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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Quinta y Última Parte. Contiene desde el 18 de septiembre de 1811 hasta el 20 de noviembre del mismo año, y una descripción del baile en la Casa de Moneda, a modo de apéndice.
Septiembre de 1811.

Septiembre de 1811

Día 18. Salió el señor Coronel don Francisco Javier de Reina, Comandante de Artillería, confinado a la villa de Aconcagua en virtud de la orden que se le comunicó el 15 de dicho mes y de ejecutarlo en el preciso término de tres días. Le fue custodiando el Teniente de Asamblea Sepúlveda y un cabo con prevención de entregarlo al Subdelegado de dicho partido y a éste de cumplir las órdenes que se le comunicaron, siendo (según se asegura) de estar a la mira de su conducta, de las personas que le visitan y principalmente de su correspondencia epistolar. No puede figurarse hombre más desmayado. Su propio semblante destellaba la pena de su corazón y que no era para menos, después de las confianzas que había merecido al pueblo y particularmente a los partidarios del sistema. Se asegura generalmente que aquel destino y el mantenérsele íntegro el sueldo, es mientras dura cerrada la cordillera y que la pena que tiene es de hacerle pasar a la jurisdicción de Buenos Aires desnudo de su empleo y de su sueldo.

El mismo día 18 se celebró el cumpleaños de la Junta con misa solemne, sermón, Te Deum, y tres salvas de artillería, con más dos días de iluminación y dos noches de fuegos, mucha música en un tabladillo que se hizo en la plaza mayor; consecutivamente dos tardes de fuego de cabezas en el conventillo. Fue el orador nombrado Fray José María Torres del Orden Dominicano. Propuso en su oración tres puntos: 1º, que la Junta era útil a la Religión; 2º, al Rey; 3º, a la Patria. No se puede explicar el fuego de la expresión con que exornó su proclama, tan a satisfacción de 1o circunstantes que mereció los mayores elogios.

Correspondió el Padre Torres a su acendrado patriotismo. Este apenas se instaló la Junta, cuando desamparó su convento de la Concepción de Penco, donde era Prior y con ofensa de los cánones y su propio instituto, que le prescribían su residencia personal, se ha estado en ésta más de 10 meses revolucionando la provincia, en términos de que consiguió que el Padre Provincial Fray  Pedro Díaz, viniera a elegir Vicario Provincial a Fray  Lorenzo Videla, debiendo recaer este empleo en el Padre Prior de este convento grande Fray  Domingo Velasco, en el caso de muerte, que le amenazaba al Provincial la gravísima enfermedad con que se hallaba cuando hizo dicho nombramiento. Fueron muchos y escandalosos los recursos que promovió dicho padre Torres en el Congreso Nacional, donde por su eficacia consiguió mantener al padre Videla en clase de Vicario Provincial durante la vida de dicho padre Díaz, declarándose que en el caso de su muerte debía recaer aquel empleo en el Prior padre Velasco. Suscitó después otro recurso sobre visitar el convento, tomar cuenta de sus temporalidades y después de la muerte del Provincial, otros contra lo mismo que tenía resuelto el Congreso, turbando la paz y tranquilidad de los claustros con un descaro que no tendrá ejemplar. Posesionado el padre Velasco del Vicariato Provincial, en despecho y última prueba de sus intrigas, organizó un cuaderno de veinte y tantas fojas, en que entretejiendo los delitos personales de sus hermanos con los defectos de los superiores, la mala administración de sus temporalidades, en tono de un plan de reforma, resultaba un libelo el más infamatorio, ofensivo no sólo de su orden, sino de todas las religiones, pues contra todas ensangrentó la pluma de un modo que horroriza el explicarlo.

Noticioso por denuncio el padre Provincial de este hecho y de que a la sazón le estaba sacando en limpio don Francisco Coros para pasarlo al Congreso, lo sorprendió y le tomó todos los borradores. El padre Torres pasó inmediatamente a quejarse a don Joaquín Larraín, ex religioso mercedario, que había salido electo Presidente del Congreso el 20 de este propio mes y al instante le pasó recado al padre Velasco por la entrega de dicho papel, quien se resistió y protestó entregarlo el día siguiente, después de haberse instruido de su contexto, como lo ejecutó, previniéndole lo indecoroso que sería a su comunidad y a todas las demás, de que el contenido de aquel papel se publicase a tantas personas como habían en el Congreso, encargándole que su lectura fuese privada y cuando más, extensiva sólo a dos o tres personas. Así quedó acordado, pero no esperó el padre Torres este caso; se dirigió en la misma mañana al Congreso y con previa venia leyó ante todos su famoso libelo, dejándolos no menos asombrados que horrorizados, transmitiéndose ese propio día el escándalo a todo el pueblo y demás comunidades religiosas, cuyo clamor es general, no menos que la detestación de todos los fieles.

Se da lugar a todo ello; la libertad es amplia de escribir y presentar planes de reforma al nuevo Gobierno, quedando en seguridad sus autores y ganada la recomendación de buenos patriotas. Así se ha introducido la confusión a los claustros y también el desorden en el decaimiento de la disciplina regular, porque los superiores no tienen brazos para corregir.

El mismo día 18 se les intimó la orden a los señores Urrejola y Doctor Zerdán, diputados nombrados por la Concepción de Penco, previniéndoles comparezcan a dar cuenta de su comisión dentro de 40 días, con apercibimiento que de no hacerlo se les confiscarán sus bienes y sufrirán la pena que resulte contra sus personas. Ambos dos salieron para su destino, bien temerosos de sus resultas. Estos son los que mejor sirvieron, en particular el Doctor Zerdán, a cuya inercia estudiosa se debió la sorpresa de la Artillería y la repentina mudanza del Gobierno, que se detalla el día 4 de este mes. Así sucede cuando la virtud no arregla las operaciones del hombre; al mejor tiempo queda burlado y un abismo le atrae a otro abismo.

El 21 entró a ocupar el Congreso el Padre Fray Antonio Orihuela del Orden Seráfico, en clase de nuevo diputado de la Concepción de Penco, cuyo patriotismo y apreciables cualidades para aquel empleo, lo acredita la proclama que dio a luz en aquella provincia a pocos días de su elección. Será bien que aquí le transcriba a la letra, para que sea conocido el espíritu que le anima y es como sigue:

“Pueblo de Chile: Mucho tiempo hace que se abusa de nuestro nombre para fabricar vuestra desdicha. Vosotros inocentes cooperáis a los designios viles de los malvados, acostumbrados a sufrir el duro yugo que os puso el despotismo, para que agobiados con la fuerza y el poder, no pudieseis levantar los ojos y descubrir vuestros sagrados derechos. El infame instrumento de esta servidumbre que os ha oprimido largo tiempo, es el dilatado rango de nobles, empleados y títulos que sostienen el lujo con vuestro sudor y se alimentan de vuestra sangre. Aunque aquella agoniza, éstos existen más robustos y firmes apoyados en vuestra vergonzosa indolencia y ridícula credulidad. Afectaron interesarse por vuestra felicidad en los principios, para que durmieseis descuidados a la sombra de sus lisonjeras promesas y levantar luego sobre los escombros de vuestra ruina el trono que meditaban a su ambición.

