Si la remoción de algunos ciudadanos del centro de sus familias es una medida consiguiente a los primeros momentos de la instalación de un nuevo Gobierno, ellos deben acreditar su patriotismo en la conformidad a esta providencia arrancada por el sólo interés de la quietud pública, y que pone en contraste los principios liberales y sentimientos de generosidad a que nos hemos propues­to nivelar nuestra conducta. El choque de pasiones anticipadas pondría en efervescencia todos sus resortes, y la seguridad individual expuesta a los peligros fuera de los alcances del Gobierno, enlutaría en breve las esperanzas del restablecimiento de la libertad amortecida, que hace el principal objeto de nuestras fatigas. Los males de un pueblo naciente son tan necesarios como la Constitución, que ha de formar el gran punto de unidad para la prosperidad del país cuyos representantes pronuncia­rán en breve la ley benéfica porque tanto tiempo suspiramos, y que ha estado paralizada por la tenaz oposición de los enemigos de la patria. Si ellos meditan arrebatar­nos las dulces horas de la paz, la energía con que el Go­bierno se empeña en el sostén y defensa de los derechos del pueblo, aniquilará de un golpe decisivo esa alegría in­sultante con que se gloría de una pena temporal, que vil­mente confunden con la que merece el crimen de esos ri­vales de la sagrada causa americana. Es de nuestro decoro acelerar el precioso instante en que exterminada hasta la idea de una guerra facciosa y de [sic]ra, todo ciudadano pueda decir en el seno de su familia: Di­chosas aquellas privaciones que al fin consolidaron de un modo imperturbable nuestros santos derechos de propiedad, libertad y seguridad. Santiago, 2 de agosto de 1814. Carrera.— Uribe.— Muñoz.‑ Doctor Vera, Secretario.