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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Capítulo V. El Curso de la Revolución. 1810
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El Curso de la Revolución. 1810

1. Gobierno del Conde de la Conquista.
Ya dejamos depuesto y destronado al legítimo Gobernador y representante del soberano por la violencia y declarada acción popular, con cuyo paso quedó abierta la entrada a todo desorden; y este eslabón será el primero de la cadena continuada de errores con que amarrado el reino será conducido hasta su última ruina.

Entró a subrogar en el mando, don Mateo de Toro, Conde de la Conquista, Brigadier de los reales ejércitos ‑-según decían los sediciosos, por ministerio y llamamiento de la ley-‑, hombre el más a propósito para ser guiado de los revolucionarios a los perversos fines que tenían meditados y dispuestos.

En primer lugar, dicho sujeto había obtenido el grado de Brigadier por servicios en las milicias, sin instrucción alguna en lo militar, de que enteramente carecen estos informes cuerpos de las campañas de Chile, pues sólo tienen el nombre impropio de tales.

En segundo, residía en la Concepción de Chile el Intendente don Luis de Álava, Brigadier también de los reales ejércitos, quien desde el más ínfimo grado había ascendido hasta éste en el Real Cuerpo de Veteranos de Artillería, en donde había contraído su mérito hallándose en varias guerras y campañas, obtenido empleos militares y políticos, y adquirido en ellos la ilustración y conocimiento, que lo constituían en estado y aptitud, para mandar el reino incomparablemente mejor que el Conde de la Conquista.

Últimamente este caballero se hallaba en la avanzada edad de 84 años tan decrépito que apenas podía firmar, ni entender ni disponer lo justo y conveniente, no digo en la administración del reino, pero ni en el gobierno doméstico de su propia casa.

Esto, no obstante, nos pusieron este fantasma al frente de tan crítico y delicado Gobierno, celebrando con tal entusiasmo su nombramiento, que no se oía más que aplausos y vivas, y gratulación por la dicha y felicidad de tan discreta y sabia elección.

El día 17 por la mañana se juntó el Real Acuerdo asociado del Cabildo, en donde tomó posesión de sus altos empleos dicho señor, haciendo el juramento de estilo en la forma que previenen las leyes y luego para darse a reconocer al pueblo extendió y mandó publicar al día inmediato el bando siguiente:

2. Proclama Circulada por Manuel Antonio Talavera.
A continuación del anterior bando se esparció por el público un escrito en forma de proclama, felicitando a todos los habitantes de Chile con motivo del nuevo Gobernador, como suceso el más plausible y feliz que podía desearse, según lo manifiesta su contenido:

3. El Fermento Revolucionario: Reuniones y Juntas Particulares.
Dejamos dicho que en el movimiento popular del día 11 fue pedida y conseguida la libertad y devolución de los tres vecinos Ovalle, Rojas y Vera, que habían sido embarcados para Lima; pero llegando el indulto después de haber marchado la embarcación, sólo había quedado en Valparaíso por enfermo el doctor Vera.

El 22 del mismo mes llegó éste a la capital con innumerable acompañamiento de los principales personajes de la ciudad, que en carruajes y a caballo lo recibieron y entraron como en triunfo, celebrando y admirando a este sujeto como a una de las primeras columnas que debían erigir y sostener el plan de la revolución.

El día 30 asistió dicho Vera al público banquete que dio el nuevo Presidente, al que estuvieron de convidados la Real Audiencia, el Cabildo, los jefes y oficiales militares, los empleados y muchos vecinos principales, y lució su ingenio poético entreteniendo al concurso con invectivas y sátiras alusivas a las circunstancias del tiempo.

Desde el punto que dio principio el nuevo Presidente, se empezaron a desplegar sin máscara las banderas de la insurrección e independencia en las públicas conversaciones y asambleas, teniendo ya a su disposición los revolucionarios al Gobierno por medio del Asesor y Secretario que a su satisfacción y propósito le pusieron y por los deudos y familiares del Conde, que eran de los más declarados por el nuevo sistema.

Las reuniones y juntas particulares para combinar los planes eran las más públicas y reconocidas en las casas del Conde de Quinta Alegre, en la del alcalde don Agustín Eyzaguirre, en las del Canónigo don Vicente Larraín, la del hermano de éste Alférez Real, don Diego Larraín, y otras menos frecuentadas; pero los concurrentes eran muchos de todos estados y condiciones, aumentándose su número cada día.

El Cabildo, cuyos individuos eran los principales promotores y patronos de estos conventículos, no contaba entre ellos más que dos regidores opuestos a sus ideas, don Pedro González Álamos y don José Joaquín Rodríguez; y para acelerar la ejecución de sus proyectos, representó al Gobierno que necesitaba un suplemento de seis cabildantes más, de los cuales debían ser los tres europeos y los otros tres patricios, alegando era necesaria esta medida en atención a la concurrencia de tantos y tan graves negocios.

Llegó el expediente a la Vista Fiscal, quien conociendo los torcidos fines de la pretensión, opuso muchas razones y leyes con que supo y pudo embarazar y dilatar la providencia.

Viendo frustrada esta diligencia arbitró el Ayuntamiento celebrar una sesión para el 5 de agosto, convocando a ella cuarenta sujetos principales, los más adictos y facciosos, en la que se debía tratar y resolver el modo más conveniente a la instalación de una Junta de Gobierno; pero sabida esta noticia por el jefe, manifestó su disgusto con lo que desistieron de su intento.

