ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

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Introducción.
Introducción.

INTRODUCCIÓN.

La Comisión nombrada en la grande Asamblea Católica del 8 de julio de 1883, ha juzgado que no habría cumplido satisfactoriamente su encargo si no diera cuenta a sus comitentes de todo lo que, persiguiendo el propósito manifestado por ellos, ha hecho tanto en Santiago como en todos los pueblos de la República.

Un resumen ordenado de lo que es indispensable publicar entre lo que no contiene el carácter de estrictamente reservado y confidencial, es lo que corre en el libro que hoy sale a luz, y en el cual la Comisión deja consignados sus trabajos con motivo de la lucha que agita al país en estos momentos.

Creemos por lo mismo que esta obra tiene la doble significación de ser un documento histórico de elevada importancia y el fundamento de la reacción que necesariamente ha de suceder a la era de revolución social que ha promovido y atiza el Gobierno, para hacer, al amparo de las pasiones antirreligiosas encendidas, tabla rasa en lo que toca a la reforma política y administrativa por que clama el país.

En la situación en que actualmente se hallan colocados los católicos, excluidos absolutamente del Congreso por la intervención oficial más irritante de nuestra historia electoral, su actitud no puede ser otra que la de protesta y organización para las luchas venideras.

La protesta y organización constan de las páginas de este libro, poniendo en transparencia el vigor de la fe religiosa de nuestro pueblo y, por consiguiente, la iniquidad de que se han hecho reos ante la conciencia del país y el juicio de la historia los que sin causas verdaderas y cuando todo hacia presagiar que la dulce fraternidad de la familia chilena alcanzaría a celebrar tranquilamente en el hogar y en la plaza pública las glorias segadas en mil combates de homérica guerra, han derramado en la sociedad los celos y los enconos que la persecución religiosa despierta.

En presencia del gran conflicto nacional, los conservadores depusieron sus legítimas quejas y, prestando oído únicamente a los latidos del corazón de la patria, desarmaron sus tercios y les señalaron como único camino del deber el camino de la victoria y el sacrificio que la estrella de Chile iluminaba hacia el Norte con sus rayos.

Durante la época aguda del conflicto cumplieron lealmente su consigna y pusieron a disposición de los mandatarios del país su fortuna, su esfuerzo personal y toda aquella suma de voluntades y de acción que las circunstancias les imponían. Ninguna hora amarga, de sobresalto, o de patriótica inquietud, les fue ajena, ni negaron jamás los aplausos, la admiración y los laureles que los heroicos soldados de Chile habían sabido conquistarse.

En el Congreso, en la prensa, en el meeting, levantaron siempre el ánimo de nuestros abnegados defensores, ayudaron a la acción con su consejo, con su voto y con su espíritu de prosecución sin desfallecimiento en la legendaria empresa. Y en cambio de todo eso, no pidieron puesto alguno en que el brillo de las hazañas o de los hermosos sacrificios pudiera cegar los ojos de la multitud o despertar la simpatía irresistible de los pueblos, contentándose con la modesta pero nobilísima satisfacción de su propia conciencia y el aplauso de sus amigos íntimos.

La historia, severa en su justicia, calificará esta conducta en toda su noble grandeza, tanto más cuanto que fue ella si no el fundamento de la persecución que se ha iniciado, el primer elemento de que echara mano, ávido de contener sus huestes dispersas a todos los vientos de las ambiciones, el liberalismo imperante en su obra de odio y despotismo.

Desarmado el partido conservador, excluidos los católicos del Congreso, la República entera consagrada a la labor de conseguir una paz duradera, honrosa y conveniente, ¿qué cabía hacer a la administración que inauguraba el señor Santa María?

En la vida interior del país mil problemas pendientes: el comercio, la industria, la instrucción, todos los ramos del servicio público esperaban y esperan todavía la reforma prudente y saludable de los errores que los vician, entorpecen y esterilizan.

El adelanto material vinculado a las vías de comunicación expeditas, seguras y cómodas, a la construcción de puentes, a la habilitación de nuevos puertos, y a la reforma de los sistemas aduanero y de impuestos, podían por sí solo escribir con líneas de luz la página de la historia nacional de una administración.

