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Capítulo II
La Grande Asamblea Católica de Valparaíso.

Espléndida Asamblea Católica.

(De El Independiente del 11 de Setiembre).

Más de 5.000 asistentes.- Torpes estratagemas de la autoridad.- La Junta Directiva de Santiago.- Los secuaces pagados del Gobierno son arrojados de la Asamblea.- Gran manifestación en las calles a los Directorios de Santiago y Valparaíso.- Entusiasta acogida a la Comisión Directiva de Santiago.

¡CATÓLICOS DE VALPARAÍSO!

(Invitación)

Suenan a veces en el reloj de los tiempos para las naciones las horas de prueba y de sacrificio.

Entonces se conoce cuáles son los pueblos dignos de contarse entre los libres.

Es entonces cuando se descorre el velo que oculta a las almas pusilánimes, y se abre dilatado campo a la acción de los grandes y nobles corazones.

Entonces los que luchan con valor y entereza alcanzan glorias que no mueren, porque son la herencia de las generaciones en todas las edades.

Y esa hora ha sonado para la nación chilena.

Y ese velo debe descorrerse, una vez por todas, en el corazón de aquellos que falsamente se llaman católicos en el pueblo de Valparaíso, contado siempre con orgullo entre los grandes y los libres.

Su primera voz fue el eco de más de veinte mil almas levantadas que, con la energía del derecho, se hizo sentir en los salones presidenciales de la Moneda de Santiago.

Para dar cuenta de cómo fue oída esa valiente voz por el Presidente de la República, invitarnos a todos los buenos y leales católicos a una asamblea que tendrá lugar el domingo 9 de setiembre, a las dos de la tarde, en el Teatro Nacional.

Invitamos a una reunión tranquila, sin provocaciones, porque respetamos la libertad de todos; y sólo exigimos que la nuestra se respete.

Pero tampoco debernos olvidar que, si nuestra religión es de paz y de armonías, como ciudadanos de una nación independiente, somos también llamados a nombrar los gobernantes. Por consiguiente, tenemos derecho para rechazar los despotismos, sea que vengan de las masas que oprimen, sea que nazcan del poder que abusa.

Religión, Patria, Libertad y Orden, es nuestro lema. Sepamos defenderlo, y el triunfo será de los buenos.

Vuestros compañeros y amigos: Arturo Lyon, Enrique Peña W., Ramón Domínguez, Juan de Dios Villegas, Carlos Lyon, M. Luis Keogh, Juan A. Walker Martínez, Fermín Solar Avaria.

***

No puede haber sido más espléndida la asamblea que los católicos han tenido el domingo en Valparaíso, para protestar  contra la negativa descortés e ilegal del Presidente de la República.

Más de cinco mil católicos llenaban completamente el extenso local del Teatro Nacional. A las dos de la tarde, hora de cita, no cabía materialmente una sola persona más de las que habían obtenido una colocación desde dos horas antes.

Y esto, a pesar de no haber la autoridad omitido medio alguno para impedir que a la asamblea acudiera el pueblo.

Con algunos días de anticipación, como lo han publicado los diarios mismos de Valparaíso, se dictó un decreto llamando a todos los que habían formado parte en otro tiempo de varios batallones extinguidos, para que asistieran al cuartel el día de la reunión, a las 9 de la mañana.

Se citó además a todos los que componen la Guardia Nacional, prometiéndoles dispensarles todas las fallas que hubieren tenido, a condición de que asistieran el día fijado.

Se reunió el cuerpo de bomberos, pero en honor a la verdad debemos decir que a la hora de la asamblea ya éstos habían terminado sus ejercicios.

