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Fuentes Bibliográficas
Julio Bañados Espinosa. La Batalla de Rancagua. Sus Antecedentes y sus Consecuencias
Capítulo VI

CAPÍTULO VI
Llega la noticia de la revolución de Carrera al Cuartel general de O’Higgins.- Se reúne una Junta de Guerra.- Se acuerda marchar al norte a reponer el gobierno caído.- Al dirigirse a Santiago, O’Higgins no tuvo conocimiento del desembarco de Osorio.- Carrera se prepara a resistir a O’Higgins.- Luis Carrera al mando de las tropas de la capital se atrinchera en Maipo.- Combate entre ambos ejércitos.- Derrota de O’Higgins.- Da éste orden para concentrar sus tropas.- ¿Quién es responsable del combate de Maipo?

 

O’Higgins, vista la demora y los engaños de Gaínza para esquivar el cumplimiento de los tratados de Lircay, adiestraba su ejército y se preparaba con actividad a fin de abrir de nuevo las operaciones militares y de exigir por las armas el cumplimiento de compromisos contraídos solemnemente.

En esos días fue cuando llegó al campamento patriota Diego José Benavente, delegado de José Miguel Carrera y portador de la nota de que hemos hablado antes. Al mismo tiempo que ésta, O’Higgins recibió numerosas cartas de los amigos de Lastra, de Mackenna de los demás partidarios del gobierno caído.

Mientras Carrera pedía el reconocimiento de la Junta, los adversarios de él y compañeros de O’Higgins, pedían a éste que no prestase acatamiento a los revolucionarios y que, por la inversa, los resistiese por la fuerza.

O’Higgins, perplejo con los primeros instantes temiendo obrar con precipitación, convocó el día mismo que llegó Benavente, es decir, el 27 de julio, una Junta de Guerra a la que invitó a los oficiales de su ejército desde el grado de capitán.

Al anochecer acudieron al punto designado los que habían sido citados. Al principiar la sesión, O’Higgins, poniéndose de pie, dijo las siguientes palabras:

-- Compañeros, de armas, Respetables corporaciones, Ilustrísimo Cabildo y vecindario de Talca: Cuando contra mi voluntad fui forzado en esta misma ciudad por el Gobierno del Estado, a tomar el mando en jefe del ejército hice un sacrificio a mis ideas liberales de no aspirar mandando a la libertad de mi país, mi objeto fue tomar las armas para vengar los ultrajes del país en que nací, empezar y concluir la campaña como un soldado honrado. Confieso que no me han sido insoportables las pasadas calamidades, ni los trabajos y congojas que he sufrido, cuando veo por ellas se ha conseguido todo el fin que no se debía esperar: vosotros sois testigos que no recibí ejército ni caja militar en Concepción, sino unos cuadros tristes y miserables de oficiales y soldados entregados a sí mismos; los salvé y los puse en el camino de la gloria y se han hartado de recoger laureles que todo el reino les ha ofrecido, al fin les he consultado unas ventajosas treguas (¿?) a sus fatigas y entre la abundancia y el orden existen cuatro mil guerreros en esta guarnición (aquí hay una exageración). Yo no deseo proseguir más en el mando, pero tampoco quiero sacrificar la obediencia de un ejército virtuoso al capricho de un joven sin cordura: con el robo que ha hecho a la legítima autoridad que nos mandaba, y opresión en que ha puesto la capital, no hay autoridad por ahora que pueda sustituir, toda la soberanía y autoridad es a vuestra sola voluntad, yo soy el primero que la reconozco y queriendo en mi retiro dar la prueba de mi obediencia y subordinación, os entrego los archivos de mis comunicaciones, y me ofrezco a la más escrupulosa residencia; también queda a vuestra deliberación contestar a la intimación del intruso gobierno; todo lo tenéis a la vista, y sea cual fuese lo que resolvéis, debéis contar con mi espada, obedeciendo a la autoridad que obedezcáis y nombréis”.

Al decir esto, presentó el archivo, colocó el bastón, insignia del mando, sobre la mesa que había en la sala y se retiró para dejar completa libertad en las deliberaciones (1).

La junta de oficiales acordó sin oposición, no aceptar la renuncia de O’Higgins y dirigirse Santiago a reponer el gobierno víctima de un motín.

El 6 de agosto comenzaron a salir las tropas de Talca y rompieron la marcha por escalones. Esta fue muy lenta e interrumpida a menudo con las estaciones que se hacían en los pueblos más importantes del camino.

Los parciales de Carrera han sostenido que O’Higgins se había puesto en connivencia con Gaínza para reponer el gobierno de Lastra, para lo cual el jefe realista le proporcionaría quinientos hombres. Benavente en su apasionada Memoria llega a designar al que iba a mandar las tropas auxiliares y menciona a Elorreaga.

Nada, absolutamente nada hay que confirme tal aserto: ni documento, ni testigos, ni partes oficiales, ni corre en el proceso que se levantó por orden del virrey a Gaínza por haber celebrado los pactos de Lircay, ni aparece en las historias hechas por algunos realistas que estuvieron al lado de Elorreaga.