El señor Santa María juzgó, sin embargo, que urgía más para el bienestar de Chile llevar el sobresalto a las conciencias religiosas, romper la tranquilidad de los hogares haciendo entrar en ellos las zozobras de una época de convulsiones y trastornos, y sacrificar, en medio de la horrible confusión, dos o tres principios de la moral cristiana salvadores de la sociedad y de la familia.

Esto es, en pocas palabras, el hecho histórico; la  convulsión que el comienzo ha despertado, queda también consignada en los documentos que corren en las páginas siguientes para conocimiento de los futuros legisladores y de los que, recibiendo íntegro de nuestras manos el tesoro de fe que nos legaron nuestros mayores, quieran conocer cuál fue en esta circunstancia la actitud que asumimos y la manera cómo juzgamos que nos competía cumplir nuestro deber de ciudadanos y de creyentes.

Pero, entre tanto, ¿cuál fue el punto de partida de la persecución? ¿Lo fue el rechazo de la candidatura del señor Taforó para Arzobispo de Santiago? ¿Fue el deseo de mantener en absoluta integridad las atribuciones constitucionales del patronato?

Mucho se ha hablado de esto, y la verdad es que en todo no ha habido sino un desquite mezquino, azuzado por las pasiones de la incredulidad. Consecuencia del régimen personal que impera desde el advenimiento del señor Santa María al poder, fue la elección infamante que dio origen al Congreso actual; y consecuencia de la organización de este Congreso, es lo que ahora vemos: el Gobierno, para mantener compactas las filas, necesita alimentar el odio común con el sacrificio de la fe de la mayoría de los chilenos, de la santidad y dignidad del hogar, y de las rentas de Prelados, Sacerdotes y Seminarios.

Por una parte, el deseo de mantener el sistema actual de gobierno; por la otra el fanatismo anticatólico al servicio de una candidatura arzobispal: he aquí los dos factores de esta persecución tanto más indigna y deshonrosa cuanto que se inicia en la ausencia de un adversario que se desarmara noblemente en obsequio de la gravedad de la situación porque atravesaba la patria.

¿Qué provocación ha habido de parte de los católicos? ¿Cuándo llevamos un elemento siquiera de perturbación al consejo o al repartimiento de las granjerías oficiales? ¿Qué hemos disputado, qué hemos pedido más que la tranquilidad en la sociedad y el respeto de nuestras libertades y derechos?

La lucha de las ideas después de la predicación del cristianismo reviste muchos caracteres en las distintas épocas de la historia; pero debajo de esa variedad de formas se mantiene siempre palpitante el combate de la fe y la incredulidad, de la creencia positiva y la negación, de la virtud y el vicio.

Por eso en todas las grandes cuestiones políticas o sociales el principio elemental ha sido esencialmente religioso y ha afectado un dogma, una costumbre y hasta una ceremonia del culto católico. Por eso también el papado ha sido como el centro a que han convergido todos los acontecimientos, pavorosos o brillantes, que han dejado huella en los anales de la humanidad.

En nuestros días, como siempre, el combate está empeñado de un lado en persecución de la libertad de la Iglesia para llenar su santa misión y del otro en persecución de su avasallamiento para atar las conciencias al carro triunfal de los soberanos seculares. A estos dos elementos sirven los hijos fieles de la Iglesia y los que se obstinan en Chile por ponerle mordaza y cargar de cadenas sus pies.

Los insignes Prelados de la Iglesia Chilena, y para consignar aquí una palabra de nuestra veneración en obsequio de su santa memoria, los Ilustrísimos y Reverendísimos señores Valdivieso y Salas principalmente, sostuvieron la lucha con todo el brillo de sus talentos y la energía indomable de sus caracteres y legaron su espíritu a los que hoy, generales o soldados, militamos bajo las banderas de Cristo. El Gobierno, por su parte, en medio de la tregua impuesta por el patriotismo a la generosidad y nobleza de los católicos, empeñó la lucha, primero queriendo imponernos un pastor sumiso a su voluntad, y después con la violencia llevada hasta el delirio con que nos asesta uno y otro golpe.