No soy yo, infelices, el que os engaña. Abrid los ojos y cotejad las flores en que se ocultaban estos áspides en los papeles que circulaban el año pasado con el veneno mortal que ahora derraman sobre vuestra libertad naciente y no llegará tarde el desengaño. Leed, digo, los papeles con que os paladeaban entonces para haceros gustar después la amarga hiel que dista ya poco de vuestros labios y palpareis su perfidia. Todas sus cláusulas no respiraban sino dulzura, humanidad y patriotismo; que compasión de los miserables hijos del país, que se hallaban sin giro alguno para subsistir por la tiranía y despotismo del Gobierno; que lamentarse de los artesanos, reducidos a ganar escasamente el pan de cada día, después de inmensos sudores y fatigas; de los labradores que incesantemente trabajan en el cultivo de pocas simientes para sus amos y morir ellos de hambre, dejando infinitos campos vírgenes, porque les era prohibido sembrar tabaco, lino y otras especies, cuya cosecha hubiera pagado bien su trabajo; de los pobres mineros, sepultados en las entrañas de la tierra todo el año para alimentar la codicia de los europeos; que lamentarse por la estrechez y ratería del comercio, decaído hasta lo sumo por el monopolio de la España. ¿Qué no se debería esperar de estas almas sensibles, que al parecer se olvidaban de sí mismas por llorar las miserias ajenas? Ellos estampaban que todo pedía pronto remedio y que al pueblo sólo competía aplicarlo; porque la Suprema Autoridad, decían, reside en él únicamente. El pueblo en su opinión debía destronar a los mandones, para dictar él leyes equitativas y justas, que asegurasen su propia felicidad. El pueblo, repetían, no conoce sus derechos y éstos son de muy vasta extensión. ¡Oh! ¡Pueblos engañados! vosotros creísteis a estas sirenas mentirosas que abusaban de vuestro nombre para descuidaros con la lisonja y haceros víctima de su ambición, después instrumento de sus maquinaciones pérfidas. Miradlo patente desde el primer paso que se dio para vuestra imaginaria felicidad.

La nobleza de Santiago se abrogó a sí la autoridad que antes gritaba competir sólo al pueblo (como si estuvieran excluidos de este cuerpo respetable los que constituyen la mayor y más preciosa parte de él) y creó una Junta provisoria que dirigiese las siguientes operaciones. Por fortuna, se equivocaron en la elección de uno de sus vocales, creyéndolo adicto a sus ideas (hablo del dignísimo patriota don Juan [Martínez de] Rozas, único que podía conservar intactos los derechos inviolables del pueblo); pero era solo y aunque se sostuvo al principio contra el torrente de la iniquidad a fuerza de sus extraordinarias luces, al fin ahogó sus populares sentimientos la multitud de espíritus quijotescos, poseídos del vil entusiasmo de la Caballería. Fue consiguiente este proceder la instrucción que circuló por los pueblos para arreglo de la elección, en que dándoles voto y voto a sólo los nobles opresores (los demás de ellos sarracenos) se priva de su derecho al pueblo oprimido, más interesado sin duda en el acierto de las personas que habían de representar sus poderes en el Congreso Nacional. Ved aquí, en este solo pueblo de Concepción, patentes ya las funestas consecuencias de la instrucción maldita en la elección del Conde de la Marquina, del magistral Urrejola y de[l] Doctor Zerdán, sujeto a la verdad que… Pero antes de pasar adelante, analicemos sus cualidades y prendas personales, para que salgan a la luz del mundo en este hecho los errores a que está sujeta la elección de la nobleza, por la pasión infame de sostener a toda costa el oscuro esplendor que la distingue.

Ninguno más inepto para desempeñar cualquier encargo público que el Conde de la Marquina. Lo primero por Conde. En las actuales circunstancias los títulos de Castilla que por nuestra desgracia abundan demasiado en nuestro Reino, divisan ya en la mutación del Gobierno el momento fatal en que el pueblo hostigado de su egoísmo e hinchazón, les raspe el oropel con que brillan a los ojos de los necios y como ellos aman tanto esta hojarasca, que sólo puede subsistir a la sombra de los tiranos, derramarán hasta la última gota de su sangre por sostenerlos. Su escaso mayorazgo, aún estando la España en pie, apenas le daba para mantenerse y se veía precisado a recurrir a medios tan indecorosos, como sacrílegos. Ahora, pues, que ya no existe aquél ¿que había de hacer sino vender con infamia los sagrados derechos que le confió su pueblo, por la Comandancia de Infantería? Lo 3º, ignorante, caprichoso, lleno de ambición, sarraceno.

El magistral Urrejola es un sujeto cuya sola figura es bastante para descubrir su carácter vano, arrogante y presumido, perjudicial al pueblo que representa, indecoroso al Estado en que se halla e infiel a los deberes de su cargo. Todo el mundo sabe que sus miras no son otras que engañar con ridículas hipocresías a los incautos, para conseguir como el lobo de Cuenca, a quien afecta imitar, algún rebaño de tristes ovejas a quienes devore su ambición. ¿Qué hará por vosotros, engañados concepcionistas, un egoísta tal, sino entregaros víctima de quien favorezca sus ideas? Su adhesión a los sarracenos es innegable. Ellos lo hicieron Diputado, pagando o afianzarlo las deudas que había contraído con la caja en el manejo infiel de la Cruzada y en no sé que otros ramos y lo imposibilitaban para el empleo. Pues a ellos y no a vosotros atenderá en el Congreso.

Zerdán ni es menos ambicioso ni menos presumido y egoísta que el anterior. Sus intereses particulares pesan más en la balanza viciada de su amor propio, que los de todo un pueblo entero, que abandonará ignominiosamente a los insultos del sarracenismo al menor convite con que le brinden nuestros enemigos.

Tales son, indolentes concepcionistas, las personas que os representan. ¿No los elegisteis vosotros? Es verdad, pero permitisteis que los eligiesen la intriga, el soborno y el interés particular de los nobles, de los rentados y de los sarracenos, para que a vuestro nombre y al abrigo de vuestros derechos aseguren su distinción y autoridad sobre vosotros mismos, sostuviesen sus empleos y rentas y favorecieren sus empleos y rentas y favorecieren el partido de la opresión injusta que principiáis a sacudir, ¿Y podremos negar estas verdades, aunque tristes? Ojala no estuvieran tan patentes. Reconoced el semblante de los sarracenos y encontraréis en la complacencia que se les revierte, una prueba nada equívoca de las ventajas que ya alcanzan por estos medios en el Congreso. Recorred las tropas patrióticas en que fundabais vuestras esperanzas y veréis a su frente con seño amenazador a los mismos que formaban el yugo de vuestra servidumbre, y aun a los cómplices del vil Figueroa que atentó contra nuestras vidas. ¿Queréis más? Oíd.

No contentos los nobles intrigantes de Santiago con haber coartado la autoridad de los pueblos en la elección de diputados representantes, para que recayese en los de su facción, cuando vieron que esta precaución que había tomado su malicia, no era suficiente a entregar el partido de la iniquidad, porque algunos pueblos menos ciegos pusieron los ojos en personas fieles, y escrupulosas en el desempeña de su obligación, echaron mano de otro arbitrio, tan ilegal e injurioso a la libertad e igualdad popular, como el primero. Este fue añadir seis diputados más de los estipulados por Santiago, para con este exceso sofocar el número de los virtuosos y fieles patriotas. Protestaron estos con energía contra un proceder tan injusto y malicioso, haciendo ver que sus representantes eran defraudadores de sus derechos y no consentirían jamás subordinación a las resultas de una providencia tan ilegítima y violenta; y cuando debían esperarse que subscribiesen a una protesta tan justa todos los diputados de los pueblos agraviados, la mayor parte no atiende a otra cosa que a las ventajas que les resultan de acogerse a los inicuos para cooperar a su perdición y a la de los inocentes que les confiasen sus poderes. Los de Concepción se cuentan los primeros en el número de estos traidores. ¿Y aún descansáis tranquilos en la necia confianza que os constituye víctimas de las maquinaciones de estos pérfidos?