En estos días se recibieron aquí varios impresos de España, en los que se contenía la instalación del Consejo Supremo de Regencia, y la obediencia y subordinación que le habían prestado muchas provincias; y con este motivo se presentó el fiscal del Rey, exigiendo se ejecutase lo mismo en este reino.

En este estado llegaron las órdenes circulares remitidas por el Marqués de las Hormazas dirigidas al mismo objeto y agregándose al expediente promovido, se pidió informe al Cabildo, y éste a su Procurador General don José Miguel Infante, acompañándole también varias gacetas que comprobaban el reconocimiento de aquella suprema autoridad en Badajoz, en Galicia, en Valencia, etc.

4. Las Dos Razones del Procurador de Ciudad.
El procurador de ciudad extendió su dictamen extendiéndose y ostentando su erudición en el que asienta no deberse reconocer y obligarse con juramento al obedecimiento del nuevo Consejo de Regencia, respecto a claudicar su legitimidad, probándolo con dos razones principales:

La primera, consiste en que, impedido y ausente el Rey por su cautiverio, y no habiendo provisto de regente al reino, debió éste con arreglo a la ley elegir un Gobierno representativo, depositándolo en una, tres o cinco personas, y que siendo veinte y tres vocales los que componen la Junta Central, era esta erección contra la ley.

La segunda, es consecuencia de la primera, pues siendo ilegítimo el substituyente no puede serlo el substituido Consejo de Regencia, por lo cual es de parecer que será conveniente esperar ulteriores órdenes y noticias para proceder con más seguridad y conocimiento.

5. La Discusión en el Cabildo.
Siendo de la aprobación del Ayuntamiento esta sentencia, dispuso sostenerla con empeño, a cuyo efecto se congregó esta corporación en la sala acostumbrada el 13 de agosto; pero noticioso el Presidente de las miras del Cabildo se presentó en ella como a las diez de la mañana y quiso presidir el acuerdo.

El regidor don Fernando Errázuriz trató fuertemente de oponerse al reconocimiento del Consejo de Regencia, queriendo demostrar los vicios de que adolecía; pero el Secretario de Gobierno don José Gregorio Argomedo, que acompañando al jefe se hallaba presente y por insinuación de éste, rebatió enérgicamente las reflexiones de Errázuriz con lo que se redujo la materia a votación en la que salieron discordes.

Los regidores don Pedro González, don Pedro Prado, y don José Joaquín Rodríguez, fueron de[l] sentir que debía ser reconocido y jurado el Supremo Consejo de Regencia. 

El Conde de Quinta Alegre, defendiendo y apoyando el dictamen del procurador; negaba ser arreglado este procedimiento.

Por último, el mayor número de cabildantes, considerando que la visita, y asistencia del jefe no se dirigía a otro objeto que a vencer la resistencia y oposición del Cabildo, convinieron en que se prestase reconocimiento a la Regencia sin la condición de jurarle.

Este parecer prevaleció y a consecuencia se acordó y extendió la Acta en los términos que sigue:

6. El Canónigo Rodríguez Zorrilla Contramina los Planes Subversivos.
Por estos días llegó a noticia del Cabildo que el Canónigo Doctoral y Vicario Capitular, don José Santiago Rodríguez Zorrilla, estaba contraminando los subversivos planes de Junta e independencia, que promovía y patrocinaba con tanto ardor; a cuyo efecto había exhortado a sus eclesiásticos, y especialmente a los Curas párrocos, mantuviesen a sus feligreses fieles y firmes en la justa y debida obediencia y subordinación al legítimo Gobierno, y a este fin les dirigió una circular para que proponiéndola y firmándola los principales vecinos de los curatos, quedasen más constantes y obligados a la perseverancia en estos sagrados deberes.

Irritados sumamente de la sabia conducta del Provisor, se reúnen en la sala capitular, y después de ventilar los medios más oportunos para castigar e inutilizar los leales y honrados esfuerzos de tan digno prelado eclesiástico, diputaron cuatro cabildantes para que con la mayor energía posible hiciese ver al jefe que dicho señor Rodríguez intentaba sublevar los pueblos contra el Gobierno y que era preciso contenerlo y castigarlo, y que llamándolo inmediatamente a su presencia, fuese obligado a dar satisfacción.

Los diputados fueron los regidores don Diego Larraín, el cuñado de éste, don Francisco Antonio Pérez García, don Fernando Errázuriz y el Procurador don José Miguel Infante, quienes, después de exponer sus quejas al Jefe, pasaron este recado de estilo al señor Provisor, para que compareciese a tratar un punto interesante al Estado.

Presentóse inmediatamente y requerido sobre los cargos que le hacía el Cabildo, contestó a la diputación, que sus procedimientos eran muy diferentes y contrarios a revolucionar los pueblos; antes por el contrario, se encaminaban a conservarlos en paz y precaucionarlos para que no siguiesen los fraudulentos proyectos con que el Cabildo y sus partidarios intentaban engañarlos y sublevarlos contra el legitimo soberano, a quien eran obligados a obedecer.

Le replicaron don Fernando Errázuriz y don Francisco Antonio Pérez: ¿quiénes eran los que promovían tales proyectos? Y les respondió: que el Cabildo y ambos diputados, particularmente con sus familias y otros muchos cómplices y aliados que tenían, eran los autores del sistema de Junta que querían erigir con el depravado fin de independencia y libertad; y que lo probaría en el instante con testimonio de todo el público que nada ignoraba, por lo que debían esperar no les sería tan fácil la ejecución de sus planes.