Esa y no otra es la lucha que sostenemos; ese y no otro era el propósito de la candidatura Taforó que, Dios mediante, ha fracasado para no volver jamás a la vida.

La tormenta ruge sobre nuestras cabezas y amenaza devorarnos; pero, no importa. Tiranos ha habido que hicieron mártires para maldición indeleble de sus nombres y para sembrar de ejemplos y de virtudes el mundo; las filosofías dementes van pasando, y el petróleo y la comuna hoy mismo despiertan en todas las almas sentimientos de repulsión y de horror; las grandes potencias del mundo, cansadas de luchar contra la mole inconmovible, se cobijan a su sombra para labrar el pedestal de su grandeza del granito de la roca viva, concilian con la Santa Sede y buscan en los consejos y en los mandatos nunca discutidos del Vaticano, principios de estabilidad social que ni la autoridad omnímoda, ni la filosofía, ni las armas numerosísimas pudieron darles.

Estaba reservado a nuestro país en esta tristísima hora alzar el grito de inicua rebelión en el momento mismo en que todas las naciones del globo entonan un himno de reconciliación y armonía entre ellos y el padre común de los católicos. Como amenaza y como apremio no será esto en la capital del catolicismo un hecho desconocido, sino la repetición injustificada de la ingratitud con que las pasiones de los hombres responden a los beneficios de Dios. No tendrá, pues, la persecución de hoy más que la mísera celebridad de haberse emprendido sin causas y traidoramente. 

Así lo ha considerado la inmensa mayoría dé los habitantes de Chile, y en sus protestas, en sus meetings y en sus publicaciones ha quedado el hecho perfectamente establecido.

Antes de concluir queremos dejar constancia de una rectificación necesaria para el perfecto conocimiento de todos los incidentes de esta época, en especial de los que se relacionan directamente con la actitud de los católicos que promovió la Junta del 8 de Julio.

Esta, en la presentación que hizo al Senado adhiriéndose a la petición de las señoras chilenas contra el matrimonio civil, hizo entre otras cosas valer el carácter de representante de los católicos de todo el país que investía desde que recibió ese mandato en un meeting público al cual adhirieron todos los pueblos de la nación. Aludiendo a eso, se leen en la citada presentación las líneas siguientes:

En la forma representativa y democrática de gobierno político que nos rige, estos mandatos populares otorgados y aceptados en la plaza pública, con todo un pueblo como actor y como testigo, etc.

Antes se había dicho en el mismo documento:

En presencia de la era de reformas meramente teológicas que se inicia, los católicos de Santiago se creyeron obligados a organizar la defensa de los fueros de su conciencia y la libertad de su credo religioso. Reunidos para deliberar con ese objeto en una grande Asamblea Popular el 8 de Julio del año en curso, protestaron contra lo que ya se había hecho, nombraron una Comisión encargada de dar unidad a la acción de los católicos en todo el país, representándolos ampliamente en todas las gestiones de interés público y general, e invitaron a las provincias a imitar su ejemplo, consiguiendo la adhesión de la totalidad de ellas.

Pues bien, el ministro del culto, que quiso descargar los golpes de su oratoria sobre esa protesta verdaderamente colosal contra lo que sin razón conocida se ha llamado una reforma se ha llamado una reforma necesaria y justa, negó que la Junta del 8 de Julio hubiera recibido “mandato popular alguno en la plaza pública de Santiago,” y por tanto redujo su representación a una solicitud meramente personal.

Por poco feliz que haya sido la inventiva del señor ministro para hacer un juego de palabras alrededor de una figura de retórica, no podemos menos de remitir a los que recorran este libro (y acaso al mismo señor ministro) a la página 12, donde están consignadas las conclusiones del Gran Meeting de 8 de Julio de 1883, Meeting convocado por más de cuatrocientos ciudadanos de distintos bandos políticos conocidos en todo el país por sus honrosos antecedentes y distinguidos servicios. De tan respetable origen arranca, pues, la misión de la Junta del 8 de Julio, y su acción se encontró muy luego robustecida por el mandato de las provincias, consignado en los lugares correspondientes, pudiendo entonces decir con la más absoluta y legítima justicia al Senado, que se enorgullecía de haber recibido un mandato "en la plaza pública y con todo un pueblo como actor y como testigo".