Yo oigo ya vuestras tímidas voces y frías disculpas. Ya están electos, decir, ya están recibidos en el Congreso; ya les dimos nuestros poderes; nos engañaron abusando de nuestro sufrimiento; nos venden a sus intereses, ¿pero qué haremos? ¿Ahora qué remedio? ¿Qué remedio?  El remedio es violento, pero necesario. Acordáis que sois hombres de la misma naturaleza que los condes, marqueses y nobles; que cada uno de vosotros es como cada uno de ellos, individuo de sus cuerpos grande y respetable que se llama sociedad; que es necesario que conozcan y les hagáis conocer esta igualdad que ellos detestan, como destructora de su quimérica nobleza. Levantad el grito para que sepan que estáis vivos, y que tenéis una [sic] alma racional que os distingue de los brutos, con quienes os igualan, y os hacen semejantes a los que vanamente aspiran a la superioridad sobre sus hermanos. Juntaos en Cabildo abierto, en que cada uno exponga libremente su parecer y arrebatadles vuestros poderes a esos hombres venales, indignos de vuestra confianza y substituidles unos verdaderos y fieles patriotas que aspiren a vuestra felicidad y que no deseen otras ventajas ni conveniencia para sí, que las que ellos mismos proporcionen a su pueblo. No os acobarde la arduidad de la empresa, ni temáis a las bayonetas con que tal vez os amenacen. Aquella tiene mil ejemplares en la historia y su feliz éxito en todos tiempos debe animaros a volver por vosotros mismos, y estas las manejan unos miserables que deben interesarse tanto como vosotros en el sistema, que va a ser arruinado por los infames, si no lo remedíais pronto.

Mirad: Entre las instrucciones que deis a vuestros nuevos representantes, sea la primera, que procuren destruir a esos colosos de soberbia que con terribles escollos hacen ya casi naufragar la nave de nuestro actual Gobierno. Ya veis que hablo de los títulos, veneras, cruces y demás distinciones con que se presentan a vuestra vista esos ídolos del despotismo, para captarse las adoraciones de los estúpidos. Esparta y Atenas, aquellas dos grandes repúblicas de la Grecia, émulas de su grandeza, terror de los persas y demás potencias del Asia, y los mejores modelos de los pueblos libres, no cometían otra distinción entre sus individuos que la que prestaban la virtud y el talento, y aun cuando estos brillaban tanto, que lastimaban algo la vista de la libertad, eran víctimas sus dueños aunque inocentes, del celo popular. No os quiero tan bárbaros, pero aun os deseo más cautos. No olvidéis jamás que la diferencia de rangos y clases fue inventada de los tiranos para tener en los nobles otros tantos frenos con que sujetar en la esclavitud al bajo pueblo, siempre amigo de su libertad; y ya estamos en el caso en que aquellos deben cumplir con esta ruin obligación. La antigua Roma echó los fundamentos de su grande Imperio sobre la igualdad de sus ciudadanos, y no dio el último estallido hasta que la hizo reventar el exorbitante número de varones consulares, augures, senadores, caballeros etc. En la América libre del Norte no hay más distinción que las de las ciencias, artes, oficios, factorías a que se aplican sus individuos ni tienen más dones que los de Dios y de la naturaleza, y así se contentan con el simple título de ciudadanos. ¿Pero para qué necesitamos de ejemplos? ¿No bastará la razón para alumbrarnos?

Con vosotros hablo, infelices, los que formáis el bajo pueblo. Atended: Mientras vosotros sudáis en vuestros talleres; mientras gastáis vuestro sudor y fuerzas sobre el arado; mientras veláis con el fusil al hombro, al agua, al sol y a todas las inclemencias del tiempo, esos señores condes, marqueses y cruzados duermen entre limpias sábanas y en mullidos colchones que les proporciona vuestro trabajo; se divierten en juegos y galanteos, prodigando el dinero que os chupan con diferentes arbitrios que no ignoráis; y no tienen otros cuidados que solicitar con el fruto de vuestros sudores, mayores empleos y rentas más pingues, que han de salir de vuestras miserables existencias, sin volveros siquiera el menor agradecimiento, antes sí, desprecios, ultrajes, baldones y opresión. Despertad, pues, y reclamad vuestros derechos usurpados. Borrad, si es posible, del número de los vivientes a esos seres malvados que se oponen a vuestra dicha, levantad sobre sus ruinas un monumento eterno a la igualdad”.

Así habla un Ministro del Santuario, un religioso franciscano, cuyas armas, deben ser las lágrimas, los ayunos, la oración, la maceración de la carne, la negación de sí mismo, la caridad, la modestia. Así declama sangrientamente el que, como mansa paloma, debía presentarse al ejemplo de los pueblos, mezclándose en los negocios seculares en que en el retiro debía levantar como Moisés las manos al cielo para aplacar las iras del Señor. Pero han llegado sin duda aquellos novísimos días, aquellos tiempos peligrosos de que hablaba el Apóstol en la segunda carta de Timoteo. Yo me horrorizo de sólo pasar la vista por las expresiones de la proclama; pero realmente en todo el espíritu patriótico que se necesita para el nuevo sistema, y las más recomendables cualidades que le deben exornar en oposición de la conducta de aquellos hombres de bien a quienes llaman sarracenos.

Es digno también de que aparezca este lugar un pasquín puesto en diferentes parajes y que se hizo público con el siguiente dictado literal.

Los Mandamientos De Los Patriotas Son 10
El 1º. Perseguir a muerte a todo sarraceno.
El 2º. Vivir a lo del mundo.
El 3º. Ser en todos los corros el primero.
El 4º. Faltar a la fe, a la ley y a todo pacto.
El 5º. Dar su voto en todo por instinto.
El 6º. Perder al superior, y al magistrado su respeto.
El 7º. No considerar la amistad ni el parentesco.
El 8º. Seguir sus caprichos hasta el cabo.
El 9º. Persecución declarada al hombre bueno.
El 10º. Intriga, ambición, y todo lo pésimo.

Estos 10 mandamientos se encierran en 2: mucho egoísmo y poco temor a Dios.

Si buscas la caridad,
La buena fe, la concordia;
La paz, la misericordia,
Y el don de hospitalidad,
Si buscas fidelidad,
Patriotismo y mucho celo;
Si buscas todo lo bueno,
Hasta un punto desigual,
Todo junto la hallarás,
En quien llamas sarraceno.
Pero si buscas traición,
Mala fe, intriga, jactancia,
Del descaro, la ignorancia,
Con mucho de presunción:
Si buscares la ambición,
La calumnia, el despotismo,
Si buscas el egoísmo,
Y vicios hasta no más,
En el patriota hallarás,
Lo que no cabe en guarismo.

Realmente que en el juicio comparativo de patriotas y sarracenos no pudo haberse dado a luz definición más adecuada, ni expositiva de ambas cualidades. Con todo, los patriotas son los recomendables y dignos para todos los ascensos, con postergación criminal de la virtud y mérito de los ciudadanos hombres de bien. Ha triunfado el vicio en términos que los armadores de sí mismos, los soberbios, los blasfemos, los ingratos, los delincuentes, los perturbadores de la paz, los calumniadores, los incontinentes, los protervos, bajo una verdadera de obedecer a su Príncipe, son unos especie de piedad y virtud, o de una hipocresía verdaderos traidores y rebeldes que conmoviendo los pueblos y extinguiendo el orden, piensan erigirse en soberanía. La adhesión a este pensamiento y amor al sistema de la Junta, forma la estimación y primera recomendación del hombre para todos los empleos políticos y militares del nuevo Gobierno y la que debe expresarse en la segunda carilla de los méritos, sobre que deben velar los jefes y tener presentes en sus propuestas, según orden circular comunicada a todas las oficinas, que es la letra como sigue:

“Después que este Gobierno ha publicado las sagradas bases que fijan sus sistema, sería el crimen más alto la indiferencia en cualquiera miembro del Estado; pero con mayor gravedad en los que tienen el honor de merecer su inmediata confianza, por los empleos con que los ha distinguido la Patria. No cree a consecuencia este poder, que abrigue ideas tan bajas, clase, ni aún individuo alguno de las privilegiadas; sin embargo, ha resuelto en desempeño de su alto ministerio, que en adelante llene la segunda carilla de las notas en toda hoja de servicios la cualidad de Patriotismo, sobre el concepto, que sólo se clasificará por una opinión comprobada de hecho; que la indiferencia será un crimen acreedor a la separación del servicio; y que en nada recomendará su mérito con tanta importancia un jefe, como en velar sobre la opinión de sus subalternos, significándola al Gobierno y hacerles entender no sólo sus sagrados motivos, sino que serán mirados y tratados como reos de lesa patria los que desgraciadamente observaren otra conducta. Así se lo promete la Autoridad Ejecutiva del acreditado honor de usted, a quien confía con el más especial encargo tan importante desempeño. Dios guarde a usted muchos años. Santiago, 16 de septiembre de 1811. Juan Enrique Rosales.- Martín Calvo Encalada.- Juan Miguel Benavente.- Juan Mackenna.- Doctor José Gaspar Marín”.