Como todos estos medios no surtieron efecto alguno, a pesar de haberse ordenado la publicación por bandos de esos decretos, mandando al mismo tiempo que se fijasen carteles en todas las esquinas (cosa contraria a las prescripciones expresas y terminantes de las ordenanzas municipales en este puerto), apelaron a la violencia. Se comenzó entonces a reclutar gente en las calles desde las primeras horas de la mañana, y muchos se vieron obligados a refugiarse en los cerros entretanto, para bajar en la hora del meeting, y poder así sustraerse a las trampas de la autoridad.

La Junta Ejecutiva de Santiago había venido en el tren expreso juntamente con otros distinguidos caballeros de la capital a confraternizar con los católicos de Valparaíso. Una comisión compuesta del señor don Benjamín Edwards y del señor don Fermín Solar Avaria, la recibió en Viña del Mar, acompañándola hasta Valparaíso, y en la estación del Barón había otra comisión representando a la juventud, a cuya cabeza se veía el distinguido joven don Santiago Lyon Pérez.

En Bellavista la aguardaba el Directorio de Valparaíso en cuerpo y otros varios caballeros respetables. Todos siguieron entonces juntos y se dirigieron al Teatro Nacional, lugar del meeting.

Fue muy difícil la entrada en atención a la inmensa multitud que desde una o dos horas antes tenía invadido el local de bote a bote. No había asiento desocupado. Era la más hermosa y elocuente respuesta al vacío que había querido formar la autoridad local, por orden de arriba, a los inspiradores y directores de la idea.

A las 2 P.M. se dio por abierto el meeting con atronadores hurras a la causa católica, presidido por don Carlos Lyon. A su lado ocupaban sus respectivos asientos todos los miembros del Directorio de Valparaíso, y a su derecha se encontraba la Comisión Ejecutiva de Santiago compuesta de los señores don Miguel Cruchaga, don Carlos Irarrázaval, don Ramón R. Rozas y don Carlos Walker Martínez.

El Directorio de Valparaíso se veía representado por los señores don Arturo Lyon, don Carlos Lyon, don Enrique Peña, don Ramón Domínguez, don Luis Keogh, don Fermín Solar Avaria y don Juan de Dios Villegas.

Al abrirse la asamblea se notó --que venían preparados por la autoridad, cosa que ya se sabía--, un tumulto y un desorden que prometían ser temibles, en atención a los gritos con que prorrumpieron los esbirros de la policía secreta y a la traílla que parecía unida a ellos. Pero, a poco andar la energía del presidente y el patriotismo, decidido de los concurrentes, pusieron fin al desorden.

A los aullidos de los paniaguados del Gobierno, contestó, como un trueno el unísono clamor de los ciudadanos honrados.

Se provocó con este motivo una agitación de hecho, ardiente pero rápida; y el resultado fue el que era de esperar atendida la clase de gente que intervenía.

Los bullangueros fueron batidos y salieron puerta afuera, alguno regularmente estropeados.

La escena violenta duró, sin embargo, algunos minutos, con lo cual se ganó una cosa: la convicción que tiene todo el pueblo de la parte indecente y activa que ha tomado el intendente en este odioso acto perturbador de una asamblea pacífica y libre.

Afortunadamente la policía secreta y los rotos pagados del Gobierno dejaron el campo: que si no, quien sabe hasta dónde habrían llegado las consecuencias de la imprudencia del Intendente, que por ahora ha quedado reducida a unos cuantos pedazos de sillas quebradas sobre garroteros intrusos.

Al grito de ¡VICTORIA! se redobló el entusiasmo, y el meeting, entre los aplausos más ardientes, continuó tranquilamente hasta las 4 P.M.

Es conveniente llamar la atención sobre los medios que el Gobierno pone en juego para ahogar la voz del pueblo e impedir las generosas manifestaciones de su conciencia.

He aquí los discursos de los oradores, que hicieron uso de la palabra, quedando algunos otros sin hablar por no prolongar demasiado el meeting:

***

EL SEÑOR DON CARLOS LYON.