Convencidos con estas razones, los diputados reprodujeron al provisor la infundada especie de que procuraba conservar los pueblos adictos al Gobierno antiguo del soberano, para entregarlos a su tiempo al dominio de la señora Carlota con quien mantenía correspondencia, y pidieron al Presidente se sorprendiesen y registrasen sus papeles, en los que seguramente hallarían las predichas correspondencias.

El Provisor contestó que no obstante el riesgo de publicarse y exponer tantos negocios graves y secretos que manejaba por ministerio eclesiástico, admitía el pedido escrutinio por vindicar su honor y su alto carácter, y que desde luego se obligaba a pagar la multa de mil pesos, si se hallaba una letra relativa a la calumnia que falsamente le imputaban.

Por último, concluyó el provisor diciéndoles que para avergonzarlos y confundir sus capciosas imputaciones, iba a traer un escrito o protesta que a prevención suya habían extendido los vecinos y feligreses de la villa y curato de Rancagua.

Con este documento, el más expresivo de una verdadera y acendrada lealtad y adhesión al legítimo soberano, los enmudeció y les hizo ver que los pueblos y curatos fuera de la ciudad se oponían y detestaban el sistema de Junta, y que estaban resueltos a no admitir innovación alguna en el Gobierno pacífico y justo que hasta ahora los había dirigido.

Advirtió también que en adelante lo eximiesen de iguales comparendos y vergonzosos careos, pues debían saber que si algún asunto ocurría al Cabildo que tratar, observase la costumbre regular de entenderse por oficios, y que si querían formarle causa o proceso sobre su conducta, tendría la satisfacción y gusto de patentizar sus rectos y honrados procederes.

7. Preparativos Inmediatos para Instalar Junta.
Conociendo el Cabildo el disgusto que el jefe, manifestaba a los oficios con que se oponían al reconocimiento del Consejo de Regencia, desistió de éstos y recurrió a otros ardides más seguros; y con este objeto remitió a la Real Audiencia el expediente promovido sobre la materia con un oficio liso y llano en que se defería a dicho reconocimiento, sin acompañar la Acta Capitular arriba expresada, ni la representación y parecer del Procurador.

Remitióse luego al Ministerio Fiscal, quien conociendo la necesidad de apresurar este acto, extendió su Vista exigiendo con toda energía y prontitud dicho reconocimiento  y juramento, sin olvidarse de pedir, la acta capitular y el parecer del procurador para deducir lo conveniente.

El día 17 se juntó el Real Acuerdo con asistencia del Fiscal y de nuevo hizo ver la importancia y, urgencia de lo que pedía, y a continuación se acordó que a la mayor brevedad se jurase y reconociese el Supremo Consejo de Regencia por todos los tribunales, jefes, etc., con Bando Real público en la forma más solemne según estilo.

Esta medida, que practicada debidamente, destruía o por lo menos se oponía y retardaba los proyectos del Cabildo, disgustó mucho a este revolucionario cuerpo, y para frustrarla y eludirla se juntó en sesión en esa misma noche, para meditar los medios más a propósito a sus intentos.

Dirigieron al jefe una representación en que pedían que el reconocimiento se difiriese para otro día, y que éste fuese privado en casa del mismo jefe.

En la misma noche se proveyó por el Gobierno condescendiendo con la súplica y dejando al arbitrio del Cabildo el día que debía ser, siéndoles fácil esta condescendencia por tener sobornado y adicto a sus miras al Asesor del Gobierno, doctor Marín.

A las once de la noche pasó el escribano de Cabildo a notificar la providencia al Real Acuerdo, que admirado y sorprendido de esta novedad, penetró luego el espíritu y capciosidad de la deliberación.

El plan del Cabildo, según hemos conocido, se reducía a señalar el día 21 para dicho reconocimiento, y para impedirlo tenían tomadas las medidas siguientes:

Al punto que consiguieron la providencias de la dilación, enviaron emisarios a las campañas a traer gente armada de los regimientos de caballería que debían entrar en gran número el mismo día 21 al tiempo del reconocimiento; y capitaneados éstos por varios facciosos de la ciudad, que disfrazados debían introducirse entre ellos, entrarían en la plaza tumultuando al pueblo y clamoreando que querían Junta para cuyo efecto pedían que se celebrase un Cabildo abierto, y se omitiese el reconocimiento del Consejo de Regencia.

Noticioso el Tribunal de la Real Audiencia por la fama pública de este proyecto, determinó que pasase el señor Regente a desengañar al jefe de los siniestros informes con que el Cabildo lo tenía preocupado, y hacerle presente que no había causa para demorar la publicación del Bando Real, que con acuerdo de la Real Audiencia había el mismo jefe ordenado para el día 18, y que la providencia librada la noche anterior condescendiendo con la súplica del Cabildo, debía suspenderse por ser maliciosa y depravada.

A poco rato entraron los demás señores de la Real Audiencia y confirmaron con nuevas razones todo lo expuesto por el Regente.

Convencido el Presidente por la razón contestó que aquella providencia la había tomado porque se le había informado que el pueblo estaba dividido en partidos y facciones, especialmente entre europeos y patricios; que los primeros, por ser del partido carlotino, trataban de impedir la publicación del bando y que correría mucha sangre si se llevaba a efecto lo determinado.

Entonces, se le hizo ver que todo era fábula inventada por los del Cabildo y que no existía más inquietud que la que ellos promovían, a fin de instalar su Junta, y que para desbaratar tales tramas era el mejor medio la ejecución pronta en aquel mismo día de lo acordado por la Real Audiencia.

