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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Centenario de Vicuña Mackenna

Otros hombres a quienes se ha honrado con una estatua y cuyos centenarios se han recordado en públicas manifestaciones fueron grandes en un ramo de la actividad pública, sirvieron a su Patria en una cierta línea de la vida nacional.

Vicuña Mackenna es un caso único en la historia de este país. Fué gran escritor, fecundísimo autor de libros cuyo interés no ha cesado de encantar a las multitudes, periodista brillante, político apasionado y de doctrinas bien determinadas, administrador público atrevido y superior a su tiempo, con honda huella en la vida de la capital de Chile, y fue acaso el hombre más genuinamente popular que haya conocido este país durante el primer siglo de su vida independiente.

Vicuña Mackenna sigue viviendo, cien años después de su nacimiento, medio siglo después de su prematura muerte, sigue viviendo en las colecciones de los periódicos, en libros reeditados y leídos con agrado por generaciones nuevas, en los fastos de las libertades públicas defendidas por él en el Parlamento y los comicios populares, en la historia de una guerra internacional de que fué el rapsoda y el animador popular, en obras de urbanización de la capital, únicas emprendidas con método y con sentido de progreso durante un siglo entero.

Como su padre, fundador de «El Mercurio» en 1827, don Benjamín Vicuña Mackenna sintió desde la primera juventud el valor de la prensa. Escribió en los periódicos cuando era aún adolescente; publicó fugaces hojas destinadas a desahogar su espíritu cívico, se vio por ello perseguido y desterrado; y durante largos años escribió en «El Mercurio» editoriales, artículos históricos, crónicas locales, amenos estudios sobre actualidades las más variadas, y admirables correspondencias del extranjero. Fué como periodista todo lo que se puede ser en este oficio. No tuvo especialización. Improvisó cada día, como buen obrero de la prensa diaria, una nueva manera de interesar al público, de ilustrarlo, de guiarlo por cierta senda doctrinaria. Era a un tiempo cronista, colaborador, crítico, propagandista, político, polemista, corresponsal. No hay figura ni más compleja ni más completa en la historia de nuestro periodismo.

Su portentosa fecundidad le permitió producir en cortos años centenares de volúmenes sobre materias históricas. Algunos de ellos, como los que consagró a Portales, a O'Higgins, a los Carrera, a la ciudad de Santiago y a tradiciones coloniales, son obras maestras de nuestra literatura. Discutido en su tiempo, cuando la noción de la historia se confundía con la seca crónica de los hechos, erizada de indigestos documentos, hoy ocupa su sitio entre los escritores de historia más amenos y más evocadores de lengua española. En sus trabajos históricos, el dibujo de líneas profundas está formado por hechos históricos; las sombras que le dan relieve y el colorido han sido la obra de su prodigiosa imaginación. Y así evoca edades, resucita el medio social, las afinidades geográficas, reconstituye las costumbres y las pasiones. Romántico, como buen hijo de su tiempo, aplica a los hombres y, los hechos de otra edad una adivinación y una sensibilidad poéticas que harán eternamente el encanto de sus libros.

Fue en política un liberal en el sentido partidista y en el amplio sentido etimológico de la palabra. Amó sobre todas las cosas la libertad, por ella se batió en la prensa y en el Parlamento, por ella sufrió destierro y penurias. Vió con anticipada claridad el desastre del partido liberal entregado al favor gubernativo y habituado a vivir de la intervención oficial en las elecciones; sintió el error grosero del falseamiento del sufragio popular; quiso una democracia limpia y honrada.

Administrador de la ciudad de Santiago en el cargo de Intendente, se adelantó sesenta años a su tiempo y fué mal comprendido por sus contemporáneos. En 1875 Vicuña Mackenna construía el único paseo realmente bello y original que ha tenido por muchos años Santiago, ese Cerro de Santa Lucía, obra de un vidente y de un patriota; señalaba la Laguna Negra como la sola fuente segura para dar a la capital su provisión de agua potable, tal como se haría medio siglo después; construía el Mercado Central; trataba de limitar el radio urbano con el Camino de Cintura; defendía los escasos recuerdos históricos; fundaba museos y bibliotecas; abría escuelas; ornaba la ciudad de parques y jardines; ofrecía al pueblo sus primeros baños públicos; promovía la higiene; prohibía la mendicidad; trazaba, en suma, todas las grandes líneas de una ciudad civilizada. Muchas de ellas sólo han sido ejecutadas años después y algunas están todavía por ejecutar.

Gran patriota, enamorado de su nacionalidad, penetrado de una fe mística en los destinos de Chile, intérprete elocuente del alma popular, profeta de los tiempos futuros de su raza, criollo en el más noble sentido de la expresión y audaz progresista en todo, Vicuña Mackenna alcanza durante la guerra de 1879, las proporciones de un conductor de pueblos. Con sus escritos, sus libros, sus discursos del Senado, su acción incesante junto a los combatientes y a los gobernantes, Vicuña Mackenna ilumina con su genio todo ese período y su personalidad se funde con el alma colectiva en un lirismo soberano.

A cien años de su nacimiento esta figura resulta enorme, casi increíble en una nacionalidad joven cuyos entendimientos más preclaros estuvieron de preferencia amarrados a las realidades de las deducciones prácticas. Su sangre irlandesa le dió un vuelo imaginativo y una audacia y claridad de visión que sus contemporáneos, honrados vascos con mucho buen sentido y poco atrevimiento, debieron calificar de locura. Este hombre ha subido la montaña iluminada mientras los demás se quedaban en el valle sombrío, y desde allá arriba ha visto por un lado las generaciones que lo precedieron y por otro el horizonte infinito de la futura historia de su patria.

El pueblo lo amó, el pueblo lo entendió y es que su genio, hecho de tradición y de ansia de progreso, era genio popular, era pueblo a su manera y en el hondo sentir de la raza.

Editorial de EL MERCURIO de Santiago y Valparaíso (25 de Agosto de 1931).