 

Se declara abierta la asamblea. Me hago un honor en manifestar que su objeto principal es dar cuenta del resultado de la comisión que se nombré para ir a ver al Presidente de la República. Al mismo tiempo experimento la satisfacción de poner en conocimiento de la asamblea que tenemos entre nosotros a varios distinguidos caballeros de Santiago que han venido a fraternizar con Valparaíso, y a la Comisión Ejecutiva encargada de la dirección del movimiento de opinión en la República. (Grandes aplausos al presidente del meeting y a la Comisión Ejecutiva de Santiago).

***

EL SEÑOR DON LUIS KEOGH.

Señores:

Aunque por la prensa pública, y por lo que les habrán contado sus compañeros de trabajo, sabrán ya muchos de los incidentes de cómo recibió S.E. el Presidente de la República a la comisión que tuvo la honra de presentar la solicitud respetuosa de los católicos de Valparaíso para que se nos concediera un pedazo de terreno, donde se nos pueda sepultar según nuestras creencias religiosas: conviene, sin embargo, que sepan exactamente todo lo que pasó en nuestra entrevista con S.E. Principió S.E. haciéndonos una especie de sermón sobre las leyes canónicas, que habíamos errado el camino, y que era a la autoridad eclesiástica, y no a él, a la que deberíamos habernos dirigido, puesto que no él, sino la autoridad eclesiástica había mandado execrar los cementerios.

A esto le contestamos que siempre se dirige, para conjurar un mal, al que lo había provocado, que en el caso presente era el Gobierno; que tanto como el Estado tiene sus leyes, las tiene también la Iglesia, pero, con esta diferencia, que las últimas valen más que las primeras, precisamente en la misma proporción que Dios vale más que el hombre.

Nos dijo S.E. que no admitía la personería de un compañero nuestro distinguido, por ser demasiado joven. Se habrá olvidado S. E. que cuando él mismo no era más que joven de 22 años, él, como Intendente de Colchagua estaba dando de azotes al pueblo libre de Chile. (Grandes aplausos).

Nos dijo S.E. que no teníamos representación ninguna de Valparaíso, porque él sabia muy bien cómo se hacían esas cosas. Le mostrábamos las firmas de más de 20,000 habitantes católicos de Valparaíso, en prueba de nuestra representación y pudiéramos haber agregado, lo que por cortesía y deferencia al primer magistrado del país, callamos, que más genuina de los católicos de Valparaíso era nuestra representación, que la suya propia como Presidente de la República. (Atronadores aplausos).

Nos dijo S.E. que las firmas eran de mujeres y chiquillos y que no deberíamos ser como ellos impresionables. Le contestamos que mujeres y chiquillos tienen que morir lo mismo que toda la humanidad, S. E. incluso, y que lo que nosotros pedíamos no era la derogación de ninguna ley del Estado, sino sencillamente pedir que S., E. nos concediese a nosotros, la mayoría católica, el mismo derecho, que ya, al amparo de tratados solemnes posee la muy respetable minoría de disidentes extranjeros, un pedazo de terreno donde sepultarnos a la sombra de la Cruz. (Aplausos).

Nos contesta en definitiva el señor Presidente que no pondría providencia ninguna a nuestra solicitud, y con esto nos retiramos.

Quisiera yo ahora preguntar si en país culto alguno se debe tratar así a los representantes genuinos de un pueblo. Creo que hasta los mismos defensores del señor Santa María, me contestarían que no. Hoy por mí, mañana por ti, estaba escrito sobre una tumba de tiempos antes del cristianismo. (Aplausos).

Aquí en Valparaíso, ha seguido con nosotros, la autoridad local, el mismo sistema, pues ni siquiera se ha dignado contestar el telegrama que al señor Intendente le dirigimos desde Santiago, dándole cuenta de lo ocurrido en la capital.

Uds., señores, y a su juicio pío, entrego sin comentarios estos hechos. (Aplausos al orador).

***

EL SEÑOR DON FRANCISCO R. UNDURRAGA V.