En efecto, se decidió el jefe y tomó las providencias correspondientes para el acto.

No tardaron en llegar los cabildantes, sabedores ya de los prontos preparativos para la función.

Asimismo, fueron entrando los jefes militares, prelados, eclesiásticos y demás convidados, esperando sólo la hora oportuna para salir a la publicación del bando.

Requirió el jefe al Sargento Mayor don Juan de Dios Vial, para que dispusiese y trajese la tropa, pero estando este sujeto entendido y acorde con las ideas de los cabildantes, respondió que la tropa estaba dispersa y desprevenida y que no era posible reunirla prontamente, cuyos pretextos apoyaban los  cabildantes; pero conocido este efugio [sic] por los asistentes, reclamaron que no había necesidad de tropa respecto a que si todo el pueblo estaba sosegado y deseoso de ofrecer su fidelidad al Supremo Consejo de Regencia, y que por esta falta no se demorase la función.

El Oficial don F. Padilla que se hallaba presente, aseguró ser falsas las excusas del Sargento Mayor y añadió que si a él se le diera la orden traería prontamente la tropa, la que toda estaba en el cuartel dispuesta y deseosa de asistir a proteger las disposiciones del Gobierno.

Ejecutóse así y en el ínterin que llegaba la tropa se dispersaron en corrillos por el palacio todos los concurrentes y uno de ellos fue el señor Presidente; y aprovechándose de esta ocasión los dos cabildantes, don Diego Larraín y don Francisco Antonio Pérez, se le arrimaron y le sugirieron con la mayor energía que suspendiese el bando porque el pueblo estaba sumamente alborotado y que el partido carlotino estaba prevenido para impedir el reconocimiento a fuerza de armas y que sin duda habría una gran carnicería. Atemorizado el anciano Presidente con las artificiosas sugestiones y conmovido al mismo tiempo con las súplicas de su señora esposa la Condesa, a la que también tenían engañada los intrigantes, determinó nuevamente deferir para otro día la solemnidad del acto.

Difundióse al punto esta novedad y rodeando al jefe casi todos los oidores y demás asistentes procuraron desimpresionarle y animarle, haciéndole ver que todo era falso y que al pueblo se le infería una injusta calumnia, y que ellos también estimaban su vida, la que no expondrían si conocieran tanto peligro.

Con estas y otras razones reasumió espíritu el Presidente y llegando en este momento la tropa, empezó todo el concurso a ponerse en orden para salir al público y estando ya batiendo marcha y puestos en el patio se acercó uno de los cabildantes al oído del jefe y le dijo que de ningún modo saliera porque exponía su vida.

Hizo tanto efecto este último estímulo de la malicia que detuvo su marcha el Conde y declaró a todo el Congreso que no pasaba adelante por no arriesgar su vida y así que determinasen los asistentes lo que quisiesen.

Los señores del Real Acuerdo, los jefes y demás prelados prosiguieron saliendo algunos a la calle convidando con el ejemplo para que siguiera el Gobernador y manifestándole prácticamente que el pueblo estaba pacífico e inocente, esperando regocijarse con la celebridad que con ansia deseaban.

Prevaleció en la verdad, y animado de nuevo el jefe siguió residiendo el concurso hasta la Plaza, en donde tomando ensanches su oprimido corazón, entre vivas y aclamaciones de todo el pueblo, conoció los engaños del Cabildo y gozó de indecible satisfacción de experimentar la fiel subordinación y amor a su soberano, que manifestaba todo el pueblo.

Concluyóse la publicación con todas las formalidades acostumbradas y siguiendo tres días de iluminación con misa de gracias y Te Deum en la Iglesia Catedral.

Quedó gozosísimo todo el pueblo y particularmente la porción de los europeos y la de patricios fieles, por parecerles que con esta diligencia se aseguraba la paz quedando confundidos los facciosos juntistas.

Pero en vano, porque siempre se verificó la sentencia de que los hijos de la mentira son más diligentes y activos en sus negocios que los de la verdad.

En efecto, a los pocos días empezó a tomar cuerpo la nueva y temeraria voz de que los europeos intentaban apoderarse de la artillería y con este auxilio querían reponer en su empleo al ex Presidente don Francisco Antonio García Carrasco.

Con esta inventiva y absoluta falsedad, volvieron a sorprender y poner en nuevos sustos y agitaciones al Gobernador, el cual rodeado por todas partes de juntistas, entre ellos los dos hijos del Conde, el Secretario y el Asesor, lo persuadían fácilmente, abusando de su timidez y decrepitud, en términos que mandó alarmar todas las tropas y permanecer con bala en boca de día y de noche, causando grave desasosiego y cuidado en toda la ciudad.

Los dos comandantes don Juan de Dios Vial y don José Miguel Benavente, declarados partidarios de la revolución la fomentaban acordes con el Cabildo y demás facciosos, dando por ciertos los soñados peligros y aparentando al jefe la necesidad de estas medidas que ellos dirigían a sus depravados fines y así permanecieron las tropas por muchos días aumentando los sustos y su partido.

