ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Fuentes Bibliográficas
Julio Bañados Espinosa. La Batalla de Rancagua. Sus Antecedentes y sus Consecuencias
Capítulo VII

CAPÍTULO VII
Llega al campo de O’Higgins un parlamentario de Osorio.- Intimidación del jefe español.- Contestación de Carrera.- O’Higgins propone un arreglo amistoso a Carrera.- Primeras negociaciones entre ambos patriotas.- Entrevista a O’Higgins y Carrera.- Se establece la paz.- Proclama que juntos dirigen al ejército.- O’Higgins se dirige a Maipo a organizar su división.- Análisis del arreglo entre los dos jefes.

 

El general del ejército del Sur, estaba vivamente preocupado en la concentración de sus tropas, diseminadas en ancha zona de territorio, cuando vinieron a darle cuenta de la llegada de un oficial realista.

Al principio no le dio importancia al hecho; pero, luego que se puso al habla con él, supo que se llamaba Antonio Pasquel y que era un parlamentario enviado, en compañía de un corneta, por Osorio que hacía pocos días había desembarcado en Talcahuano con numeroso ejército. Venía en comisión para entregar una nota que en el fondo era un ultimátum. O’Higgins conversó largo rato con Pasquel a quien había conocido antes en el sur, y, después de recoger abundantes noticias de la nueva expedición, le dijo que nada podía hacer y que marchase a Santiago a donde encontraría a quien entregar los pliegos de que era portador, para lo cual le ofrecía toda clase de facilidades.

Al amanecer del 27 de agosto estaba Diego José Benavente ocupado con la tropa de su mando en la honrosa misión de enterrar a los muertos habidos en la acción de Maipo, “cuando por el lado de Cerro Negro se oyó el sonido de una corneta, cuyo instrumento no se había adoptado entre nosotros. Reconocida esta ocurrencia se encontró al oficial Antonio Pasquel”.

Presentado éste a José Miguel Carrera, puso en sus manos una nota de Osorio, que, como muestra de las costumbres de la época, la trascribimos a continuación:

“Habiendo desaprobado en todas sus partes el Excmo. señor virrey de Lima el convenio celebrado en 3 de mayo último entre don Bernardo O’Higgins, don Juan Mackenna y el brigadier don Gabino Gaínza, por no tener éste tales facultades, ser contrario a las instrucciones que se le dio, a la nación y la honor de sus armas y habiendo en consecuencia tomado yo el mando de ellas en este reino, debo manifestar US. que si en el término de diez días contados desde esta fecha no me contestan estar prontos a deponerlas inmediatamente, a renovar el juramento hecho a nuestro soberano el señor don Fernando VII, a jurar obedecer durante su cautividad la nueva constitución española y el gobierno de las cortes nacionales y admitir el que legítimamente se instale para el reino, daré principio a las hostilidades, y si, por el contrario, dan desde luego las órdenes y toman todas las providencias necesarias para que tengan efecto mis justísimas proposiciones, les ofrezco nuevamente un perdón general y olvido eterno de todo lo sucedido, por más o menos parte que cada uno de los que hayan estado mandando haya tenido en la revolución.

Supongo a Uds. poseídos de los sentimientos que caracterizan al hombre de bien, y amante de la felicidad de su patria, en cuyo concepto espero que mirando por ella abrazarán los partidos que la misma razón y religión dictan, evitando la efusión de sangre y desastre de los pueblos de este desgraciado país, haciendo a Uds. responsables ante Dios y el mundo, de las funestas resultas que son consiguientes al errado y equivocado sistema que contra toda probabilidad, sin la menor esperanza de buen éxito quieren seguir y sostener.

Autorizado como estoy para el perdón y olvido de lo pasado, puede tener efecto una reconciliación verdaderamente fraternal, a que me hallo pronto; si ciegos a la voz de la naturaleza, no diesen oídos a mis ofrecimientos me veré precisado a usar de la fuerza y poner en práctica los grandes recursos que para obrar ofensivamente tengo a mi disposición, en cuyo caso, ni Uds. ni los particulares, ni todo el reino tendrá que quejarse de los funestos resultados que les sobrevengan, por no haber reflexionado con tiempo en su bienestar.