En este día llegó a mis manos después de exquisitas diligencias un Auto publicado circularmente a toda la Religión Mercedaria por el padre don Joaquín de la Jaraquemada, pocos días antes electo Vice Provincial de su orden, sin duda a empeños de su antiguo aliado ex Fray Joaquín Larraín, hoy secularizado, que en clase de asistente nombrado por el Congreso concurrió a su elección. La instrucción de Napoleón dada a sus satélites sobre que cuiden especialmente de ganar a su facción a los eclesiásticos, que influyendo éstos poderosamente en los fieles por medio del púlpito y confesionario, es muy fácil ganarles el corazón y atraerles al sistema, parece se ha adoptado principalmente en estos tiempos para facilitar la conquista del nuevo plan de Gobierno. Ya otras veces he dicho lo mucho que se estudia en que los Ministros del Santuario, como directores de las conciencias y maestros de la moralidad cristiana, se empeñen en predicar y manifestar aprobativamente los principios del decantado sistema, para que las ovejas, esos tiernos incautos corderillos que forman el populacho, ciegamente se difieran, y se subyuguen a seguir las máximas de la independencia. Para esto tuvo sin duda un poderoso sugerimento el padre Jara, y a sus impulsos expidió el edicto literal que sigue:

“Fray Joaquín de la Jaraquemada, del Real y Militar Orden de Nuestra Santísima Madre de la Merced, Maestro en Sagrada Teología, Doctor Teólogo en la Real Universidad de San Felipe, el Real y Vicario Provincial por ministerio de la Ley etc. Por cuanto, con indecible dolor de nuestro corazón hace más de un año que en muchos sacerdotes notamos la criminal conducta de abusar de su ministerio en el púlpito y confesionario, derramando especies e ideas contrarias a la libertad de la patria, al amor del Gobierno sabiamente instituido y aun a los mismos derechos del hombre, llegando al escandaloso extremo de afectar sentimientos religiosos y de piedad para combatir el sistema del Reino, único baluarte en que puede salvarse la fe santa que heredamos de nuestros padres y que naufragaría irremisiblemente si por alguno de los muchos medios que los facciosos inventan, fuéramos entregados al gobierno de los extraños. Por tanto, deseando apartar a nuestros amados hijos de los precipicios a que puede reducirles el mal consejo, los casi irresistibles estímulos del capricho y del partido, o la miserable esperanza de la impunidad de sus delincuencias, mandamos con precepto formal de santa obediencia, pena de excomunión mayor ipso facto incurrenda, privación de sus oficios, cátedras o empleos y de las demás aflictivas que estén contra facultad, que ningún religioso, sea del grado, calidad o condición que fuere, se atreva a producir expresión que directa o indirectamente se oponga o contradiga al actual sistema del Reino, antes por el contrario, exhorten al pueblo con sus pláticas y sermones a la obediencia de las Autoridades que mandan, y a la necesidad santa en que todo católico se halla de sostener con su sangre un Gobierno que concentrado y unido, aleja de nosotros la dominación extranjera, que infaliblemente traerá a nuestro religioso suelo el pestilente veneno de la herejía; Que así mismo y con las mismas penas embaracen cualesquiera conversación que dentro o fuera de los claustros se fomente y dirija a impugnar el presente sistema de Gobierno; a cuyo efecto nos, con el mayor cuidado nombraremos religiosos de probidad y conducta que examinen y averigüen cuáles son en esta parte las opiniones y manejo de nuestros súbditos, para que en caso de infracción (que no esperamos) sean irremisiblemente tratados como enemigos del Estado y por tanto privados del púlpito y confesionario, para acabar así el espantoso abuso de hacer servir la Cátedra de la verdad para los inicuos fines que se proponen los perversos y facciosos que aspiran a la destrucción del general sistema de las Américas, debiendo por el contrario esperar de nuestro oficio las mejores atenciones y honrosos premios cuantos se señalasen en cumplir este nuestro mandato, empleando sus talentos y plumas en defensa de un gobierno que tanto asegura la pureza de nuestra Religión y defiende los derechos del mártir Fernando, íntimamente unidos con la libertad de estos preciosos dominios y defensa de los sagrados derechos de sus naturales. Y para que éste nuestro mandato sea público y llegue a noticia de todos nuestros súbditos, mandamos que publicándose en este Convento mayor de la Provincia, se circule por todos de ella y que en cada uno se fije copia autorizada por el Secretario o Notario en los lugares acostumbrados, con la nota de incurrir en excomunión el que se atreva a quitarlo del lugar donde se ponga. En cuya virtud mandamos dar y dimos las presentes en este nuestro convento grande del Señor San José de la ciudad de Santiago de Chile a 14 días del mes de septiembre de 1811, firmadas de nuestro nombre, selladas con el sello mayor de nuestro oficio y refrendadas por nuestro infrascrito Secretario en dicho día, mes y año. Fray Joaquín Jaraquemada, Vicario Provincial. Concuerda con el original que queda publicado en nuestra comunidad y puesto en la tablilla de la Sacristía, de que doy fe. Fray José Tadeo Toca, Secretario de Provincia”.

No hay pena eclesiástica capaz de imponerse a los súbditos que no contenga el antedicho Auto ni arbitrios que no concurran a adelantar los progresos del nuevo sistema. El sacramento de la penitencia, donde los fieles deben llegar a lo menos anualmente por necesidad, es el primer magisterio que se presenta y donde se les debe enseñar la obediencia a estas autoridades y la necesidad que tiene todo católico de sostener con su sangre el nuevo Gobierno. La cátedra de la verdad, ese lugar tan prostituido en estos tiempos, es el que va a servir para enseñar como espantoso abuso la oposición a las máximas del Gobierno. Aquí se han de representar sus contradictores como perversos facciosos, que aspiran a la desorganización de un sistema reconocido generalmente en las Américas; aquí se han de emplear los talentos y las plumas; aquí, en fin, habrán [sic] religiosos de probidad y conducta que estén a la mira sobre las opiniones personales.

Sujétese la mente a unas breves y cristianas reflexiones. El Anti Juntista que busca las aguas de la penitencia para expiar sus delitos, descubre allí su sistema personal. El confesor tiene pena de excomunión mayor ipso facto para contradecirle: le quiere obligar a seguir su doctrina; el penitente resiste y por eso se le niega la absolución. Sabe que el mismo lance y la propia controversia ha de tener con cualquier confesor; su conciencia le dicta que su personal sistema es conforme a la ley y a la razón; por lo mismo no le tiene por pecado, si no por virtud, antes bien lo contrario, por un execrable delito. ¿Qué hará? Si se confiesa, encuentra los mismos escollos; si no se confiesa le insta la ley para que lo haga, ya sea la divina, sintiéndose con pecado grave o enfermedad peligrosa; o ya la eclesiástica, exigiéndole el cumplimiento del precepto anual. He aquí el contraste espiritual que padecen las almas de los fieles; el origen de las ansiedades en las conciencias timoratas; o ha de ser juntista si quiere absolución, o se ha de retraer del sacramento de la penitencia si no quiere exponer u ofender la jurada lealtad al Soberano.

No es sólo éste el gravísimo absurdo que se sigue. El ignorante que llega al sacramento de la penitencia imbuido con el sistema de fidelidad al Rey, defiriéndose a la enseñanza del confesor por obedencial ignorancia, tiene que sucumbir a su doctrina, tiene que abrazarla a sus pies y de allí tiene que venir a su casa a enseñarla; si es padre de familia, a toda ella en cumplimiento del precepto que espera del confesor. ¡Diabólico arbitrio para seducir a unos por medio del sacramento más santo y necesario, o de retraer a otros de recibirle! ¡Precipicios los más terribles para los fieles, pero los más aparentes para incrementar la grey de los partidarios con escandalosa prostitución de los sacramentos y cátedra del Espíritu Santo!

