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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Anexos
Documento Nš 72 - CDHI, XXIII, 278-290.

Diario de los sucesos de Concepción desde el 2 de Marzo de 1814.

Día 2. En la tarde estando el vecindario reunido para proceder a la elección de diputados para el Congreso Nacional que debía verificarse conforme al reglamento prescrito y remitido por el Superior Gobierno del Estado, hoyando O'Higgins la dignidad y derechos del pueblo de Concepción, mandó se retirase, y postergó este acto, sólo porque Pineda y Zañartu sus directores y favoritos, conocieron que no estando por ellos la opinión pública era imposible fuesen electos diputados. No tuvo otra autoridad para esta tropelía que la que le daba la fuerza, pues que no debía mezclarse en los asuntos peculiares al gobierno de la provincia, creado de un modo bastante legal por la voluntad general.

Día 3. Instruido O'Higgins por una espía de hallarse en Rere el paisano Castillo con 150 hombres del ejército enemigo los más de ellos milicianos de caballería, dispuso fuese a sorprenderlos el Coronel Urízar con 250 Dragones y Nacionales perfectamente montados y dos piezas de artillería de a 4. Emprendió Urízar su marcha formando de esta pequeña fuerza tres divisiones con el nombre de vanguardia, centro, y retaguardia, mandadas por el Teniente don Ramón Freire, Teniente don Rafael Anguita, y Sargento Mayor don Esteban Reyes. En junta de guerra que hizo en Hualqui acordó sorprender al enemigo que estaba situado en los altos de Gomero. Verificó su sorpresa a las diez de la noche con sólo la vanguardia que marchaba a tambor batiente y sin saber fijamente el punto que ocupaba el enemigo. Se comprometió la acción en el mayor desorden, no se logró sorpresa porque avisó el ruido de la caja. La segunda y tercera división llegaron en auxilio de su vanguardia, y todas tres huyeron no por falta de valor en la tropa y oficialidad, y si por la oscuridad de la noche, falta de plan, y descabelladas determinaciones del señor Urízar, quien al tiempo de huir dijo a sus soldados: “Si son destrozados, en Hualqui los espero para reunirnos”.

El resultado de tan valiente y bien dirigida sorpresa fue la muerte del jefe de la retaguardia, 40 hombres muertos y prisioneros, 80 fusiles perdidos, las dos piezas de artillería, 22.000 cartuchos de fusil, 40 tiendas de campaña, 25 cargas de víveres y 17 heridos. Todo en fruto de la acertada elección del General O'Higgins que no ignoraba la brillante campaña de Urízar en Arauco y Tarpellanca.

Día 4. En las angosturas de Hualqui manifestó Urízar su bravura hiriendo a sablazos a un inocente huaso que conducían amarrado y prisionero sin duda para, vengarse de la paliza del 3; llegó Urízar solo a Concepción y dio cuenta al General de su infeliz expedición. El pueblo se alarmó y seguramente habría dado que merecer a Urízar si no hubiese temido las bayonetas. La gente dispersa de la división sorprendedora llegó sucesivamente cometiendo toda clase de excesos, y cuando fue reconvenida a nombre del General tuvo resolución para decir que para qué la habían mandado con tan ridículo jefe.

O'Higgins recibió está desgracia con toda frialdad, y premió el mérito de Urízar destinándole en la clase de ayudante suyo.

