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El Monitor Araucano
Tomo II. N° 35. Viernes 15 de Abril de 1814.
Acción del Membrillar. Parte circunstanciado del General del Centro. Materia indicada en el título.

Señor General en Jefe.

He prometido a V.S. en nombre de esta división un día de gloria, si los enemigos intentasen atacarnos. Se ha realizado el ataque, y la victoria ha coronado las armas de la patria.

Desde el momento en que avisté el 19 por la tarde el campamento de V.S. situado en las alturas de Ranquil, apronté una división de 450 fusileros, y 3 piezas de artillería, para marchar sobre la retaguardia del enemigo en el caso de atacar a V.S. La noche del citado 19 el Ge­neral Gaínza, según conceptúo, hizo una marcha oculta con toda su fuerza, a excepción de Lantaño, que se man­tuvo firme frente del bando, y no pude descubrirle hasta el medio día de ayer: observé su ejército en tres colum­nas, vivaqueando en frente del campamento de V.S., pero a más de dos leguas de distancia. La variedad de sus movimientos indicaba lo vacilante de su plan de operaciones, y sus recelos de entrar en acción. A la una noté que las columnas enemigas, que estaban todas montadas, se replegaron con rapidez sobre el Itata, pasaron este río y el Ñuble, dirigiéndose al parecer a Cucha‑Cucha. Luego que observé esta marcha del enemigo, mandé recoger al campamento todos los ganados, y destaque una partida para sostener en caso necesario la guerrilla que los cui­daba; pero con orden expresa de no pasar de la viña, don­de se hallaban. Un inconsiderado arrojo hizo al oficial comandante de aquella avanzar hasta una altura, o colina inmediata al vado, por donde los enemigos estaban pasando; inmediatamente dirigieron contra ella un grue­so de sus tropas, lo que obligo al oficial a retirarse con precipitación, y hubiera quedado cortado si una pequeña división no hubiese avanzado a sostener su retirada, aunque con peligro de empeñar una acción en un terreno desventajoso: tales suelen ser los funestos resultados de la falta de subordinación en los subalternos. Los enemigos que se habían bajado para sorprender [a] la partida, la persiguieron con viveza, pero protegida por la división indicada, se replegaron todos al campamento sin pérdidas, antes que el enemigo llegase a tiro de fusil. Este, y con mayor fuerza de la que le consideraba, con rapidez, y otra columna se dirigía por las alturas para atacar el campamento por la izquierda. A las cuatro de la tarde se empeñó la acción general por toda la línea y por el cen­tro de ella. Se avanzaba una partida considerable al pa­recer de las tropas escogidas del enemigo, así por parecer asequible el cortar esta partida, como para imponer al enemigo, y destruir la opinión poco favorable que la pre­cipitada retirada del indicado piquete pudo haber dado al enemigo de nuestras tropas, determiné hacer una salida, la que verifiqué con 60 auxiliares de Buenos Aires, mandados por el intrépido Coronel don Marcos Balcarce, 80 voluntarios de la patria, comandados por el Capitán don Hilario Vial, la guerrilla del Teniente Coronel don Santiago Bueras, y 60 milicianos del Regimiento de Rancagua, que a ejemplo e instancia de su digno jefe don Agustín Armanza, aprendieron el servicio de infantería, por haberse inutilizado sus caballos. La salida se hizo con el mejor orden; nuestros valerosos soldados atacaron a la bayoneta; en un momento vi caer cinco de los enemigos y apresar cuatro, huyendo los demós con precipitación; logrado el objeto de la salida, me retiré con las tropas a las trincheras, trayendo consigo fusiles, sables y otros despojos. En este estado de la acción, observé que los enemigos avanzaron cuatro piezas de artillería, y que algunos oficiales de graduación se ponían al frente de las tropas para obligar a avanzar. En efecto, se adelantaron pasta tiro de pistola de la línea; pero no tuvieron valor de avanzar a la bayoneta; pero sí la bárbara temeridad de mantenerse en esta distancia sufriendo un fuego de 6 piezas de artillería que vomitaban metralla y el de cerca de 700 fusileros bien atrincherados. Duró el fuego sin intermisión desde dicha hora hasta las 8 de la noche. Hacia el fin de la acción el enemigo dirigió todos sus esfuerzos contra el reducto de la derecha, intentando tomarlo por un flanco, avanzando sobre él hasta la distancia de ocho pasos en dos o tres ocasiones, pero siempre fue rechazado con notable pérdida. Por último, viendo lo vano de sus esfuerzos, se retiró en el mayor desorden, dejando en nuestro poder el armamento y pertrechos que constan del adjunto estado. No se [le] persiguió en la retirada, recelando fuese fingida, para sacarnos de las trincheras, o bien, emboscadas que le proporcionaba lo quebrado del terreno, y sobre todo la extrema oscuridad de la noche, ocasionada por un furioso temporal de agua y viento, que principió al concluir la acción. Nuestra pérdida según manifiesta el citado estado, ha sido de muy poca consideración, pero sensible, por la clase de sujetos que perecieron. El valiente Teniente Coronel don Agustín Armanza, se portó con el mayor valor en la salida, y por una rara fatalidad fue el único muerto de las tropas que la componían. Este benemérito oficial, según tengo entendido, ha dejado una numerosa e indigente familia, que espero que V.S. recomendará al exclentísimo Supremo Gobierno. El intrépido oficial don Claudio José de Cáceres, no contento durante la acción de animar la tropa, no cesó de hacer fuego, hasta que cayó a mi lado en el reducto de la derecha, mortalmente herido de una bala de metralla: llamó a su hermano don Bernardo, y le dijo con entereza que no le deseaba mayor felicidad, que la de morir como él en la defensa de los sagrados derechos de la patria; los sargentos Ruiz y González, son igualmente acreedores al reconocimiento de su patria, y protesto no haber jamás visto un hombre mas intrépido que el segundo.