8. El Sermón del Padre Romo.
El día 29 de agosto predicó el Reverendo Padre José María Romo en la iglesia de su Convento Grande de Nuestra Señora de la Merced, un sermón en que, contrayéndose a las ocurrencias actuales, se explicó en los términos siguientes:

Dicho sermón, en medio de que no respira otra cosa que fidelidad y celo por el mejor servicio y felicidad del rey y de la patria, incomodó y resintió tanto al Cabildo, que muy pronto formalizaron una acre representación y querella, dirigiéndola al jefe, el día 31, en que manifiestan:

9. Quejas del Cabildo contra los predicadores. Agitación de los Ánimos. División del Pueblo en Partidos. Septiembre de 1810.
Llamado y requerido el Padre Romo, según había pedido el Cabildo, expuso este religioso que también era propio de su instituto exhortar al pueblo a la fidelidad y subordinación debidas al soberano y a las autoridades legítimas que lo representaban y declamar contra aquellos que conspiraban contra ellas.

Que la conmoción popular no podía ser más notoria como tampoco su origen que era la erección de Junta con trastorno del legítimo Gobierno; que en cuanto a su persona dispusiesen a su gusto, pues que estaba dispuesto a sufrir la pena que le impusieran; suplicando solamente que del sermón que había presentado, de la presentación del Cabildo, y  de  la providencia que tomase, el Gobierno, se le diera íntegro traslado y testimonio para usar de todo según le conviniera.

El jefe por su natural benigno y religioso, corrigió al padre con suavidad y respeto conteniéndole también las notorias virtudes y conducta acreditada del predicador, no obstante que disgustaba a los irritados acusadores.

No fue ésta la única vez que el Cabildo expuso sus quejas contra los predicadores, que anticipándose y oponiéndose a la instalación de la Junta procuraban desengañar al pueblo y hacerle ver los fatales resultados de anarquía y ruina que se habían de seguir y así se quejaron verbalmente contra otros varios de diferentes religiones.

Con estos procedimientos se aumentaba cada día más la agitación y conmoción de los ánimos, dividido realmente el pueblo en dos partidos: el uno que defendía la justa causa del Rey y el otro revolucionario que no cesaba de poner en movimientos cuantos resortes y arbitrios había estudiado en la escuela tiránica de Napoleón por cumplir y perfeccionar, cuanto antes sus destructores intentos.

Los emisarios de Buenos Aires y los individuos de aquellas provincias habitantes de esta ciudad, promovían con ardiente empeño la pronta imitación de su revolucionario Gobierno, ofreciendo cuantos auxilios fueran necesarios caso de hallar resistencia.

10. Conventículo en los Primeros Días de Septiembre de 1810. Falta de Oficiales y Tropa para Sostener la Justa Causa.
Temerosos los novadores de ser detenidos en su carrera por los amantes del orden, multiplicaban las diligencias y desde los primeros días de septiembre se continuaban las juntas en casa de don Diego Larraín, al mismo tiempo que el Cabildo repetía sus acuerdos y apuraba los últimos recursos.

No se descuidaron los leales europeos y patricios, y si por ventura hubieran tenido a su devoción los oficiales que mandaban las tropas, hubieran sostenido con honor y tesón la justa causa; pero sólo el Comandante de Artillería Reina con setenta milicianos bisoños se mantenía fiel.

Este oficial, quejándose un día de la falta de tropas para sostenerse, fue oído por don Manuel Antonio Talavera, abogado hábil de esta Real Audiencia y patricio honrado, de los más fieles y leales sentimientos, quien propuso inmediatamente al Comandante que si conseguía permiso del jefe ofrecía reunir por medio de una suscripción voluntaria un refuerzo de trescientos hombres, levantados, equipados y pagados por los vecinos ricos adictos a la causa del Rey.

El siguiente día avisó Reina a Talavera que ya estaba llano el paso por parte del Gobierno y en el instante pasó éste a requerir a los principales realistas que conocía muy bien, y hallándoles dispuestos y prontos al proyecto se retiró a su casa y extendió cuatro copias de la representación siguiente, para que por varias manos a un mismo tiempo se agitase y cumpliese más brevemente la diligencia.

En menos de dos horas, por medio de dicho arbitrio, habían sobre sesenta suscripciones, ya de uno, de dos y de tres soldados. El Marqués de Casa Real suscribió diez, don Pedro Nicolás de Chopitea igual número y a proporción se esforzaban todos gustosos en dar pruebas de verdadera lealtad y patriotismo.

Uno de los encargados para recoger las suscripciones era don Roque Allende, quien andando en esta diligencia fue sorprendido por el infiel revolucionario Comandante don Juan de Dios Vial; arrebatándole la representación de las manos y después de llenarle de improperios, le condujo a presencia del jefe, quien informado de los paso en que andaba lo reprendió como delincuente del mayor crimen, de cuyo  fracaso noticioso luego todos los interesados, desistieron de su honrado empeño viendo que el jefe los desamparaba decidido a sostener el partido contrario.

Los cuatro sujetos portadores de dicha suscripción llevaban también otro escrito en forma de protesta y ratificación de su fidelidad y dispuesto por el mismo Talavera para que al mismo tiempo lo firmasen y suscribiesen los de la primera, y por ser tan noble y digno de memoria lo traslado a la letra.

Este segundo escrito tuvo el mismo fin que el anterior por los motivos ya insinuados.

11. Medidas Para Pacificar los Ánimos. Del 7 al 13 de Septiembre de 1810.
El día 11 se presentó el Cabildo en casa del jefe y le hizo presente la necesidad de tomar medidas prontas para pacificar el pueblo, discorde y sumamente alterado, y para este fin requirió que fuese luego convocada la Real Audiencia y comandantes militares, para que todos acordes discurriesen los mejores medios al intento. El oficio que el Cabildo pasó al jefe es el siguiente:

Reunidos ya los dichos cuerpos se dio principio a la discusión; y el Alcalde don Agustín de Eyzaguirre, Propuso como arbitrio el más oportuno para conciliar la diferencia de opiniones populares y pacificar al público, la creación de una Junta Gubernativa.

