Se dice que mientras las tropas respiran entusiasmo y ardor heroico, y su presencia estremece al enemigo; y mientras el Gobierno restablece la confianza y el afecto general con la justicia, equidad y moderación, se nota que el fuego patriótico se entibia en algunas partes y parece que se apaga en otras. ¡Buenos estamos! Ahora que la revolución casi universal del mundo va a hacer su crisis, y ha de tener pasmosos resultados, felices para los que los reciban y presencien con dignidad y vergonzoso y humillantes para los cobardes e indolentes, ¿aparecemos tibios, acoquinados y confusos? Después de tantas turbaciones y calamidades vendrá la paz, y si ésta se establece en España, no puede ser para que se encruelezca la guerra en las Américas. La América tiene tesoros, pero sólo los tiene en profunda paz. No pueden quedar las cosas como estaban antes; eso fuera cosa muy ridícula. Si se agitó el océano, y sus olas amenazaron a los cielos, Neptuno, con un golpe de tridente puede restituir la calma, y con la voz terrible imponer silencio a la tempestad. Después de todo, las tempestades se conjuran, y nada hay más fácil que conjurar la presente. Todo se logra con la sabiduría cuando le precede la constancia. Reparemos lo que está más cerca de nosotros, y lo que está más distante. Tenemos cerca a un enemigo débil que desconfiando de sus fuerzas, apela a tramoyas groseras y ridículas. La suerte de lo que está más lejos de nosotros, es muy incierta; depende de combinaciones políticas que sólo podemos conjeturar; y las combinaciones dan nacimiento a nuevas revoluciones. La Europa es el gran teatro de ellas; y como la revolución de la Francia fue el origen de tantos sucesos, no han de ser menores los que sigan a la disminución de su poder, si es cierto que se ha disminuido.