Expresada esta rectificación de apariencias humildes, pero de suficiente valía, puesto que manifiesta el respeto que ha merecido al gobierno el juicio del país en estas circunstancias, solo nos queda dar cuenta de lo último que hizo la Junta del 8 de Julio en cumplimiento de su encargo.

A fin de promover el movimiento esencialmente político, ya que la hora de las urnas se acerca rápidamente, invitó asociada de los caballeros que se indican más abajo, a una reunión en que los católicos deliberaran sobre la actitud política que convenía asumir. Reunidos los invitados el 11 de Mayo, después de una discusión íntima en que el sentimiento religioso era el centro de unión y el vínculo más poderoso de fraternidad entre los concurrentes, se aprobaron por unanimidad las siguientes conclusiones:

La presente reunión, invitada por la Junta del 8 de Julio y algunos otros caballeros, acuerda:

1º. Trabajar y empeñarse en la lucha electoral próxima.

2º. Aceptar la dimisión de su cargo que hace la Junta popular del 8 de Julio de 1883, dándole un voto de gracias por sus acertados trabajos y franca decisión en defensa de los altos intereses que se le confiaron.

3º. Entre tanto se promueve una asamblea general de todas las provincias, nombrar doctores provisorios de los trabajos a los caballeros que firman la invitación la reunión presente, investidos de amplias facultades para proceder como juzguen conveniente.

4º. Comunicar estas resoluciones a nuestras Juntas departamentales de toda la República, y estimularlas a la acción que hoy como nunca debe ser enérgica y resuelta.

Los caballeros a que alude la tercera conclusión son los que siguen:

Agustín Llona
José Clemente Fabres
Antonio Subercaseaux
José Tocornal
Antonio Toro Donoso
José Antonio Lira
Abdón Cifuentes
Juan Agustín Barriga
Cosme Campillo
Joaquín Díaz Besoain
Carlos Walker Martínez
Juan Nepomuceno Iñiguez
Carlos Irarrázaval
Joaquín Echeverría
Domingo Fernández Concha
Ladislao Larraín
Domingo Fernández Matta
Luis Pereira
Diego R. Guzmán
Miguel Barros Morán
Evaristo del Campo
Matías Ovalle
Enrique De-Putron
Maximiano Errázuriz
Enrique de la Cuadra
Miguel Cruchaga
Eduardo Edwards
Macario Ossa
Enrique Tocornal
Manuel Gregorio Balbontín
Francisco de Borja Larraín
Marcos Mena
Francisco de Borja Eguiguren
Miguel Echeñique
Francisco Undurraga
Nicomedes O. Ossa
Fernando Lazcano
Pedro Fernández Concha
Florencio Lecaros
Pedro José Barros
Fernando Álamos
Rafael Correa y Toro
Francisco González Errázuriz
Ramón Ricardo Rozas
Ricardo Ovalle
Vicente García Huidobro
Teófilo Cerda
Zócimo Errázuriz
Ventura Blanco Viel
Zorobabel Rodríguez

Reunidos, a su vez, éstos al día siguiente, acordaron delegar ampliamente sus atribuciones en una Junta Ejecutiva compuesta de los señores:

Antonio Subercaseaux
Carlos Irarrázaval
Carlos Walker Martínez
Ramón R. Rozas
Pedro Fernández Concha
Macario Ossa
José Clemente Fabres
Miguel Cruchaga

Los cuales hasta ahora y mientras no resuelvan otra cosa los amigos y correligionarios del país, continúan en la generosa tarea de defender los derechos y libertades de la Iglesia y de los ciudadanos confundidos en una sola víctima de los atropellos e iniquidades oficiales.

Por lo demás, la Comisión puede estar satisfecha de su obra; ha llenado su misión conforme a sus fuerzas y a su decidido amor a la causa santa de la Iglesia que alienta sus corazones y les presta fe y energía para luchar y fe y esperanza para confiar en el éxito.