Este mismo plan propuesto en el Auto de los Mercedarios y el propio fruto infernal se espera haya de producir el Edicto que casi en iguales términos expidió Fray Domingo Velasco, Vicario Provincial, del Orden Dominicano y que es a la letra, como sigue:

“Carísimos hermanos: El pueblo de Chile, ese pueblo religioso a quien la tribu del Señor mereció siempre los más sinceros y respetuosos homenajes, oprimido de los peligros ha establecido su seguridad en un sistema de Gobierno que nada puede sindicarle la moral más austera. Respeto a la religión, fidelidad a Fernando, libre indemnidad y prosperidad para la Patria, son las bases que constituyen este precioso edificio formado por la expresión libre de sus habitantes.

Estoy seguro que no existe un verdadero ciudadano, ni un hombre que haciendo uso de su razón, desapruebe tales medidas. Sin embargo hay ignorancia y hay mala fe que sabe disfrazar los objetos más puros con el color de sus pasiones. Si oyereis alguna vez prostituir las palabras del Señor con malignas interpretaciones, aplicar doctrinas y decisiones truncadas o dichas en distintos casos y derechos; si el hombre tímido os consulta sobre sus opiniones, no dilatéis un momento en manifestarle la probidad de los principios consagrados al bien público.

No dudo que todos estaréis penetrados de la justicia de nuestro Gobierno y de la obligación que tenéis en sostenerlo; pero si alguno vacila, absténgase de producir sus opiniones, comprenda los buenos objetos del actual sistema y avergüéncese de haber pensado contra ellos. Vuestro ministerio que os da tanto influjo sobre la moralidad de los pueblos cristianos, os haría responsables de todas las calamidades de la Patria, perjudicando las conciencias con tales preocupaciones. No os llaméis desgraciados si no queréis sentir los golpes de una razón despreocupada que os alumbra la verdad.

Por lo que toca a nuestra autoridad y jurisdicción desde luego ordenamos y declaramos que el Religioso de nuestra Provincia que por ministerio del confesionario, o por consulta o por conversación particulares asiente o diga que el Estado, el Rey, la Religión, o la moralidad cristiana se perjudican en los actuales principios del Gobierno, será suspenso perpetuamente del ministerio sacerdotal, privado de todos sus honores, castigado severamente y excomulgado, así por la sustancia del hecho, como por la infracción del precepto formal de obediencia que les imponemos para que se abstengan de sostener semejantes perversas opiniones, que atraerían con la anarquía los mayores males. Mandamos que de estas nuestras letras se pasen testimonios a todos los conventos y casas de la Provincia; que cada Superior de ellas lo publique y remita uno igual a los religiosos que se hallaren ausentes y les exhortamos a que en el púlpito y demás funciones de su ministerio, manifiesten la justicia de los principios del Gobierno. Convento grande de Predicadores de Santiago, y septiembre 20 de 1811. Fray Domingo de Velasco, Vicario General”.

Este prelado, como el de los Mercedarios, acababa de conseguir su provincialato a esfuerzos de los del Congreso y principalmente por el patrocinio del Doctor Argomedo, que había sido su abogado patrocinante en todos sus recursos. A su empeño debió este religioso su ascenso. Por lo mismo, se halló comprometido a seguir las ideas de su protector. No estoy engañado y conozco por el estilo que el propio Argomedo organizó aquel Auto en el mismo tono en que suelen salir los manifiestos de la Junta.

En él nos supone a todos penetrados de la justicia de este Gobierno. ¡Qué insulto! Como si no hubiéramos visto su origen, los medios, los autores y la forma con que se erigió. La ambición la vanagloria, la intriga, la tiranía, la revolución, fue ron los agentes del gobierno. El ha mudado el semblante y la autoridad, según el poder de las bayonetas, de la fuerza y de la opresión. Díganlo los sucesos repetidos y principalmente los del día 4 de septiembre. Ellos publicarán la probidad o malignidad de sus principios; en el escrutinio de estos hechos se examinará si la moral, no digo más austera, si no la más relajada, tiene mucho que sindicarle de autoridad intrusa, tiránica y perfectamente revolucionaria. Ese sagrado ministerio del sacerdocio que da tanta influencia sobre la moralidad de los pueblos cristianos, sepultará las conciencias timoratas en semejantes delirios y preocupaciones y donde los fieles buscan la [sic] agua de la piscina para lavarse, hallarán las inmundas de las cisternas antiguas y disipadas. ¡Qué trastorno para las buenas costumbres! ¡Qué corrupción y que abrigo para el libertinaje!

Como quiera que la máxima era general de que el sistema encontrara abrigo en el respetable santuario de la religión, tomó el Congreso el arrojado empeño de dirigir copias auténticas de los dos Autos referidos a los Prelados de las comunidades Agustiniana y Franciscana, para que sirviéndoles de modelo, expidieran otros iguales a los súbditos religiosos, como así lo ejecutaron, poniendo a la letra el Auto citado del Vicario Provincial de los Mercedarios.

No podía estar satisfecho este Gobierno con haber allanado a su devoción todos los Prelados de las Religiones de este Reino, si también el Clero Secular y principalmente el Cabildo en Sede vacante no adoptada en sus súbditos el mismo arbitrio, para de este modo cercar por todas partes a los anti juntistas a seguir el sistema a sugerimiento de los confesores y predicadores. Este paso era muy importante para cerrar los muros de la impía Babilonia y por este principio dirigió un oficio al Cabildo, acompañando los anteriores exhortos. El tenor de aquél es a la letra, como sigue:

“El Reverendo Padre Vicario Provincial del Orden de Nuestra Señora de la Merced remitió a este Congreso una copia igual a la adjunta del Auto que ha expedido para que sus súbditos inspiren a los fieles en el púlpito y confesionario ideas justas del sistema de Gobierno adoptado en este Reino a imitación del resto de la América, que hasta hoy ha podido por una resolución semejante ponerse a cubierto de las asechanzas del opresor de la Nación y de los malvados que habiéndose prostituido por seguirle, tratan de incluirnos en el número de los sacrílegos que han ocasionado en la Península la ruina a nuestra religión santa y la pérdida del trono de nuestros buenos Reyes. Sólo la íntima persuasión de estas verdades patentes puede resistir a la seducción de los inicuos que afectan dudar de ellas para sepultarnos en la discordia y después en la servidumbre a que es consiguiente la irreligiosidad de los extranjeros, cuya dominación nos preparan por sus miserables intereses individuales. En efecto, nada parece más conforme a los deberes de los Ministros del Altar, que trabajar en sostenerle contra los que tratan de trastornarlo; ni de los que tienen por instituto predicar la verdad, que el enseñarla con fervor cuando interesa la paz y tranquilidad del pueblo, que por falta de instrucción o por engaño vacila en la materia que más importa estar convencido, para formar así aquella unión de ánimos y de fuerzas que únicamente puede salvarlo y hacerlo feliz y capaz de conservar estos dominios para el desgraciado Fernando, y para asilo de nuestros hermanos los españoles que le han sido fieles. Este rasgo de lealtad de este benemérito Prelado, es digno de presentarlo por modelo y por eso se espera del celo y virtud de Vuestra Señoría que le imite y haga igual servicio a Dios, al Rey, y a la Patria, avisando de su ejecución. Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Santiago y septiembre 23 de 1811. Joaquín Larraín, Presidente.- Manuel Antonio Recabarren, Vicepresidente.- Carlos José Correa de Sáa.- Marcos Gallo.- Juan Esteban Fernández de Manzanos.- Pedro Ramón de Arriagada.- Juan de Dios Vial del Río.- Miguel Morales.- Ignacio José de Aránguiz.- Doctor Juan José Echeverría.- Manuel de Salas. Señores del Venerable Deán y Cabildo en Sede vacante de esta Santa Iglesia Catedral”.

