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El Semanario Republicano
Número 3.- Sábado 13 de Noviembre de 1813
Sin título ["La revolución de Buenos Aires es la más..."]. Consideraciones sobre la libertad americana. Curso de la revolución. Ejemplo de los Estados Unidos. Iniciado en Nº 2, 6 de noviembre de 1813. concluye en Nº 4, 20 de noviembre de 1813.

La revolución de Buenos Aires es la más digna de atención y de las meditaciones de los filósofos. Yo consideraré aquí únicamente lo más raro, y lo que forma el principio de su fortaleza, y de su gloria; esto es, el entusiasmo general del pueblo. Veamos si podemos descubrir la causa de este fenómeno que distingue a aquel gran pueblo de los demás revolucionados. Él advirtió en sí, espíritu marcial, calculó sus fuerzas, y que podía ser independiente cuando se reconquistó a sí mismo. Abandonado de aquella coyuntura a sus propios recursos, conoció la impotencia o la perversidad de la Metrópoli [7]. Felizmente por la circunstancia del país la revolución fue democrática, y toda la masa de la población americana concibió desde su principio un ardiente interés y celo por la causa común, como que toda ella entendía ya directa, ya indirectamente en los negocios públicos. Las oscilaciones interiores fueron siempre populares; el poder civil estuvo siempre superior a las armas; así aquellos movimientos avivaban el entusiasmo del pueblo, porque influía en ellos, y en sus resultados. En general el hombre gusta naturalmente de todos los actos republicanos.

No me es dado decidir sobre quienes de sus gobernantes deban llevar la preferencia en la gran obra de consolidar y extender la opinión y el entusiasmo público. Sólo diré que se ha puesto en planta, y con suceso feliz, cuanto debía hacerse, a saber: la persecución acérrima de los enemigos interiores; la protección declarada en favor de los patriotas; emplear únicamente a los talentos, al valor y al mérito; saberlo hallar en todas las clases, invocarlo y llamarlo de todas partes; la libertad de la prensa; la protección y decidido aprecio en favor de los literatos; la filosofía desenvolviendo principios y estableciendo derechos, y la elocuencia y la poesía exponiéndolos con nervio y con todas sus gracias; esto es, la razón sublime hablando a los hombres en el idioma de los inmortales.

¿Qué le resta que hacer? Proseguir lo comenzado con constancia y sabiduría; dar nacimiento y establecer sobre firmes bases la grande y poderosa república de la América meridional. Este es el voto de los sabios; esto predijeron que debía suceder los mayores políticos del mundo; y la necesidad de esta medida está proclamada por todos los filósofos. Es de esperar según el buen espíritu que anima al Alto Perú, que se adopte este plan, magnífico por todas las provincias o estados, que formen la Unión. Se opondrían únicamente los ánimos miserables, que ni ven en grandes las cosas, ni se elevan a perspectivas sublimes, y resultados esplendidos. Aunque es cierto que se necesitan pocas luces para conocer que las ventajas particulares y el orden dependen de un gran centro y cuerpo de fuerza y de la prosperidad general. Y si los consejos de los pueblos deben buscar lecciones de sabiduría en los ejemplos de las naciones ilustres y felices, la misma América ofrece un gran ejemplo.

Cuando después de la paz de París de 1773 adoptó el gabinete británico un nuevo sistema para gobernar sus colonias, la distinción en prerrogativas, que hacía entre los súbditos de un mismo príncipe residentes en diferentes orillas del Atlántico, llenó a 1as provincias de Norteamérica de inquietudes y disgustos. Hallándose separadas unas de otras por grandes distancias, y sin conexión en sus legislaturas municipales, el sentimiento del común peligro les inspiró la idea de formar un cuerpo representativo compuesto de diputados de cada una de las colonias para entender en los intereses y defensa de todas. Desde entonces la revolución adquirió consistencia y crédito; se cimentó la unión interior; se hizo la guerra causa común; se organizaron fuerzas suficientes y una república compuesta de trece repúblicas, un Congreso americano que combatía contra un Congreso o Parlamento europeo (que si os parece podéis llamar Cortes), gozaba de la aptitud y disposición necesaria para lograr alianzas, o a lo menos relaciones de protección. En verdad, como las potencias antiguas son tan grandes, no ponen los ojos en pequeños Estados, a no ser que sea para absorbérselos.

Subsistió este Congreso, variándose los diputados en diferentes épocas hasta la conclusión de la guerra revolucionaria, y pocos años después de ella; disfrutando entre tanto el país algunas de las bendiciones y prosperidades inseparables de la paz y libertad.

No obstante, bien pronto demostró la experiencia la ineficacia del sistema existente para promover la felicidad pública, y la dignidad nacional. El esplendor que rodeaba la infancia de aquellos Estados se nublaba diariamente; y los amantes de la libertad conocieron que elevaban una fábrica visionaria sobre ideas falaces. Washington no podía mirar estas cosas con indiferencia. Los embarazos, demoras y dificultades que se experimentaron en los auxilios que recibieron las tropas en la guerra, le manifestaron la poca utilidad de la confederación para levantar y sostener fuerzas militares. La experiencia de los cinco primeros años de la paz le demostraba que el adoptado sistema de pequeñas soberanías inconexas, y que reteniendo demasiada autoridad entorpecían las providencias del gobierno central, no producía un gobierno cual necesitaba la nueva nación. Sus cartas familiares respiran sus solicitudes y congojas por la salud de la patria, y su sabiduría en señalar el conveniente remedio.