Ciudadanos:

Un pueblo verdaderamente religioso, es verdaderamente liberal porque la religión es el más sólido fundamento en que descansan las libertades políticas y las garantías individuales. (Aplausos).

Los gobiernos que se atreven a mandar a su antojo y sin contrapeso alguno, han principiado siempre por destruir el elemento religioso, que es por decirlo así, lo más antiguo y sagrado que existe en toda sociedad bien organizada. (Nuevos aplausos).

El amor al orden y el heroísmo de que nuestros soldados han dado ejemplo en los campos de batalla, se debe a esa educación eminentemente católica recibida de sus mayores. (Aplausos).

Los Padres de la patria de 1810 fueron siempre grandes patriotas, porque fueron siempre grandes cristianos.

La religión produce héroes: el indiferentismo engendra la corrupción y la decadencia de los pueblos. (Aplausos).

Ciudadanos: Cuando dominaba la más completa armonía entre todos, los chilenos que unidos para un mismo fin, y con un mismo objeto, dirigían todos sus esfuerzos para destruir las últimas resistencias del Perú, conquistando una paz sólida y duradera, el Gobierno ha arrojado como una bomba, la manzana de la discordia; y la ley de cementerios, en mala hora aprobada por el poder ha herido de la manera más dolorosa los sentimientos más nobles de la nación.

Este es el principio de una lucha ardiente en la que –si los pueblos no demuestran una indomable energía- nos veremos obligados a soportar el yugo vergonzoso del despotismo.

Si hoy día se nos arrebatan nuestras sagradas tumbas y se conculcan nuestros más nobles y elevados derechos, mañana se nos robará hasta nuestra propia existencia. Debemos defender con brazo fuerte, ahora más que nunca, nuestras instituciones políticas, pero mucho más aún las religiosas por doble motivo: 1º porque valen en sí mismas más que toda institución humana; y 2º porque son la verdadera y sólida base de las instituciones y libertades políticas. (Grandes aplausos).

Se quiere por una servil imitación, introducir en nuestra patria esas reformas tan precipitadas que han conmovido y destruido más de una vez los Gobiernos de Francia; en lugar de imitar a esa gran raza anglo-sajona donde domina y prospera cada día más el catolicismo, y donde los gobiernos al producir sus reformas respetan la fe y los sentimientos de todo ciudadano.

Aun cuando los gobernantes no sean creyentes, tengan entendido que legislan para un pueblo eminentemente católico.

Ciudadanos: hay actualmente en el poder hombres que son como ciertos fantasmas que de lejos asustan, y palpados de cerca hacen reír por lo vanos que son; éstos, señores, se atreven a combatir contra los muertos, las mujeres y los niños, por medio de las cínicas leyes de cementerios laicos, de concubinato, que ellos llaman, matrimonio civil y de escuelas ateas que poco a poco van preparando.

A vosotros, ciudadanos de Valparaíso, a quienes tengo la honra de dirigirme en este momento, vengo a deciros, que el pueblo de Santiago espera de vosotros ejemplos de valor, de patriotismo y perseverancia en las difíciles circunstancias porque atraviesan los sentimientos más nobles y delicados del país.(Aplausos).

Concluiré, señores, diciéndoos: ¿Queréis patria? ¿Queréis religión? ¿Queréis libertad? Pues uníos como un solo hombre y levantando imponente vuestra voz, manifestad audacia, energía y resolución, que Dios os acompaña. (Estrepitosos hurras y vivas al orador).

***

EL SEÑOR DON CARLOS WALKER MARTÍNEZ.

Los gritos de desorden e indigno tumulto, ciudadanos, con que se ha empezado  este meeting que han pretendido turbar los esbirros del poder, son el reflejo de lo que es el Gobierno que, por desgracia, nos rige.