De la pérdida del enemigo V.S. puede formar concepto por lo que he referido acerca de la posición que ocupaba durante la acción: en efecto ha sido terrible. Setenta y siete cadáveres dejaron en el campo, que no pudieron llevar; además se sabe por dos soldados que se pasaron esta mañana, como también por informes de los vecinos inmediatos, que los enemigos llevaron a Cucha‑Cucha diez y nueve cargas de cadáveres de a cuatro en carga, otros varios por delante en los caballos, y un número crecido de heridos; declaran igualmente que el enemigo en el mayor desorden y terror pasó disperso la tempestuosa noche en las quebradas y bosques de Cucha‑Cucha; y otros repasaron el [río] Ñuble dirigiéndose a Chillán. Entre los muertos se asegura la de varios oficiales y un Coronel limeño, y entre los heridos el comandante de las tropas de Chiloé don Manuel Montoya, que [quien] perdió un brazo. La fuerza enemiga, que atacó esta división, según declaración de los indicados prisioneros, se componía de 136 hombres del Real de Lima, de todo el refuerzo que condujeron la Trinidad y Dolores de [desde] Chiloé, y que a su salida de esa provincia ascendía a 600 hombres, y de una compañía de artillería, y con tropas de otros varios cuerpos ascendían al numero de 1.300 fusileros, sin contar con las milicias de caballería, que todas se dispersaron de resultas de la acción, robando, según su costumbre, mucha parte de los caballos de su infantería, que se había apeado para entrar en acción.

La disparidad que se nota entre la pérdida del enemigo, y la nuestra, no la extrañará V.S. ni ningún militar impuesto del indicado modo de atacar el [del] enemigo, y de la posición que ocupaban nuestras tropas. Esta es en extremo ventajosa sobre las orillas del [río] Itata, por cuyo lado un escarpado hacía su acceso impenetrable, ocupa tres colinas coronadas de igual número de reductos, recíprocamente flanqueados a menos de tiro de fusil: dos profundas quebradas en que estaban situados el hospital y ganados hacían igualmente en extremo difícil el ataque por el frente y flancos. Los reductos de derecha e izquier­da están un poco avanzados; por consiguiente, el enemi­go estaba expuesto durante toda la acción a un fuego cru­zado de frente y flanco, que es el más mortífero de todos.

