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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Anexos
Documento Nš 129 - CDHI, XXIII, 488-492.

Relación de los acontecimientos en Valparaíso, Quillota y el camino hasta la Cordillera de los Andes. 3 al 10 de Octubre de 1814.

En tres de Octubre de dicho año, por oficio de esta fecha, ordenó el Supremo Gobierno del Estado la salida de la guarnición del puerto de Valparaíso, con los pertrechos, armamentos y caudales de aquella plaza; en el referido oficio se le anuncia al Gobernador don Francisco Javier Videla, que en la villa de Quillota recibirá nueva orden. El Gobernador y el jefe de la infantería, don Juan Rafael Bascuñán, sin dar cumplimiento en su total a lo mandado, salieron a instancias del Capitán don Eleuterio Andrade, del Teniente don Fernando Vásquez, de don Juan Pablo Ramírez y del Alférez don Isidoro Gutiérrez Palacios, con la división de 100 hombres, dos piezas de artillería y dos cargas de municiones, dejando el resto de la guarnición dispersa por el pueblo.

El 5 llegó la división a Quillota. El Gobernador y el jefe de la infantería, con acuerdo del Cabildo de Quillota y con la alarma general del pueblo, que de intento fomentaron, determinaron entregarse con la división a disposición del General Osorio. Para ejecutarlo sin oposición ni resistencia, ocultaron la orden que con oportunidad recibieron en el mismo día del General del ejército chileno, para reunírsele en la villa de Los Andes. Para más facilitar la entrega promovieron la dispersión de la división que, hasta entonces, se conservaba en buen orden; y sin escrúpulo protestaron reconocer obedecer y cumplir las órdenes de Osorio, todo lo cual consta de la [del] acta extendida por el Cabildo el día 6 de octubre.

Se carecía de las noticias necesarias para contar este suceso; el Capitán Andrade ha sido el mayor delincuente.

El 6 el Capitán don Eleuterio Andrade, sin adherir a tamaña infamia, salió de la villa en compañía de Palacios y de la tropa que a esfuerzos de ambos consiguieron comprometer a seguirlos, con el objeto de unirse a la partida que conducía los caudales con dirección a Coquimbo; sin municiones y con escaso auxilio llegaron el día 8 a la hacienda de don José María Portus, y procurando saber la suerte de los conductores, se les dijo que dos días hacía que estaban en uno de los potreros, sin saberse la causa, que los demoraba. Conducidos por un sirviente encontraron a José María Rodríguez, Sargento Primero de Granaderos con una crecida comitiva de veteranos y milicianos custodiando dieciocho cargas y un tercio de oro y plata. La turbación del Sargento al presentarse Andrade con su partida, daba a conocer el crimen que lo acompañaba; pero vuelto en sí se expresó en los términos siguientes:

“Señor (dijo dirigiendo su palabra a Andrade) la inacción por espacio de tres días, la falta de víveres, de mulas y de caballos, y el ver que los oficiales no remediaban estos males me obligaron a decidirme a detener estos intereses para entregarlos al Gobierno que exista en la capital; lo he conseguido sin violencia, a pesar que los oficiales y sus mozos componían un número igual al de la tropa que me acompañó a la ejecución; pero ellos se han retirado con sus equipajes, armas, y caballos, y no muy descontentos porque llevan porción de oro y plata; mi determinación es cumplir mi intención a toda costa. Para mayor seguridad he avisado con un Dragón a la capital a fin de que me auxilien por el camino de la costa que es el que he de tomar porque lo creo más seguro”.

El Capitán Andrade para no exponer por imprudencia los caudales a nuevo destrozo, y para poderlos salvar del peligro, o por lo menos ponerlos en situación de ser protegidos, trató con sagacidad de persuadir al Sargento que debía tomar el camino de Putaendo, y después de alguna resistencia aceptó Rodríguez la propuesta, no sin recelo.

El 9 se dirigieron los caudales por el citado camino, y en la noche se alojaron en la villa de Putaendo; allí creció la desconfianza de Rodríguez, al saber existían en la villa de Los Andes guerrillas del ejército chileno. La vigilancia y mala fe de Rodríguez y de la tropa de su devoción, no menos que el influjo que parecía haber adquirido en el ánimo del corto número que comandaba Andrade y otros accidentes anunciaban un funesto resultado en el caso de acercarse fuerzas enemigas. En este conflicto salió ocultamente a las 9 de la noche don Isidoro Palacios con el auxilio de un práctico y con acuerdo de Andrade, para informar de todas estas ocurrencias al General don José Miguel de Carrera.

El 10, a las 6 de la mañana, encontró a dicho jefe en la primera quebrada de la cordillera en el paso de los Andes, acompañado de una partida de 80 fusileros y le informó en los términos que manifiesta la antecedente relación hecha por el mismo Alférez don Isidoro Palacios, en vista de lo que marcharon los 80 hombres inmediatamente a proteger los caudales, pero ellos fueron contenidos por una división enemiga de 300 fusileros que estaba ya posesionada de las casas de don José Miguel Villarroel.

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