En una carta a mister Jay [8] dice: "Soy de vuestro mismo dictamen en orden a que nuestros negocios se encaminan rápidamente a una crisis; aunque no alcanzo cual sea su terminación. Tenemos errores que corregir, y al formar la confederación nos formamos una idea demasiado ventajosa de la naturaleza humana. La experiencia nos ha enseñado que los hombres, no adoptan ni ejecutan las medidas más saludables, sin la intervención de una autoridad coerci[ti]va. No podemos subsistir largo tiempo como nación independiente, si no colocamos en alguna parte una autoridad o un poder, que mande a toda la confederación con energía, y a quien estén sujetos todos los Estados particulares. Temer revestir al congreso general de los Estados de una autoridad suficiente sobre todos los asuntos nacionales, es el extremo del absurdo y la locura. Los individuos de este Congreso no pueden atentar nada contra el pueblo, porque sus intereses están estrechamente  unidos con los de sus constituyentes. Ellos han de volver a confundirse con el pueblo en cesando su comisión".

"A las veces el Congreso ha usado de humildes súplicas hablando con los Estados particulares, lo que repugna a su dignidad imperial. Las órdenes del Congreso son nulas y sin efecto cuando trece Estados soberanos e independientes pueden examinarlas y obedecerlas, o desobedecerlas. Supongamos que uno de los Estados falte a las leyes de la confederación. ¿Qué haremos entonces? Este orden de cosas no puede permanecer. Se disgustará al cabo el pueblo, aunque es tan virtuoso, y sus ánimos se prepararán para una revolución, sea cual fuere. Los hombres tienen disposición para ir de un extremo a otro extremo. La sabiduría y el patriotismo deben evitar los acontecimientos perniciosos".

"¡Cuán asombrosas mudanzas pueden venir! Me aseguran que personas respetables hablan sin horror del gobierno monárquico. Poca distancia hay entre el pensamiento, las palabras, y 1as obras. ¡Qué caso fuera este tan tremendo! ¡Qué a triunfo para nuestros enemigos si se verificasen sus predicciones! ¡Qué triunfo para los abogados el despotismo si nos hallasen incapaces de gobernarnos a nosotros mismos, y si viesen que el sistema fundado en la libertad, era falaz a imaginario! Quiera el cielo que en tiempo hábil tomemos medidas de prudencia para evitar los resultados que recelo".

"Aunque estoy lejos del mundo, no puedo ser un espectador insensible a estas cosas. Aunque es cierto que después de haber conducido felizmente al puerto el bajel, que se me confió, siento gran repugnancia de embarcarme de nuevo, y exponerme a las tempestades".

Mientras se hacían serias reflexiones, y se preparaba una convención general con el único objeto de revisar el federal sistema del gobierno, ocurrió un caso que aceleró la adopción de una medida necesaria. La debilidad del sistema gubernativo existente ayudada de opiniones erróneas, que como suele suceder, confundían la libertad con la licencia, produjo unas conmociones en Massachusetts, que parecían verdadera rebelión [9]. Entonces dijo en una carta Washington: "Estas conmociones, ofrecen una prueba melancólica de lo que predijeron nuestros enemigos transatlánticos, a saber que la especie humana abandonada a sí misma, no es capaz de gobernarse por sí".

"Estas cosas no se componen con persuasiones. Las persuasiones no son gobierno. Si los insurgentes tienen razón, hágaseles justicia; si no la tienen empléese contra ellos la fuerza de gobierno. Si el gobierno es tan débil que no puede hacerlo, confesemos que está mal organizado".

"Confíense las riendas del gobierno a una mano vigorosa y robusta, y castigue los atentados contra la constitución. Si la constitución es defectuosa, enmiéndese; mas no caiga en desprecio ni sea violada mientras tenga existencia".

En fin todos saben los felices resultados del Congreso de 1787, se dieron facultades amplias al gobierno central sin que este tuviese que esperar la intervención de alguno de los Estados de la Unión. Mientras se examinaba la nueva constitución por los diputados de cada uno de los Estados, elegidos por el pueblo, en orden a aprobarla o reprobarla, escribieron en favor de lo primero y de lo segundo las plumas más hábiles del país. Washington no tomó parte alguna en aquel animado combate de opiniones. Después de haber libertado a su patria con la espada y restaurado sus derechos, dejó al pueblo en absoluta libertad para elegir lo que le pareciese más conveniente. Su razón sublime y su profunda prudencia se emplearon en la organización del nuevo plan gubernativo, pero después de que éste se expuso al libre voto el pueblo, no quiso que su venerable opinión influyese en los sufragios. Tanto respetaba la libertad popular este hombre esclarecido con cuyo nombre ensoberbece la especie humana.

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[7]

Referencia a la reconquista de Buenos Aires tras la invasión de las fuerzas inglesas (N. del E).
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[8]

John Jay (N. del E.).
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[9] Se refiere a la rebelión que encabezó el Capitán Daniel Shays en 1786.
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