¿Qué significa esa chacota infame que han intentado si no su sinrazón y sus bastardos propósitos? Allá en Santiago hacen la guerra a los cadáveres, aquí mandan a unos cuantos miserables, comprados a precio de oro, para perturbarnos... He aquí fotografiado a don Domingo Santa María. (Grandes aplausos).

Pero, desentendiéndonos de estos tristes detalles y yendo al fondo de la cuestión que debe ocuparnos, yo os pido que meditéis en los puntos sobre los cuales voy a llamar vuestra atención para deducir las consecuencias legítimas de ellos.

Ved al tirano de la Moneda, antes de su elección, agitarse como la serpiente alrededor de los diversos partidos políticos para arrancarles su apoyo, y vedlo después falsificando indignamente las actas electorales para usurpar un puesto al que nunca tuvo derecho; vedlo, por último, hacer promesas mentirosas a los unos, instigar con cinismo a los otros y morder con rabia a los más... que no eran sus amigos! (Atronadores aplausos).

Triunfante el crimen y apenas ceñida al falso pecho la banda tricolor, miradlo calumniar en Roma a nuestro virtuoso clero y ultrajar en Buenos Aires a nuestro valiente ejército.

Y como eso no era bastante, miradlo todavía llevar la tea del incendio a los registros electorales de Rancagua y entregar a pillos y a estafadores, del tipo de Elizalde, las elecciones de Santiago para rodearse de un Congreso, no de hombres libres, sino de dóciles instrumentos y de palaciegos venales! (Gritos prolongados de aprobación).

Se trata de las relaciones extranjeras, y el torpe mandatario se humilla miserablemente delante de los Estados Unidos y alza su voz de una manera ridícula al Papa, que no tiene ni acorazados ni bayonetas. La imbecilidad de la expulsión del Delegado Apostólico corre parejas con la perversidad que revelan sus gestiones en la Corte Pontificia.

Últimos actos de la vergonzosa conducta gubernativa son las leyes de cementerios y de matrimonio civil, que han traído por consecuencia la persecución de los cadáveres, el ultraje a las creencias católicas del país y la necia intemperancia irreligiosa de que han dado prueba brillante el Presidente de la República y sus lacayos de alta librea. (Grandes aplausos). Vuestros aplausos me han adivinado los nombres que como brasas de fuego me quemaban los labios... Ciertamente: aludía al Ministro del Interior y al Intendente de Santiago, que hoy es arrojado de la puerta como escoba inútil. (Aplausos).

Yo pregunto: después de este cuadro de colores tan tristes y sombríos ¿acaso ese Gobierno es legítimo? ¡Respondo que no! Porque su origen fue viciado. ¿Existe el deber de respetarlo? No, tampoco: porque ha violado abiertamente la Constitución, y ha quedado, de esta suerte, nulo el pacto celebrado entre él y el pueblo, y rotas todas las leyes sociales que debieran existir entre él y nosotros. (¡Cierto!, ¡cierto!).

De este raciocinio se desprende la siguiente consecuencia: queda justificado el derecho de resistencia por nuestra parte a sus leyes y a sus órdenes. (Ardientes y prolongados aplausos).

Ciudadanos de Valparaíso, yo he querido simple y sencillamente exponer la doctrina verdadera de nuestra situación política; porque seguro estoy que a medida que la vayáis pensando la iréis encontrando más justa y republicana.

Al principio ciertas ideas chocan por falta de meditación, y el primero que las vierte suele aparecer como exagerado; pero poco a poco se abren paso, así como el grito del pueblo herido va aprendiendo poco a poco el camino del palacio donde el tirano se esconde rodeado de precauciones cobardes!... La piedra áspera en las gargantas de la cordillera cuando llega al valle en el ancho cauce del río ya está suave, pulida y gastada. (Aplausos atronadores).

Como esta es la propaganda que yo busco, y como la mecha se debe encender en los grandes centros de vida social y de actividad política, es que me he puesto de pie, ciudadanos, obedeciendo a vuestro llamamiento para dirigiros la palabra.

