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Documento Nš 115 - CDHI, XXIII, 436-444.

Carta de Mariano Osorio a Andrés Alcázar, acompañando documentos. 20 de Agosto de 1814.

Señor don Andrés Alcázar.

Cuartel General de Chillán y Agosto 20 de 1814.

Mi amigo y señor: Incluyo a V. una proclama a fin de que la vea, y por ella forme el juicio de nuestro recto proceder; creo surtirá el buen efecto que me prometo, mucho más en V. en quien no considero falta de principios, sino que algunas circunstancias relaciones particulares que yo no alcanzo, le hayan movido a tomar el partido que en la actualidad sigue, en esta inteligencia ofrezco a V. particularmente, si varía de modo de pensar, y si se me presenta en el paraje donde me halle, el destino que V. elija, y será en adelante un compañero mío, que siga las huellas de la razón, y de la equidad asegurándolo a V. con las veras de mi corazón no faltar a la promesa que lo hago, esperando de V. como hombre sensato abrace este partido ventajoso, del que resulta su bienestar y el de toda su familia. Si V. contempla útil manifestar esta a los demás amigos y compañeros tendrá particular gusto en que produzca buenos efectos su apasionado servidor. Q.B.S.M.- Mariano Osorio.

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Igual a esta carta son las dirigidas a don Domingo Valdés, don Enrique Larenas y don Manuel Vega. Las proclamas y manifiestos que acompañaba son las originales que se ven a continuación.

Excelentísimo Señor:

Ocupada siempre la regencia del Reino en promover la verdadera felicidad de sus pueblos, emplea cuantos medios le sugiere su fervoroso celo para combatir y arrojar de la península el [al] tirano invasor, y sustraer de los estragos y desastres que ha conducido a muchos en las provincias de ultramar el espíritu de rebelión exaltado con esperanzas quiméricas de una libertad desenfrenada, precipitándolos de abismo en abismo hasta sumergirlos en los horrores del desorden y de la desolación.

Con este objeto de su primera obligación, al querer segundar la beneficencia de los decretos de las cortes soberanas, se lamenta de verse arredrada en su marcha presurosa, porque al mismo tiempo que la España europea experimenta la más inicua agresión del pérfido aliado a quien había prodigado sus riquezas y entera confianza, sufre de no pocos de sus súbditos en América la ingratitud más desagradable en circunstancias tan peligrosas y delicadas, y cuando se esmeran las propias cortes en reparar los errores del tiempo pasado, quedan por pretexto de la insurrección.

En efecto, el augusto Congreso Nacional marcó su instalación decretando solemnemente la igualdad de derechos entre españoles europeos y ultramarinos; el olvido perpetuo de lo ocurrido en los países donde hubiese habido conmociones, luego que reconozcan el legítimo gobierno de la Metrópoli y las autoridades que ha constituido, la libertad de sembrar, cultivar y fomentar la agricultura, el comercio y la industria, la del buceo de la perla y de la pesca. Abolió los señoríos y el vasallaje con los privilegios exclusivos, el tributo que pagaban los indios y las castas; el tráfico que practicaban sus jueces corregidores conocido con el nombre de repartimientos, las mitas y servicio personal, mandándoles distribuir tierras; los derechos de pulperías, y otros, las leyes y ordenanzas de montes y plantíos; y las matrículas de mar. Alzó el estanco del azogue en beneficio de la minería, concediendo a este ramo varias franquicias; extinguió los menores en la Nueva España; y por último formó, juró e hizo publicar y jurar la Constitución política de la monarquía que comprende cuanto es imaginable para lograr la prosperidad común del Estado y de sus individuos.

Pero no obstante eso, si en algunas partes a duras penas se ha conseguido restablecer el sosiego y la paz, después que los estragos de la devastación han demostrado a los sediciosos las quiméricas esperanzas de independencia a que aspiraban, todavía corre en otros lastimosamente la sangre de los inocentes e incautos habitantes, que fascinados por los insurgentes con lisonjeras promesas de felicidad, los llevan al sacrificio de su temeraria ambición, y de su loco fanatismo, haciéndoles cometer crueles atentados, y caer en el crimen afrentoso de rebeldes parricidas, degollando a sus propios hermanos que no consintieron abandonar la Madre Patria en sus mayores angustias.

Penetrada, pues S.A. de tan agudos y punzantes sentimientos que incesantemente agitan su anhelo de extinguir el fuego devorador de la discordia, me manda recomendar a V.E. con toda eficacia oponga a los revoltosos no sólo la fuerza armada para someterlos a la justa ley de la razón y de la debida obediencia, sino que contraste sus proclamas, bandos o edictos incendiarios, compuestos de falaces discursos y groseras calumnias, haciendo que se escriban y circulen manifiestos, cuyas sólidas bases apoyadas en sucesos verídicos y notorios, persuadan enérgicamente su extravío, y les convenza de las paternales intenciones del Gobierno, presentándolos los testimonios irrefragables de los enunciados decretos, y de la mencionada inmortal constitución; el cuadro lúgubre y horroroso de las desgracias, muertes y catástrofes que ellos mismos han trazado y, sobre todo, que a medida que dilatan su reconciliación sincera, y se apartan del seno de la heroica familia de que son miembros, se alejan de disfrutar las ventajas preparadas en el nuevo sistema sancionado por la sabiduría y prudencia del augusto Congreso Nacional: lo que participo a V.E. de orden de S.A. quien se promete de su acendrado patriotismo y notorio esmero en procurar el bien del Estado que llenará este especial encargo por sí, y por medio de las demás autoridades establecidas en ese departamento de su mando, sin dejar que apetecer a sus desvelos para el logro de tan importante como plausible designio.

