre dije en las diversas manifestaciones de su genio, de su temperamento o de su corazón, nacido para crear o para luchar, parecía que encarnaba toda la vitalidad, todo el entusiasmo, toda la pujanza del pueblo chileno.

Su vigoroso espíritu, en incesante ebullición intelectual, como los volcanes que alumbraron su cuna, se alimentaba del trabajo y del estudio, iluminándolo todo con los resplandores de una fantasía rica y exuberante, que dictaba a su pluma maravillosas páginas siempre llenas de vida, de magnificencia y de colorido.

Alternativamente serio y festivo, filósofo y poeta, lírico y patético, historiador y novelista, suave y terrible, excéptico y creyente, melancólico y airado, recorría todas las aspírales del alma humana, sacando de ellas emociones para su espíritu, enseñanzas para el pueblo, consuelo para los ajenos dolores, revelaciones para la historia, ejemplos para lo futuro.

Sus libros tienen el interés del drama. sus cartas la elocuencia espontánea.

PEDRO N. PRENDEZ

 

Si se me preguntara cuál de los libros de Vicuña he leído con más gusto, cuál de sus obras me ha impresionado más, cuál, en fin, de sus escritos innumerables prefiero, respondería sin vacilar: Dolores.

¿Dolores? ¿El menos conocido de sus libros popularísimos, una obra que apenas si ha podido divisar el público a través de su reducida circulación privada, un libro que casi nadie ha leído, ni siquiera hojeado?

Sí, pero a pesar de iodo eso, repito que Dolores es la que más me gusta de las obras de Vicuña, porque Vicuña era ante todo poeta y, en mi entender, ésta es su mejor obra de poeta. Y ahora, como homenaje ala memoria de nuestro gran poeta, voy a explicar por qué me gusta tanto ese libro que es sin duda una de las perlas más valiosas de la diadema literaria de Vicuña, toda vez que le ennoblece, no sólo como a escritor, sino principalmente como a hombre, y porque es la que mejor refleja su espíritu cariñoso, la única en que palpita abiertamente, su nobilísimo corazón que, ahogado en los instantes en que aquellas páginas escribía, por el dolor que inspira la muerte de un ser querido, no cupo en el silencio y dió riendas a su dolor cogiendo la pluma y engendrando en brazos de un hondo sentimiento el poema más tierno, la flor más delicada de nuestra literatura.

Para los que no alcanzamos a conocer ni a escudriñar personalmente los delicados pliegues del alma del grande escritor, es el libro de Dolores prueba evidente del supremo brillo con que en su autor se maridaban el talento, la imaginación, -tan manifiestos siempre en el ingenio chispeante de sus páginas y en el calor brioso de sus frases- con la inspiración poética de un hondo sentir y con los arranques espontáneos de un estro poderoso que así sabía encumbrarse al lirismo pindárico del canto heroico en las alas ardientes de la elocuencia artística, como sabía discurrir, desnudo de los atavíos y retóricos ornamentos, por el campo naturalisimo de la sencillez clásica. Y esta cualidad es la que siempre me llamó más la atención en Vicuña, porque al fin y al cabo, hay no pocos talentos en nuestra patria para que la desaparición de uno solo de ellos-siquiera éste sea de los más poderosos,-produzca la conmoción profunda con que ha agitado a Chile la muerte de Benjamín Vicuña. Pero es que no sólo ese talento hacía de Vicuña un hombre extraordinario entre los extraordinarios; era que, además de ese gran talento, poseía un alma no menos grande; era que, a cada idea engendrada por aquella cabeza privilegiada, respondía invariablemente un latido ardoroso de un corazón también privilegiado; era, en fin, que el corazón se hermanaba allí con la cabeza, y la cabeza se hermanaba con el corazón: ¡Fenómeno raro en la historia del talento, privilegio especialísimo que a bien pocos hombres concede el cielo! («El mejor poema de un gran poeta»).

JORGE HUNEEUS GANA.