¡Que ella caiga en terreno fecundo y sea como la semilla que arroja el labrador para recoger el fruto a su debido tiempo! ¡Ya cuidarán de derramar sobre ella la suficiente lluvia nuestros atolondrados mandatarios!

¡Ciudadanos, los que tenéis las glorias de Chorrillos, la sangre de chilenos, y el alma de cristianos, adelante y arriba! (Grandes aplausos al orador. Entusiasmo indescriptible).

***

EL SEÑOR DON MIGUEL CRUCHAGA.

Señores:

En medio de la zambra y de los vítores de los que se llaman liberales, se está realizando en Chile una transformación que --si no es del todo nueva en la historia, porque en la historia nada es nuevo-- es, sí, profundamente triste. (Aplausos).

Mientras en voz baja gritan algunos que es menester descatolizar al país; mientras en voz más alta se habla en nombre de la soberanía nacional, --que somos los primeros en sostener—y mientras a grito herido se dice que la administración liberal va a procurar la independencia de la Iglesia y el Estado, en la forma y el hecho, sólo se ve que cuando eso sucede cesan los unos y cantan los otros himnos de victoria; cuando se pone a los unos la tentación del mármol, a los más la de los empleos, al pueblo la vida fácil y muelle, entre canastos de flores y de himnos de libertad, asoma tan sólo primero y se enseñorea después —ese triunfo que será pasajero—esa hidra de los siete furores que en dos de sus formas de destrucción da las leyes sin base y los gobernadores sin valla.

No os engañéis y al propio tiempo abrid los ojos a los que puedan ser engañados. (Nuevos aplausos).

En notas que habrán de ver algún día la luz pública, aparecerá de seguro visible que la lucha que se ha trabado —lucha contra el hermano, contra el gobernado, contra el creyente— es debida a motivos personales; en decretos y en discursos, se habla en nombre de la libertad y entre tanto en el fondo sólo prospera la omnipotencia del Estado que quiere ser —ya que tiene todos los oficios, grandes productores de empleos y dones— dueño exclusivo de los oficios menudos de panteoneros y otros análogos.

Se os engaña; y desgraciadamente se ha equivocado también a algunos pocos liberales sinceros. (¡Cierto! ¡Cierto!).

La autoridad toma y no otorga; quiere separar no buscando independencia sino absorción; hace suyo para someterlo a la presión y a la fuerza lo que antes se regía por la libertad de creencias; destruye y no funda. (Aplausos).

En el cementerio, se quejan de que las iglesias acogen sólo a los suyos y él nos expulsa a todos para dominarnos.

En el matrimonio olvida que la mejor ley es llegar al mayor resultado con el menor esfuerzo, y en vez de respetar —cual lo hace el universo—la consagración religiosa, la santidad, la dulzura del hogar, llegará con su mentida igualdad a hacer un matrimonio raquítico y a devolver al siglo XIX en Chile el viejo derecho de pernada rural.

Es que de esas dos grandes ideas que se llaman libertad e igualdad, la raza latina, ¡pobre y grande raza! Está sacrificando la primera en aras de la segunda. (Grandes aplausos).

La libertad es la acción; la igualdad, para ser algo, no puede ser sino el obstáculo o el estímulo.

La libertad es la que impulsa y dignifica. (Aplausos).

La igualdad, la valla que sólo es buena cuando es alta.

Se sacrifica todo lo bueno y todo lo grande ante lo pequeño y extraño a la naturaleza del alma humana. (Aplausos).

Levantemos, pues, contra la igualdad, que es mentira, a la libertad que es la fuerza del alma.

Al Estado que absorbe, opongamos la unión de los que quieren ser libres dentro de la comunidad de los grandes y universales sentimientos. (Movimientos de aprobación).