Yo, los oficiales y tropa que hemos llegado a este reino, venimos o con la oliva en la mano, proponiendo la paz, o con la espada y el fuego, a no dejar piedra sobre piedra en los pueblos que sordos a mi voz quieran seguir su propia ciega voluntad.

Abran todos, pues, los ojos, vean la razón, la justicia y la equidad de mis sentimientos, y vean al mismo tiempo, si les conviene, y prefieren a su bienestar el exterminio y desolación que les espera si no abrazan inmediatamente el primero de los partidos.

Con el capitán don Antonio Pasquel, portador de ésta, espero la citada contestación.

Dios guarde a Uds. muchos años.- Cuartel general de Chillán, a 20 de agosto de 1814.

Mariano Osorio.

A los que mandan en Chile”.

Impuesto Carrera del contenido de este reto audaz y perentorio, a la vez de las palabras poco parlamentarias con que explicó el alcance de ellas Pasquel, envió en el acto a éste a la cárcel y contestó a Osorio en términos que hablan muy alto de su carácter altivo, de su fe inquebrantable en la justicia de la causa de Chile y de su profundo orgullo como hombre y como ciudadano. Copiamos a continuación la respuesta, para que el lector se imponga por completo de los detalles y de los acontecimientos que se acercan con demasiada rapidez:

“Los enemigos del pueblo americano cada día presentan nuevas pruebas en su conducta siempre contradictoria, de que un interés particular y el encono del espíritu privado, son la única regla de sus procedimientos. Chile había sacrificado a los deseos de la paz cuantos hasta la época de las capitulaciones fueron manifestados por el virrey de Lima, que en todas sus partes las han desaprobado, según el oficio de Ud. de 20 del corriente. Un nuevo reconocimiento de Fernando VII, y el de la regencia, y la remisión de diputados que sancionasen la Constitución, alejaba hasta las apariencias del título de insurgentes que se ha querido hacer valer para saciar en la sangre de los hijos del país el odio implacable de los que sin duda nos han considerado como un grupo de hombres sin derechos, indignos de ser oídos, y despojados de todas las prerrogativas de un pueblo.

Cuando Ud. trata nuestro sistema de erróneo y absurdo desearíamos saber ¿cuál es el que UD. sigue? No puede ser el de la obediencia a Fernando VII, a la regencia ni a la constitución española supuesto que se anulan los pactos compresivos de este reconocimiento. Ud. tampoco se presta al de los gobiernos populares que durante la cautividad del rey (que rompió el vínculo que recíprocamente unía a los vasallos a un centro común) era el único adoptable a las circunstancias, y se aceptó en España con la instalación de las juntas provinciales. Así es necesario confesar que el solo sistema de Ud. es el de la desolación y la muerte con que nos amaga, negando hasta el tratamiento que inspira la cortesía, y enviando un conductor tan insultante que el gobierno ha empeñado toda su moderación para no escarmentar su insolencia, como al del coronel Hurtado que ha fugado quebrantando las obligaciones que le imponía su condición de rehenes. En lugar de aquél hemos dejado a éste, y el conductor es el trompeta.

Por otra parte, la comunicación de Ud. no está acompañada de más credencial que su palabra desacreditada otra vez en la falsa intimación al Huasco.

“La Gaceta original del Janeiro que le adjuntamos, le avergonzará en la complicada conducta que preside las operaciones de los antiguos mandatarios de América. Fernando VII anula la constitución de las cortes y decretos de la regencia: deja constituidas las autoridades hasta la resolución de un nuevo congreso, y declara reos de lesa majestad a los que defrauden los efectos de esta resolución. Tales son nuestros invasores: y la nueva agresión de Ud. le hará criminal delante de Dios, del rey y del mundo entero; si en el momento no desiste (desamparando nuestro territorio) de un proyecto vano, y que será confundido a impulsos del gran poder a que se ha elevado la fuerza de Chile, puestos en movimientos los copiosos recursos de que un gobierno débil no supo aprovecharse oportunamente. Su oficio de Ud. ha sido una proclama excitadora del valor y energía de nuestras tropas, y de los dignos pueblos que están resueltos a repulsar la invasión con el último sacrificio.

