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Fuentes Bibliográficas
Julio Bañados Espinosa. La Batalla de Rancagua. Sus Antecedentes y sus Consecuencias
Capítulo X

CAPÍTULO X
Los patriotas preparan la defensa.- Trabajos en la capital.- Medidas de la junta de Gobierno.- Se pone a precio la cabeza de Osorio.- Se da libertad a los esclavos que se incorporen al ejército.- Estado moral del ejército patriota.- Opiniones diversas sobre esta materia.- Se distribuyen las tropas en tres divisiones.- Opiniones encontradas sobre el número de soldados de cada división.- O’Higgins ocupa la plaza de Rancagua.- Juan José Carrera con la segunda división acampa en la chacra de Valenzuela.- Luis Carrera con la tercera se estaciona en los Graneros de la Compañía.

 

Mientras en el campo realista se desarrollaban estos sucesos, los patriotas hacían desesperados esfuerzos para organizar la resistencia.

Santiago se transformó en bullicioso y activo taller en el que se trabajaba día y noche; en los hogares más conspicuos las señoras cosían ropa para el ejército; en los cuarteles se disciplinaba e instruía sin descanso a los reclutas; de las ciudades vecinas llegaban auxilios y contingentes que eran tomados bajo la responsabilidad de jefes que los adiestraban en el ejercicio de las armas y en maniobras militares; en la maestranza se preparaban pertrechos de todo género, se componían fusiles viejos, se adaptaban al servicio otros, se fabricaban bayonetas, sables, municiones y demás pertrechos de guerra; en los salones de las familias principales se animaba a los oficiales y se les profetizaba días de gloria y de heroísmo; en el campamento de Maipo, escogido por O’Higgins para su división, las tropas hacían ejercicios y evoluciones mañana y tarde y se alistaban para el combate con entusiasmo indescriptible. Era un movimiento vivaz continuo.

La Junta de Gobierno ponía en juego toda clase de medios para estimular el patriotismo, para proporcionarse recursos para aumentar en número de plazas del ejército. Para llenar en parte el vacío de las arcas públicas, se mandó imponer una contribución de 400.000 pesos a los españoles y chilenos enemigos de a causa o sospechosos de tales, se usó la plata labrada que había en las iglesias conventos, se ordenó el pago inmediato de sus deudas a los que debían al Estado. Esto no es todo: se dieron bandos y decretos tremendos contra los que de algún modo atentaban contra la patria o favorecían al invasor.

Así, por bando de 20 de septiembre, se declaró al jefe invasor y a los que lo acompañaban traidores a la patria y al rey, y se ofreció seis mil pesos por la cabeza de Osorio  y mil pesos por la de cada uno de sus oficiales principales. Al mismo tiempo se les negó el fuego y el agua en razón de que emprendían una agresión sacrílega.

Igual firmeza desplegaron los miembros de la Junta contra los que se pasaban a los realistas. Al capitán Vega que ejecutó esta acción, lo pusieron fuera de ley y en el decreto que tal cosa estipulaba se leen las siguientes implacables órdenes:

“Todo ciudadano esta autorizado para matarlo como enemigo público. La patria le niega el agua y el fuego. El que le preste auxilio padecerá el mismo suplicio”.

Por otro bando se mandó que el que tuviese arma de chispa, debía entregarla en el acto a la autoridad designada al efecto, so pena de mil pesos de multa a los que tenían como pagar o de cien azotes a los que no podían hacerlo.

Para aumentar las tropas se ofreció completa libertad al esclavo que se afiliase en el batallón de ingenuos que se mandó organizar, se pidieron voluntarios a las poblaciones cercanas, se enviaron emisarios a las ciudades para hacer traer a los milicianos en estado de marchar al combate, y se escribió a San Martín, gobernador de Mendoza, pidiéndole de nuevo que enviase en socorro de Chile y con la mayor presteza posible al batallón Auxiliares de Buenos Aires que a las órdenes de Las Heras había venido antes, y que se tuvo que volver por los tratados de Lircay.

Sin embargo, a pesar de tan laudables empeños, de tanto gasto de buena voluntad y de energía, de tantas manifestaciones de unión y concordia; el hecho es que ardía en el fondo de los espíritus la llama de los resentimientos, de los recelos, de las desconfianzas mutuas y hasta del odio entre dos partidos rivales cuyas divisiones serían en gran parte la ruina de la patria. No podían ser hoy amigos sinceros los que ayer se habían batido con encarnizamiento; no podían confiar uno en otro, siendo que todavía estaban calientes los cadáveres de Maipo y frescas las heridas de los que, escapando con vida, no salieron ilesos de aquella lucha fraticida.

Las revoluciones no pasan por el corazón del hombre sin dejar huellas como ave ligera al cortar la superficie del agua; por el contrario lo atraviesan desgarrándolo a su paso.

Si de sondear la conciencia de los patriotas nos ponemos a analizar su disciplina, su armamento, sus pertrechos y su organización militar, nos encontraremos con cosas que entristecen y que son un augurio de o que va a realizarse, signos precursores de un desastre seguro, fatal e inevitable.

Siendo nuestro único propósito al escribir este libro, hacer un verdadero proceso de los hombres y de los hechos de aquella época histórica, tomando en cuenta las opiniones de los protagonistas de aquel trance sangriento y de los que después han escrito como polemistas o narradores imparciales, no se extrañe que al discutir cualquier punto oscuro o grave copiemos los juicios emitidos y los comparemos y confrontemos hasta llegar a conclusiones que estimamos justas, desapasionadas y sin ninguna predisposición contra jefes y patriotas que admiramos con todo el poder de nuestra gratitud.

