Señor Editor:
El horizonte empieza a despejarse, y las cosas van a parecer como son en realidad. Chile comparecerá a la faz de las naciones, y después ante el severo tribunal de la posteridad. Sin duda algún digno hijo, o amigo suyo querrá entonces presentar los hechos actuales, y echará menos para comprobarlos el apoyo o a lo menos el tácito consentimiento de los coetáneos. Empecemos por indicarlos ligeramente a vista de los testigos; los que podrán libremente impugnarlos, criticarlos, variarlos, o modificarlos por escritos que se publicarán al lado de éste, con tal que no contengan impertinencias o personalidades, que impondrán perpetuo silencio a su servidor.- Pacífico Rufino de San Pedro.
En Chile, como en todo el mundo, se oía con admiración el nombre de Napoleón Bonaparte, y se le tenía por el primer amigo y aliado del rey de España, por quien éste había sacrificado las fuerzas e intereses de la nación; y se esperaba que su ida a la Península sería el remedio de los inmensos males de toda especie en que la había abismado el imp[r]udente y dilatado despotismo de un execrable privado[6].De improviso se muda el gran teatro; se ve al favorito conspirar contra el monarca su bienhechor, y al protector privarle de la corona y la libertad. Se reciben órdenes del soberano, autorizadas de sus propios ministros, para que la América sea ligada al carro del usurpador, y estas provincias por la primera vez las repugnan, cifrada en su misma desobediencia su felicidad; exponiéndose a desagradar al que quieren ser leales. Saben que muchas inmediatas al trono abren la entrada a sus enemigos, y que se pasan a sus banderas personas del primer orden en todas las clases. Vemos en los efímeros cuerpos que toman el Gobierno sujetos dignos de la mayor desconfianza, y aun éstos mismos nos encargan tenerla de los que rigen estas tierras. Se nos anuncia oficialmente la venida de emisarios españoles encargados de seducirnos, individualizando su nombre, patria y destino. Se nos presenta con el ejemplo, y con modelos, como el único medio de precavernos de la perfidia, el Gobierno de Juntas; al mismo tiempo que se declara que las de España no atenderán a recurso alguno, ni a otro objeto que a la defensa de sus invasores. A las noticias que merecían crédito por su autenticidad, acompañaban millares de nuevas sugeridas por el terror, los intereses o las pasiones, y variadas en los órganos que las conducían a tanta distancia, y siempre misteriosamente. De modo que colocado Chile en los antípodas de la Metrópoli, obstruidos los conductos por donde había de recibir la luz, no podía ni debía dar un paso sin exponerse a un precipicio.
En la primera época de esta cadena de sucesos, apenas supo la desgracia de su Príncipe, y las ventajas que podrían sacar sus enemigos del defecto de su reconocimiento en estas partes, o por manifestar Chile que nunca le era mar fiel que cuando era desgraciado, se apresuró a jurarle con la voz y el corazón entre vivas y lágrimas una invariable obediencia. Espectáculo raro, y tocante que bastaría a cubrirle de honor si sólo se consultase a la sensibilidad, y si bastase el ser virtuoso para parecerlo. En la segunda, que debe contarse a la llegada de la noticia de la defensa gloriosa que emprendieron los españoles fieles, no es posible describir el alborozo general y la cordialidad con que todos se felicitaban, y elevaban votos al cielo, franqueando sus facultades en defecto de sus vidas, que la distancia imposibilitaba consagrar a objeto tan caro. Pero en la tercera, cuando se supo la ocupación de las principales plazas, las atrocidades cometidas en los gobernadores y jefes; la horrible deserción de los compañeros, paisanos y aún deudos de los mismos que vivían entre nosotros, y obtenían muchos empleos que les facilitaban sus designios, y que estas hechuras empezaron a afectar un cierto aire de partido, de superioridad desconocida y de irritante desconfianza; despertó o propiamente nació la que naturalmente debía inspirar una conducta nunca menos oportuna ni justa.
(Se continuará [7] ).
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[6] Se refiere a Manuel Godoy, Príncipe de la Paz (N. del E).