Haga Ud. el que es debido a la religión, a la justicia y a la humanidad, evitando la efusión de sangre, y las desgracias consiguientes a su escandalosa e injusta provocación, de que le hacemos responsable: y tenga Ud. por efecto de nuestra generosidad esta contestación; cuando no siendo Ud. de mejor condición que el general Gaínza, se atreve sin credenciales a dirigirnos otras proposiciones, al paso que aquél no se ha creído facultado para que las que celebró bajo la garantía del comodoro Hillyar que documentalmente acreditó la autoridad para mediar, y la que había conferido al general Gaínza ese mismo virrey que hoy anula sus tratados. Esto más parece una farsa que una relación entre hombres de bien y de honor.- Dios guarde a Ud. muchos años.- Santiago, 29 de agosto de 1814.

José Miguel de Carrera.- Julián Urivi.- Manuel de Muñoz y Urzúa.

A don Mariano Osorio”.

O’Higgins que, tanto en sus actos públicos como en los privados, tenía siempre por divisa la patria, que sobre el mar agitado de sus pasiones hacía flotar siempre el propósito de servirla con desinterés, y, que al través de las sombras de sus debilidades y flaquezas colocaba siempre como estrella fija el amor a Chile; apenas tuvo conocimiento del desembarco de Osorio, sepultó en lo más hondo de su alma los deseos de presentar nuevo combate, echó a tierra sus justos resentimientos y escribió en la misma noche a Carrera una carta en la que le decía que estaba resuelto a entrar en cualquier arreglo y tomar el puesto que se le designase a costa de salvar el país. Esta nota fue llevada a su destino por el coronel Estanislao Portales.

El 31 de agosto contestó Carrera por el mismo conducto en términos vacilantes y vagos.

O’Higgins le hizo entonces nuevas proposiciones, dominando en todas ellas el vehemente anhelo de tranzar las rencillas habidas, de abrir ancha tumba a las discusiones del pasado con sus cóleras, sus enconos, sus pequeñeces y sus miserias.

Casimiro Albano, que medió en las negociaciones habidas entre ambos caudillos, sostiene en la Memoria que le encomendó la Sociedad de Agricultura, que O’Higgins le dio a Carrera el siguiente recado:

“Dígale UD. a Carrera, en fin, que en nada miro mis empleos cuando se trata de salvar el país de la suerte que le amenaza. Un lugar en sus filas, aunque sea de soldado, es cuanto ambiciona O’Higgins”.

Estas palabras son un destello del noble corazón de tan ilustre y benemérito patriota y soldado.

No hay que olvidar que quien suplicaba de este modo, tenía bajo sus órdenes tropas suficientes para imponer por la fuerza su voluntad. En Maipo se habían batido sólo sus vanguardias.

Para acentuar más sus intenciones escribió a Carrera la siguiente carta que pone de manifiesto su hidalguía:

“Cuando dicté el oficio que condujo el coronel don Estanislao Portales, creí preparado el corazón de US. a cualquier sacrificio que se diese en ventaja del reino: en aquellos momentos palpitaban aún los cadáveres de las inocentes víctimas sacrificadas en aquella aciaga tarde, y creí un deber mío aprovechar la ocasión que me pareció favorable: entre tales anuncios me prometía que US. propusiese algún expediente capaz de conciliar la divergencia ya total de los ánimos. Por el oficio que contestó nada de esto descubro; pero como en él se refiere US. a lo que debe decirme verbalmente el enviado, lo he examinado escrupulosamente sobre este objeto sin alcanzar el logro que me lisonjeaba. En tal combinación congregué la oficialidad del ejército desde las más pequeñas graduaciones, por cuyos votos han sido siempre nivelados mis pasos, y después de oídos sus dictámenes, y de varios debates que tuvieron algunos interesados en vengar la sangre derramada, se adoptó por la totalidad el medio humano y conciliatorio de aproximar las fuerzas del ejército a la capital en igual distancia a la que debe estar el ejército del mando de US.: que en tal disposición de las fuerzas, que no puedan violentar la elección, se elija por el pueblo un gobierno provisorio, presidiendo dicha elección con facultades de calificar los votos el cabildo depuesto, siendo precisa condición que a esta asamblea libre no concurra individuo alguno de los dos ejércitos, y que se restituyan inmediatamente para que sancionen este acto en unión de los demás los ciudadanos que estuvieren expatriados por sus particulares opiniones: que establecido el gobierno en los términos propuestos, estoy pronto a entregarle al mando sean quienes fueren electos. Yo no temo que US. se resista a tan justas proposiciones que combinan la liberalidad de nuestro sistema y el bien del reino con el ahorro de mucha sangre inocente que debería derramarse de otro modo. Espero satisfactoria la contestación de éste con el teniente coronel graduado don Venancio Escanilla, que a este efecto pasa a esa ciudad.- Dios guarde a US. muchos años.- Hacienda del Hospital, 31 de agosto de 1814.