Al amanecer, recibió 0'Higgins la noticia de la prisión de los ciudadanos Carreras ejecutada en Penco por la división enemiga a las órdenes del traidor clemente Lantaño: le fue comunicada por el Capitán don Diego Benavente, y le recibió con tal desprecio que para impartir sus órdenes esperó a vestirse a pesar que Benavente se ofrecía a comunicar y ejercitar sus órdenes. Todas las que dio a la hora de haber sabido el suceso eran tan lentas que la oficialidad que no era de la infame facción penetró y publicó las inicuas intenciones de este bárbaro. El pérfido Zañartu y los demás de su tertulia lo lisonjeaban en aquellos tristes momentos diciéndole que la pérdida de Rere, no debían [sic] paralizarle con el triunfo conseguido en Penco. Zañartu que debía estar en la Quiriquina, según sentencia en la causa de la conspiración de Tirapegui, se presentó este día puesto de sable y uniforme diciendo: “¿Porqué no se caen esas campanas repicando?”. O'Higgins acompañado de Pineda, Zañartu y Luna se dirigió a Penco: a su llegada no tuvo otro cuidado que preguntar por la parte de equipaje que se había salvado perteneciente a los prisioneros. Los cadáveres y los heridos era para ellos cosa de muy poca importancia. Inmediatamente se hizo por ellos solo un prolijo escrutinio desatendiendo las peticiones de don Manuel Lastra, sobrino de los Carreras, que clamaba por que se le entregasen sus intereses; tanta fue la bajeza de estos miserables que se negaron, no sólo a la entrega de los equipajes, si no que también le privaron de la ropa de su uso. Saquearon a discreción y lo que no les sirvió lo depositaron en la tesorería para aparentar buena fe.

Mackenna desde el Membrillar avisa a O'Higgins la pérdida de la importante Plaza de Talca, y deplorable estado a que está reducida la división de su mando. Este enemigo de su país acompañado de su acostumbrada confusión, llama a los de su facción, les significa cuanto sabe y acuerdan entre ellos sus planes. Se resuelve a marchar sobre el Membrillar con toda la fuerza que había en aquella plaza, dejando sólo 50 infantes de la patria, 16 dragones, 8 asambleas y 120 milicianos al mando de Luna; 10 granaderos, 100 huasos, lanceros de Aconcagua; pero sí alucinando al vecindario que quedaban 800 fusileros. Como el inicuo Gobierno Superior había destruido la Junta que aquel pueblo erigió, facultaba a O'Higgins para que en caso de ausencia nombrase un Gobierno interino.

A consecuencia de esto quiso dejar a Luna con el mando de las armas. Los patriotas trascendieron este perverso proyecto, y unánimes se disponen, o a incorporarse en las filas de su ejército antes que quedar expuestos a ser víctimas del tirano, o a penetrar las líneas enemigas para pasar a ponerse a disposición del Gobierno del reino. En medio del conflicto llama a Uribe, y ocultándole sus designios le anuncia, que tiene precisión de salir con 800 hombres a franquear la comunicación de la plaza con la división de Mackenna, dejando igual guarnición en la plaza; mas como éste mejor que él sabía cuanta era la fuerza, y su estado, le hizo saber que su proposición era quimérica, y que por último no insistiese en dejar a Luna de jefe, porque acabarían con él. Por un convencimiento se avino en nombrar una comisión militar compuesta de Luna y el capitán don Diego Benavente; aunque para el último manifestó grande repugnancia. Con este paso se tranquilizó aquel pueblo que estaba en gran fermentación.

Se puso finalmente en marcha, protestando a la comisión, que muy pronto remitiría víveres y toda clase de auxilios; pues del Sur, y parte del Norte no había la menor introducción, y los artículos que habían [sic], los llevó consigo dejando al pueblo expuesto a perecer. Desde Quilo sólo ofició queriendo siempre alucinar que regresaría a socorrer aquella plaza si fuese invadida. Continuó sus marchas hasta Quechereguas sin dar aviso. Concepción fue atacada y después de una vigorosísima defensa rendida, como se ve en el siguiente parte que pasó, a O'Higgins en Talca el Capitán don Diego Benavente como vocal de la junta de comisión de la provincia de Concepción.

