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Fuentes Bibliográficas
Agustín Edwards. Recuerdos de mi Persecución.
IX. Contestando Una Pregunta.

CONTESTANDO UNA PREGUNTA.

Un señor que se firma J. C. M. pidió en El Mercurio del 16 de noviembre que publicase, a propósito de los Recuerdos de mi persecución, algo sobre supuestas vinculaciones mías con la Cosach, y sobre los contratos referentes a buques de nuestra Armada en los cuales me cupo intervenir como Ministro de Chile en Londres hace algunos años.

Respecto de lo primero, esto es, mis “vinculaciones” con la Cosach, nada tengo que agregar a lo dicho en un capítulo anterior.

En lo que concierne a los buques, me concretare a una relación sucinta de los contratos de construcción y sus preliminares de las incidencias y negociaciones a que dio lugar su transferencia al Gobierno británico durante la guerra europea y a su compra, en 1920, después de firmada la paz.

LOS  CONTRATOS  DE CONSTRUCCIÓN DE Y SUS PRELIMINARES.

A fines de 1919, hace la miseria de 22 años, se me designó enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario en reemplazo de don Domingo Gana, a quien la República había tenido el dolor de perder después de muchos años de inolvidables servicios públicos.

El país acababa de pasar por las grandes inquietudes que suscitó la muerte sucesiva del Presidente de la República, don Pedro Montt y del Vicepresidente don Elías Fernández Albano, que constitucionalmente lo reemplazaba desde su partida a Alemania en gravísimo estado de salud. Ejercía el mando, también a virtud de la prescripción constitucional pertinente don Emiliano Figueroa Larraín, y acababa de ser elegido Presidente de la República, sin contendor, don Ramón Barros Luco.

Era Director General de la Armada el vicealmirante y ex Presidente de la República don Jorge Montt, a quien se recordará siempre como el más ilustre organizador que nuestra Marina, de Guerra ha tenido desde que existe.

Preocupaba hondamente a aquel ilustre marino la pobreza en que la Marina se encontraba en materia de buques y elementos modernos y merced a su incontrarrestable y merecida influencia se había despachado en el Congreso una ley reservada, que autorizaba al Ejecutivo para hacer una gruesa inversión en adquisiciones navales.

El vicealmirante Montt, con el acendrado concepto de sus deberes que hasta sus adversarios le reconocían, había reunido una y otra vez, no sólo el Consejo Naval, sino que también a todos los más esclarecidos y prestigiosos jefes de Marina, para formular un programa de construcciones navales que guarda relación con los recursos del país y respondiese a las directivas técnicas de la época.

Se reprodujo en el año de gracia de 1910 lo que había ocurrido 39 años antes, en 1871, cuando se trataba de la adquisición de los blindados Blanco y Cochrane a comienzos de la Administración de don Federico Errázuriz Zañartu. En 1910, como en 1871, el Consejo Naval opinaba, con justísimas razones de todo orden, que debían construirse dos acorazados, y los legos y muchos políticos, en 1910 como en 1871, opinaban que debía construirse sólo uno. Con razón decía aquél francés: “plus c´esta change, plus c´est la meme, chose’’.

Al partir a Londres a hacerme cargo de la Legación, esta discusión se encontraba en un período álgido, y en el mismo seno del Gabinete existía disparidad de opiniones. Era menester, sin embargo, darme instrucciones antes de mi partida, y decirme si las propuestas y los contratos de construcciones debían ser por uno o dos acorazados. Se resolvió, por fin, consultar al Presidente electo, señor Barros Luco, y se celebró una reunión con él y el vicealmirante Montt. El señor Barros Luco, con aquel admirable buen sentido que solía esconderse tras una cortina de socarronería, me dijo en síntesis lo siguiente: “Usted ve que no hay acuerdo. Unos quieren dos acorazados y otros uno.  Hay que darle gusto a las dos partes: se construirá un acorazado primero y otro después. Pida propuestas y haga contrato por un acorazado, con opción a otro: se pone una quilla ahora y la otra más tarde”.