 

Chile ha perdido a un grande hombre; las letras un coloso. La América ha desprendido de la diadema de su gloria el más brillador de sus diamantes.

La juventud de Vicuña, su papel en las revoluciones de Chile, sus viajes por el nuevo y por el viejo mundo, todos sus hechos, en fin, los de sus primeros y los de sus últimos años, llevan el sello de una personalidad característica, nueva, atrayente y grande.

¿Qué decir del gran patriota, del hombre cuyo corazón era el corazón de Chile, cuya personalidad habíase encarnado en el desarrollo nacional, y cuya obra fué toda de servicio al país que le viera nacer y que ahora, con el llanto de todos sus hijos, empapa la recién removida losa?

La pluma de Vicuña es un rayo de luz, lleno de vida y que corre por el papel, que alumbra y que brilla, es lápiz que sombrea, es pincel que da colorido, es buril que grava. Conjunto de tales cualidades es su inimitable estilo, digno ropaje con que revistió sus ideas aquel hombre extraordinario.

Se ha dicho que la colección de sus proyectos de ley es una de las páginas más brillantes de la iniciativa parlamentaria.

En suma, las obras del ilustre autor forman una constelación radiosa.

Su vida ofrece un ejemplo digno de imitarse hasta en sus detalles más ínfimos.

CARLOS LUIS HUBNER.

 

Necesitaríamos escribir un grueso volumen para consignar los muchos recuerdos, la mayor parte íntimos, que conservamos del grande hombre que ha bajado al sepulcro tronchando en flor las risueñas esperanzas que abrigabamos de verlo tan grande y tan anciano como Víctor Hugo, recibiendo de todo Chile el homenaje que merecían su talento y sus virtudes.

Sí, el señor Vicuña Mackenna ha desaparecido cuando principiaba a recibir las muestras inequívocas del cariño profundo, de la veneración creciente que sentían por él sus conciudadanos; y a medida que la envidia de unos iba siendo sofocada por la planta del coloso, que las pasiones políticas de otros iban apagándose con el brillo de la política honrada y previsora del que en un tiempo tuvieron por loco, la figura del señor Vicuña Mackenna iba destacándose pura, radiante, venerable.

Sus enemigos, si aún los tenía, no habrán podido menos de inclinar la cabeza y avergonzarse al sentir las palpitaciones dolorosas del corazón de todo Chile, y al ver que ha bastado que ese genio se extinga para que de todas partes se levanten, cual nube de incienso quemado en holocausto cariñoso, el grito de dolor que ha arrancado su pérdida, la lágrima de ternura que hace brotar su memoria, el deseo de ver perpetuado en el bronce, en la plaza, en la calle, en el taller, su preclaro nombre.

RAMON PACHECO.

 

Ni el polvo que el tiempo arroja sobre el camino que el hombre va recorriendo; ni los cambios y vaivenes de la suerte y la memoria; ni los nuevos horizontes que se abren día a día para el luchador humano; ni las sombras, en fin, que todo lo envuelven en la noche de la indiferencia y del olvido, podrán apartar jamás de mi alma el afecto que me inspiró aquel conjunto de extraordinarias facultades y virtudes que se llamó Benjamín Vicuña Mackenna.

Es verdad que él me honró con su amistad, hasta el punto de haberla estrechado haciéndose voluntario padrino de uno de mis hijos, el cual cayó gravemente enfermo al lecho del dolor, cuando en la mañana del 26 de Enero próximo pasado, sintió gritar en las calles: ¡El suplemento con la muerte de Vicuña Mackenna!

Pero no es menos efectivo, también que, aunque no hubiese mediado esta especialísima circunstancia, mi respeto, admiración y cariño hacia el ilustre mandatario cobraron fuerzas verdaderamente indescriptibles desde el instante mismo en que me encontré bajo su influencia.

En el trascurso de mi vida, que llega ya a los cincuenta años, no he conocido inteligencia más creadora ni corazón más bondadoso, espíritu más noble ni naturaleza más privilegiada.