Bernardo O’Higgins.

Señor brigadier don José Miguel de Carrera”.

El jefe revolucionario contestó rechazando las proposiciones de su adversario y exigiendo del patriotismo de él una entrevista para arreglar definitivamente los puntos en desacuerdo.

Aceptada la idea de Carrera, los dos insignes patriotas se reunieron el 2 de setiembre a medio día en un lugarejo de los callejones de Tango. Allí se reconciliaron y se acordó en definitiva que José Miguel Carrera quedaría de general en Jefe, conservando O’Higgins el mando de su división que se designó como la primera que debía entrar al fuego en defensa de la patria (1).

El 3 de setiembre se presentaron a la capital, se pasearon del brazo por las avenidas principales, se alojaron en una misma casa y firmaron juntos una entusiasta proclama al pueblo y al ejército que terminaba con estas palabras:

“Conciudadanos, compañeros de armas, abrazaos venid con nosotros a vengar la patria, a afianzar su seguridad, su libertad, su prosperidad con el sublime triunfo de la unión”. (2)

Pasadas las manifestaciones de alegría y regocijo, el 5 de setiembre O’Higgins cruza las calles de la capital y al galope de su caballo se dirige a Maipo a unirse con su división para organizarla y ser el primero en salir al encuentro de los famosos Talaveras y probarles que para ser héroe no se necesita ni táctica ni disciplina, basta con tener en el pecho un corazón que reboza amor a la patria, y en el alma una voluntad que no se arredra ni ante la muerte ni ante los peligros.

Sin duda que en los arreglos que mediaron después de Maipo, la palma del patriotismo, de la elevación de miras y del desinterés se la lleva O’Higgins. Este jefe contaba “en el momento de la reconciliación sinó más tropas, más aguerridas que las de Carrera” (Vicuña Mackenna).

En verdad en el combate anterior sólo puso en línea el batallón de Infantes de la Patria, el escuadrón de Dragones de Freire, dos cañones y algunas guerrillas de caballería. En cambio dejó atrás a los granaderos, a los Húsares, el parque con el resto de la artillería y otra sección de dragones. En una palabra O’Higgins contaba con elementos para batir con éxito a Carrera y vencerlo. José Miguel Carrera no disponía más que tropa indisciplinada y recién formada. Estos hechos se confirmarán mejor cuando más adelante estudiemos la composición del ejército que se iba a batir en Rancagua.

Conocido esto, O’Higgins, fue todo corazón y todo nobleza al ceder a cuanto se le exigió, es decir, a que se le entregara sólo el mando de una división, sin darle participación alguna, ni a él ni a sus amigos, en el gobierno. Olvidó sus ambiciones, para no pensar más que en la patria.

Carrera, por el contrario, en lugar de estrechar entre sus brazos a O’Higgins para formar entre los dos un gobierno y en lugar de aceptar cualquier otro temperamento que hubiese siquiera en apariencias disfrazado sus ardientes deseos de mando, se mantuvo inflexible, exponiendo así al país a seguir en una guerra civil de incalculables consecuencias.

La lógica de los sucesos y la justicia hacen aparecer como un gigante en aquellas circunstancias a O’Higgins, y a Carrera sólo como un soldado que se dejó llevar demasiado lejos por su ambición personal.

 

Notas.