Así procedí; y de allí proviene que los dos acorazados no se construyesen a un mismo tiempo.

En cumplimiento de las instrucciones que se me impartieron, en 1911 pedí a los diversos astilleros británicos que la propia Dirección General de la Armada indicó, propuestas cerradas para la construcción de un acorazado, con opción para el Gobierno de Chile de ordenar la construcción de un segundo.

Di cuenta, en nota Nº 275, de 22 de abril de 1911, de la apertura de las propuestas; y algo más de tres meses después el Supremo Gobierno aceptó, por decreto Nº 1210, de 5 de agosto de 1911, y previos informes de las autoridades navales, la propuesta de la firma W.G. Armstrong Whitworth and Co.

A virtud de ese decreto firmé, el 2 de noviembre de 1911, la escritura correspondiente con dicha firma, en la cual figura la cláusula 4ª, que dice: ‘‘El Gobierno se reserva el derecho de declarar, dentro del plazo de seis meses, si acepta la propuesta de los señores W. G. Armstrong Whitworth and Co. para la construcción de segundo acorazado por el precio de £ 2.345,190, con el casco y artillería completos, y de £ 93.200, a que se refiere el Nº 3 de este decreto’’.

Algún tiempo después el Gobierno resolvió ejercitar esa opción.

En consecuencia con la casa de Sir W. G. Armstrong Whitworth quedó el Gobierno de Chile comprometido en la adquisición de dos acorazados, a saber:

El Almirante Latorre, por el precio de £ 2.431,390, el Almirante Cochrane, por el precio de £ 2.428,390.

Total de ambos acorazados £ 4,859.780

Al propio tiempo, y ateniéndome siempre a las instrucciones impartidas, pedí propuestas para la construcción de seis destructores y fue aceptada, previas las mismas formalidades, la de la casa J. Samuel White; con la cual firmó el 27 de noviembre de 1911 el contrato de construcción de seis de estas unidades, que recibieron los nombres de Almirante Lynch, Almirante Condell, Almirante Goñ’, Almirante Simpson, Almirante Williams Rebolledo, Almirante Riveros.

Los precios de estos destructores fueron:

Almirante Lynch y Almirante Condell:   £ 332.755

Almirante Goñi y Almirante Simpson:  £ 329.116

Almirante Williams Rebolledo y Almirante Riveros:  £ 325.474

Total £ 937.343.

Sumaban, pues, los compromisos por todos los buques contratados en 1911 la cantidad de £ 5.847.128.

De todas estas unidades, sólo los destructores ‘‘Almirante Lynch” y “Almirante Condell” alcanzaron a quedar terminados y a zarpar de Inglaterra antes de estallar la guerra de 1914.

En consecuencia, de las £ 5.847.128 libras esterlinas que sumaban los compromisos por contratos de construcciones navales, solamente £ 332.758, precio de esos dos destructores Almirante Lynch y Almirante Condell, se recibieron en la especie contratada. El saldo de 5.514,370, quedó comprendido en las demás unidades, ninguna de las cuales alcanzó a incorporarse en esa época a la Marina de Chile y, en consecuencia de suma sólo desembolso el Gobierno de Chile las cuota correspondientes hasta el momento en que los respectivos buques fueron transferidos; a más de los gastos consiguientes a la inspección, a los sueldos y gratificaciones de la Comisión Naval, intereses y otros.

El Almirante Lynch y el Almirante Condell fueron entregados al servicio de nuestra Marina casi seis meses antes de estallar la guerra, el 17 de febrero de 1914. Todos los demás, junto con declararse la guerra, quedaron entregados a la contingencias y eventualidades del estado de guerra, y al derecho de incautación acaso discutible, desde el punto de vista jurídico, pero implacable e ineludible cuando estalla una guerra es, en verdad, la negación de todo derecho.