 

Parte de la rendición de Concepción

Excelentísimo Señor:

Para llenar los deseos de V.E. y mientras que la suerte quiera reunirme a los demás individuos que constituyan el gobierno de Concepción al tiempo de su última invasión, daré a V.E. una noticia de lo acaecido en ella, aunque inexacta por no tener a la vista los documentos que son necesarios. El 11 del pasado abril, a las 9 de la mañana, se dio parte por la avanzada de Palomares que una división enemiga ocupaba los altos de la chacra llamada de las Monjas. En el momento se destacó una partida de 40 fusileros montados al mando del Teniente de Granaderos don Juan Manuel Correa, para observar más de cerca la pieza y situación del enemigo; como a media legua tenía este su vanguardia con la que hubo un pequeño tiroteo, pero algunos cobardes que les intimida la multitud, sin otro examen se pasaron a el, cuyo accidente le obligó a replegarse al Agua Negra, donde fue reforzada por otra de igual número y una pieza de artillería comandada por mí. Después de tomada la situación más ventajosa, me avancé con 12 hombres de los mejores montados, a reconocer sus partidas que ya ocupaban a el Puchacay. Conociendo su crecido número y brillante caballería dispuse retirarme al cuadro de la plaza, dejando sólo una pequeña avanzada, la que fue atacada a las 2 de la madrugada del 12 y forzada a retirarse. En el instante cubrieron las alturas de Chepe, Puntilla y Caracol, las divisiones de San Pedro y Rere quedando la principal en la Agua Negra casa de Lucares. Desde esta hora se rompió el fuego de cañón y fusil y aunque tentaron entrar a lo interior de la ciudad, fueron rechazados por varias salidas que se hicieron. El resto de este día y la noche pasó en un pausado tiroteo, con el fin sólo de incomodar [a] la guarnición y robar las casas que no guardaban los fuegos de la trinchera; al siguiente día 13, a las ocho, se mandó salir una guerrilla a dar agua a la poca caballería que teníamos. Advertido este movimiento por el enemigo, cargó con bastante fuerza sobre ella, y al cabo de una vigorosa resistencia, lograron hacernos prisioneros al Cadete de infantería don Francisco del Río, dos soldados y algunos caballos, un herido y tres muertos. Su pérdida fue mucho mayor. Seguidamente se empeñó la acción general, posesionados de todas las manzanas del pueblo, y batiendo la plaza desde los techos, con tal vigor que sólo se oía el silbido de las balas. Se sostuvo el ataque obstinadamente, por seis horas, y a una distancia en parte de veinte pasos, hasta que intimaron la rendición por un parlamentario, ofreciendo algunas ventajas (que ellos llamaban), garantidas por todo el honor de la nación española. Corrieron oficios que por casualidad no tengo, y que en mejor oportunidad verá V. E. Conviniendo al fin en rendir la plaza, y en que jamás sufriría la guarnición ni pueblo una vida degradante, ya bien augurábamos que se violarían estas convenciones, pero nuestra situación bastante lastimera nos obligaron a hacerlas. La fuerza que rindió las armas fue de 130 fusileros y 60 lanceros con sus respectivos oficiales, y como 10 o 12 vecinos. La enemiga sería de 600 fusileros y 1.000 milicianos de lanza. La ciudad en los dos días de ataque sufrió el más terrible saqueo, y todas las tropelías que acostumbra nuestro bajo enemigo, cuya enumeración no me es fácil por ahora, bastándome el decir que las propiedades de todo hombre que creían afecto a la sagrada causa, fueron enteramente destrozadas, y aún las personas de aquellos que no quisieron refugiarse en el cuadro. Nuestra total pérdida consistió en habernos muerto a los bravos tenientes de infantería de milicias don Juan Manuel Vidaurre y el de Infantes de la Patria don Ramón Gil, un Sargento y diez soldados de diferentes cuerpos. Heridos el valiente Alférez de Asamblea don José Santiago Gómez y 19 soldados. La del enemigo, según he podido averiguar, no baja de 80 muertos, entre ellos tres oficiales, a proporción los heridos. En la defensa de Concepción hubo héroes, Excelentísimo señor, que V.E. conocerá en el parte que al Gobierno entero le dé. Se habilitaron calabozos horribles e inmundos, para encerrar no sólo a aquellos de quienes podían temer algún daño, sino también a jóvenes de 8 o 10 años de edad y a otros cuyo patriotismo aún era problemático, empleando todos los grillos que tenían, y mandando construir cien barras más. Se reprodujeron todos los horrores de la antigua conquista y los últimos de Caracas, Quito y otros pueblos que han tenido la desgracia de sucumbir a sus fuerzas.- Nuestro Señor guarde a V.E. muchos años.- Talca, 1º de junio de 1814.- Excelentísimo Señor.- Diego José Benavente.