No me es posible hacer a V.S. el debido elogio de la benemérita oficialidad y tropa de esta valerosa división; pero en honor de la verdad, debo hacer manifiesto a V.S. los sujetos que se han distinguido. El Jefe del Estado Ma­yor y Coronel don Marcos Balcarce, se portó con heroi­cidad en la salida; y durante la acción mandaba el reduc­to del centro, contribuyendo con sus acertadas providen­cias a fijar la victoria. El intrépido Coronel don Andrés Alcázar, el de la izquierda, y desplegó en él, durante la acción, el valor que le es característico. El Coronel don José Joaquín Guzmán, se ha hecho acreedor asimismo al reconocimiento de sus conciudadanos.

En el cuerpo de artillería, los bravos capitanes don Nicolás García, y don Manuel Zorrilla, se portaron como siempre, que es hacer su mayor elogio; aquél durante to­do el ataque se halló en la peligrosa posición del flanco del reducto de la derecha, sirviendo una pieza de a ocho con la mayor serenidad en medio del mas vivo fuego de metralla y fusilería. El Teniente don José Manuel Borgoño, se distinguió, y toda la tropa de este valeroso cuerpo.

En el granaderos, don Santiago Bueras y don Fran­cisco Barros, se portaron con la mayor intrepidez, como también los sargentos Carreño, y Guerrero.

En el de auxiliares de Buenos Aires, el valeroso Sar­gento Mayor don Juan Gregorio de Las Heras, quien no sólo en la salida, sino en la defensa del flanco indicado, se distinguió como acostumbra. El Capitán don Prudencio Vargas, el Teniente don Ramón Desa; los Alférez Alday y Aldao, y el cirujano de ellos don José Martel, quien con un fusil, fue uno de los primeros en la salida, y logró hacer un prisionero.

En el voluntarios se distinguieron el Capitán don Hila­rio Vial, oficial de mérito; el de igual clase Elizalde; los subtenientes Velismelis, San Cristóbal, Millalicán; los abanderados Allendes y San Martín. Éste[,] durante toda ­la acción[,] no cesó de reconocer el reducto de la derecha, proveyendo a los soldados de cartuchos y piedras de chis­pas.

En el indicado de Rancagua, que hacía de Infantería, se distinguió infinito, no sólo en la salida; sino durante toda la acción, el Capitán don José Antonio Cuevas, y el Alférez Armanza; digno hijo del difunto comandante.

En las divisiones de caballería, s[a] su Sargento Mayor, don José Bernardo Videla, lo recomendó su Coronel don Andrés Alcázar, y con particularidad el Sargento de Dragones Francisco Ibáñez, cuyo mérito es bien notorio en toda la división.

Mis ayudantes don José Bernardo Cáceres y don Pe­dro Sepúlveda, llenaron perfectamente sus deberes, como también el del Estado Mayor don Pedro Nolasco Astorga, quien en el peligroso servicio de la salida se portó con la mayor intrepidez al lado de su inmediato Jefe.

Las divisiones de milicias, por estar se puede decir a pie, no pudieron servir como sus deseos exigían; pero muchos de sus oficiales, ya que por estas circunstancias no lo pudieron hacer en sus propios cuerpos, se hallaron en la salida entreverados con los de infantería, como los comandantes Achurra[,] de la de Melipilla; [,] Orrego, de la del Quillota;[,] el Teniente Bravo de San Fernando, y el de Rancagua, Campos.

Para no extender más una relación ya demasiado larga, omito referir a V.S. varios hechos de valor personal dignos de premio, y de las atenciones de V.S. He prevenido a los comandantes que los tengan presentes, para su debida recompensa.

Dios guarde a V.S. muchos años.__ Campamento del Membrillar, 21 de marzo de 1814.__ Juan Mackenna.__ Señor General en Jefe don Bernardo O’Higgins.