En nuestro suelo está escrito con la gráfica grandiosidad de la montaña lo que son estas ideas: libertad e igualdad en su expresión más viva y palpitante.

Cubre y resguarda a Chile una inmensa cordillera que llega del norte al sur y en donde quiera ostenta la eterna nieve.

Es la igualdad de la altura, igual premio de poderosos esfuerzos. (Aplausos prolongados).

A su pie vive el pueblo cuyo providencial destino es alcanzar a la altura.

El pueblo no llega a ella regimentado y a compás de retrasos.

Si queréis que el pueblo surja y llegue al excélsior dejad a cada cual su estímulo y su aliento propio, al uno su vigor físico, al otro la entereza de su alma, a todos lo que sea su más grandioso estímulo, a todos su libertad. (Aplausos).

Ella lleva al soldado Chileno al morro de Arica y a la cúspide de Chorrillos.

Sólo ella llevará al pueblo chileno a la igualdad de la altura, que premia y dignifica. (Vivas al orador).

***

DON FERMÍN SOLAR AVARIA, (Secretario del Directorio Católico de Valparaíso).

Mi primera palabra debe ser, señores, un saludo de admiración, de entusiasmo y de respeto al generoso pueblo de Valparaíso, noblemente representado en esta grande asamblea de católicos y libres ciudadanos. (Aplausos).

Se le creyó dormido cuando todos los pueblos de la República velaban cerca de la tumba de sus mayores. Pero su despertar ha sido sublime cuando ha visto que se trataba de sepultar a la libertad entre las tumbas execradas. (Aplausos).

También el león se duerme, seguro de sus fuerzas; y cuando el cazador aleve pretende aprisionarlo, despierta de su sueño, sacude con nobleza la melena, levántase bizarro, atruena la montaña y espanta al cazador con sus rugidos. Y el cazador entonces, replegándose a sus tiendas, envía sus emisarios que acechen a la víctima. Porque los cobardes, señores, siempre ven fantasmas. (Aplausos).

Cuando los hombres de gobierno, arrastrados por el vértigo del despecho en contra del Pontífice, miraron hacia Roma, exclamaron: “No Más Catolicismo en Chile.” (Cierto).

Esa declaración quijotesca de olímpicos desdenes equivalía a estas otras palabras: “No Más Libertad en Chile.” (¡Cierto!, ¡Cierto!, ¡Cierto!)

Y dos millones de católicos, hombres de verdadera libertad, se han levantado altivos y resueltos a defender sus derechos, a sostener sus creencias.

Han contestado a esas provocaciones del orgullo con una sola palabra: “Necedad.”

Sí, señores: ¡necedad! Porque, la tiara del Pontífice no rueda hacia el abismo al estrellarse contra mal terciada banda de dictadores, que ni siquiera tienen el talento de comprender el orgullo que les pierde. (Grandes aplausos).

Es cierto: no habrá catolicismo en Chile cuando sobre la pira siniestra formada con los cadáveres de los chilenos que sucumban, asiente el despotismo su trono de hierro y de cadenas. (Grandes aplausos).

Y ni aun entonces; porque si todos los chilenos sucumbieran, tragados por la vorágine de las persecuciones; aunque sólo quedaran gobernantes sin súbditos a quienes gobernar, siempre el catolicismo se alzaría radiante, iluminando la tumba de sus mártires, alumbrando siquiera los escombros y las ruinas de la República. Se alzaría, a lo menos, como eterno remordimiento que haría estremecerse a los malvados sobre el trono. (Aplausos).

Pero ¿a qué pensar en tamaños desastres que son no más que un imposible?

Cuando desde las arenas calcinadas del desierto fecundado por la sangre de los bravos, hasta las más remotas extremidades del país se escucha vigorosa la voz de los católicos que quieren libertad; no hay por qué temer.

