ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Crónicas
Tomo I
Capítulo III. Pedro de Valdivia prosigue la marcha hasta el Valle del Mapocho.

Los copiapenses acostumbrados al Yugo estranjero con la dominacion de los emperadores del Perú, i al trato de los españoles con la, entrada i salida de Almagro, fácilmente se rindieron a las persuasiones del cacique Galdiquin. Este les hizo conocer, que hada les convenía ménos que medir las fuerzas con unos hombres tan valientes i superiores a ellos, que usaban de los truenos i rayos cuando querían, i peleaban cabalgando en bestias feroces (13) que atropellaban a los que se les ponían por delante. I supuesto no intentaban establecerse  e en su país i pasaban hacia el sur, no habia motivo para empeñarse en aquella guerra que debían sostener los de Chile (14), Mapocho i demás provincias interiores, quedándoles a ellos salva su accion para cerrar aquella puerta, i atacarlos hasta  s su último exterminio, cuando volviesen derrotados.

Aprobado este dictamen, nombraron un enviado que ofreciese la paz a los españoles i acreditase su sinceridad, con el obsequio de carne fresca, i fruta. El jeneral, capitanes i soldados, lo recibieron con mucho agrado, i se esmeraron en caso cortejo i en el de toda Su comitiva. Oída la embajada i aceptada la paz se les permitió retirarse, pero acompañados de dos capitanes españoles, destinados a volver el cumplimiento a los caciques i el retorno de su regalo, negociar permiso de detenerse allí algunos dial, i tratar que surtiesen de víveres al ejército, ofreciendo pagarlos a satisfaccion  de los interesados.

También estos capitanes fueron bien admitidos de los caciques. Negociaron mui a satisfaccion todos los encargos de su comisión. Se estableció un continuado mutuo comercio que alejó de los indios el receló, i volvieron a ocupar sus chozas. Valdivia les vio tranquilos, i resolvió mantenerse allí todo el invierno, así para adquirir puntuales noticias del país interior como por suavizar con el agasajo a los copiapenses, i que se extendiese por toda aquella tierra la fama los su bondad.

Conocía la utilidad i conveniencia, i aun la necesidad de ir asegurando el país que conquistaba; pero el corto número de su ejército le hacia olvidar este pensamiento, no era prudencia separar de él un solo soldado. Por otra parte reflexionaba que, si el Márquez Pizarro le había desembarazado de la merced de Pedro Sánchez de la Hoz para descubrir i conquistar a Chile, aconsejándole su agregacion al ejército de Valdivia, porque no había jente que reclutar ni tenia arbitrios para habilitar la expedicion, todavía le ajitaban los recelos de entrar en peligrosas competencias sobre deslindes de confines con don Alonso de Camargo, que tenia igual merced, i el año anterior había salido de San Lucas de Bárramela con tres naves equipadas por don Gutierre de Vargas, Obispo de Plancencia.

I para quitar toda cuestión en asuntos de difícil esclarecimiento meditaba acelerar el establecimiento de una ciudad en él centró de la tierra de que se le había hecho merced, i que llevase la preferencia de capital de todo el país, i otra en los confines de su deslinde. Ajitado de estos pensamientos pidió a los caciques de aquel valle, los indios de carga que necesitaba para conducir los equipajes i demás útiles de la expedicion,(15) prometiendo despedirlos en el Huasco. Puesto el real i en movimiento, i hecha la señal de batir tiendas i de las lemas formalidades militares para descampar, que los copiapenses miraban con admiracion, se rompió la marcha con las precauciones que debe observar un ejército que camina por país extranjero i enemigo.

Los copiapenses, que guiaban a los batidores, deseosos de complacer a los españoles, tomaron la ruta por el caminó mas breve i ménos fragoso. No habla en él cosa alguna necesaria para la vida, i fué mui trabajosa la marcha hasta el Huasco. La invencible constancia de Pedro de Valdivia les manifestó su displicencia. No buscó, les dijo, la senda mas corta para entrar, sino la mas difícil, mas áspera i mas dilatada para no tener ocasión de salir.

Los caciques, Marcandey del Huasco Alto, nieto del otro Marcadey que Almagro sentencio a pena capital, i Atúncalla del Huasco Bajo, orientados de la bondad de los nuevos huéspedes,  salieron a recibirlos con víveres i muchos indios de carga para  regresarse los de Copiapó. Valdivia hizo algunos días de detencion en aquel distrito, no tanto por descansar, sino por aficionar a sus colonos con el trato suave. Celebró tratados de paz con ellos, i recibidas las guías que dieron, se trasladaron a Coquimbo, campo sobre la ribera del rió, cinco o seis leguas mas arriba de su embocadura en el mar, i halló desembarazado el terreno. Mucho sintió el jeneral que aquellos indios hubiesen abandonado sus chozas por temor, i tuvo que trasladarse al valle de Elqui sobre el mismo rió. Los habitantes de este distrito se mantuvieron quietos. Estipuló paces con su cacique Elquemilla, i por su mediacion, con todos los de la provincia, que con mucha complacencia suya los vio volver al reposo de sus posesiones libres ya de recelos.

Este cacique le dió lo necesario para pasar adelante regresaron a sus casas los del Huasco. Después de muchas marchas i campamentos de algunos dias, para explorar todo el territorio, i para saber lo que dejaba a sus espaldas, llegó al rió de Chile, hoy rió de Aconcagua, i campo el ejército sobre él, en la provincia de Quillota, siete u ocho leguas antes de desaguar en el mar. Michimilanco, su cacique, hombre astuto i valiente, que después dió mucho quehacer, les recibió de guerra. Ignoro si tuvieron alguna batalla, pero, sí sé que no aprovechaba los medios suaves que surtieron favorables aciertos en las anteriores provincias, i se vio Pedro de Valdivia en la indispensable necesidad de valerse de las fuerzas, i sin duda, no seria esto, a lo ménos con algunas guerrillas (16). Ello es que se redujeron a dar los auxilios que prestaron los demás caciques, i pudo con arregladas marchas conducirse al valle de Mapocho. En él alojó el ejército a la parte septentrional del rió de este nombre en la falda meridional de un cerro que desde entonces denominaban San Cristóbal.

Los naturales de esta provincia, lejos de tomar las armas para impedir la entrada a aquellos extranjeros, los siguieron con mucha algazara hija de i a curiosa admiracion con que los miraban. Extrañaban el orden militar de la marcha i del campamento. Los sorprendió el color, barba, fisonomía, i traje de unos hombres que les eran desconocidos, i tendrían de ellos alguna noticia, bastante a picar su curiosidad que paso a ser admiracion. De esta pasaron al terror, que les causo el estrépito de las armas de fué o i las escaramuzas de los caballos, que concibieron ser bestias feroces. Mas con todo se rindieron al cariño con que les llamaban los españoles, i perdiendo el miedo, algunos de ellos, se fueron llegando. Volvieron éstos tan complacidos del trato suave i  jeneroso de los advenedizos, i cargados de brujerías, que alejando de sí todo recelo, jamás faltaban en el campamento muchas cuadrillas de ellos conduciendo comestibles para canjearlos. Los caciques i jente principal guardaron mas circunspeccion, pero viendo que a los de ménos cuenta les iba bien con la frecuencia de visitas, las continuaron ellos también, i en breve tiempo todos entraban i salían con satisfaccion i sin temores ni recelos.