El Ilustre Cabildo en Sede vacante, conociendo las miras a que se dirigía la resolución del Congreso e instruido igualmente de que no eran otras que comprometer a la jurisdicción eclesiástica en las máximas políticas del Gobierno, queriendo que autorizara por justas y conformes a los deberes de los Ministros del Altar el trabajar en sostenerle, para formar así aquella unión de ánimos con el colorido de ser para ponernos a cubierto de las asechanzas de Napoleón y para guardar estos dominios a nuestro desgraciado Rey Fernando; cuando todo era para abrigar el proyecto de independencia, resolvió dirigir una contestación genérica, que sosteniendo con decoro la autoridad, no se defiriera a prestar auxilio a unas intenciones estudiosas abiertamente decididas a que la Iglesia las proteja con ofensa de la Religión, del Estado y de a Patria. El indicado oficio dará a conocer el alto carácter y entereza con que se comportó el Cabildo, y para este fin va a la letra:

“Con oficio de 23 de septiembre próximo se ha servido Vuestra Alteza pasar a este Cabildo Eclesiástico copias de las exhortaciones pastorales que los Reverendos Prelados de las Religiones de Santo Domingo y la Merced han dirigido a los súbditos de su dependencia; el Cabildo queda enterado de su contexto; y aunque antes de ahora ya estaban prevenidos los párrocos de la diócesis para que con el celo y actividad que es propia de su carácter y ministerio, promuevan la paz y tranquilidad en sus respectivos territorios y que sus habitantes continúen dando el laudable ejemplo de fieles a la santa religión que profesamos, de amantes a la Real Persona de nuestro Soberano el señor don Fernando VII, y obedientes a la autoridad que en su Real nombre nos gobierna; se les repetirá el más estrecho encargo, igualmente que a los demás confesores y predicadores para que avivando más que nunca las llamas de su celo en el desempeño de sus sagrados ministerios, persuadan y amonesten con el ejemplo y sus discursos estas importantes verdades, procurando gravarlas profundamente en los corazones de los fieles. Dios guarde a Vuestra Alteza muchos años. Santiago y octubre 3 de 1811”.

No contento el Congreso con lo expuesto en la contestación del Ilustre Cabildo y que el modelo propuesto del Auto de los demás Prelados no había tenido el puntual cumplimiento que esperaba, le dirigió [un] segundo oficio, estrechándole que para satisfacción del Tribunal y su inteligencia, remita el Auto expedido a los curas y demás clérigos de su jurisdicción, sin duda, para enterarse si estaba o no conforme a sus ideas y en la de no, tomar otras providencias de mayor acrimonía. Quieren unida así la autoridad eclesiástica para no horrorizar los planes de su sistema y que tenga fácil acogida aun entre las personas virtuosas y sensatas; en una palabra, quieren que la Iglesia santifique las iniquidades y que sus ministros sigan al nuevo Gobierno con el rigor de las penas eclesiásticas y que este sea el modo de que todos los fieles se reúnan a prestarles el obedecimiento y homenaje. Óigase el segundo oficio dirigido por el Congreso al indicado fin, y que es a la letra:

“En la sesión del día 5 dispuso este Congreso lo que consta del capítulo de la [sic] Acta que a la letra es como sigue: “Se recibió un oficio del Cabildo Eclesiástico, avisando que en fuerza de lo que se le previno en 23 de septiembre, repetiría a los Párrocos, Predicadores y Confesores estrecho encargo para que en desempeño de sus ministerios persuadan a la paz, amor a la religión, al Rey y respeto a las autoridades. Como interesa el que procedan de acuerdo con los jueces seculares y que estos sostengan por su parte la ejecución que se debe a su respetable carácter y a las importantes verdades que van a explicar y sobre todo que esto se haga de un modo uniforme, claro y sencillo, que aleje dudas y división de opiniones; para esto se pide una copia del Auto o Providencia que se expida por el Venerable Deán y Cabildo antes de circularlo, para que se conserve en este Archivo, así como las que espontáneamente y por iguales motivos presentaron los Prelados de las Ordenes Regulares”.

Y el Congreso lo traslada a Vuestra Señoría para que se sirva así verificarlo. Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Sala del Congreso y octubre 7 de 1811. Joaquín Larraín, Presidente.- Manuel Antonio Recabarren, Vice Presidente. Señores Venerable Deán, y Cabildo Eclesiástico en Sede vacante de esta Santa Iglesia Catedral”.

El Cabildo Eclesiástico se ha desentendido absolutamente de prestar contestación al indicado oficio, porque previendo el espíritu a que se dirige de recabar del Cabildo igual degradante oficio que [el] de los Prelados de las Comunidades, en perjuicio de la religión y del Estado, no ha querido concurrir por su parte a semejante sacrificio y según entiendo la mayor y más sana parte de los capitulares están con infracta constancia a hacer oposición y negarse a semejante solicitud.

El día 22, habiéndose presentado don Francisco Javier de los Río al Congreso lisa y llanamente pidiendo licencia para el último despacho de [la] fragata Rousseau como su apoderado, juzgando que no habiéndosele puesto tropiezo para la licencia, tampoco la habría para la indicada solicitud, se le expidió una providencia casi del tenor siguiente:

“Concédese, afianzando hasta la cantidad de 20 mil pesos, asegurando a este Gobierno no tocar al puerto de Montevideo, atacado por el ejército de los Aliados de Buenos Aires”.

Luego que en ese mismo día se notificó la indicada providencia, con fecha de 23 del corriente dirigieron el Capitán y Sobrecargo del Buque una representación al Congreso, que es como sigue:

“Excelentísimo señor.

Mr. Mc. Leveen y Mr. Lewis Vanuxen, Capitán y Sobrecargo de la fragata americana nombrada Rousseau, en la mejor forma que haya lugar en derecho parecemos ante Vuestra Excelencia y decimos: Que habiendo ocurrido nuestro apoderado Doctor Francisco Javier de los Ríos en solicitud del último despacho para dar la vela la enunciada fragata de nuestro mando, se sirvió Vuestra Excelencia concederme con la calidad de afianzar con 20 mil pesos no arribar a Montevideo por pretexto alguno y entendiéndose antes de verificar nuestro viaje al [Río de] Janeiro. En vista de lo nuevamente resuelto por Vuestra Excelencia no hemos tenido otro recurso que el de suplicar a Vuestra Excelencia en el propio pleno Tribunal de la Junta, se digne suavizar, modificar o corregir la enunciada providencia y en su virtud mandar se nos expida el último despacho lisa y llanamente por los fundamentos que vamos a exponer breve y sumariamente. Vuestra Excelencia tendrá la bondad de escucharnos, cuando llenos del más profundo respeto nos asilamos a implorar la protección de Vuestra Excelencia.

El alto Serenísimo Congreso del Reino, adonde se mandó llevar nuestra solicitud para la expedición meditada, por Auto de 29 de agosto nos concedió lisa y llanamente la licencia, devolviéndose a este Tribunal para cumplimiento, como se lo verificó Vuestra Excelencia en de 31 del propio mes, otorgándonos el permiso absoluto y sin restricción alguna. Bajo de esta buena fe nos resolvimos a comprar los frutos para el cargamento del buque y a realizar otros gastos de consideración. Todos estos desembolsos se habrían excusado si al tiempo de otorgar el permiso se nos hubiera exigido la fianza de 20 mil pesos por la calidad de no arribar a Montevideo. Parece que entonces las circunstancias eran las mismas que ahora y que nosotros no hemos dado mérito para variar lo acordado.

Para entablar la enunciada solicitud procedimos con consideración a lo acordado en el artículo 2º del Reglamento de Comercio Libre, publicado en esta capital el 21 de febrero de 1811, en que se concede a las naciones aliadas franca extracción de los efectos y producciones del país, con sola la expresa calidad de pagar los propios derechos que contribuyen los comerciantes españoles. Esta regla aniveló nuestra deliberación. No podíamos sospechar sobre su cumplimiento y menos temer para ello algún otro gravamen o calidad. Por lo mismo parece que Vuestra Excelencia sin ofender nuestros derechos y las recíprocas alianzas de nuestro comercio, puede introducir novedad alguna en el particular.

