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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Anexos
Documento Nš 126 - CDHI, XXIII, 471-482.

Relación de lo sucedido en Rancagua.

El coronel don José Samaniego llegó a Rancagua la noche del 30 de septiembre, en circunstancias de recibirse el pliego de intimación de Osorio. Dice que O'Higgins penetró la mala fe del enemigo, y que se propuso tomar todas las precauciones posibles y prevenirse para el ataque que esperaba al día siguiente. El Capitán don Rafael Anguita que con una gran guardia cubría el paso de..., avisó a su General que el de Cortés estaba sólo. O'Higgins contestó de palabra que pusiese en él 16 hombres. Samaniego le advirtió que sería mejor mandar la orden por escrito para evitar equivocaciones y disculpas, a lo que accedió O'Higgins. Habló O’Higgins con Samaniego de las noticias que tenía de intentar Osorio pasar por el vado de Cortés a causa de las ventajas que ofrecía según los informes de los rancaguinos que le acompañaban. Se retiró Samaniego a descansar un poco, y quedó en volver a la media noche; no volvió hasta el amanecer del día primero y quedó admirado al ver que en casa de O'Higgins dormían todos tranquilos. Entró al cuarto de los ayudantes y reconviniendo por el sosiego que observaba cuando se esperaba que atacase el enemigo, respondió el Teniente Coronel don Venancio Escanilla, ayudante de O'Higgins, que su General no había dejado prevención alguna y que como no había novedad se iba él también a dormir porque estaba muy rendido a causa de haber pernoctado las tres noches anteriores. Samaniego que vio aquella confianza creyó sería fundada, y se retiró a su casa. Apenas se desmontó del caballo cuando oye tocar generala; corre a la plaza y encontró en ella a O'Higgins quien le dijo, fuese a avisarme que el enemigo había pasado, y que salía a recibirlo con su división, para lo que se había avisado al comandante de la 2ª división a fin de que lo sostuviese. La 2ª división estaba en la hacienda de Valenzuela a una legua de la plaza. Samaniego desaprobando la salida de O'Higgins marchó hasta que me encontró a dos leguas de Rancagua a cuya plaza me dirigía con la 3ª división que había ya andado 3 leguas.

Hasta aquí es culpable O'Higgins por haber mirado con abandono la seguridad del paso de Cortés, sabiendo que el enemigo intentaba pasar por él, por no haber tomado en la noche todas las precauciones debidas a los fundados recelos con que se esperaba la sorpresa de Osorio. ¿Qué militar por bárbaro que sea no pone sobre las armas las fuerzas de su mando en los momentos que espera ser atacado y sorprendido? O'Higgins cuando sabía que el General en Jefe hacía pernoctar la infantería y artillería de la 3ª división para proteger las que estaban en Rancagua, tuvo paciencia para echarse a dormir tranquilamente la noche del 30 de septiembre, sin siquiera haber puesto retenes ni haber asegurado los vados del río con grandes guardias de alguna consideración. Cubrir el vado de Cortés con 6 hombres de lanza, y esto por la casualidad de haberlo advertido Anguita. Seguramente que parece cosa de venta ¿y el dormir la 1ª división el día 1º de octubre hasta las 6 y media de la mañana? A O’Higgins le constaba que Osorio estaba con todas sus fuerzas en las orillas del sur del Cachapoal, es decir, a 12 cuadras, las avanzadas enemigas de las de nuestro ejército. No sé que disculpa pueda dar a estos cargos.