P.D. Se me olvidaba decir a V.E. que el Subteniente de milicias, don Juan José Quijada, fue también herido y contuso el Alférez de la Gran Guardia don Santiago Flores.

Por las degradantes capitulaciones celebradas con el General Gaínza, obtuvieron libertad los prisioneros. Penetrando estos la mala fe del pirata, emigraron a Talca antes que diesen principio las hostilidades: así que se presentaron a O’Higgins le instruyeron de los procedimientos del Gobernador de Concepción que confiscaba toda propiedad de patriota, y los de Gaínza que hacían correrías sobre todos los puntos de la provincia colectando armas y cuantos ganados hallaban. Sordo a estos justos reclamos, se mantenían en una inacción punible; supongo fuese por ser consecuente a Gaínza, a quien aseguró, que jamás había tomado las armas contra su adorado monarca. Igual protesta hizo Mackenna. El mismo Director Lastra terminantemente le mandó avanzase fuerzas a la parte del Sur del Maule para posesionarse de las provincias que el enemigo evacuaba, y si no se dio cumplimiento fue, o porque su secretario Vega que mantenía correspondencia con el enemigo, y a donde después emigró le estimuló a ello, o porque no reconocía otra autoridad que la suya, por cuanto tenía el mando de la única fuerza del reino; y esto patentizó poco después que reduciendo las tropas, atacó osado al pueblo de la capital, y fue vergonzosamente destrozado. Las circunstancias sólo pudieron libertarle de expiar sus crímenes en un cadalso. Condigno premio a quien destruyó la fuerza en Talca; e inutilizó muchos fusiles y las municiones; y que por conclusión abandonó el cantón de Maule abriendo paso franco al tirano hasta avanzarse 24 leguas de la capital.

No fue menos desconocida la conducta que observó con los desgraciados patriotas que por su ignorancia o perversa malicia sacrificó en Concepción. Después de salir de los calabozos a sus casas saqueadas, donde sólo les acompañaba el consuelo de ver a sus afligidas familias desnudas, y sin recurso para sostenerse, se presentan a él en Talca, y cuando la justicia y humanidad imperiosamente le dictaban socorriese del modo que tuviese a sus alcances sus miserias, les deniega todo auxilio. No se satisfizo su crueldad con esto. A pretexto de que el superior Gobierno no desatendería sus súplicas, los remite a la capital donde tenía ya anticipado oficio para que fuesen expatriados, ¡Qué machiavélica, e infernal máxima! ¿Y que crímenes suponía para darle esta muerte civil? El no sucumbir a su capricho y ambición. Esta es una verdad que se prueba con el siguiente suceso.

La provincia de Concepción se hallaba inundada por las tropas limeñas, y no obstante esto hizo circular una representación suscrita por la oficialidad del Ejército en la que pedía al Director nombrase un vocal por aquella provincia, anunciándole debía ser el Doctor Pineda según relación de don Andrés Alcázar. El Ejército no debía dictar estas leyes, ni la provincia tenía en aquellas circunstancias representación. Como abiertamente se opusieron a esta intriga, los amantes de la libertad, de ahí emanó su proscripción.

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