La fianza que se nos exige nuevamente por Vuestra Excelencia nos trae dos irreparables escollos: el primero, que el Apostadero no ha de querer proceder a la fianza de los 20 mil pesos a menos de dejar en su poder igual cantidad que pueda cubrir su responsabilidad: y ¿qué perjuicio no se nos sigue de la detención y, ora de un ingente principal detenido y sin giro alguno en un país extranjero? Nuestras expediciones mercantiles que carecen de ese fondo considerable, lejos de prometerse las ventajas a que aspiran se conciliarán inexplicables quebrantos. Este ejemplar trascenderá a nuestra nación y por lo mismo sus buques se retraerán de entrar a estos puertos, ni se atreverán a usar en adelante del indulto del comercio libre concedido, viendo que se quebrantan los pactos recíprocos de su establecimiento.

El segundo escollo es que por buenos principios de navegación, nadie puede prometer no arribar a un puerto, cuando éste está en la medianía y en el paso de aquel a que se determina. Forzosamente nuestro buque ha de pasar por el meridiano de Montevideo. Y si por accidentes imprevistos padece aquí una borrasca descubre un rumbo o le sobreviene otra causa que le exponga a un riesgo eminente de perderse a menos de tomar el puerto de Montevideo, ¿podremos excusar este arribo? ¿Seremos tan insensibles a permitir la pérdida de tan crecidos intereses? ¿Apagaremos en nosotros mismos ese clamor de la naturaleza, que inspira hasta en los irracionales la propia conservación de la vida? Aunque Montevideo no fuera puerto abierto y libre para nuestro comercio, aunque fuera declaradamente enemigo, en estos conflictos el derecho de gentes inspira otra humanidad, otra protección a los hombres con sus semejantes. Puede no suceder que nos veamos en aquellos apuros; pero no hay razón que nos asegure, por cuanto los riesgos del mar son impremeditables, ni la prudencia humana puede fijar reglas para precaverlos ciertamente.

Nosotros nos queremos poner en el primer caso y no en el segundo. Supongamos que a la vista de Montevideo nos sobrevenga la próxima pérdida del buque, porque en las zozobras y sus peligros no hemos tomado aquel para seguridad de una expedición costosa; que hemos libertado sobre una tabla la vida y que restablecidos a Filadelfia, se nos formen cargos por el dueño de la expedición; que a este fin se nos llama a nuestro respectivo Tribunal: ¿qué habremos de contestar a los cargos? Diremos que Vuestra Excelencia nos prohibió la entrada a Montevideo y que por esa razón hemos permitido la pérdida de los intereses de la nación. ¿No se nos redargüirá sobre no haber reclamado en tiempo contra aquella providencia? Claro está; pues este es el principio más recomendable de nuestros reclamos contra la que Vuestra Excelencia decretó con fecha de 23 del corriente, extensiva a 20 mil pesos de fianza y porque exigimos la modificación y reforma del referido Auto.

No por aquella razón distamos de sujetarnos a otros arbitrios de seguridad que Vuestra Excelencia dicte por las razones políticas que tenga para impedirnos el arribo a Montevideo, con tal que se nos exima de la fianza. El juramento que podemos hacerle [de] no tocar aquel puerto, de sufrir la pena de que en ese caso se le niegue el comercio libre en lo sucesivo a la fragata Rosseau de nuestro cargo; que los intereses que se reconozcan en esta capital ser de la expedición, se sujeten a decomiso o secuestración, siempre que se justifique que por caso pensado, pretextado y no por eminente peligro y próximo naufragio hemos tomado el puerto de Montevideo; parece que son medios muy racionales y adecuados para poner en seguridad a Vuestra Excelencia de que hemos de excusar de todo modo posible el arribo al puerto de Montevideo. Nuestros deseos sinceros son mantener la concordia y la buena correspondencia de nuestra nación con este Reino, respetar los pactos y cumplir las providencias que no sean en perjuicio de nuestro comercio. Por tanto, a Vuestra Excelencia pedimos y suplicamos que en vista de los fundamentos que tenemos alegados, se digne modificar el Auto en los términos que llevamos expuestos o bajo de aquellos que sean de la superior aprobación de Vuestra Excelencia y que con tal relevación de la fianza se nos conceda el último despacho del buque para dar la vela, que es justicia, y para ello, etc.- Otrosí, decimos, que para cubrir nuestra propia responsabilidad a los cargos que nos pueda formar el propietario de la expedición, se ha de servir la integridad de Vuestra Excelencia mandar se nos de testimonio íntegro del escrito de nuestro apoderado, de la providencia de esta representación y de la que Vuestra Excelencia se dignase dictar en la materia; es justicia, ut supra. Mc. Leveen.- Lewis Vanuxen".

El 23 de septiembre solicitó el señor Arcediano Doctor don Rafael Huidobro, que el escribano don Agustín Díaz le diera una fe de muerte del señor Deán don Estanislao Recabarren, sin duda para pretender la vacante que le correspondía por escala. Dióse denuncio del hecho, según se dice, por el escribano Solís, quién se instruyó al tiempo de la comprobación de dicha fe. Díaz fue llamado al Congreso, donde fuera de ser reprendido acremente, se le apercibió que en lo sucesivo no entregara ningún documento sin expresa orden del Tribunal, respecto a que los recursos a la Península eran infructuosos y perjudiciales al actual sistema. Tal es el cuidado que se tiene en el particular. No sólo se cuida de que no se reciban los agraciados por la Regencia, ni se dé cumplimiento a sus despachos, si no también tratan de obstruir toda pretensión de empleos de la Península. El proyecto es disponer aquí de todos ellos y aún de las piezas eclesiásticas, prueba evidente de la independencia a que aspiran.

En el propio día llegó la noticia de Valparaíso de que el Padre Fray Francisco Caro, de la Religión Seráfica, se había sorprendido a bordo del San Juan Bautista el 21 de este mes y al tiempo de ir a dar la vela para Lima; que igualmente se le sorprendió la correspondencia que llevaba, siendo la más criminal una carta que se le encontró del Excelentísimo señor Virrey del Perú que nada más contenía que la oferta de proteger su solicitud para la impresión de una obra que había escrito dicho religioso. A éste se le puso preso e incomunicado. Del mismo modo se le condujo a esta capital. El mayor delito ha sido aquella correspondencia y tres cartas anónimas que llevaba para el mismo Excelentísimo señor Virrey expositivas de los sucesos del día 4 del que rige. Ha sufrido más de quince días de prisión y los mayores vejámenes. Al fin queda en libertad.

El 25 se expidió por el Congreso una orden mandando suprimir las rentas de dos prebendas que se remitían a Lima para auxiliar al Tribunal de la Inquisición y es del tenor siguiente:

 “En las dos Catedrales [1]  de este Reino hay dos canonjías supresas para remitir a Lima la parte que le corresponde de la masa decimal con destino de ayudar a sostener allí el Tribunal de la Inquisición. Para el mismo fin, otro igualmente piadoso, es necesario retener estas cantidades y que Vuestra Excelencia dé las órdenes correspondientes para su ejecución. Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Sala del Congreso y septiembre 25 de 1811. Joaquín Larraín, Presidente.- Manuel Antonio Recabarren, Vice  Presidente.- Manuel de Salas, Diputado Secretario”.

El anterior decreto debe computarse por uno de los arbitrios tomados para engrosar el erario de este Reino, a fin de soportar la pesada carga del Estado en la organización de tropas, etc., que es el objeto más interesante del día.