Hoy que se unen con estrecho abrazo los hombres de corazón que hacen repercutir el eco de su voz entre las breñas de los Andes, y los hombres de fe que desde las riberas del Pacífico remedan en el alma las tempestades que agitan sus océanos, hay, señores, un feliz augurio. Tendremos libertad y tendremos religión, mal que pese a los impíos, mal que pese a los tiranos. (Aplausos).

Es inútil que conculquen el derecho, despreciando las representaciones serenas de los pueblos. Lo hacen prevalidos de la fuerza que da el poder; y olvidan muy pronto que ese mismo poder el pueblo lo da. (Aplausos).

En vano tratan de desprestigiar las glorias nacionalesinsultando a la patria en sus valientes héroes mutilados: lo hacen porque creen divisar en ellos fantasmas de revuelta donde sólo hay energía de resueltos corazones. (Aplausos).

Contra todos esos actos tenemos una voz, la protesta tranquila pero enérgica, modesta, pero que exige los respetos.

Este ha sido el propósito del Directorio Católico de Valparaíso al invitaros a esta asamblea que vuestra presencia ha hecho espléndida y que vuestra actitud hará fecunda.

Esos propósitos están consignados en las conclusiones a que paso a dar lectura:

Primera. Protestar enérgicamente por el recibimiento que el Presidente de la República, olvidando los principios de la cortesía y del respeto, hizo a los delegados de los católicos de Valparaíso, negándose a proveer la solicitud que le presentaron, no obstante el estar amparada por la Constitución Política del Estado.

Segunda. Consagrarse a un trabajo activo y enérgico en defensa de los intereses del catolicismo y de la libertad.

Tercera. Enviar un voto de aplauso y de aliento a los honorables diputados de Valparaíso, don Juan E. Mackenna y don Alberto Edwards, por la enérgica actitud que han asumido en el Congreso en defensa de la verdadera libertad. (Inmensos aplausos. La concurrencia, llena de entusiasmo, se pone de pie).

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CARTA DEL SEÑOR DON ANTONIO SUBERCASEAUX.

Se dio lectura antes de concluir, a la siguiente carta del señor don Antonio Subercaseaux que por motivos de salud no pudo asistir a la asamblea. Fue leída en medio de una salva de aplausos.

Señor Don Carlos Lyon. Santiago, 9 de setiembre de 1883.
Querido amigo: he sentido profundamente no poder asistir al meeting de los católicos de Valparaíso.
Estoy enfermo y necesito recobrar las fuerzas perdidas para continuar en la obra, a que consagran sus esfuerzos todos los buenos chilenos.
Un país que calla y se somete ante la persecución de su fe, es indigno de tenerla. ¡Es un país de parias que no necesita, ni Constitución, ni leyes, ni siquiera un emblema de su autonomía! Es un país de siervos, que merece con sobras el látigo del mayoral que lo amenaza.
Si alguna vez fue necesario el esfuerzo de la opinión para poner a raya al despotismo, hoy —en presencia de las confiscaciones de nuestros cementerios, de la ley que reglamenta el concubinato público y de las que incuban nuestros torpes gobernantes—ese esfuerzo debe llevarse hasta el sacrificio.
Me adhiero de corazón a la manifestación de Valparaíso, y ruego a Ud. Que haga presente mis legítimas excusas por no poder estar con ustedes esta tarde.


De Ud. Afmo. Antonio Subercaseaux.

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Después de estos entusiastas discursos se dio por terminada la asamblea; cerrándola con algunas palabras del señor presidente Lyon, en medio del mayor entusiasmo que es posible describir.

Las calles por donde atravesaron las comisiones directivas de Santiago y de Valparaíso estaban atestadas de gente que aclamaban con gran entusiasmo a cada uno de los directores. Se revelaba en sus semblantes la emoción de que se encontraban poseídos en presencia de los atentados de un Gobierno de apóstatas y renegados.

Fue aquel un paseo triunfal entre flores y aplausos; hermosa coronación del acto solemne que acababa de tener lugar.

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