Dios guarde a V.E. muchos años.- Cádiz, 11 de junio de 1813.-José de Limonta.

Señor Virrey del Perú.

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A los oficiales y soldados del Ejercito llamado Restaurador, en el Reino de Chile, el Comandante General del Nacional Español.

Sabed, que he venido con refuerzos a este desgraciado suelo; sabed, que el Excelentísimo señor Virrey de Lima, me ha mandado aunque con ellos, con proposiciones de paz; sabed, que sus deseos son veros reunidos a vuestros hermanos y a la Nación. En su nombre, yo que estoy autorizado, os ofrezco aquella, y el olvido de todo lo pasado, si habéis tomado las armas contra vuestros hermanos, nada importa, con tal que las depongáis, y abracéis como tales, pues están prontos a recibiros, yo os lo ofrezco; este mismo público documento, es el garante más seguro que os doy, pues en él, se cifra la palabra del Excelentísimo Señor Virrey, y la de la generosa Nación, de que no podéis prescindir ser una parte; como militares sois la más activa en el sostén del sistema que seguís, ya por vuestra idea, o ya por razón de interés, como tales os dirán sois criminales, para que impresionados de esta voz, no os separéis de la causa que os dicen es justa; reflexionad sobre vuestras obligaciones, como ciudadanos, como españoles y católicos, y la razón misma os convencerá de la injusticia de vuestro proceder; derramando la sangre de vuestros hermanos, os separáis de los deberes de españoles, y es claro faltáis a los de la religión, que todos profesamos. No os detenga el venir a mí, el recelo de si seréis bien recibidos, pues ya os digo, están empeñadas las autoridades, en el sostén de los que se os promete; no deis olvido a las sugestiones de los que quieran deteneros, no, pues os aseguro que seréis tratados y mirados como hermanos. Todo el que se me presente voluntariamente, se le dará el destino, y partido que elija, gozará de todo el derecho que la ley le da, no tendrá nota alguna que le prive de los de ciudadano y quedará hábil para todo empleo o destino; por el contrario, seréis responsables a Dios, al mundo, y a vosotros mismos, siguiendo el partido que habéis tomado, de la sangre que se derrame, y de la desolación de vuestro país, y de sus habitantes, y del desorden, y atrocidades que la guerra ocasiona; yo os lo anuncio antes de dar principio a las hostilidades para que después no digáis que he venido a ser el azote vuestro, cuando os ofrezco con anticipación vuestro bienestar, el de vuestras familias, y el de todo el reino. Pensad y obrad como espero, y veréis en nosotros no unos guerreros, si no unos hermanos llenos de dulzura y de paz que os la ofrecen con las veras de su corazón. Cuartel General de Chillán, a veinte de agosto de mil ochocientos catorce.- Mariano Osorio.

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A los Habitantes del Reino de Chile. El Comandante General del Ejército Nacional Español

El excelentísimo señor Virrey de Lima, ha desaprobado el convenio celebrado en tres de mayo último; en consecuencia, ha mandado me encargue del mando de las armas, y me ha autorizado para proponeros la paz, si desde luego deponéis las que tenéis en las manos, renováis el juramento al señor don Fernando Séptimo, a la Constitución de la monarquía española, y al gobierno de sus Cortes. En el nombre del mismo jefe y el mío os la ofrezco, así como el sosiego interno y externo de vosotros y de vuestras familias y el olvido eterno de cuanto ha pasado; espero abracéis este partido, que es el de la razón y el de la patria. Ésta os mira como a unos hijos distraídos, y os llama al seno de su amoroso pecho, como verdadera madre, se olvida de todo, y os desea reunir con agrado. Con los brazos abiertos os espera a la reconciliación, y yo os recibiré en su nombre, dandoos pruebas ciertas de su ternura; mas si despreciáis su voz, y las ofertas que os hace, ateneos a las desgracias que os sobrevengan. He venido con refuerzos de tropas y municiones para exterminar y destruir a todo el que no quiera seguir el partido justo; preved los funestos acontecimientos a que estáis expuestos si dais lugar a que estas tropas aguerridas os miren como enemigos; y los beneficios que recibiréis si os miran como hermanos: la paz, la fraternidad, y el sosiego están clamando por su boca, o el exterminio, y el desastre, si son despreciadas. ¿A quién llamaréis en medio de las calamidades, si dais lugar a ellas? Sois responsables a vosotros mismos de cuanto os acontezca, pues antes de que suceda, os lo anuncio, y os doy el medio de evitarlo; no os hagáis sordos, ved que la dulzura, y el rigor deben obrar, sin que una a otra se oponga. La primera con el que venga a buscar la paz, la segunda con el que la desprecia. Arbitros sois del bien o del mal, elegid y estad al resultado de vuestro juicio.

Cuartel General de Chillán, veinte de Agosto de mil ochocientos catorce.- Mariano Osorio.

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