Siguió y corroboró este dictamen don Fernando Errázuriz, explicándose con demasiado acaloramiento, y añadió que respecto de ser una de las causas principales del disgusto general la provisión y nombramiento para Capitán General de este reino del señor don Francisco Javier de Elío, y para su Asesor don Antonio Garfias, debía negarse la aceptación y recibimiento de ambos.

De este mismo parecer fueron los demás cabildantes y el Procurador con algunas pequeñas variaciones, a excepción de los dos regidores don José Joaquín Rodríguez y don Pedro González Álamos, que todo lo propuesto desaprobaron.

El señor Regente tomó luego la voz y empezó a desvanecer todas las aparentes razones del Cabildo, estableciendo como sólido principio que estando reconocido y jurado el Supremo Consejo de Regencia, como sustituto representativo de la soberanía de Fernando Séptimo, y por consiguiente las leyes en uso y observancia bajo el presente Gobierno establecido por ellas, no residían aquí facultades para alterarlas con un nuevo Gobierno desconocido; y menos podía negarse el obedecimiento y cúmplase a los despachos de los dos sujetos agraciados, Elío y Garfias.

Los demás señores de la Real Audiencia siguieron comprobando con muchas explicaciones, leyes y razones, la sentencia del Regente, con cuya plena convincencia quedó persuadido el Presidente y mudos los cabildantes; y en esta virtud se resolvió que para dar fin a todas las discordias y temores en que se hallaba la ciudad con la expectativa de tantas novedades, se ordenase y publicase un Bando expresando y asegurando al pueblo que no se haría la menor alteración y novedad en el Gobierno actual, y que todo seguiría  en el método y estilo establecido y especificado; que no se instalaría la temida y decantada Junta sin que nadie en lo sucesivo fuese osado a tratar ni discurrir sobre este sistema.

El señor Oidor don José Santiago Concha fue el encargado de extender y organizar el acuerdo como lo verificó en la misma noche y después de firmado por los individuos de la Real Audiencia se remitió al Gobernador para el mismo efecto, pero éste ni lo quiso firmar y menos publicar como veremos a su tiempo.

Al día siguiente, 12 de septiembre, se divulgó rápidamente el rumor falso o verdadero de que los novadores tenían dispuesta para la siguiente noche apoderarse del Cuartel de Artillería, para con este auxilio y la restante tropa, cuyo Comandante tenían a su devoción, proceder a la instalación de la junta y dar cumplimiento a sus premeditados proyectos.

Para evitar esta sorpresa se reunieron muchos europeos y algunos patricios leales y presentándose en bastante número al Comandante don Francisco Javier Reyna se ofrecieron voluntariamente a guarnecer aquella noche el Parque.

El Comandante dio parte de todo al jefe y conseguido licencia verbal admitió la oferta de los pretendientes.

Se juntaron cincuenta y cuatro de éstos y custodiando la artillería como a la una de la noche se presentó a la puerta del Parque el Alcalde Eyzaguirre, acompañado del Regidor don Diego Larraín, don Nicolás Matorras y de otros cuyo número ascendería a veinte.

El oficial de guardia la duplicó y mandó calar bayoneta y con esta prevención dispuso abrir la puerta.

Entonces preguntó Eyzaguirre qué gente estaba adentro. A lo que se contestó que toda era de hombres de bien y la mayor parte comerciantes, y no reproduciendo otra cosa se retiró sin ocurrir más novedad en toda la noche.

El día 13, que se esperaba la publicación del Bando anterior, convocó el Presidente a su palacio una junta compuesta del Cabildo, dos canónigos del Cabildo Eclesiástico, don Vicente Larraín y don Juan Pablo Fretes, el Prior del Consulado don Celedonio Villota, el Cónsul don Joaquín Gandarillas, los dos coroneles don Manuel Olaguer Feliú y don Francisco Reyna (estos dos últimos reclamaron la acordada publicación del Bando y se retiraron).

En esta junta se anuló y revocó totalmente todo lo sancionado el día 11, y se acordó fuese citado el vecindario para una Junta General o Cabildo abierto para el 18, en la que se debía discutir y resolver el sistema de gobierno conveniente para defender y conservar estos dominios; y para el efecto se extendió la esquela de convite en los términos siguientes:

Noticiosa la Real Audiencia de todo lo actuado, se juntó en Acuerdo y resolvió lo siguiente:

12. Respuesta de los Conventos.

En este día 14 se reunió un gran número de juntistas en casa de don Diego Larraín. Llamaron a este Congreso a los dos europeos, don Mariano Serra y don Pedro Arrué, con el fin de suavizar los ánimos de los que se oponían a la ejecución de Junta. Asistieron también el Coronel don Manuel Olaguer Feliú y el Capitán de Ingenieros don Juan Mackenna; pero en vano, porque no pudieron conciliar las opuestas opiniones. La noche anterior hubo también una grande tertulia de europeos y patricios adictos a éstos en casa de don Manuel de Aldunate.

A ella se introdujo el Regidor don Pedro Prado con la mira de cerciorarse del partido opuesto al proyecto de junta, sobre cuyo sentir nada se le ocultó, exponiendo todos francamente su modo de pensar y particularmente don Juan Antonio Fresno y don Manuel Riesco, comerciantes acaudalados.

Allí se acordó diputar dos vecinos europeos que asistieran al otro día a la junta de don Diego Larraín para tratar de, conciliar las diversas opiniones.