Pero hay más todavía. Basta confrontar unas cuantas fechas para medir la extensión de la injusticia que hay en tal imputación. Según lo dice el mismo Benavente, el ejército de O’Higgins evacuó a Talca sucesivamente a contar desde el día 6 de agosto, en que salió la vanguardia mandada por Andrés del Alcázar, hasta el 13 que partió O’Higgins con el Estado Mayor y la retaguardia. El 26 se dio el combate de Maipo entre O’Higgins y Carrera.

Pues bien, Osorio desembarcó en Talcahuano el día 13 de agosto y el 18 llegó a Chillán. Es el caso que uno de los primeros actos de Osorio fue nombrar a Elorreaga jefe de los milicianos que debían formar la vanguardia del ejército reconquistador. ¿Cómo entonces podía este bravo oficial estar al mismo tiempo en dos partes? Hay en esto una coartada que no admite prueba en contrario.

No menos infundado es el cargo que hace el mismo Benavente a O’Higgins al sostener que éste al dejar a Talca sabía el desembarco de Osorio y que a pesar de ello siguió su marcha para echarse en brazos de la guerra civil. “O’Higgins en su marcha, dice el historiador mencionado, iba recibiendo continuas noticias del movimiento de los realistas, ya por don Ramón Urrutia que se correspondía con su hermano don Juan, ya por don Antonio Merino, Vallejo, Echagüe, Mardones,  Echauren y Palacios; pero nada podía conmover la inflexibilidad de su resolución”.

Es de sentir que un escrito serio pueda estampar tales hechos, sin acompañar una prueba fehaciente que no de lugar a dudas.

Volvamos a confrontar fechas.

O’Higgins dejó a Talca el 13 de agosto; el mismo día desembarcó Osorio en Talcahuano. No habiendo telégrafo ¿podía el primero saber en el mismo día el desembarco del segundo?

Osorio llegó a Chillán el 18 de ese mes; mandó de esta plaza a un parlamentario sólo el día 21. En esos momentos O’Higgins estaba próximo a Rengo. ¿Podía sin telégrafo saber estos movimientos?

Por respeto a la lógica, reanudemos los acontecimientos.

El 26 de agosto, O’Higgins escogió entre su ejército un batallón, dos cañones y el escuadrón de dragones, y con ellos cruzó el río Maipo, dejando atrás el resto de sus fuerzas.

Al ver José Miguel Carrera que no había transacción posible, se propuso resistir con la fuerza. Con asombrosa actividad preparó las tropas que había en la capital, trajo en su auxilio las milicias de Aconcagua mandadas por Portus, movilizó la artillería y los granaderos que había, organizó en horas un regimiento de voluntarios y acompañado de su hermano Luis se dirigió al llano de Maipo con la resolución de librar la batalla campal.

El lugar escogido por Carrera era uno denominado Las Tres Acequias. En la parte que extendió su línea, había desmontes del canal de Ochagavía que estaba en construcción, desmontes que sirvieron al ejército de trincheras naturales y de reductos al abrigo del enemigo para colocar la artillería y los rifleros.

“La infantería, dice José Miguel Carrera en su Diario, apoyaba su derecha en la acequia que llaman de Ochagavía y componía el ala derecha de toda la línea. La artillería ocupaba el centro y toda la caballería la izquierda. La partida de la tercera división se colocó a la derecha y a vanguardia de la infantería. Doscientos hombres de caballería de Aconcagua reforzaron la izquierda”.

El combate dio comienzo por una festinación del bravo capitán Ramón Freire, uno de los que mandaba la caballería de O’Higgins. Es el caso que dicho oficial fue encargado de reconocer el campo y posiciones enemigas con un piquete de alentados dragones. Luis Carrera, jefe de la vanguardia, había enviado por su parte guerrillas de milicianos para sondear las intenciones y movimientos del ejército del Sur. Ver Freire estas partidas y cargarlas y arrollarlas y perseguirlas, fue todo uno. Entusiasmado con su triunfo e impelido por su brioso carácter, siguió sableando hasta llegar al punto en que Luis Carrera tenía apostada su infantería.

Como era de esperarlo, los rifleros rompieron sobre los dragones de Freire un mortífero fuego. Las punterías eran muy certeras a causa de que las hacían de mampuesto. El osado Freire, vaciló al principio y después se vio obligado a replegarse con pérdidas.

O’Higgins, impuesto de lucha tan desigual, avanzó a paso de carga con sus tropas. El combate duró como una hora. Fue en esos momentos cuando Diego José Benavente, a la cabeza de 250 fusileros montados, oblicuó hacia la derecha de la línea describiendo ancho círculo, y cargo bizarramente sobre el flanco izquierdo de O’Higgins, con el ánimo preconcebido de envolverlo y de desorganizar su retaguardia.