El Capitán don Eugenio Cabrera, Comandante de la artillería de la 2ª división que se halló en Rancagua durante la acción del 1º y 2 de octubre, hace la relación siguiente: El 1º de octubre en la mañana me llamó mi Comandante General don Juan José de Carrera, y me mandó preparar la artillería para marchar en auxilio del General O'Higgins porque el enemigo había pasado el río. Salió sin demora la 2ª división, marchó con todo orden, y no tardamos en llegar a la plaza, cuya posición cubrimos. Determinó después nuestro General salir a batir al enemigo y a proteger a O'Higgins. No habíamos marchado 5 cuadras cuando nos volvimos a la plaza. En estos conflictos le pregunté si sabía la posición que ocupaba O'Higgins, y me respondió mi General que no lo sabía. Me destinó con dos piezas de artillería y 50 granaderos a ocupar una boca calle a dos cuadras de la plaza. Cuando apenas llegaba al punto que se me había designado, me atacó el enemigo por aquella parte, rompiendo sus fuegos con un obús. Me atrincheré a unos líos de charqui y mantuve mi puesto durante el día con no pequeña pérdida de los valientes que tenía el honor de mandar. Tanto se minoró mi fuerza que me vi obligado a pedir auxilio para no perder mi artillería, pidiendo al mismo tiempo se me quitasen los muertos y heridos que me rodeaban para que no se consternasen los demás. El valiente oficial don José María San Cristóbal me reforzó con algunos soldados, con lo que pude alejar por aquella parte al enemigo que se me acercaba demasiado. Conociendo yo el ningún objeto con que se sostenía aquella posición y que el enemigo se disponía a tomarla con fuerzas muy superiores, solicité de mi General el retirarme: se une concedió, y lo ejecuté en la noche, rompiendo las trincheras de la plaza para pasar la artillería. A las 11 de la noche recibí orden para que sacase la artillería de batería y me dispusiese a marchar, así lo hice inmediatamente. El enemigo luego que sintió nuestro movimiento empeñó sus ataques, por lo que recibí contra orden para volver a ocupar las baterías. A la una o dos de la mañana del día 2 de octubre se me presentó el Capitán don Antonio Millán, Comandante de la Artillería de la 1ª división, y el Alférez Márquez, diciéndome que de orden de los jefes de las divisiones iban a consultar conmigo, si podríamos salirnos de la plaza, porque las municiones estaban escasas, y si se acababan nos perdíamos miserablemente; que ellos habían salido de sus baterías a manifestar esta necesidad a los generales y que su contestación fue de que se consultasen conmigo. Yo les contesté que creía que los generales no tendrían tales miras porque a la prima noche después de estar todo dispuesto no lo habían verificado, y que ya se habían dispersado los bueyes, peones y aún mucha tropa; pero que estaba dispuesto a lo que se me ordenase. Conocí que mi respuesta no había agradado, y que la intención de aquellos oficiales era la de abandonar la artillería, haciendo la salida sin ella; por esto apenas se separaron de mí los oficiales cuando mandé al Alférez don José Santos Palacios para que informase a mi General de la sesión que había tenido con los consultores para evitar suposiciones que fuesen perjudiciales a mi honor, añadiéndole que asegurase a mi nombre que me animaba a salvar mi artillería, y mi gente saliendo con arrogancia hasta donde se me ordenase. Me contestó Palacios a nombre del General, que se había determinado esperar el día; que me mantuviese con las pocas municiones, y que cuando nos viésemos muy afligidos saldríamos por la fuerza como yo proponía.

En la mañana del 2 se anunció la llegada de la 3ª división en nuestro auxilio con repiques y vivas, pero no por eso hizo el menor esfuerzo la guarnición, a pesar que se observaba que las fuerzas enemigas se dirigían a atacar la división que nos auxiliaba. Se retiró la 3ª división y el enemigo redobló entonces sus ataques.

Viendo yo en ese tiempo la notable dispersión de la tropa, y que consistía en la falta de sus oficiales respectivos, me dirigí a mi General y le hice presente que estábamos expuestos, si no se comportaban mejor los oficiales, pues en mi batería sólo ocupaban sus puestos los de artillería, y uno que otro de infantería. El General me dijo: “Cabrera, nada se puede remediar sí V. no hace de su parte lo posible”.

Llegué a mi batería, continué la defensa, y cuando ya bajaba el sol llegó un oficial con orden de mi General para que fuese en persona a recuperar una batería que había tomado el enemigo. Inmediatamente tomé un cañón de a 8, avancé con él sobre el enemigo, y cuando este jugaba se acercó mi asistente con el caballo diciéndome que montase porque ya habían escapado los generales; lo reprendí no dando ascenso a lo que decía, y tratándolo de cobarde, por lo que me dejó el caballo y se arrancó; un Granadero se montó en mi caballo, y me dejó mirando; tiré un cañonazo y escapé por el humo a refugiarme en un bajo. Allí fui prisionero de guerra. Me condujeron al hospital porque estaba herido. En la sala había como 500 heridos y muchos de ellos quemados. Don Juan de Dios González y don Manuel Martínez me visitaron y dijeron que la pólvora se les había incendiado cuando la cargaban para retirarse en la noche; que a instancias de Pinuer hicieron la última tentativa que les salió favorable. Martínez instaba porque le dijese el paradero de los caudales para que nos partiésemos de ellos. Felizmente pude escaparme y me dirigí a Santiago en donde fui auxiliado para continuar a estas provincias.