Estos fueron don Antonio Martínez de Matta y don Felipe del Castillo Albo; y aunque sólo el último asistió, fue vana la diligencia porque en nada convinieron.

En la siguiente noche se divulgó como hecho positivo la reunión de doscientos europeos y patricios armados para sorprender el Parque de Artillería e impedir con la fuerza la celebración del Congreso y junta, pero siendo sentidos con tiempo, desistieron y se retiraron a sus casas.

Para evitar este suceso, se redoblaron las rondas y se reforzó  la guarnición del Parque con cuarenta hombres veteranos, una Compañía de Milicias del Regimiento del Rey y varias divisiones de caballería que se colocaron en la plazuela frente al Parque.

También salieron a rondar la ciudad los dos partidarios don Ignacio de la Carrera y don Juan Enrique Rosales, escoltados cada uno de cincuenta hombres de a caballo.

El primero prendió y llevó al cuartel de San Pablo a don José Aria, a un dependiente de éste y a Diego Carvajal, todos armados; y el segundo, a don Cristino Huidobro, a un sobrino de don Nicolás Chopitea y a su cajero, todos europeos armados de pistolas y sables.

El  día 15, llegaron a la ciudad varias compañías de caballería del Regimiento de la Princesa en número de quinientos treinta hombres, que se acuartelaron en la quinta del Alcalde al mando de su Coronel don Pedro Prado, de las cuales una se destinó a custodiar el Parque de Artillería y otras dos para rondas. Asimismo se destinó una compañía de infantería y otra de caballería para guarnecer el Cuartel de San Pablo, en donde estaba la: Sala de Armas, todo con el fin de apoderarse de la fuerza y quitar toda esperanza al partido fiel antijuntista.

La noche siguiente se continuaron y multiplicaron las rondas, particularmente los dos campeones Carrera y Rosales que, como interesados personalmente a los empleos del  gobierno revolucionario, tomaban con todo esfuerzo estas medidas para atemorizar y condenar, a los fieles españoles que procuraban evitar la ruina de la patria.

El mismo día 15 dirigió la Real Audiencia un tercer oficio al Gobierno, que es del tenor siguiente:

13. Vacilaciones del Presidente Toro. Movimientos de los Juntistas.
La fuerza de las razones con que la Real Audiencia advertía al jefe la ilegalidad y peligros de los proyectos del Cabildo, no dejaban de hacer su efecto conmoviéndolo y atemorizándolo con las malas resultas que le amenazaban y predecían, pero la desgraciada suerte de este reino estaba decidida y en vano trabajaban los que querían evitarla.

El Conde Capitán General de edad de ochenta y seis años, hombre de escasas luces, y rodeado y aun oprimido de sus propios hijos, nietos, sobrinos e innumerables parientes, del Asesor don Gaspar Marín, del Secretario don Gregorio Argomedo, todos partidarios y factores del sistema revolucionario, lo dirigían, engañaban y procuraban a su entera voluntad separando de su trato a toda persona que pudiera desengañarle.

Le aseguraban que no había medio más eficaz y proporcionado para defender y conservar el reino, y sin olvidarse que la ambición es el vicio que más cabida tiene en la última edad del hombre, le sugerían que la erección de la junta era el arbitrio seguro para perpetuar su mando.

El complejo de estas instancias producían la facilidad y arbitrariedad con que hacían firmar al débil jefe cuantas providencias le presentaban para reunir y juntar tropas, nombrar Comandante General de Armas a don Juan de Dios Vial, Aquiles sustentador  del nuevo  sistema; armarse los particulares comandando grandes patrullas; hacerse jueces y perseguidores de todos los contrarios a sus ideas; aprisionar y formar sumarias a su voluntad; y en fin, atemorizar a todos los buenos.

No se debe omitir como una de las medidas adoptadas por los revolucionarios el desprecio y aún aborrecimiento con que se declararon contra la Real Audiencia, divulgando por el pueblo y sugiriendo al Presidente que este Tribunal se arrogaba unas facultades  intolerables y despóticas, oponiéndose a las disposiciones del General y queriendo dar la ley en el Gobierno.

De este modo consiguieron excluir al Real Acuerdo como lo ejecutaron en ese mismo día 15, que convocando el jefe a sólo el Cabildo, le consultó lo que se debía resolver sobre la materia de que trataban los últimos oficios de la Real Audiencia, y en su vista acordaron el decreto siguiente:

Temerosos algún tanto el jefe de los resultados que podía tener la resolución del decreto anterior, dirigido a llevar a debido efecto el convite para el Congreso, hizo presente al Cabildo sus temores, y los apremió a firmar la acta, en que nada trepidó el Cabildo y la acordó en la tarde del mismo, día 15, del tenor siguiente:

14. Raíz y autores de la revolución de Chile.
Los dos últimos documentos que se hallan estampados originales en los libros de Acuerdo de este Ayuntamiento, de donde los hemos extraído, eran suficientes comprobantes para conocer, sin equivocación, el origen, semillero, raíz y autores de la revolución de Chile, pero todavía nos quedarán menos dudas en vista de otros aún más claros que el orden de los tiempos y sucesos nos ofrecerán. La Real Audiencia que no quería omitir medio algunos para retraer al Gobierno del nuevo empeño en que el Cabildo lo había puesto y al mismo tiempo quedar a cubierto para lo sucesivo acerca de su fiel conducta en materias tan graves y delicadas, repitió sus esforzados oficios según llevamos expuesto y con fecha del 16, contesta el Gobernador en los términos siguientes:

15. Novedades en el Día 17 de Septiembre de 1810.
El día 17 se citó y alistó el regimiento de infantería del Rey para ponerse sobre las armas al día siguiente. Asimismo, temiendo los novadores que los europeos y fieles patricios sorprendieran la artillería para asistir a la instalación de la junta, diputaron un sujeto de su satisfacción, que lo fue don José Gregorio Toro, para que fuese a investigar el ánimo y disposición del comandante de esta arma, que les era sospechoso.

