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El Monitor Araucano
Tomo I. N° 69. Jueves, 16 de Septiembre de 1813.
"Del carácter de la revolución Americana". Reflexiones sobre la causa revolucionaria y su conducción.

Los pueblos, y principalmente los que dirigen los negocios públicos en las revoluciones, deben tener siempre en el ánimo estas preguntas: ¿qué dirá el mundo y la posteridad de nosotros? ¿con qué colores se presentara nuestra revolución a los ojos del mundo y de la posteridad? Largamente se discurrió en La Aurora acerca de la necesidad que tienen los Estados, y más aún los Estados nacientes, de la buena opinión. Las revoluciones son los pasos atrevidos de los pueblos, excitan varios juicios, y por tanto deben ponerse a cubierto de toda censura. Además es un espíritu bien miserable el que no cuida de la fama, y el que no desea que su nombre llegue con estimación a las edades venideras.

En toda revolución hay dos cosas principales que considerar: la causa que se sostiene, y el modo con que se conduce.

Los mejores ingenios de la época actual han demostrado con raciocinios invencibles la justicia de nuestra causa. Todos los hombres ilustrados están en su favor: sus contrarios nada han dicho razonable y aun los sabios del siglo anterior, que predijeron estos movimientos, los hallaron necesarios y justos, y dignos de un pueblo virtuoso. Aunque el asunto es nuevo, puede decirse que ya todo esta dicho, y ya no se hace más que repetir.

Nos avergonzáramos, porque fuera deshonrar la naturaleza humana, de persuadirnos de que hubiese alguno que pusiese en duda los derechos de la América después de tantos convencimientos y demostraciones. También el grito de la conciencia, y el sentimiento íntimo de la dignidad del hombre prueban y atestiguan la existencia de estos derechos.

Con todo, están estos derechos actualmente atacados con perfidia y violencias; y éste es el segundo período de la revolución. Es desgracia muy antigua y frecuente en el mundo el que se desprecien y atropellen todos los derechos: por eso siempre han habido guerras injustas; por eso es necesario defenderse; sin fuerzas nada vale la justicia, y es necesario estar siempre en estado de defensa.

En el caso presente de violentas agresiones contra sus eternos derechos la América ha empuñado la espada de una defensa virtuosa. Sus habitantes son pacíficos, pero la injusticia de sus enemigos los pone en la necesidad de hacer la guerra, no sólo para repelerlos sino para que no los hagan verdugos de las restantes provincias americanas; para no ser soldados de los tiranos contra sus vecinos, contra sus compatriotas. No han de sucumbir todas las provincias, y aunque sucumbiesen, no había de ser a un mismo tiempo; por lo que del seno de las provincias subyugadas habían de salir los ejércitos para llevar la devastación y la muerte a las que aún peleasen por la libertad. De este modo vendría a ser la patria un seminario de asesinos, y el alimento de una eterna guerra. Entre los destinos odiosos, desgraciados y tristes, que una fortuna cruel puede repartir a los mortales, talvez es el peor el de aquellos hombres que se ven precisados a ser cómplices de los tiranos, instrumentos de destrucción y maquinas de muerte contra sus mismos compatriotas. Desgracia.. Pelear por el honor de la patria, y otros por hacerla infame. Estos, si perecen en estas contiendas infelices, no mueren en el campo del honor, sino en la obscuridad de la infamia. ¡oh mal lograda oficialidad de Valdivia y de Lima, vuestro valor, honor y talentos eran dignos de servir a la honrosa causa que sostenemos; pero os sacrificásteis por los tiranos, y vuestro nombre quedara sin gloria.

Así es como las provincias revolucionadas y aun las que permanecen bajo el antiguo, yugo, se hallan en la precisión de pelear, o en favor de sí mismas, o en defensa de los tiranos; esto es, o por la libertad y el honor, o por la esclavitud y la deshonra. Si se subyugase Chile, todos saben que lo más florido de su juventud tendrá que hacer la guerra contra Buenos Aires y llevaría la comisión horrible de esparcir la muerte y el duelo por sus provincias interiores.

Si la causa en que estamos empeñados, es según lo expuesto, necesaria, honorable y justa, se sigue que ha de ser lo mismo la revolución. Empero esto no basta para hacerla ilustre, ni es lo que únicamente determina su carácter; el depende de la conducta de los pueblos o de sus caudillos. Su historia ha de aparecer en el mundo, y serán llamados a un juicio imparcial todos sus hechos, sus vicios y sus virtudes. Entonces se pronunciará acerca de su verdadero carácter. Si triunfa, se dirá qué hombres y qué virtudes le dieron la victoria; si tiene un éxito infausto, se nombraran con horror y oprobio los instrumentos del desastre, y los vicios que lo ocasionaron.