READQUISICIÓN DE  BUQUES

Firmado el Armisticio el 11 de noviembre de 1918, mi primera preocupación fue indagar en que forma podíamos  rehacer el programa de adquisiciones navales desbaratado por la guerra europea. Nuestras autoridades navales, en constante comunicación con la Legación, me pedían, por su parte y por intermedio de la Comisión Naval, que explorase los diversos caminos que podían conducirnos a ese fin.

Indagué primero si había posibilidades de adquirir uno o dos cruceros acorazados del tipo “Tiger” o “Queen Elizabeth”. Como no encontrase buena acogida el Gobierno me dio instrucciones de pedir propuestas para construir uno o dos acorazados. Ocurría esto en el año 1919.

Las propuestas fueron numerosas y se abrieron en la Comisión Naval. Di cuenta de ellas en un telegrama, Nº 383, de 22 de octubre de 1919.

W. G. Armstrong Whitworth and Co. pedía por un acorazado £ 5.966,212; por un crucero, £ 1.307,687; por destructores tipo Lynch, £ 509.590.

Viekers pedía, según el tipo del acorazado, entre £ 5.973,000 y £ 6.381,000; por los cruceros, entre £ 1.202,000 y £ 1.442,000; por destructores, tipo “Lynch” entre £ 375.000 y £ 488.000.

John Brown pedía entre £ 6.276,300 y £ 6.310,000 por acorazados; £ 1.376,700, por los cruceros y £ 521,000 por destructores tipo Lynch.

J. Samuel White pedía por los destructores tipo Lynch  £ 475.000.

Por fin, Hawthorn Leslie, £ 469.217 por destructores tipo Lynch.

Agregué, en ese mismo telegrama que, en vista de precios tan elevados y de acuerdo con el jefe de la Comisión Naval, había practicado averiguaciones, que no envolvían compromiso alguno, sobre la posibilidad de obtener del Gobierno Británico que nos devolviese los buques tomados mediante el pago de un precio razonable; y pedía que el Gobierno me diese su opinión sobre la idea, a fin de estar preparado cuando el Gobierno Británico me diese su respuesta informal sobre mi indagación.

El Gobierno contestó el 25 de octubre (telegrama Nº 385), diciendo que los precios de las propuestas eran muy subidos, que era imposible considerarlas siquiera y que debía adelantar las gestiones de devolución de los buques tomados.

El 20 de noviembre de 1919 (telegrama Nº 414) comunicaba que el Gobierno Británico estaba dispuesto a devolver el Almirante Latorre y el Almirante Cochrane y a vender cuatro destructores tipo Tipperary. Agregaba que el Gobierno Británico deseaba que el Gobierno de Chile hiciese una oferta por el Almirante Latorre y el Almirante Cochrane, y pedía que en caso de convertirse a este último buque en acorazado, se hiciese por cuenta nuestra en astilleros del Gobierno Británico, a fin de no perturbar la construcción de buques mercantes en los astilleros privados. Agregaba que el jefe de la Comisión Naval, almirante Gómez Carreño, estimaba que podía ofrecerse por el Almirante Latorre £ 1.000.000, y por  Almirante Cochrane  £ 250.000, y que la conversión de este último, transformado en portaavión, a acorazado costaría alrededor de £ 1. 250.000. Agregaba que no podía indicar precio por los destructores, porque el Gobierno Británico había anunciado que él mismo fijaría próxima mente la suma en que estaría dispuesto a vender esas unidades.

El 27 de noviembre contestaba el Gobierno (telegrama Nº 397) que se interesaba en la negociación pero antes de resolver sobre la oferta necesitaba que se le si dentro de la suma de £ 1.250.000 por la transformación del “Cochrane” estaban comprendidas ciertas cosas que no es del caso detallar.

Tres días después, el 1° de diciembre de 1919, expliqué al Gobierno que el precio indicado por el almirante Gómez para la recompra de los buques era un, simple cálculo grosso modo, para que el Gobierno tuviese simplemente una idea aproximada del desembolso total que esto demandaría.

Transcurrió más de un mes, sin que la Legación recibiese instrucciones. Entiendo que había en el seno del Gabinete cierta disparidad de opiniones sobre la adquisición de buques, que giraba principalmente alrededor de la escasez de recursos fiscales.