No he conocido hombre más amigo del hombre, ni amigo más amigo de la civilización.

ANDRES STAIMBUIC.

 

Cuando supimos la inesperada muerte de nuestro querido amigo Benjamín Vicuña Mackenna, nos vinieron a la memoria aquellas palabras del libro de la Sabiduría: «Acabó mozo aún, pero ha llenado un siglo con sus obras».

FRANCISCO DE P. TAFORO.

 

Las entrañas del territorio chileno encierran metales preciados que han hecho la fortuna de unos cuantos escogidos; pero el cerebro privilegiado y fecundo de Vicuña Mackenna encerraba riquezas que a todos han aprovechado, porque, como ya lo dijimos en una ocasión solemne, fué un millonario de la inteligencia.

Los diamantes de Golconda, los tesoros de Creso, las piedras preciosas que lucían en las diademas de las nobles matronas de Babilonia, de Nínive y Roma, desaparecieron; mientras que las obras de los ingenios de la antigüedad son todavía el adorno de nuestras bibliotecas y las lumbreras de todos los siglos.

Las obras de Vicuña Mackenna serán también vencedoras del tiempo. Cual el poeta latino pudo decir al morir:

Exegi monumentum aere perennius.

«He levantado un monumento más duradero que el bronce.

Chile debe enorgullecerse de que un mortal bajo la azulada bóbeda de su cielo sea conciudadano de todos los habitantes del planeta terrestre, pues el mundo entero es la patria de los grandes hombres.

Vicuña Mackenna no ha muerto, nó: está vivo en el corazón de todo chileno.

Así como se dice la patria de Homero, del Dante, de Cervantes, de Schiller, de Byron, de Víctor Hugo, se dirá en adelante, y ésta será la recompensa que sus conciudadanos y los extraños le reservan, la patria del gran Benjamín Vicuña Mackenna.

EUGENE CHOTEAU.

 

Sobre el suelo de la patria, de esta patria de la que fué el más fiel y constante servidor, se elevara grandiosa su estatua, señalando a las generaciones que se levantan el camino por el cual se llega a merecer las bendiciones de todo un pueblo.

Los días seguirán a los días en la sucesión sin término del tiempo, y cada nueva aurora vendrá a iluminar con sus más puros rayos la imponente figura de aquel que fué y será el único.

MARCELO SOMARRIVA.

 

Si mi pluma se deslizara fácil sobre el papel, si mi talento correspondiera al gran deseo que me anima en estos momentos, y si, por fin, mi palabra supiera expresar lo que siente mi corazón, todo esto lo pondría hoy al servicio de una idea: honrar como se debe la memoria de don Benjamín Vicuña Mackenna, el más grande entre los escritores de la América.

ROBUSTIANO VERA.

 

¡Qué inmensa labor la del señor Vicuña Mackenna en los conflictos internacionales! Su obra de agitador y de agente confidencial de Chile en 1865, y su acción como ciudadano, como escritor y como patriota en la última guerra del Pacífico, no tienen igual entre nosotros. Su prodigiosa actividad no fué superada jamás, ni un abogado puso al servicio de su patria, en época alguna, ni un talento superior ni un corazón más magnánimo.

ENRIQUE C. LATORRE.

 

Sería ingratitud muy censurable en un viejo obrero chileno como yo, si cuando muere un hombre como el señor Vicuña Mackenna guardara silencio sólo por no aumentar sus dolores. ¿Cómo no recordar, amigo, si no para los biógrafos, a lo menos para mi satisfacción personal, el desinteresado patriotismo y la santa abnegación que desde su juventud puso en práctica el señor Vicuña Mackenna en pro de las clases trabajadoras? (Carta al escultor José Miguel Blanco),

FERMIN VIVACETA.

 

El eco triste gimiendo en lontananza, nos ha anunciado la desaparición del primer genio de Chile, de Benjamín Vicuña Mackenna.