Hayólo enfermo en la cama, y deduciendo de sus discursos la oposición al sistema, informó de todo al Gobierno. Con este informe, y a pretexto de su enfermedad, dio orden el Gobierno para que en la hora se trasladase la artillería al cuartel de San Pablo, como se ejecutó con la escolta de ciento cincuenta hombres de caballería, y setenta de la misma artillería.

Quejóse el comandante Reyna del despojo y se le respondió con un oficio honroso, dándole satisfacción, pero realmente desde entonces se le separó del mando.

En San Pablo se pusieron a la puerta dos cañones cargados a metralla y los restantes se colocaron en lo interior con suficiente custodia.

Al poco rato se puso arrestado y con centinela de vista al primer Sargento de artillería don Lorenzo Sánchez, por adicto al partido antijuntista.

Se nombró para Ayudante Mayor de Plaza al Capitán de Ingenieros don Juan Mackenna, para que con sus órdenes y mando de las armas auxiliase las miras del Gobierno. Noticioso el Presidente de la aflicción y temores en que estaban las religiosas de los siete monasterios, de esta capital, tuvo a bien dirigirles un oficio circular y consolatorio en los términos siguientes:

16. Reparto de Esquelas de Convite Para el 18 de Septiembre de 1810.
Se repartieron en este día las esquelas de convite impresas y selladas, entregándolas primeramente a los facciosos en proporción de dos tercias partes para asegurar la elección; y como no estaba todavía contaminado el común y principal número del vecindario, entraron en el convite mozuelos de hasta dieciséis años bajo la patria potestad, y otros jóvenes advenedizos de las Provincias de Cuyo, que no eran vecinos.

De los europeos, sólo se convidaron catorce; no obstante que pasaban de trescientos vecinos de la primera representación, completando el total de convidados el número de cuatrocientos treinta y siete.

Llegaron las tropas de milicias de campaña y alojaron en los arrabales el Regimiento de la Princesa, su Coronel don Pedro Prado, el del Príncipe, al mando de su Coronel el Marqués de Montepío.

A vista de tanta conmoción y preparativos dirigió la Real Audiencia  un  esforzado oficio declarando  sus  firmes sentimientos y protestando cualquiera innovación que en el Gobierno se intentare, según a la letra se contiene.

Última contestación del Gobierno sosteniendo su determinación y asegurando que el pueblo no hará novedad.

17. Conventículos del Día 17 de Septiembre de 1810.
En la noche de este día 17, se congregaron ciento veinte y cinco facciosos en casa de don Domingo Toro, hijo del Presidente, con el objeto de acordar el plan de operaciones para la elección del día siguiente, lo que también ejecutó el Cabildo y tomando la voz el canónigo don Vicente Larraín, en tono de Presidente de aquella reunión, peroró con los pomposos y afectados términos siguientes:

18. Peroración del Canónigo don Vicente Larraín.
"Compatriotas míos, hijos de tan feliz suelo, en que os ha destinado la Providencia para la obra más grande y más interesante a nuestra patria. ¡Ah! y cómo no se llena de regocijo mi corazón, y se transporta mi alma al veros reunido a un mismo fin, con igual comunicación de ideas y sentimientos. La obra meditada por tantos días, se va a perfeccionar el de mañana. ¡Ah! qué contento para mí y qué satisfacción para vosotros, de  ver así concluidos los altos designios de vuestra intrépida generosidad. Todo parece está acordado."

Y diciendo esto sacó el plan de los vocales que tenían meditados, y prodigando elogios a cada uno de ellos conforme los iba nombrando, consiguió, reunir la aprobación y voluntad de los concurrentes y en el instante se convinieron en aclamar.

19. Composición de la Junta en el Primer Momento.
Presidente de la Junta al Capitán General Conde de la Conquista.

Vicepresidente, al señor Obispo Aldunate, decrépito en términos de carecer del uso de sentidos y potencias.

Primer Vocal al doctor don Juan Martínez de Rozas.

Segundo, al Consejero del Supremo de Indias don Fernando Márquez de la Plata.

Tercero, a don Ignacio de la Carrera.

Este fue el primer convenio en que acordaron, aunque al otro día se innovó.

Allí convinieron en los medios de oponerse al partido contrario,  perturbando a gritos a los que  intentaran persuadir con discursos y razones.

En la tarde de este día se retiraron de la ciudad muchas personas  temerosas del resultado de tanto alboroto  y preparativos, y entre ellas se debe llevar [sic] la atención a la señora doña Josefa Dumont, catalana de nación y esposa del mayorazgo heredero del Conde de la Conquista, la que después de sufrir con la más heroica constancia la contradicción y opresión de la numerosa y poderosa familia del Conde, en cuya casa vivía, viendo que nada aprovechaba con sus frecuentes persuaciones y lágrimas, se retiró acompañada de sus pequeños hijos a la quinta distante una legua de esta capital.

El Alguacil Mayor don Marcelino Cañas había ejecutado lo mismo algunos días antes, por evitar el comprometimiento y cooperación en que debía verse el día 18.