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Don Nicolás Maruri, Alférez de infantería agregado al Batallón Nº 2, dice lo siguiente:

En la noche del 30 de septiembre dio parte el Capitán don Rafael Anguita, destacado con 50 hombres a guardar el paso de Cortés, por su subalterno don Gaspar Salamanca, de que el enemigo había acercado sus fuerzas y su artillería a la orilla del río. 0’Higgins le contestó que si lo tenía por conveniente se reuniese con el Capitán don Ramón Freire para contenerlo, y que diese parte de lo que ocurriese. Anguita se retiró a una altura inmediata, y dejó en el río 6 milicianos de guardia. El enemigo sorprendió la avanzada y pasó el río durante la noche, sin ser sentido de Anguita. A las 6 ó 7 de la mañana del 1º de Octubre se tocó generala y O'Higgins con los auxiliares, dragones, infantería de Concepción y el regimiento de Aconcagua, salió a oponerse al enemigo, llegó hasta los potreros de Sotomayor en donde se rompió el fuego contra el enemigo; y después de un corto tiroteo se retiró a la plaza; de los potreros a la plaza hay 12 cuadras. Cuando O'Higgins llegó a la plaza ya estaba en ella el Brigadier Carrera con la 2ª división y no tardó el enemigo en atacarnos circunvalando la plaza. La caballería de Portus, o de Aconcagua, que cubría en la retirada la retaguardia de O'Higgins, no pudo entrar a la plaza porque los nuestros creyéndolos enemigos le hacían fuego. Recibía por el frente nuestros fuegos, y por la retaguardia los del enemigo, por cuya razón se dispersaron precipitadamente; la retirada de O'Higgins fue tan desordenada que en ella se puede decir destruyó la mayor parte de su división. Empezó el enemigo su ataque con toda viveza; pero se le contuvo con valor. En la tarde del 2 fui mandado por O'Higgins con 40 hombres y con los oficiales don Juan de Dios Larenas y don José Esteban Fáez a tomar una trinchera que el enemigo había formado en la boca-calle de San Francisco. Con buen éxito la tomé, pero como el oficial Larenas y mucha parte de la tropa que llevaba a mis órdenes se había escondido en los cuartos de la calle, dejé a Fáez con 12 hombres sosteniendo la trinchera, y me dirigí a sacar mis soldados. Al mismo Larenas le pegué sablazos para que saliese; cuando con ellos reunidos iba a proteger a Fáez se retiraba éste porque el enemigo cargaba con fuerzas. Al entrarnos en la plaza nuestra artillería me mató cinco hombres. El enemigo volvió a ocupar su trinchera, y por el sitio de la derecha avanzaba con 60 hombres y un cañón de a 4. Doce hombres que había colocado en aquella parte se retiraban con precipitación y el enemigo ya tomaba la esquina de la plaza. Pude contenerlo colocando alguna gente en los tejados, y yo con 40 hombres lo ataqué a sable, acompañado del Alférez de Dragones don Francisco Ibáñez. Tomamos el cañón y pasamos a cuchillo la mayor parte de los enemigos que lo sostenían. Entregué por resultado de este pequeño esfuerzo al General O'Higgins el cañón con sus municiones, una caja de guerra y 13 tercerolas.

Cuando en la mañana atacó la tercera división, se celebró con dianas y repiques. La guarnición no hizo el menor movimiento y el enemigo empezó a cargar sus fuerzas sobre la 3ª división. Cuando se retiró la división se dijo que O'Higgins había dicho que éramos perdidos los que estábamos dentro de la plaza. A las 4 de la tarde vi salir un grueso de caballería como de 150 hombres, creí que sería con el objeto de atacar al enemigo; pero muy luego supe que eran los jefes que huían acompañados de los Dragones, dejando a la infantería entregada al sacrificio; al cuarto de hora tomó el enemigo la plaza, porque no había quién la defendiese, y cada uno escapó como pudo. Se aseguró que la tropa que se refugió a la Merced hizo una obstinada resistencia, y que al fin fue pasada a cuchillo, lo mismo que sucedió con muchos de los que ocupaban una plaza perdida únicamente por el desorden y la cobardía. Conozco los oficiales que se portaron con valor y los que no salían de las habitaciones donde se refugiaban para salvar sus miserables personas. Nicolás Maruri.

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