El 16 de enero de 1920, el Gobierno tomó una resolución y en telegrama Nº 12 me dio instrucciones de ofrecer el precio indicado en mi telegrama Nº 414, por el Almirante Latorre, agregando que procurase adquirir dos destructores tipo Lynch al menor precio posible, y pidiese facilidades de pago.

Ocho días después, el 24 de enero de 1920, comunique al Gobierno (telegrama Nº 19) que el Gobierno Británico estimaba baja la oferta de £ 1.000.000 por el Almirante Latorre. Agregaba que había pedido una contraoferta y que la comunicaría, conjuntamente con el precio de los destructores que aun no se indicaba.

Transcurrieron nueve días y el 3 de febrero de 1920 (telegrama Nº 35) comuniqué que el Gobierno Británico pedía por el Almirante Latorre con doble dotación de municiones, £ 1.750.000 y que el precio de los dos destructores, también con doble dotación de municiones y torpedos de reserva, era de £100,000 cada uno.

Once días después estimé oportuno hacerle saber al Gobierno que, de informaciones recogidas por el almirante Gómez Carreño, aparecía que el Gobierno Británico estaría dispuesto a rebajar el precio pedido por el Almirante Latorre.

Quedaron interrumpidas de nuevo tas negociaciones durante des meses aproximadamente, y el 10 de abril de 1920, bajo Nº 86, el Gobierno me daba instrucciones de ofrecer £ 1.400.000 por el Almirante Latorre, dos destructores y un remolcador, todos con doble dotación de municiones y torpedos de reserva, pagando £ 1.000,000 al contado y las £ 400.000 restantes a seis meses plazo. La oferta se mantenía abierta por diez días, es decir, hasta el 20 de dicho mes, a fin de tomar en cuenta otras propuestas que el Gobierno había recibido.

Tres días después, o sea, el 13 de abril de 1920 bajo el Nº 101, contestó que la gestión iba bien  encaminada, pero que temía no poder enviar contestación antes del 20, por ausencia de Londres del Primer Lord del Almirantazgo.

No sucedió así, sin embargo, pues en telegrama Nº 108, de 17 de abril de 1920, esto es, cuatro días después, di cuenta de haber hecho la oferta de £1.400,000 por el Almirante Latorre, tres destructores en vez de los dos indicados en mis instrucciones, con doble dotación de municiones y torpedos de reserva, más el remolcador mencionado por el Gobierno. El Gobierno Británico –agregaba-- después de larga discusión, aceptaba oferta, pero decía que como el remolcador no habría sido mencionado como parte de esta negociación, debía comprársele, independientemente, y ofrecía entregar uno del mismo tipo del que se había incautado por un precio adicional de £ 30.000.

Pos días después, el 19 de abril en telegrama número 95, el Gobierno me daba su conformidad con estos términos.

Como se ve, si bien el Gobierno de Chile pagó £ 1.430,000 en vez de £1.400,000 ofrecidas, adquirió por ese precio global un destructor más  --tipo Lynch o Tipperary  como se llamaba en Inglaterra-- que, según los precios indicados por el Almirantazgo, valía £ 100.000.

La negociación de recompra había durad seis meses y el desenlace provocó diversas manifestaciones de aprobación de parte del Gobierno y de las autoridades navales de Chile.

En resumen, por los buques de los cuales se había incautado el Gobierno Británico en 1914 y 1918, recibimos en aquellos años:

Por el Almirante Latorre (1914): £  2.036.164,14,19

Por cuatro destructores (1914):  £ 359.354,8,  5

Por el Almirante Cochrane (1918): 1.334.358, 7,10

Total recibido: £ 3.729.875,11, 0

Recibimos, además, por los remolcadores una suma equivalente al desembolso de cuotas y gastos en la misma forma que el caso de los acorazados y de los destructores.