“Chile, dice el señor Barros Arana en su Historia general de la Independencia, estaba esquilmado con la guerra, los soldados desertaban de las filas de su ejército, y su armamento era tan reducido y malo que según la nota de O’Higgins, el 8 de setiembre (1814), la infantería de su mando, que alcanzaba a 897 hombres, tenía sólo 697 fusiles y muchos de éstos inservibles”.

“Había batallones, dice don Miguel Luis Amunátegui en su notable obra La Dictadura de O’Higgins, que se componían de criados, recién sacados del servicio doméstico, que nunca habían hecho fuego ni aún con pólvora. Casi todos ellos sólo tenían de militares las gorras, y no habían aprendido otra disciplina que marchar mal y por mal cabo. El armamento era digno de lo demás; muchos no llevaban ni aun fornituras”.

“Para resistirlo (al ejército realista), dice Benavente en su memoria sobre las Primeras Campañas de la Revolución de la Independencia, sólo contaban los patriotas con los desmoralizadores restos de las tropas que habían combatido en Maipo, con algunos reclutas de 15 días y con un armamento tan malo que quedaba inútil en dos horas de fuego”.

No se olvide que Benavente es juez ocular en la materia, porque era uno de los oficiales predilectos, en compañía de su hermano José María, de José Miguel Carrera y uno de los que tenían mando superior en dicho ejército.

Gay, en su Historia Física y Política de Chile, Carrera en su Diario, O’Higgins en diversos oficios a la Junta y en las Memorias que se le atribuyen, don Benjamín Vicuña Mackenna en varias partes del Ostracismo de O’Higgins en las notas puestas a la memoria de Benavente, y cuantos han escrito sobre el estado del ejército patriota están acordes en las ideas emitidas por los tres historiadores cuyas opiniones hemos insertado más arriba.

Conviene que se tenga muy presente, para dar clara solución a graves problemas estratégicos que dilucidaremos muy luego, un hecho indiscutible y pasado ya en autoridad de cosa juzgada, y esa verdad histórica es, que el ejército patriota estaba desmoralizado, sin disciplina, sin armamento completo y en su mayor parte formado con reclutas de 30 días que no sabían lo que era una batalla.

Por lo demás, las tropas se distribuyeron en tres divisiones que se descomponían de la siguiente manera:

PRIMERA DIVISIÓN (VANGUARDIA).
Artilleros: 84 plazas.
Batallón número 2º: 177 plazas.
Batallón número  3º: 470 plazas.
Dragones: 280 plazas.
Milicias de caballería: 144 plazas.
Total: 1.155 plazas.
Comandante en jefe: Bernardo O’Higgins.

SEGUNDA DIVISIÓN (CENTRO).
Artilleros: 84 plazas.
Granaderos o número 1º: 664 plazas.
Caballería de milicias: 1.253 plazas.
Total: 2.001 plazas.
Comandante en jefe: Juan José Carrera.

TERCERA DIVISIÓN (RETAGUARDIA).
Artilleros: 84 plazas.
Infantes: 195 plazas.
Húsares nacionales: 687 plazas.
Total: 966 plazas.

Comandante en jefe: Luis Carrera.

El general que mandaba las tres divisiones era José Miguel Carrera.

Antes de proseguir, confesamos que en la enumeración anterior hemos seguido los datos que da en su Diario Militar José Miguel Carrera.

Sin embargo, hay cerca de estas cifras encontradas ideas y juicios. A fuer de imparciales creemos necesario reproducir aquí las opiniones más caracterizadas imitando así el proceder de los señores Amunátegui en La Reconquista Española, aunque hayamos tomado por base del conjunto y composición del ejército patriota a Carrera en lugar de Benavente, a quien siguen tan minuciosos historiadores.

PRIMER DIVISIÓN
Autores.
Diego Barros Arana: 1.100.
Miguel Luis y Gregorio V. Amunátegui: 1.155.
Diego José Benavente: 1.155.
José Miguel Carrera: 1.155.
Bernardo O’Higgins en la memoria que se le atribuye: 500.
El padre Guzmán: 900.
José Ballesteros: 900.
Estados pasados por O’Higgins el 24 de septiembre: 961.
Apuntes de Juan Thomas, publicados por el señor Vicuña Mackenna: 550.
Benjamín Vicuña Mackenna, en una nota puesta en El Ostracismo de O’Higgins: 550.

SEGUNDA DIVISIÓN
Barros Arana: 1.800.
Señores Amunátegui: 1.861.
Benavente: 1.861.
José Miguel Carrera: 2.001.

O’Higgins señala 400 infantes y cien artilleros. No especifica ni el número ni el de las caballerías.

El padre Guzmán se limita a señalar el cuerpo de granaderos, sin otro detalle. José Ballesteros sólo coloca 700 granaderos.

Los estados están incompletos, porque se circunscribe Juan José Carrera a decir que cuenta con 48 artilleros y 625 granaderos, sin decir cuantos soldados de caballería posee.

TERCERA DIVISIÓN
Barros Arana: 1.000.
Señores Amunátegui: 915.
Benavente: 915.
José Miguel Carrera: 966.
O’Higgins: 1.500.
El padre Guzmán: 2.000.
José Ballesteros: 2.000.

Arreglado distribuido el ejército, las divisiones se pusieron poco a poco en movimiento.

El 20 de setiembre ocupó O’Higgins la plaza de Rancagua y procedió a levantar trincheras de adobes.

El 27 del mismo acampó Juan José Carrera con la del centro en la chacra de Valenzuela, a un paso de Rancagua.

Y al 30 José Miguel y Luis con la tercera se acuartelaron en los Graneros de la hacienda de la Compañía.