La patria chilena llora justamente la pérdida de este gran patriota; del que fue honra y prez de Chile; del que fué soberano del pensamiento humano; del que fué protector perseverante de toda debilidad contra toda opresión; del que fué padre del ejército, y, como tal, cantó las glorias de nuestra patria y combatió siempre por su libertad.

Lloramos al hombre que muere, pero aclamamos al apóstol inmortal que vivirá siempre entre nosotros, como esa colosal muralla de granito que se llama los Andes, y cuya palabra viva, de siglo en siglo, nos conducirá a la conquista definitiva de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad en el mundo.

Al dar, señores, a estos restos queridos el adiós de la inmortalidad, quisiera que escribiéramos por epitafio sobre su tumba sólo estas tres palabras: Benjamín Vicuña Mackenna.

MANUEL JESUS HERRERA.

 

A medida que el tiempo corra, se hará más duradero, más reflexivo el veredicto histórico que ha de colocar a Vicuña Mackenna como a uno de los escritores que más lustre ha dado a la literatura americana.

CARLOS TORIBIO ROBINET.

 

La historia hará cumplida justicia al ilustre ciudadano que baja a la tumba, y tengo la íntima persuación de que muy pocos alcanzarán la altura del pedestal de su gloria.

GUSTAVO ADOLFO HOLLEY.

 

En su gran corazón hallaban acogida respetuosa al lado de su querido Chile, todas las naciones de América, las de Europa, las del Asia y demás partes del planeta.

Vicuña Mackenna fué el protector de los muertos con sus escritos y de los vivos con sus actos.

JUAN ENRIQUE LAGARRIGUE.

 

Los sepulcros de todos los que han pasado por este mundo, como Benjamín Vicuña Mackenna, desempeñando egregios roles, iluminando como astro de primera magnitud los horizontes intelectuales, imprimiendo un rumbo nuevo o una fisonomía nueva a la civilización de su época y a su progreso, que, en una palabra, han vivido irradiando el calor y la luz de la llama divina que alimentó sus cerebros, no son sitios solitarios que el tiempo o el olvido puedan envolver entre los pliegues de su manto de sombras, sino monumentos que ellos dejan tras de sí, levantadas cátedras desde donde se enseña a las generaciones a amar la ciencia y lo bello y a respetar y a practicar el bien.

RAFAEL SANHUEZA LIZARDI.

 

Como mandatario, como hombre de administración, como intendente de Santiago, todos conocen sus obras. A él mejor que a ninguno se le podían aplicar las palabras que Plutarco decía con respecto a Cayo Graco: «El pueblo no podía dejarlo de admirar al verlo sin cesar rodeado de empresarios, artistas, embajadores, magistrados, soldados y literatos. Hablaba a todos con tal gracia y dulzura, que disipaba en el acto todas las prevenciones que se hubiesen concebido contra él». Esto nos parece que para su retrato basta.

Chile principia ya a hacer la póstuma justicia al gran ciudadano. Ayer sus pomposos funerales se celebraron en medio del santo recogimiento de cuarenta mil almas. La patria chilena puede decir a sus hijos que ayer cargaron esos sagrados y queridos despojos, lo que Metelo decía a los suyos al cargar los restos de Escipión: «jamás prestaréis este servicio a un hombre más grande.

FRANCISCO J. TORO BARROS.

 

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Notas

1

Fragmentos del discurso oficial pronunciado en nombre del Gobierno por Balmaceda, en el cerro Santa Lucía, durante los funerales de Vicuña Mackenna.
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2

Celebrar las bodas de oro de su vida intelectual.
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2a

Aún cuando este juicio fue pronunciado por el ilustre historiador el dia 25 de Agosto de 1923, durante la Velada Solemne que le fue ofrecida en la Universidad de Chile con ocasión de cumplirse cincuenta años de su primer trabajo literario, creemos que debe figurar junto a las opiniones vertidas en el siglo XIX por las más eminentes personalidades de la época.
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3

Fragmentos del discurso pronunciado por don Augusto Matte en los funerales de Vicuña Mackenna.
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