En otras palabras, con este pago quedó el Gobierno de Chile en la misma situación en que se habría encontrado si nunca hubiese contratado la construcción de los citados buques: con todos los gastos relacionados con ellos totalmente pagados. Pero, además, recibió, a título de compensación, cinco submarinos estimados, como se ha visto, en un precio de £ 70.000 cada uno, o sea £ 350.000, y 50 aeroplanos, de modelos que entonces eran los mejores conocidos, y que para los efectos de fijar un precio a la compensación estimaré en £ 1.000 cada uno.

No creo, pues, aventurado calcular en £ 400.000 el valor de los submarinos y aeroplanos que recibimos en compensación cuando el Gobierno Británico se incautó de nuestros buques.

Si esta estimación es correcta, querría decir que el Gobierno de Chile recibió:

En dinero efectivo: £ 3.729.875, 11, 0

En especies:  £ 400.000

Total: £ 4.129.875, 11, 0

Al recomprar algunas de las unidades tomadas pagó 1.430,000 libras esterlinas, y digo “algunas” solamente porque no recompró el Almirante Cochrane por el cual le había pagado el Gobierno Británico £ 1.334.358, 7, 10 ni un de los destructores, por el cual pagó £110.912. Para hacer una comparación exacta entre lo recibido y lo pagado se hace necesario deducir estas dos partidas que suman £ 1.445.270,7,10 de las £ 3.729.175, 11, 0 recibidas. Queda un saldo de £ 2.284.605, 3,2 que corresponde exactamente al precio recibido en arcas fiscales en 1914 por el Almirante Latorre, los tres destructores y un remolcador, todos inconclusos y algunos recién comenzados. Estos mismos buques que vendimos, inconclusos en 1914, fueron los que compramos en 1920 concluidos, renovados, modernizados, completados con todos los aparatos y mejoras que la experiencia de la gran guerra indicaba, en £ 1.430.000. Quedó, pues, a beneficio fiscal, en dinero efectivo, la diferencia entre £ 2.284.605,3,2 recibidas y 1.430,000 libras esterlinas pagadas o sea £ 854.605,3,2, sin computar los intereses que, a raíz de 5%  por año, durante cinco años y medio, suman alrededor de £ 628.150 sin capitalizarlos.

No son estos, sin embargo, los únicos beneficios de la transacción. Quedamos, además, con cinco submarinos y cincuenta aeroplanos que estimados prudentemente valían, como se ha visto, £ 400.000.

La opinión apreciará si los intereses nacionales y fiscales estuvieron o no debidamente resguardados a través de todas estas negociaciones, en las cuales me complazco en señalar, ante todo, el espíritu cordial y generoso que jamás faltó en el Gobierno de Su Majestad Británica, el consejo experimentado, patriótico, sereno de los distinguidos almirantes Luis Goñi, Lindor Pérez Gacitúa, Joaquín Muñoz Hurtado, Miguel Aguirre y Luis Gómez Garreño, quienes, como jefes de la Comisión Naval me asesoraron sucesivamente entre los años 1911 y 1920 y la cooperación abnegada, inteligente, leal y caballerosa de adictos navales como don Alfredo Searle, Alfredo Santander, Luis Barrie, Francisco Eliseo Merino, Carlos Jouanne, Edgardo von Schroeders y otros que desempeñaron con brillo singular su cometido.

Casi todos estos viejos almirantes han dejado el mundo de los vivos, pero sigue ligándome a ellos el vínculo del respeto cariñoso a su memoria. Otros viven todavía y me honran con una amistad que durará, así lo espero, lo que nos quede por vivir.

Todos los que fueron adictos navales viven por fortuna para el país, y también para mí. A través de los años en que servimos juntos a nuestro país y después que la vida nos separó en diversos caminos, hemos conservado  lazos de mutuo afecto, de respeto recíproco que no se crean sino cuando hay oportunidad, como nos ocurrió a nosotros, de hacer una obra buena en común y cuando el trato intimo de mucho tiempo crea, para esa amistad, una muralla impenetrable, contra los dardos envenenados de la procacidad, de la incomprensión y de la maledicencia