1. Carrera describe en su Diario la conferencia con su competidor, en los siguientes términos: “A las once del día nos juntamos en los callejones de Tango, que era el paraje destinado. Aunque tratamos hasta oraciones, ni yo sé lo que nos quitó tanto tiempo. O’Higgins puso todo su esmero en que pusiéramos a Pineda de vocal de la Junta por Concepción, separando para esto a Uribe; pero viendo que me oponía con razones sólidas y que no cedería, me dijo por último, que su oficialidad estaba contenta con que se destruyese la Junta y fuese yo director. Le expuse otras muchas razones y nos separamos comprometiéndose él a escribir a Uribe para que cooperase a este paso. Cuando llegué a mi cuartel encontré muy alarmada la gente porque recelaban de mi tardanza y mucho más porque me vieron salir sólo con una ordenanza y un ayudante. Entregué a Uribe la carta de O’Higgins que contestó en los términos que acordamos, negándose claramente a entrar en otra composición que no fuese reconocer la Junta y recibir de ella su palabra de echar un velo por todo lo pasado”.

2.  He aquí esta famosa pieza histórica:

“¿No habría sido una gloria para los enemigos de la causa americana ver empeñada la discusión civil en que se prometían ser los terceros de la discordia y los árbitros de nuestra suerte? ¡Infames! Ese bárbaro cálculo de nueva agresión y la franca comunicación de nuestros sentimientos han abierto las puertas del templo de la unión, sobre cuyas aras hemos jurado solemnemente sacrificarnos por el solo sistema de la patria, y consagrarle el laurel de la victoria, a cuya sombra augusta se escribirá el decreto que ha de fijar su feliz destino. Hemos sellado ya el pacto de una eterna conciliación. El ejército de la capital está identificado con el restaurador del sur: en un mismo deseo, un mismo empeño, un mismo propósito anima el corazón de nuestros generales y de toda la oficialidad. La seguridad personal de ésta, de sus puestos y mérito, es garantida sobre nuestro honor. Nada exigimos de la probidad que les caracteriza, sino aquella deferencia más obligatoria que generosa al voto de la justicia y de la unidad. Ella es la que preside las deliberaciones del Gobierno: su instalación queda sancionada, y el espíritu sólo se reanima para resistir con dignidad a unos invasores que en la desaprobación de los tratados de paz nos han justificado a la faz del mundo. Ellos no pueden señalar el motivo de la guerra. La hacen sólo para saciar su odio implacable con la sangre americana. Mancharán sus manos sacrílegas en la inocencia de las víctimas; pero ese mismo furor es el que reclama imperiosamente la venganza de nuestras armas, y la cooperación de todo el que no quiera cambiar el noble título de ciudadano por la humillante y feroz cobardía de aquellos espíritus turbulentos que se han entregado a la única pasión del bajo rencor. Si hay entre nosotros almas tan ruines y execrables, avergoncémonos de que hayan nacido sobre el mismo suelo que profanan nuestros agresores: cuéntense con estos en la lista proscripta de los enemigos de la patria: jamás tengan lugar en el libro cívico de los verdaderos hijos de Chile; y abandonados a una excomunión civil, perezcan envueltos en la infamia y el remordimiento. La muerte será el término preciso del que recuerde las anteriores disensiones condenadas a un silencio imperturbable. En la memoria de los hombres generosos no queda un vacío para especies capaces de entibiar la cordial fraternidad que nos vincula. Con ella volamos a extinguir el fuego de ese resto de tiranos que ha protestado no dejar piedra sobre piedra en el precioso Chile. Compatriotas, se acerca el dieciocho de Setiembre; el aniversario de nuestra generación repite aquellos dulces días de uniformidad que sepultaron la noche del despotismo. Acordaos que nuestro valor supo renovarlos en la invasión de Pareja, enérgicamente repulsada por la conformidad de los defensores del pueblo chileno. Conciudadanos: compañeros de armas, abrazaos y venid con nosotros a vengar la patria, y afianzar su seguridad, su libertad, su prosperidad en el sublime triunfo de la unión. Este será el título de la victoria, y con él ha de celebrarla la aclamación universal.- Santiago, 4 de setiembre de 1814.

José Miguel Carrera.- Bernardo O’Higgins”.