O’Higgins, visto el peligro que de sorpresa lo amagaba, ordenó en el acto a una parte de sus tropas que girase por la derecha y a otra que diese frente a retaguardia para contrarrestar así los repentinos ataques de Benavente. Estas órdenes no fueron cumplidas por sus soldados, y en vez de seguir batiéndose se dispersaron en confusión, entregando el campo a José Miguel Carrera que no se atrevió a perseguir a los fugitivos. Inútiles fueron el valor y los esfuerzos de O’Higgins (2).

Carrera replegó sus tropas a las casas de Ochagavía con el ánimo de pasar allí la noche.

O’Higgins cruzó de nuevo el Maipo y apresuró la concentración de su ejército, haciendo para ello venir a marchas forzadas la Artillería que estaba en Rengo, a los Granaderos que vivaqueaban en el Mostazal y a los Húsares que descansaban muellemente en Rancagua. El objeto de esta repentina reunión de los cuerpos de su división, era presentar otra vez batalla, pero ya no con un puñado de hombres como lo hizo en Maipo, sino con todos sus soldados.

Los partidarios de Carrera inculpan con acerba acritud la conducta de O’Higgins al resistir en Maipo.

Los parciales de O’Higgins a su vez hacen gravitar sobre la conciencia y el nombre de Carrera la responsabilidad de tan funesta guerra civil, causa verdadera de la ruina de la patria y de la reconquista española.

¿Que hay de verdad en esto?

Analicemos a vuelo de pájaro algunos hechos.

El nombramiento de Lastra como Director Supremo ¿era legal?

Sí, por cuanto fue elegido por el sistema practicado y reconocido como ajustado a derecho en aquellos tiempos en que las elecciones no se hacían como hoy por voto popular.

El nombramiento de O’Higgins como general del ejército ¿era Legal?

Si, por cuanto lo hizo la Junta de Gobierno que regía los destinos del país.

La destitución de Lastra por un motín ¿era legal?

No, porque fue hecha por la fuerza y sin seguir la costumbre y el procedimiento que se aplicaba en esos casos.

¿Hay algo patriótico que justifique la revolución de José Miguel Carrera?

No, como lo hemos demostrado antes, al decir que aceptó los tratados de Lircay y dejó todo como estaba antes, salvo la clase de gobierno.

La resistencia armada de Carrera para defender la situación creada con el golpe de Estado que dio en julio ¿es justa y legal?

No, sea que se mire el derecho o sea que se mire los grandes intereses de la patria en aquellos días en que la mitad del territorio estaba todavía en poder del enemigo.

La resistencia de O’Higgins ¿es legal?

A los ojos de la ley es justa y obligatoria; porque como general del ejército de un gobierno estaba imperiosamente obligado a sostenerlo, como lo están los jefes de todo cuerpo o batallón cuando ven que la revolución atenta contra las instituciones y el orden establecidos. En cambio a los ojos del patriotismo y de las conveniencias nacionales, habría sido preferible abstenerse y unir las banderas, como más tarde se hizo cuando Chile se mecía ya sobre la boca de un abismo sin fondo.

Por eso la historia no puede aceptar sin beneficio de inventario los cargos que se hacen a O’Higgins. Hombre de orden, de paz y de gobierno, creyó prestar un servicio al país atacando a quien no creía apto para el desempeño de un puesto tomado por las bayonetas. Ambos caudillos son responsables de las consecuencias que trajo consigo la guerra civil; pero en la repartición de esa responsabilidad creemos estar en la justicia y en la más estricta equidad al darle un ochenta por ciento a Carrera y solo un veinte por ciento a O’Higgins.

 

Notas.

1. Este discurso y demás detalles los he trascrito de las Memorias atribuidas al mismo O’Higgins y que en copia tengo en mi poder.

2. Carrera describe en su Diario el combate de Maipo de este modo: “Doscientos hombres en columna marchaban por nuestra derecha a distancia de media milla como amagando a envolver al enemigo a retaguardia por su izquierda. Los ochocientos hombres de caballería de Aconcagua, a las órdenes de su coronel don José M. Portus formaron una segunda línea a retaguardia de las divisiones.

“El enemigo cargó con su caballería sobre nuestros flancos y atacó el centro con su infantería sostenida por cuatro piezas de artillería. El ataque fue intrépido; pero el valor de nuestros soldados que sostenían la nueva causa y que aborrecían el yugo de nuestros destructores, hubieron de ceder los bárbaros, huyendo con más precipitación que los corredores de Cancha Rayada. La caballería de Portus cargó a la lanza, dividiendo su línea de batalla por derecha e izquierda de las primeras divisiones y con toda bizarría perseguía al enemigo. (Esto es un error). La acción duró tres horas, si contamos el fuego de artillería durante la retirada de las dos primeras divisiones hasta Las Tres Acequias, en cuyo campo, que presenta unas hermosas llanuras, se destrozaron las fuerzas únicas de Chile, porque así lo quiso O’Higgins y sus secuaces”.