El mismo día 25 se confirió grado de Brigadier de Caballería al Doctor don Juan Martínez de Rozas en remuneración de sus buenos servicios a favor de la Junta y acaso para que esta nueva condecoración le estrechara más, a propender a sus grandes progresos y a venir a tomar el mando de Vocal de ella, principalmente mirándole como en distancia por los desabrimientos que padeció en esta capital y que le obligaron a salir para la Concepción casi precipitadamente, en términos de proceder a la organización de aquella Junta del modo que se detalla en el día 4 de este mes.

El 26, para consultar a los ahorros del erario, se suprimió el sueldo al Secretario don Judas Tadeo Reyes, dejándole reducido de 1.500 pesos que gozaba por dicho empleo a sólo 500 anuales y con la calidad de no poder obtener ninguno otro en Real Hacienda, ni Gobierno. Acaso en el Reino no haya alguno que haya sufrido antes y después del establecimiento de la Junta mayores vejámenes que el dicho don Tadeo por la inmediación que se suponía el jefe, por las luces y el talento con que podía influir en sus providencias, dirigidas al obstáculo y entorpecimiento del nuevo sistema. Su integridad incorruptible y superior a las ideas ambiciosas de sus rivales, le ha producido no pocos sinsabores. Puedo decir y con verdad que su vida ha estado al borde del precipicio y aún su misma familia expuesta a infinitos riesgos, que han producido las diferentes conmociones populares, el odio y la venganza de los mal contentos del antiguo Gobierno.

El 27 se publicó bando concediendo amplia libertad de derechos por las licencias de oratorios, dispensas de proclamas, e impedimentos matrimoniales, la misma por entierros menores, bautismos, casamientos, etc. en los términos que literalmente reza el referido bando que se inserta:

“El Poder Ejecutivo que manda el Reino a nombre del señor don Fernando VII acaba de recibir un oficio del Supremo Congreso en que se le comunica lo siguiente: “La importancia de la abolición de las contribuciones que exigen los párrocos por derechos de matrimonios, óleos y entierros, es igual al clamor público y a los males que produce esta ruinosa costumbre. El Congreso ha resuelto hacer al público que representa el grande bien de quitarles estos retraentes de su aumento, que con deshonor de nuestra Santa Religión concurren a mantenerlo en el celibato vicioso, distante de la Iglesia y de sus pastores y éstos pendientes de unas máquinas e indecentes cobranzas incompatibles con el decoro de su sagrado ministerio y con el amor paternal que debe profesar a su grey. Vuestra Excelencia hará publicar esta resolución en todo el Reino y que a su consecuencia en adelante no se pague cosa alguna por casamientos, óleos, ni entierros menores; reservándose a los que quieran solemnizar este último fúnebre acto, la libertad de hacerlo y de satisfacer sus costos. Que por las dispensas de proclamas y las de impedimentos en cualquier grado, nada se exija, igualmente que por las licencias para oratorios privados. El Congreso no interrumpirá sus desvelos hasta la conclusión de esta obra, ni cesará mientras no proporcione otra indemnización correspondiente a la pérdida que ocasiona a los curas la disminución de sus intereses, de modo que con menos zozobras y más dignidad puedan subsistir en lo sucesivo y consagrarse enteramente al desempeño de su penosísimo santo destino”. En su cumplimiento publíquese por bando en los lugares acostumbrados, circúlese en todos los partidos del Reino e Intendencia de Concepción, dése copia al Ordinario y fíjese en los lugares acostumbrados. Santiago y septiembre 26 de 1811. Rosales.- Calvo Encalada.- Benavente.- Mackenna.- Doctor Marín.- Argomedo, Secretario”.

Yo pudiera aquí detenerme demasiadamente en manifestar la licitud de las contribuciones que exigen los párrocos por los matrimonios, óleos, entierros, etc., no por una ruinosa costumbre sino por una laudable constitución sostenida por repetidos Concilios Provinciales y Diocesanos de este nuevo orbe y por varias expresas leyes de Indias y que si alguna indulgencia ha habido en el particular ha sido con los indios, por la contribución anual señalada a los doctrineros, sin ser extensiva a los españoles, aunque todo esto se reformó en este Obispado por el arancel que de orden de Su Majestad y de acuerdo con el Ilustrísimo Arzobispo de la ciudad de los Reyes, se organizó por auto de 31 de diciembre de 1732 y es el mismo que se halla inserto en la [sic] sínodo que se celebró en esta ciudad por el Ilustrísimo señor Doctor don Manuel de Alday el año de 1764.

También habría impedido mucho tiempo si tomara el empeño de manifestar que el mantenerse en el celibato, no puede ser vicioso y distante de la Iglesia y de sus pastores; cuando por el contrario el mismo Apóstol recomienda el celibato como más perfecto comparativamente al matrimonio, que sólo le hace apreciable en el caso de que se haya de abrazar con su propia concupiscencia, como remedio sabiamente instituido después de la corrupción de la naturaleza del hombre. Los vicios no pueden perder el esplendor de la virtud, como ni los abusos, la justicia de la ley. Aquellas cobranzas se llaman “indecentes e incompatibles con decoro del Sagrado Ministerio y con el amor paternal que deben profesar a su grey”, cuando por el contrario, la voz evangélica nos dice que el que sirve al Altar, debe vivir del Altar; que nadie apacienta el ganado que no haya de tomar la leche; que nadie siembra la viña que no haya de comer de la uva; y sobre todo son muy recomendables aquellas palabras del Apóstol: “Si nosotros os administramos las cosas espirituales, qué mucho es que exijamos de vosotros las cosas temporales para subsistir? Yo podría aquí revolver las antigüedades, los concilios y los Padres en comprobación de esta doctrina, pero sería salir de mi instituto principal.

No puedo sí callar que en el día 27 se halla publicado este Bando, suspendiendo desde entonces todas las subvenciones a los curas, dejándoles solo la esperanza de una indemnización correspondiente a la pérdida, cuando ella no podía ser bastante para hacerles subsistir. Después de más de veinte días de publicado se les vino a señalar 400 pesos anuales a cada uno de los de la ciudad, pagaderos en Cajas Reales, sin otra contribución de sínodo y sin señalarse de que ramos; de modo que para acallar el supuesto clamor de los fieles se ha excitado el universal grito de los Pastores; todo con el objeto, según entiendo, de atraerse el nuevo Gobierno del [al] pueblo con el aliciente de estas liberalidades, para hacer recomendable su sistema.

En este mismo día se fijaron carteles de la Suprema Junta Ejecutiva del Reino, convidando y emplazando a todos los fieles patriotas a un general alistamiento, conforme a los deseos que habían manifestado repetidamente para la erección de un regimiento de nobles, cuyo patriotismo sirviera para apoyo y defensa de este reino. Nombrose para llevar el apunte a don Nicolás Matorras y para calificar [a] las personas a don Joaquín Larraín, a don Domingo Toro y a don José Antonio Díaz, como así se efectuó, ocurriendo allí todos los que quisieron estar bajo las banderas del sistema y muchos de los que llaman sarracenos a impulsos de una natural timidez y de conciliar así su estabilidad, giro y otras conveniencias. El Decreto expedido para el efecto con fecha 29 de este mes, fue el siguiente a la letra:

“Santiago, 29 de septiembre de 1811. Convencido íntimamente el Gobierno de la necesidad de ordenar y reunir la fuerza pública, cree sin riesgo de equivocarse su más digno y sólido apoyo el patriotismo acreditado de los habitantes de esta capital. A consecuencia y cumpliendo con sus generosas instancias, aprueba la creación del Cuerpo de Patriotas propuesto por los distinguidos don Nicolás Matorras y don José Antonio Díaz, a cuyo verificativo se comete a los expresados, en unión de los señores don Joaquín de Larraín y Salas y Alcalde don Domingo Toro, la clasificación de los individuos que hayan de formarlo, para que llenando las listas de los acreedores a esta primera confianza de la Patria, se provea lo conducente a su más pronta y lucida formación; Avísese a los comisionados y archívese. Calvo Encalada.- Rosales.- Benavente.- Mackenna.- Doctor Marín”.

 

Notas.

1. Se usa esta expresión para referirse a las dos diócesis existentes, Santiago y Concepción. (C. Guerrero L.